domingo, 14 de diciembre de 2014

Taller de creación literaria y presentación de Rojo semidesierto en Morelia



El 20 de diciembre estaré en Morelia, Michoacán, dando el taller relámpago de creación literaria, en el que se trabajarán aspectos básicos de la creación del relato, como los decálogos de otros escritores, premisa argumental, estructura de la trama, la dimensión y objetivos de los personajes, la intriga y los finales abiertos y cerrados, así como los diálogos y la conversación. Es una síntesis del taller que suelo impartir en Tijuana en instituciones educativas privadas y que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) promociona en su red nacional de Retribución Social.

El taller tendrá una duración de 7 horas. La primera parte inicia a las 10 y termina a las 14 horas. La segunda a las 16 y concluye a las 18, con posibilidades de extenderse a las 20 horas, según los trabajos presentados por los participantes. El lugar de encuentro es el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (MACAZ), que está en Avenida Viaducto, número 18, en el centro de la ciudad. Si necesitan mayores referencias sobre cómo llegar, consultar la siguiente página

En el mismo marco, el 19 de diciembre los escritores Víctor Solorio y Édgar Omar Avilés presentarán mi libro Rojo semidesiertodentro del XXX Viernes de Escritores Michoacanos. La cita será en el Jardín de las Rosas de Morelia, Michoacán, a las 19 horas.



El taller relámpago y la presentación de Rojo en Morelia se logra gracias a la Sociedad de Escritores Michoacanos (Semich), que me ha invitado a colaborar con ellos y que durante 4 años sus eventos culturales han destacado a nivel estatal y nacional, porque buscan la promoción del trabajo de sus escritores y la de los foráneos, para entablar un diálogo literario que derribe el imaginario localista y centralista. Esta labor ha motivado a otras organizaciones a replicar sus estrategias de logística y difusión, como el Viernes de Escritores Chiapanecos, realizado por el poeta Fernando Trejo, en el que participé el 3 de octubre en Tuxtla Gutiérrez este 2014, luego de haber impartido la conferencia "Poéticas de los 80, una serie de entrevistas a escritores de mi generación", en la III Feria Internacional del Libro, Chiapas-Centroamérica 2014.

Nos vemos en Morelia. 




miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cierre del Taller de creación literaria




El sábado 6 de diciembre culminamos el taller de creación literaria. El tiempo se fue y yo no pude quedar más que feliz con el resultado. Trabajé con 5 personas, todas mujeres con ganas de aprender y escribir. Hacía años que no hablaba tantas horas seguidas de literatura, de la creación y de mis autores favoritos, aquellos que me formaron y fui dejando en el camino para elegir otros que de igual forma me formaron. De pronto recordé que no soy maestro de metodología de la investigación, ni lectoescritura, sino de creación literaria y a veces, muy de vez en cuando, escribo novelas y cuentos.

Es una maravilla tener interlocutores y dialogar sobre temas que te unen con el otro. En esta sesión, junto con la del sábado anterior, hablé de la importancia de las estructuras narrativas, el conocer las partes del cuento clásico y cómo se ha ido modificando, gracias al ingenio de cada autor. Expliqué, con la ayuda de las enseñanzas de John Truby, la premisa como la semilla que ayuda a planear la trama desde una idea general del cuento, hasta el sentido particular. Y puse de ejemplos las miniseries Breaking BadThe Walking Dead.

Asimismo, hablé de los personajes, su dimensión y objetivos. Empezamos con la pasividad del santo Job, desde la mirada de John Gardner, y los de Kafka en El castillo y La metamorfosis. Luego pasamos a los de Dostoievski y Coetzee. Y de pronto, tras la pregunta de una participante sobre cómo desarrollar la personalidad del protagonista junto con los acontecimientos de la trama, me vi explicando la estructura, motivos de los personajes, y objetivos generales y particulares de mi novela “Nunca más su nombre”, para responder. 

Fue así como cerré con una charla sobre el peso de la planeación sobre la improvisación, la formación sobre el desconocimiento y la disciplina sobre la indsiciplina. Aunque un escritor jamás deja de escribir, haga lo que haga mientras no está frente a la computadora, exigirse a cumplir ciertas horas luchando para culminar un proyecto literario es lo que en verdad lo hace escritor. Los premios, las becas y el reconocimiento quedan en un segundo plano. A un escritor lo hacen esas horas y sus experiencias de vida.

Fueron cuatro días grandiosos, que volverán a repetirse. Doy gracias a Instituto Altazor por el espacio y la publicidad no sólo del taller, sino también por la que hizo de los reconocimientos que mi trabajo recibió este año. El próximo seguro regresaremos con un taller más y habrá más literatura.      

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Segunda sesión del Taller de creación literaria



El sábado 22 se incorporaron más personas al taller. Todas siguen siendo mujeres, lo cual me alegra, pues durante el tiempo que he impartido clases, las mujeres siempre se muestran más responsables, comprometidas y disciplinadas ante los requerimientos del plan del curso. En esta ocasión vimos la estructura del relato, sin dejar de lado las enseñanzas que algunos decálogos de cuentistas nos han heredado. Retomamos que la literatura, como era antes con las fábulas, no se escribe para dejar un mensaje moral o educativo, sino que los narradores la escriben como si escribieran una experiencia que puede tener, según el capital de conocimientos del lector, múltiples interpretaciones y mensajes. Allí radica su riqueza.

Durante la sesión hicimos mucho énfasis en que el relato es el género que mayor concentración y planeación exige. Para aprender su estructura, hay que conocer lo que han propuesto los maestros, qué andamios narrativos suelen utilizar, cómo esconden el secreto en los intersticios de la trama, de qué forma disponen de historia 1 (la que identifica el lector en el primer plano), e historia 2 (la que se esconde debajo y nutre la tensión y la intriga entre indicios falsos o aparentemente falsos).

Del mismo modo, proyecté desde mi computadora 5 inicios de novelas y cuentos que, desde mi formación, son los más sugerentes, emotivos y contundentes, para que las participantes del taller se dieran cuenta qué tan importante es, como lo ha propuesto Cortázar, entre otros, el cómo empezar una historia, bajo que enfoque y palabras, pues en las primeras líneas nos jugamos el todo por el todo: la atención del lector, en un mundo donde la literatura light domina el mercado.

Leímos, también, “Los que sobreviven” de mi Rojosemidesierto como ejemplo del uso de historia 1 e historia 2. Y como su trama es algo tristona --ello no dejó sin comentarios e interpretaciones a las participantes-- pasamos a un cuento jocoso para romper con el paradigma de que los cuentos sólo deben ser dramáticos o tristones. Leímos “Fajecito en las pirámides” de Édgar Adrián Mora Bautista, y las talleristas no pararon de reír y de preguntar si el registro verbal, callejero, se podía meter en la literatura. A lo que concluimos que todo se puede hacer en la literatura, pues la literatura es la vida, todo depende de la técnica y herramientas para presentarla al lector como un objeto narrativo estética que busca provocar emociones.

En la siguiente sesión hablaremos de la premisa, como la semilla que puede ayudarnos a planificar una trama y las demás partes del cuento: el nudo, la intriga, el clímax, el desenlace y el abanico de finales abiertos y cerrados que existen y podemos usar. Por último leeremos un cuento de Carlos MartínBriceño y planificaremos una charla virtual con algún cuentista mexicano.

Les dejo aquí la dirección de Instituto Altazor, pues ha habido gente que me ha preguntado en redes sociales dónde se encuentra. La imagen de abajo es el mapa para llegar hasta nosotros. 






lunes, 24 de noviembre de 2014

Álvaro Enrigue será el asesor de los becarios del FONCA en 2015




La semana pasada llamé a las oficinas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) para preguntar quién será el asesor de los becarios en categoría novela en la promoción 2014-2015, que es en la que trabajaré uno de los proyectos que inicié en enero, y me informaron que será Álvaro Enrigue, quien también fue uno de los seleccionadores durante el dictamen junto a Mario Bellatin y Eduardo Antonio Parra.

Enrigue nació en México en 1969. Es autor de la novela La muerte de un instalador, premio Joaquín Mortiz en 1996. En 2013 ganó el premio Herralde por su novela Muerte súbita, haciéndolo el cuarto escritor mexicano que es reconocido con este premio después de Sergio Pitol (1984), Juan Villoro (2004) y Daniel Sada (2008). Entre su obra destaca el libro de ensayos Valiente clase media (2013); las novelas Un samurái ve el amanecer en Acapulco (2013), Retorno a la ciudad del ligue (2013); Decencia (2011); Vidas perpendiculares (2008), El cementerio de sillas; y los libros de cuento Hipotermia (2006), y Virtudes capitales (1998). Asimismo, Enrigue ha sido maestro en creative writing en universidades de Norteamérica.

Escribir el nombre de este escritor me hace recordar mis primeros pasos como cuentista, cuando solía leer a narradores mexicanos como Enrique Serna, Francisco Hernández, Pablo Soler Frost, Amparo Dávila y Juan García Ponce. Siempre bajo la idea de que para ser un escritor hay que ser primero un gran lector. Recuerdo que los leía para conocer el género, para aprender sus fórmulas, para desmontar y montar sus estructuras, para reinventar sus inicios y finales. Pero hasta que llegó a mis manos Hipotermia de Enrigue fue que cambió mi forma de ver el cuento y, sobre todo, la composición de los libros de cuento. Entonces creía que los narradores solían escribir libros de este género como quien va acumulando experiencias en la vida. Es decir, durante un par de años escribían cuentos para colaborar en antologías y revistas –porque las novelas exigían más concentración y esfuerzo--, y al darse cuenta de que en su archivero había los suficientes como para formar un libro, se aventuraban a hacer una compilación unificada por estilo y tema, bajo un título que englobara la propuesta.

En aquel entonces era inusual para mí hallar a cuentistas que exploraran las estructuras seriadas, donde los personajes podían columpiarse y brincar de una trama a otra, donde el conflicto de un cuento terminaba convirtiéndose en el eco y recordatorio de otro que se había leído antes, donde uno y otro cuento, aunque sucedan sus historias en territorios distantes y alejados entre sí, algo termina por unirlos en un sólo camino, como la vida une y desune el destino y suerte de los seres humanos. Hipotermia me enseñó que también existen cuentistas que escriben libros con la misma energía y concentración como si escribieran novelas: cada cuento bien podría funcionar como una estructura autónoma, pero a la vez sus aristas sugieren que también es un capítulo de novela formada por otros tantos cuentos que, en suma arman un artefacto.

Estoy contento por la noticia.  



viernes, 21 de noviembre de 2014

Primera sesión del Taller de creación literaria





El sábado 15 de noviembre iniciamos el Taller de creación literaria en Instituto Altazor. Fueron muchas las personas que se inscribieron, pero pocas las que llegaron, me dicen que por el cambio de horario que hicimos. Aún así son un número suficiente para trabajar con objetivos claros y precisos, que son escribir una serie de relatos que, según su calidad, nos ayudarán a crear posibles proyectos de libros individuales. 

En esta sesión me sentí, como puede verse en la foto, bendito entre las mujeres, todas con un capital literario amplio y con hartas ganas de escribir. Prometo dar más noticias del taller pronto. Por ahora, le dejo el recordatorio: si alguien aún quiere ingresar, consulten a Educación Continua deI Instituto Altazor. Me dicen que están regalando mi libro Rojo semidesierto, a cambio del pago por la inscripción. 


martes, 11 de noviembre de 2014

Taller de creación literaria en Instituto Altazor



Taller de creación literaria

[Presentación del taller]
El relato es uno de los géneros literarios más versátiles y, al igual que el poema, exige menor aliento narrativo, pero mayor concreción y sugerencia. Su forma es el molde casi perfecto cuando buscamos escribir los fragmentos importantes de una vida. En el cuento sólo cabe el destello de luz de la historia, como decía Chejov, según Ricardo Piglia; y la experiencia misma de la vida, a palabras de Hemingway. Por ello este taller está orientado a todos aquéllos que busquen expresar, a través de las técnicas propias del relato, igual a cuento, sus historias personales, imaginarias o ajenas.

[Trabajaremos bajo tres líneas de acción]

  • Que los participantes conozcan la teoría básica de la construcción del relato: lo que dicen los autores representativos sobre este género; y qué recursos lo componen o lo hacen.
  • Que el conocimiento de los participantes sobre el relato, el que han adquirido dentro y fuera del taller, ayude al diálogo constructivo basado en la crítica a la hora de leer los textos escritos por narradores representativos, pero sobre todo por los compañeros. De esta forma, no sólo las piezas narrativas se escribirán durante el taller, sino también bajo una mirada crítica y colectiva.
  • Que los participantes escriban de manera individual de uno a dos relatos aceptables durante lo que dura el taller. Esos materiales deberán quedar listos para su publicación en revistas de circulación estatal o nacional o para su participación en concursos literarios.

[¿Quiénes pueden inscribirse?]
El curso está dirigido a todo aquel que busque aprender a escribir relatos, cuya edad no sea menor a 16 años ni mayor a 40. Los participantes también pueden ingresar con textos ya escritos en otras ocasiones. Ellos serán su material de muestra en las sesiones de trabajo.

[Fechas de trabajo]
El taller se impartirá durante el mes de noviembre y diciembre, serán 4 sesiones divididas en los días sábado 15, 22, 29 de noviembre y 6 de diciembre. Cada sesión durará 5 horas, y en ellas se hablará sobre aspectos del relato y se leerán los cuentos que los participantes lleven consigo.
Los horarios son los siguientes: sábados de 9 am a 2 pm. Las horas cubiertas en el curso serán 20. Las sesiones serán en Instituto Altazor.


[Material y formas de trabajo]
Los textos que se leerán en cada sesión, respecto al relato, estarán en formato digital y serán proporcionados por mí. Los relatos escritos por los participantes serán enviados a los compañeros y a mí por correo electrónico, uno o dos días con anticipación. En la sesión se dialogará sobre los relatos previamente leídos, con miras a mejorarlos, gracias a la crítica constructiva.

[Temas de trabajo]
Charla preliminar: 
1.- Las insoportables ganas de publicar en un país donde hay más libros de los que se leen.
1.1.- No es complicado escribir un libro, lo complicado es escribir literatura.
2.-El oficio desprestigiado: ¿cómo escribir en un país neoliberal que fomenta las competencias?
2.1.1.- Ser escritor sin pagar porque te publiquen
2.1.1.1.- Los fondos estatales y nacionales para la cultura y las artes.
2.1.1.1.1.- Los 101 premios literarios en México
3.- ¿De verdad quieres escribir un libro?, entonces hablemos de un plan de vida


·           ¿Qué es el relato?
·           ¿Qué, cómo y por qué contarlo?
·           ¿Cómo iniciarlo?
·           ¿Cómo crear o fortalecer la intriga?
·           ¿Cómo encontrar el clímax?
·           Los personajes y su dimensión
·           Los diálogos y la conversación
·           Final cerrado, final abierto
·           La ambigüedad como símbolo de desconcierto



[Constancia de participación]
Instituto Altazor entregará, al finalizar el taller, una constancia a cada escritor por su participación.

[Semblanza del tallerista]

Joel Flores nace en Zacatecas en 1984. Ha residido en México DF y España. Ha colaborado en las revistas Siempre, Tierra Adentro y Carátula; en los periódicos La Jornada de México y El informador de Nicaragua. Como reconocimiento a su labor literaria ha sido galardonado por las becas Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 2007 y 2014, en la categoría Jóvenes Creadores, cuento y novela. Y en el 2008 disfrutó un año de residencia en España, patrocinada por la Fundación Antonio Gala. Es autor de los libros El amor nos dio cocodrilos (Madrid, VozEd Editorial, 2013) y Rojo semidesierto (Estado de México, FOEM, 2013), obra galardonada con el Certamen Internacional Sor Juan Inés de la Cruz. En 2014 fue reconocido con el Premio Juan Rulfo para Primera Novela, convocado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Actualmente vive en Tijuana y escribe su segunda novela y para su página web: www.bunker84.com.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Las manzanas envenenadas


El nuevo número de La gualdra, que es el 173, lo han vuelto a dedicar a los normalistas desaparecidos. Mi grano de arena es este texto, que habla sobre las manzanas envenenadas que usa el presidente de México cada que da un discurso o rueda de prensa.  


Una de las grandes enseñanzas que nos dejaron los griegos sobre la teoría de la comunicación es el andamiaje del discurso, como una herramienta propicia para persuadir, acaparar y convencer a un auditorio. El discurso ha sido desde hace siglos y décadas el instrumento más utilizado por los demagogos, pedagogos y políticos para acercarse y arengar a su público, para convencerlo de que todo lo que sale de su boca es una verdad absoluta, cargada de empatía y bondad, pero sobre todo inteligencia. Los discursos siempre han sido la voz del convencimiento que une grupos ante adversidades (Martin Luther King), que dan esperanza ante la afanosa muerte (Steve Jobs) y que despiertan consciencias aunque nuestro sistema de creencias se esté derrumbando (Salvador Allende y Luis Donaldo Colosio).
Los discursos de Enrique Peña Nieto destacan hoy en día porque caen en errores farragosos, ya sea porque confunde capitales con estados, apellidos con nombres, olvida títulos de libros; porque sufre de una memoria empobrecida o carece de la cultura general que un encargado del poder ejecutivo de la República Mexicana debe tener para representar una nación. El historial de sus errores nos ha repetido un sinfín de ocasiones que no nos representa un presidente a la altura de los conflictos del país.
Pero no es de la dislexia o mala memoria del presidente de lo que quiero escribir.

Escribo porque el pasado 30 de octubre, entre clases y otras tareas, pude escuchar en partes la entrevista que los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de la normal rural de Ayotzinapa dieron a una cadena de noticias, día después que estuvieron reunidos durante 5 horas con Enrique Peña Nieto y su equipo de trabajo. En el inicio la periodista decidió poner, antes de las impresiones de los familiares, el discurso que dio Peña Nieto luego de haber escuchado el dolor de los padres a los medios de comunicación. Su voz estaba salpicada por esa retórica mecánica, donde reinan las palabras pacto, petición, promesa, apoyo, responsabilidad, tarea, coordinación, justicia, impunidad. Y su mensaje, en suma, era muy claro: estoy trabajando para encontrar a los desaparecidos y me comprometo con los agraviados a hacer justicia, tope hasta donde tope la investigación.
Sin embargo, es una muestra más de la demagogia trillada, repetitiva y hasta aprendida de memoria que suelen usar los poderes que representan a los mexicanos: las palabras han dejado de significar lo que de verdad significan. Ahora justicia en México significa ayuda tardía, impunidad. Ahora compromiso en México significa te ignoro, no me importa tu dolor. Ahora militares, policías y federales significan crimen organizado. Senadores, diputados, alcaldes y regidores significan evasión de impuestos e impunidad. Oportunidades de empleo, narcotráfico. Estudiantes, guerrilleros, narcos y sicarios. Derechos humanos, violaciones, prostitución y fosas clandestinas. Ahora dolor en México significa más de 40 mil muertes y desaparecidos no sólo en este sexenio, sino desde el calderonato. Un crimen de estado que los medios de comunicación han disfrazado, también, con otras palabras: daños colaterales; tejido social corrompido.
Si desde niños nos enseñaron que debemos respetar el lenguaje, aprender el verdadero valor de las palabras, porque la palabra, esas piezas que suelen armar los discursos, es lo que hace valer a los hombres, ¿cómo debemos asimilar, entonces, el vocabulario que usan los poderes que deben resguardar nuestra seguridad en México? ¿Cómo comprender las palabras de Enrique Peña Nieto? ¿Tenemos que aprender su código y comunicarnos como ellos?

Las palabras de los familiares de los 43 desaparecidos, en cambio, nos han dejado algo en claro: los discursos políticos ya no persuaden, ya no remueven conciencias, ya no plantean verdaderas soluciones, ya no ganan la empatía de los auditorios, ya no insuflan emociones, ya no iluminan la esperanza. Los discursos políticos mexicanos son kilos de manzanas envenenadas: digo que te estoy ayudando, pero en verdad te estoy jodiendo. Y si me contradices, te mandamos a la fosa. 

Para seguir leyendo más textos de este número dar clic aquí.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Premio Juan Rulfo para Primera Novela, INBA



El primero de noviembre recibí el Premio Juan Rulfo para Primera Novela, convocado por los institutos culturales de Puebla y Tlaxcala, y el Instituto Nacional de Bellas Artes, en el Museo de Arte. A continuación reproduzco el boletín oficial de mi página que se mandó a medios, y el texto que leí luego de recibir el reconocimiento. 



No es la primera vez que Tlaxcala y Juan Rulfo coinciden en mi vida. Cuando viví en España y escribía mi primera novela, me entraron las ganas de ambientarla en esta ciudad, aunque de ella conociera sólo lo que mi informante me ofrecía y el Internet. Se trataba de una novela sobre un sobreviviente del crimen organizado que le confesaba sus fechorías y traiciones a la patria a un escritor desde Chiautempan. La novela la dejé inconclusa porque el informante desapareció y no me sentí con ánimos de darle voz a alguien que había desgraciado la vida a otras personas. La literatura, al menos la que busco hacer, no se rinde al homenaje fácil de los sicarios ni arrepentidos, sino al verdadero dolor que iguala a las víctimas y a los verdugos, para dilucidar el camino de los que perdieron el rumbo y no regresaron a casa, de los que prometieron volver y no se les ha visto más; para así honrarlos con la palabra, con el recuerdo.

Juan Rulfo coincidió en mi vida de adolescente, cuando empecé a leer con fruición y cuando empecé a escribir de manera profesional, es decir, a ganarme la vida con la escritura. Entonces la obra de Rulfo era, es, el mejor manual para entender el lenguaje, las tradiciones y hasta el imaginario de México y sus creencias. Leer a Rulfo es leer a México. Su obra no es más que la repetición constante de un país que sangra, que nos duele, que se hunde en fosas y podredumbre, pero también la esperanza de un cielo claro que cobija la tierra roja y el maíz y la hierba. Por eso en 2013, cuando mi esposa mandó mi libro "Rojo semidesierto" a medir fuerzas al Certamen Internacional Sor Juan Inés de la Cruz, no dudó en firmar las carpetas con el seudónimo Julio Páramo Revueltas. Ella es mi pareja y representante: no sólo conoce mi vida, sino a las obras que admiro, que sigo, que me han formado como escritor y ser humano.

Hoy vengo a Tlaxcala porque me dijeron que gané el premio Juan Rulfo, porque me dijeron que mi libro "Nunca más su nombre" gustó a los jurados y a los organizadores de este certamen.

Hoy vengo a Tlaxcala a decirles que estoy muy agradecido y que desde esta tarde en adelante, mi literatura tendrá muy presente esta ciudad hecha de maíz y miel, hecha de todo aquello que me gustaría reunir en mis libros.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Somos Wikipedia


Hoy por la noche, mientras actualizaba mis cuentas de redes sociales y el bUNKER, Flor Cervantes se puso a crear una página de mi trayectoria como escritor en Wikipedia. Luego de un par de minutos de trabajo quedó esto: http://es.wikipedia.org/wiki/Joel_Flores.     



martes, 28 de octubre de 2014

En escritores.org



Esta semana ha sido de grandes sorpresas: primero el número especial que La gualdra dedicó a mi texto “Lugares para escribir”. Luego la invitación por parte del Instituto de Cultura de Tlaxcala para ir a recoger el 1 de noviembre mi premio Juan Rulfo de Primera Novela a su ciudad y de paso presentar el 2 de noviembre mi Rojo semidesierto en el marco de la Feria Nacional del Libro de Tlaxcala. Después la mención de mi perfil en escritores.org. Y finalmente la creación, por parte de Flor Cervantes, mi esposa y representante literaria, de mi trayectoria, en Wikipedia. Qué hermosa es la vida y trabajar junto a alguien tan creativa y comprometida.    


Lugares para escribir



El número 171 de La gualdra me dedica la portada y publica mi texto “Lugares para escribir”, un repaso a algunos de los espacios y ciudades donde he tratado de hacer literatura y vivir. Si quieren leer el texto en versión ISSUU, junto a otras colaboraciones, den clik AQUÍ.


Tras los 10 años que llevo escribiendo, he llegado a la conclusión que no influye del todo el lugar para escribir un libro. Al principio pensaba distinto, sobre todo cuando comencé con cuentos. Entonces vivía en Zacatecas, estudiaba el bachillerato y quería escribir del género fantástico. Recuerdo que la casa de mi madre era muy pequeña: dos plantas con dos recámaras, debajo había una sala muy pegada al comedor y a la cocina y un pequeño cuarto en donde era mi recámara. Allí escribía cada que podía concentrarme. Cierta noche la incomodidad para escribir me sacó del cuarto y me obligó a sentarme frente a la estufa: fue un momento mágico, por decirlo de algún modo, porque las 8 páginas salieron de un tirón, como si me hubieran dictado una receta. Las noches siguientes quise hacer lo mismo y no funcionó: fue como si se me hubiera quemado la comida.

Siempre había mucha gente en casa de mi madre y pronto me acostumbré a escribir en los OXXOS al salir de la escuela. Un amigo de entonces me había dicho que Guillermo Fadanelli escribió Lodo en un 7-Eleven del Distrito Federal. Y como la obra de Fadanelli me gustaba, quise hacer lo mismo. Pero en los OXXOS entra y sale mucha gente, como entran y salen más historias de las que uno pueda imaginar. En ese entonces solía culpar la poca fluidez de la escritura a los espacios. Aunque el cuento es un género que exige mucha concentración y a la vez un grado de planeación y espontaneidad que la novela no, la verdad se encontraba en que al principio me costaba llevar la trama hasta su nudo y jugar con las distintas posibilidades climáticas o anticlimáticas que el mismo cuento pide. Me gusta pensar que en el OXXO leí y corregí más de lo que escribí. También comí más sopas instantáneas y café de lo que he comido en mi vida.

Casi al cumplir la mayoría de edad, me salí de la casa de mi madre porque quería ser escritor, y aunque uno de mis maestros me aconsejaba que estudiar la licenciatura en Letras no hace a los escritores, yo le respondía “de acuerdo”, pero en mi fuero interno algo me decía debes estudiar eso, porque no hay otra carrera que te dé la oportunidad de estar cerca de la literatura. Ahora entiendo que estaba muy equivocado. Pero estudiar Letras me llevó a elegir caminos en mi vida que posiblemente otras carreras no me hubieran obligado a elegir.

La primera casa en la que viví solo era una de dos pisos, tenía una reducida sala, comedor, medio baño y cocina en la primera planta y una especie de ático de piso de madera en la segunda. Estaba llena de polvo y se impregnaba a diario, aunque la limpiáramos. Le faltaban algunos vidrios a sus ventanas y el patio no tenía puerta. Hacía años que la habían construido, y un conocido nos la había prestado a otros dos  y a mí que queríamos ser escritores. Recuerdo que para hacer de la casa nuestro centro de operaciones, pintamos su fachada de un fondo azul cielo y con unas manchas blancas que parecían más ovejas que nubes. La inauguramos con una comida en la que acudieron un par de amigos y el maestro que me aconsejaba en la preparatoria. Recuerdo que nos llevaron algo para ponerlo en nuestro primer hogar y la bautizaron como La Casa de las Nubes.

Lo único que saqué de con mi madre para La Casa de las Nubes fue la pequeña biblioteca que había hecho con trabajos esporádicos. Otro de mis amigos también llevó la suya. Los libros los pusimos dentro de un refrigerador que una vecina nos regaló cuando nos vio mudándonos; como cada que lo conectábamos a la luz hacía un ruido que no dejaba dormir, preferimos usar sus interiores de estantes y lo acomodamos en el centro de la sala como trinchador. Una madrugada secuestramos un rollo de cableado enorme que los del servicio de telefonía había olvidado. Era una especie de tubo de madera comprimida con una base circular en cada extremo, que pronto supimos convertir en escritorio y comedor forrándolo con un mapa amarillento de México que hallamos en la casa. El tercer amigo no se llevó nada consigo y sólo asistía a la casa los fines de semana. Hacía fiestas en las que entraban y salían desconocidos. Otras veces llegaba en el carro de sus padres, entraba a la casa con su novia y utilizaban el colchón que nos regaló una vecina. 

Me gustaría decir que en esa casa escribí mucho, incluso cerré algún libro. Pero no fue así. Los ahorros menguaron tan rápido que la preocupación por pagar los servicios y la comida tomó el primer plano de nuestras preocupaciones: crecer duele, más cuando desde muy joven descubres que vivir tiene un precio. Durante esa época desempeñé muchos trabajos: corrector de estilo en una revista que jamás se publicó; redactor en una notaría, pero en realidad sólo me ponían a ordenar la bodega; ayudante en un centro de cómputo, entre otros más. Lo que logró que renunciáramos a La Casa de las Nubes tampoco fueron las lluvias, las goteras, ni que nuestro único patrimonio, los libros, se llenara de hongos, sino el susto que pasé. Aún recuerdo la madrugada en la que tomé la decisión: la noche anterior había hecho mucho frío, había llovido y el aíre se colaba fuerte por el patio y las ventanas sin vidrio. Acostado en el colchón, me cubrí completamente con la cobija y me obligué a dormir. En la madrugada me despertó la alergia y un pequeño bulto al lado de mi almohada. Al moverla temeroso para saber de qué se trataba, salió disparado un gato negro al cuarto de baño. Yo también salí disparado, pero afuera de la casa. 

Mi hermano mayor también estaba por salirse de con mi madre y me propuso que lo hiciéramos juntos. Un tío nos prestó una casita que estaba a las salidas de Guadalupe, en una colonia que se llama Conventos. El predio lo había comprado para su hija mayor que estaba por casarse. Pero salió embarazada antes del matrimonio y prefirió prestárnosla a nosotros. Al principio pensé que por fin tendría un espacio digno para escribir y que todos los cuentos que había iniciado se podrían unir en un solo libro. Sin embargo, a mi hermano le cayó de perlas la libertad: cada que salía del trabajo, que eran las horas en las que yo podía escribir, se compraba unas cervezas, invitaba a sus compañeros de la escuela de derecho y me pedía la laptop para poner canciones rancheras hasta el anochecer. Fueron tantas las noches, que un día quise regresarle la copa junto a mis amigos y ocurrió algo de lo que no me siento orgulloso. Pues mi hermano y yo terminamos tirados en el suelo, uno encima del otro, demostrando a golpes quién tenía la razón.

Las fechas que viví en Córdoba, España, posiblemente fueron las más limpias y bien iluminadas. Durante esos meses los otros becarios se sorprendían porque casi nunca salía de la biblioteca y porque me tomaba en serio el papel de becario. Y supongo que era porque el lugar te invitaba a hacerlo: una habitación de más de 10 metros cuadrados tapizada de libreros de madera, en la que encontrabas buenas joyas que jamás había podido comprar, ya fuera por mi poder adquisitivo o porque no llegaban a México. Mi escritorio, una plancha enorme de madera de más de dos metros de largo, estaba hasta el final de la biblioteca y tenía a mis espaldas una ventana muy cerca, por la que veía a una vecina regar las plantas. Recuerdo que allí escribí mucho: la planeación de dos novelas: Nunca más su nombre y otra más que termino en la basura; dos cuentos nuevos para El amor nos dio cocodrilos y mi Rojo semidesierto. Lo que más recuerdo de las noches y madrugadas de escritura en la fundación, es que solía levantarme del escritorio casi al amanecer y subía muy despacio caminando las escaleras que conducían a la sala de los pintores, al pasillo oscuro del segundo piso que lleva a las habitaciones y justo allí solía preguntarme ¿a dónde voy con todo esto?, ¿éste será el camino correcto? Y sólo respondía, algunas veces con temor, otras con más energía que nunca aunque estuviera cansado, tú sigue caminando, que ya casi encuentras la luz.

Tras mi regreso a México intenté vivir unos meses en Distrito Federal para publicar uno de mis libros y terminar el segundo. Ese tiempo lo compartí con Juan Gómez Bárcena. Escribíamos por las noches, luego de haber cenado y fumado en uno de los balcones del edificio donde él se hospedaba en la calle Anaxágoras, en Eugenia. Trabajamos mucho entonces. Podría decir que allí cerramos cada quien nuestro ciclo como cuentistas, aunque nuestros libros salieran publicados un par de años después. Durante ese tiempo escribí durante los viajes que hacía en metro de Bosques Aragón a Eugenia. Muchos de esos apuntes se trasminaron a Nunca más su nombre y a otra de las novelas. Recuerdo que, mientras los pasajeros se quedaban dormidos tras su jornada laboral, yo escribía como si trazara sus sueños.

Tras mi regreso a Zacatecas, conseguí empleo como editor en la sala de redacción de un periódico que está en el centro histórico. Mi horario de trabajo era de 3 a 8. Después se fue convirtiendo de 3 al cierre de edición. Jamás pude escribir allí, por más que lo intentara: la cantidad de boletines y notas que debía editar superaba las 40 páginas diarias. Pero en la casa que había sido de mis padres y luego quedó abandonada, me obligaba a hacerlo hasta que mi cuerpo soportara. ¿A veces me pregunto dónde habrán quedado todas aquellas páginas que quise escribir a esas horas y me quedé dormido?, ¿dónde habrán quedado, incluso, aquellas ideas que dejé inconclusas y al día siguiente no pude retomar?

A los pocos meses conocí a Flor y la seguí hasta Mexicali. En esa ciudad de más de 45°C de calor en agosto, me acostumbré a escribir en el suelo, con una toalla congelada en el cuello. Luego nos mudamos a Tijuana, que su clima es más bondadoso, y rentamos un departamento en la zona restaurantera, donde cerré, por fin, mi segundo libro de cuentos en la mesa del comedor. Recuerdo que lo hice por la mañana, porque de un tiempo a esa fecha me fui quitando la costumbre de escribir sólo por las noches, y me obligué a disfrutar la luz del día mientras tecleo.

Como suelo ser maestro algunos días a la semana y más los fines, a veces escribo entre clases. Aprovecho los minutos que tardan mis alumnos en llegar al salón. Aprovecho el ruido o el silencio de los pasillos y el aula. Y tecleo lo que dejé inconcluso la noche anterior o lo que se me ocurrió mientras manejaba. La vida, supongo, me ha enseñado a escribir entre aulas, cafeterías, aeropuertos, casas de amigos, los asientos del metro, los camiones y hasta en el celular, si no cargo con libreta. Pienso que las historias, las historias de verdad, jamás se olvidan. Y si no las escribo yo, alguien más lo hará, pues están en todas partes y no importa mucho el lugar donde se escriban: lo importante es escribir. 

viernes, 17 de octubre de 2014

Poéticas de los 80





A inicios de octubre decidí cerrar el primer bloque de entrevistas a escritores nacidos durante el 80, que empecé en enero publicando en La gualdra y en esta página. Quien me motivó fue Fernando Trejo, al invitarme a convertir este trabajo en conferencia y a ofrecer el resultado en la Feria Internacional del libro de Chiapas Centroamérica, más precisamente en Tuxtla, que es su tierra natal. Para Fernando, como poeta y promotor cultural que siempre se ha preocupado por el diálogo entre escritores, era bueno hablar en el Sur sobre ¿quiénes son y qué están escribiendo los narradores de nuestra generación?

Fue así como en una semana Flor y yo empezamos a trabajar en lo que primero fueron las diapositivas de la conferencia, para después, tras un par de bocetos e ideas que se fueron desechando, terminar haciendo este catálogo compuesto por 12 escritores que están publicando en fondos editoriales estatales y nacionales, así como en editoriales del país y españolas. Esto apenas es un inicio de un proyecto que está en continúa construcción y crecerá. Pues su objetivo es, como se lee en el texto introductorio que acompaña el catálogo, ofrecer un mapa completo de los narradores jóvenes de México e invitar no sólo al lector, sino también a otros escritores, a conocerlos.

Les dejo AQUÍ el catálogo para su consulta. Vale la pena revisarlo, sobre todo la creatividad que le puso Flor en el diseño.

    

martes, 14 de octubre de 2014

El país que nos entierra


El  número 169 de La gualdra está dedicado a los muertos y desaparecidos de Ayotzinapa. Su portada es negra porque todos sus colaboradores estamos de luto. Les dejo mi texto y los invito a leer el número completo aquí. 



Durante los años que estuve escribiendo mi Rojo semidesierto en España, pensé que la corrupción y la violencia en México sería un evento pasajero. Que al salir Felipe Calderón de Los Pinos las cosas volverían a la normalidad. Que Zacatecas volvería ser seguro y que aunque nuestros amigos desaparecidos no volvieran a estar con nosotros, muy pronto diríamos: “Hemos vuelto a estar tranquilos”. Aún recuerdo que entonces la violencia y la sangre y la pólvora me dolían como duele una herida, un brazo dislocado, una muela. Y todo ese dolor intenté meterlo en las costillas de aquellos cuentos que escribía como si trazara un puente hacia un lugar más tranquilo, donde ahora nos esperan los que se nos fueron, los que nos arrebataron. ¿Qué más nos queda a los escritores?, si no es honrar a los nuestros con la memoria, con la palabra. ¿Qué debemos decir, si nuestro país se está pudriendo y no tenemos los medios para combatir?

Aún recuerdo las notas que salían en los periódicos y lo que me contaban mis amigos en las redes sociales o el Messenger: balas percutidas, secuestrados, desaparecidos, pueblos tomados por los polizetas, constantes plagiarios intimidando familias, negocios cerrados porque mataron a quien los atendía, e historias de padres que salían de viaje y no regresaban, de campesinos que no entregaban sus tierras y terminaban sepultados. Y me negaba a regresar a México, como quien se niega a volver con aquel amor que le destrozó el corazón, por más que extrañara a mi familia. ¿A qué regresa uno al lugar donde nació?, si ese lugar se está convirtiendo en cementerio. ¿A qué regresar al cementerio?, si muchos de los que me vieron crecer y vi crecer ya se han ido.
Al finiquitar mi residencia en Córdoba, las circunstancias me hicieron volver a México. No provengo de una familia a la que se le escape el dinero de las manos y en mi país no suele remunerarse el trabajo intelectual como debería. Entonces aún tenía la mitad del libro bajo el brazo y muchas ganas de ser yo con las palabras. Pero mi Estado no cambió y la situación en otros tantos lugares fue empeorando: muertos y más muertos, la intromisión de la marina, del ejército; el continuo conteo de los desaparecidos, el nivel alto del muertolímetro en los periódicos; y una suma copiosa de madres reclamando el cuerpo de sus hijos e hijos reclamando el paradero de sus hermanos y sus padres. Luego nos venimos a vivir a Baja California, para dislocar aquel discurso trillado y centralista de que Tijuana es el rastro más grande del país, “allá matas y desaparecen”, “allá los convierten en pozole”. Y sin temor a lo que viniera comenzamos a hacer una familia desde una esquina, como si todo se viera mejor desde aquí, como si fuéramos, de determinada forma, intocables, y acá no sólo comenzara la patria, sino también las segundas oportunidades.
Pero con la entrada del Partido Revolución Institucional (PRI) nada cambió. Si el discurso de Felipe Calderón fue declararle la guerra al narcotrafico. Y en su sexenio los verdugos y las víctimas estaban bañados por la tragedia: todos terminaban muertos y nadie sabía por qué se peleaba ni cómo finiquitar esa lucha. Ahora con el partido tricolor en Los Pinos pareciera que la guerra no es contra el narcotráfico y quienes lo representan. Sino contra los mismos ciudadanos, contra aquellos que buscan los caminos para progresar como seres humanos críticos y razonables, como seres conscientes de que el país está en crisis y necesita un cambio urgente.
La muerte y desaparición de los 43 estudiantes –y la muerte de los 6 normalistas en Tlatlaya-, que en su tarea de recaudar fondos en la ciudad para el bien de su escuela, es un mensaje claro de que quien nos gobierna ya no es la justicia, la democracia y la equidad. Quien nos gobierna tiene miedo al pueblo mismo; por eso es mejor enterrar precariamente el futuro de un país en fosas, que encontrar los puntos de encuentro y progreso con la juventud. Veo con desagrado y tristeza a un estudiante diciendo: “los militares nos detuvieron, los militares nos dijeron “cállense, cállense. Ustedes se lo buscaron, querían ponerse con hombrecitos, pues ahora éntrenle y aguántense”. A veces las palabras son insuficientes para mostrar todo este dolor. ¿En qué te has convertido, México?, ¿por qué debemos actuar como hombrecitos? 

 Sigue leyendo aquí. 
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