Joel
Flores•
En febrero de
2015 me encomendaron enlazar a Beatriz Espejo con el comité organizador de la
Feria del Libro de Tijuana. Entonces acababa de postularme como candidato a la
maestría en escritura creativa en español de New York University y, por afanes
profesionales, había sostenido una breve correspondencia vía correo electrónico
con ella durante los últimos meses de 2014, para pedirle una carta de
recomendación dirigida a la universidad, pues me pareció la escritora más
idónea para hacerlo porque conoce parte de mi trabajo, luego de haber sido
jurado de mi libro Rojo semidesierto
en el Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz. Beatriz se portó amable,
con una humildad que a muchos nos falta y a pocos les sobra; y el que me hayan
encargado esa tarea me pareció la mejor manera de agradecerle lo que ha hecho
por mi obra y, sobre todo, por mi formación profesional al expedir una carta
que guardo en el cajón de los mejores recuerdos. El homenaje será, mejor dicho
ha sido, el
viernes 19 de junio en uno de los recintos culturales más importantes de
Tijuana. El mismo comité me encargó redactar un texto para el video homenaje
que mi compañera de vida, Flor Cervantes, ha editado. El video y el texto se los comparto
como una invitación más a la obra de una maestra del cuento, a la que aún
tenemos mucho qué leer y aprender.
Beatriz, alguna vez leímos, gracias a tu esposo, que
tus cuentos son botellas arrojadas al mar con la esperanza de que lleguen a cualquier
puerto, a cualquier ribera, a cualquier mano. Y no pudimos dejar de imaginar a
una hermosa veinteañera, traviesa, al igual que animosa, alumna de Luisa Josefina
Hernández, tallerista de Juan José Arreola y Julio Torri, condiscípula de José
Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Gustavo Sainz, arrojando hace más de
cuarenta años varias botellas desde el Puerto de Yucatán, para que nosotros en
el Pacífico, tiempo después, pudiéramos recibirlas en una temporada de cambio
climático en que las ballenas empezaron a encallarse constantemente en Playas,
al igual que aparecieron las pequeñas langostas tapizando la arena y un lobo
marino que no estaba muerto, sino descansando, porque dentro de nada volvería a
partir. Así como parte también tu obra hacia otros mares, para enseñarnos que
la buena literatura, tu literatura, no se conforma ni se estanca, sino que
busca siempre nuevas corrientes y periplos.
Luego de abrir
esas botellas, descubrimos el brillo del espejo: en cada uno de los mensajes
que se ocultan tras el vidrio, están tus cuentos, el vivo reflejo de las
familias mexicanas de la clase media y media alta y el papel lúdico, afanoso,
crítico y determinado por la mirada femenina, amplia de recursos expresivos, de
mujer no sólo en el ámbito doméstico, sino en el académico y familiar. Hay
venganzas, sí, porque esa actividad esta acendrada en la sangre de cualquier
humano y no respeta género, como la de la esposa que condimenta con sangre
femenina el bistec del marido para que se ingra por fin a sus encantos, o como
la de la sastre de alta costura que se presta a las decisiones de Dios. Hay una
admiración a lo cosmopolita, a construir los cuentos con los ojos de la viajera
y la avidez por conocer qué hay más allá de México, no en balde nos heredas una
nueva Marilyn Monroe, una nueva Isadora Duncan, Silvina Ocampo y Silvia Plath.
Pero sobre todo,
en esas más de mil páginas que forjan tu obra, estás tú, la narradora
disciplinada, que escribe de las siete a las diez de la mañana, que confía en
las lecturas de los clásicos como Marcel Proust, que sabe latín, que se esmera
por nutrir el estilo literario, que apuesta por el uso perfecto de las palabras
que urden el cuento; estás tú hablándonos de la educación en la niñez en una
escuela de monjas, las veces que a las madres les sacabas la lengua o les dabas
una mordida en la mejilla, porque te alteraba, como a cualquier niña que honra
a su padre, que lo compararan con catarrines de barriada, sólo para poner a
prueba los preceptos religiosos. Estás tú siendo peinada por tus tías, mujeres
de manos vivaces, caderas anchas, que trenzaban tus cabellos y los de tus
primas como si estuvieran trenzando la mayoría de las historias que años
después forjarían tus Muros de azogue,
El cantar del pecador y Alta costura. Cuentos y cuentos que
ahora nos evocan al México de finales del siglo XX, a las mujeres que cargan la
famosa doble jornada, la de las relaciones personales y las de seguir con la
tarea doméstica y laboral. Esas manos delgadas y vivaces de tus tías también
trazan, si nos apuran, parte de Todo lo
hacemos en familia, tu primera novela que evoca al macho mexicano encarnado
en los generales posrevolucionarios, en los padres conservadores, pudientes y
luchones; y a las señoritas bellas y educadas que tejen y esperan, que dan
puntadas por cada minuto de su vida, por cada episodio de su existencia, para
crear la colcha de la memoria de la mujer mexicana, una Penélope que espera a
su Odiseo bigotón, trajeado y engominado. Que en las más vastas y variadas
formas de tejer evoca todos los recuerdos que la han forjado y, quizá, un
posible futuro que la definirá.
En
las botellas que llegaron a estas playas hay, Beatriz, como en toda obra
nutrida bajo el rigor de la disciplina y la afinidad por la trascendencia, más
que pedagogía sobre el arte de escribir, enseñanza pura sobre el arte de
contar. Uno puede leerte y salir preñado con la amplia instrucción sobre la
estructura del relato, sus modos de encubrir el conflicto, las formas de
iniciar y acabar. Pues de principio a fin la mayoría de tus cuentos, algunos
escritos en los setentas y ochentas, otros a mediados y finales de los noventas
y unos más a la entrada del 2000, están fondeados por la búsqueda de la
perfección, la sugerencia y el placer estético. Los cuentos son, nos dices, “esferas
perfectas suspendidas en el aire, dan varios mensajes subterráneos y nos
obligan a recordar lo leído, lo vivido, lo ya antes recordado”; nos ayudan a
suponer de qué estamos hechos. Escribes como si cada cuento te haya costado una
vida entera, para que a nosotros nos roben un suspiro, un parpadear de ojos. Y
cultivas en ellos un amplio registro de voces, atmósferas, que no replicas ni
troquelas en las siguientes narraciones. Te desmarcas de una generación de
narradoras conformada por Elena Poniatowska, Cristina Pacheco y Guadalupe
Loaeza, quienes (como lo predijiste hace años en una cátedra en Colima,
justamente también a tu esposo) tienen un enorme interés sociológico, pero a
quienes no se les concedía entonces mayores méritos literarios. Y te unes, por
afinidad, a Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas y, en especial, a Elena Garro.
Para invitarnos a entender que cada cuento tuyo vendría siendo la superación de
ti misma y un mensaje cargado de nostalgia de lo que fuimos y seremos, joyas
narrativas enviadas desde el Puerto de Veracruz a Playas de Tijuana, de
península a península.
De "Península a península" se publicó en el número 2014 de La gualdra |
•JOEL FLORES nació en Zacatecas en 1984. Ha residido
en México Distrito Federal y España. Es autor de los libros El amor nos dio cocodrilos (2013), que
fue escrito en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Artistas, afincada en
Andalucía; Rojo semidesierto (2013),
que ganó el Premio Internacional de cuento Sor Juana Inés de la Cruz; y Nunca más su nombre, Premio Bellas Artes
Juan Rulfo para Primera Novela. Actualmente vive en Tijuana, escribe para su
página www.bunker84 y es becario del Fondo Nacional para la Cultura y las
Artes.