lunes, 29 de junio de 2015

De península a península, texto homenaje a la obra de Beatriz Espejo






Joel Flores•

En febrero de 2015 me encomendaron enlazar a Beatriz Espejo con el comité organizador de la Feria del Libro de Tijuana. Entonces acababa de postularme como candidato a la maestría en escritura creativa en español de New York University y, por afanes profesionales, había sostenido una breve correspondencia vía correo electrónico con ella durante los últimos meses de 2014, para pedirle una carta de recomendación dirigida a la universidad, pues me pareció la escritora más idónea para hacerlo porque conoce parte de mi trabajo, luego de haber sido jurado de mi libro Rojo semidesierto en el Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz. Beatriz se portó amable, con una humildad que a muchos nos falta y a pocos les sobra; y el que me hayan encargado esa tarea me pareció la mejor manera de agradecerle lo que ha hecho por mi obra y, sobre todo, por mi formación profesional al expedir una carta que guardo en el cajón de los mejores recuerdos. El homenaje será, mejor dicho ha sido, el viernes 19 de junio en uno de los recintos culturales más importantes de Tijuana. El mismo comité me encargó redactar un texto para el video homenaje que mi compañera de vida, Flor Cervantes, ha editado. El video y el texto se los comparto como una invitación más a la obra de una maestra del cuento, a la que aún tenemos mucho qué leer y aprender.



Beatriz, alguna vez leímos, gracias a tu esposo, que tus cuentos son botellas arrojadas al mar con la esperanza de que lleguen a cualquier puerto, a cualquier ribera, a cualquier mano. Y no pudimos dejar de imaginar a una hermosa veinteañera, traviesa, al igual que animosa, alumna de Luisa Josefina Hernández, tallerista de Juan José Arreola y Julio Torri, condiscípula de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Gustavo Sainz, arrojando hace más de cuarenta años varias botellas desde el Puerto de Yucatán, para que nosotros en el Pacífico, tiempo después, pudiéramos recibirlas en una temporada de cambio climático en que las ballenas empezaron a encallarse constantemente en Playas, al igual que aparecieron las pequeñas langostas tapizando la arena y un lobo marino que no estaba muerto, sino descansando, porque dentro de nada volvería a partir. Así como parte también tu obra hacia otros mares, para enseñarnos que la buena literatura, tu literatura, no se conforma ni se estanca, sino que busca siempre nuevas corrientes y periplos.
Luego de abrir esas botellas, descubrimos el brillo del espejo: en cada uno de los mensajes que se ocultan tras el vidrio, están tus cuentos, el vivo reflejo de las familias mexicanas de la clase media y media alta y el papel lúdico, afanoso, crítico y determinado por la mirada femenina, amplia de recursos expresivos, de mujer no sólo en el ámbito doméstico, sino en el académico y familiar. Hay venganzas, sí, porque esa actividad esta acendrada en la sangre de cualquier humano y no respeta género, como la de la esposa que condimenta con sangre femenina el bistec del marido para que se ingra por fin a sus encantos, o como la de la sastre de alta costura que se presta a las decisiones de Dios. Hay una admiración a lo cosmopolita, a construir los cuentos con los ojos de la viajera y la avidez por conocer qué hay más allá de México, no en balde nos heredas una nueva Marilyn Monroe, una nueva Isadora Duncan, Silvina Ocampo y Silvia Plath.  
Pero sobre todo, en esas más de mil páginas que forjan tu obra, estás tú, la narradora disciplinada, que escribe de las siete a las diez de la mañana, que confía en las lecturas de los clásicos como Marcel Proust, que sabe latín, que se esmera por nutrir el estilo literario, que apuesta por el uso perfecto de las palabras que urden el cuento; estás tú hablándonos de la educación en la niñez en una escuela de monjas, las veces que a las madres les sacabas la lengua o les dabas una mordida en la mejilla, porque te alteraba, como a cualquier niña que honra a su padre, que lo compararan con catarrines de barriada, sólo para poner a prueba los preceptos religiosos. Estás tú siendo peinada por tus tías, mujeres de manos vivaces, caderas anchas, que trenzaban tus cabellos y los de tus primas como si estuvieran trenzando la mayoría de las historias que años después forjarían tus Muros de azogue, El cantar del pecador y Alta costura. Cuentos y cuentos que ahora nos evocan al México de finales del siglo XX, a las mujeres que cargan la famosa doble jornada, la de las relaciones personales y las de seguir con la tarea doméstica y laboral. Esas manos delgadas y vivaces de tus tías también trazan, si nos apuran, parte de Todo lo hacemos en familia, tu primera novela que evoca al macho mexicano encarnado en los generales posrevolucionarios, en los padres conservadores, pudientes y luchones; y a las señoritas bellas y educadas que tejen y esperan, que dan puntadas por cada minuto de su vida, por cada episodio de su existencia, para crear la colcha de la memoria de la mujer mexicana, una Penélope que espera a su Odiseo bigotón, trajeado y engominado. Que en las más vastas y variadas formas de tejer evoca todos los recuerdos que la han forjado y, quizá, un posible futuro que la definirá.
            En las botellas que llegaron a estas playas hay, Beatriz, como en toda obra nutrida bajo el rigor de la disciplina y la afinidad por la trascendencia, más que pedagogía sobre el arte de escribir, enseñanza pura sobre el arte de contar. Uno puede leerte y salir preñado con la amplia instrucción sobre la estructura del relato, sus modos de encubrir el conflicto, las formas de iniciar y acabar. Pues de principio a fin la mayoría de tus cuentos, algunos escritos en los setentas y ochentas, otros a mediados y finales de los noventas y unos más a la entrada del 2000, están fondeados por la búsqueda de la perfección, la sugerencia y el placer estético. Los cuentos son, nos dices, “esferas perfectas suspendidas en el aire, dan varios mensajes subterráneos y nos obligan a recordar lo leído, lo vivido, lo ya antes recordado”; nos ayudan a suponer de qué estamos hechos. Escribes como si cada cuento te haya costado una vida entera, para que a nosotros nos roben un suspiro, un parpadear de ojos. Y cultivas en ellos un amplio registro de voces, atmósferas, que no replicas ni troquelas en las siguientes narraciones. Te desmarcas de una generación de narradoras conformada por Elena Poniatowska, Cristina Pacheco y Guadalupe Loaeza, quienes (como lo predijiste hace años en una cátedra en Colima, justamente también a tu esposo) tienen un enorme interés sociológico, pero a quienes no se les concedía entonces mayores méritos literarios. Y te unes, por afinidad, a Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas y, en especial, a Elena Garro. Para invitarnos a entender que cada cuento tuyo vendría siendo la superación de ti misma y un mensaje cargado de nostalgia de lo que fuimos y seremos, joyas narrativas enviadas desde el Puerto de Veracruz a Playas de Tijuana, de península a península.


De "Península a península" se publicó en el número 2014 de La gualdra


•JOEL FLORES nació en Zacatecas en 1984. Ha residido en México Distrito Federal y España. Es autor de los libros El amor nos dio cocodrilos (2013), que fue escrito en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Artistas, afincada en Andalucía; Rojo semidesierto (2013), que ganó el Premio Internacional de cuento Sor Juana Inés de la Cruz; y Nunca más su nombre, Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela. Actualmente vive en Tijuana, escribe para su página www.bunker84 y es becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.


viernes, 19 de junio de 2015

Hoy la Feria del Libro de Tijuana hará un homenaje a Beatriz Espejo








Hoy a las 6 de la tarde la Feria del Libro de Tijuana hará un homenaje a Beatriz Espejo en el CECUT. Y a mí me tocó la fortuna y el encargo de escribir el guión para el video que Flor Cervantes elaboró para dicho suceso. Estoy alegre porque la encomienda me motivó a leer todos los cuentos de Beatriz y aprender un poco más de la tradición narrativa del cuento y de la relación que esta extraordinaria cuentista tuvo con Emmanuel Carballo, el crítico de críticos de nuestro país, quien fuera su marido y quien falleciera en las mismas fechas que Gabriel García Márquez.

El texto, por honor a quien lo encargó, no puedo colgarlo ahora en mi página. Pero sí un leve fragmento que puede servir como invitación a ustedes para que acudan al homenaje y la feria. La siguiente semana segurísimo subiré el video aquí mismo y subiré también el texto completo ya publicado en algún suplemento cultural de Tijuana o Zacatecas.

Por otro lado, mañana la misma Beatriz presentará mi Rojo semidesierto en CECUT a las 7 de la tarde. Como ya muchos saben, ella fue, junto a Eraclio Zepeda y Alberto Chimal, una de los jurados que reconoció mi libro con el premio Sor Juan Inés de la Cruz hace dos años. Me ilusiona escuchar sus comentarios, pero me ilusiona más salir de mi casa a recibir buenas noticias y a conocer nuevas personas, luego de haber escrito casi 40 páginas en un mes.
  

Beatriz, alguna vez leímos, gracias a tu esposo, que tus cuentos son botellas arrojadas al mar con la esperanza de que lleguen a cualquier puerto, a cualquier ribera, a cualquier mano. Y no pudimos dejar de imaginar a una hermosa veinteañera, traviesa, al igual que animosa, alumna de Luisa Josefina Hernández, tallerista de Juan José Arreola y Julio Torri, condiscípula de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Gustavo Sainz, arrojando hace más de cuarenta años varias botellas desde el Puerto de Yucatán, para que nosotros en el Pacífico, tiempo después, pudiéramos recibirlas en una temporada de cambio climático en que las ballenas empezaron a encallarse constantemente en Playas, al igual que aparecieron las pequeñas langostas tapizando la arena y un lobo marino que no estaba muerto, sino descansando, porque dentro de nada volvería a partir. Así como parte también tu obra hacia otros mares, para enseñarnos que la buena literatura, tu literatura, no se conforma ni se estanca, sino que busca siempre nuevas corrientes y periplos.


    

lunes, 8 de junio de 2015

Sobre Artillería nocaut, de Víctor Solorio

El número 201 de La gualdra publica mi reseña sobre la nueva novela de Víctor Solorio, un moreliano que conocí gracias a la Sociedad de Escritores Michoacanos durante diciembre de 2014, luego de que presentáramos mi Rojo en aquella bonita tierra. Para leer el texto en versión ISSUU, dar clic aquí. 


Artillería nocaut 
de Víctor Solorio



En las recientes búsquedas de los jóvenes escritores al hacer literatura, capturar la realidad social y política de México es un tema al que se le evade o se le mira con desprecio: ¿por qué mejor no usar a la literatura como válvula de escape y no como reflejo de una realidad que nos supera y ciertas ocasiones es incomprensible? Pareciera un lugar común en el imaginario colectivo del mexicano decir que el gobierno, en contubernio con las células criminales, es quien mata y desaparece a los mexicanos, es quién sume en la desesperación y llanto a sus habitantes. ¿Cómo hacer, entonces, o cómo deben hacer los nuevos escritores, para que ese lugar común tensado por la realidad del país se convierta en la materia prima de obras literarias de calidad, que lleguen a las manos de cualquier tipo de lector, que tiene poco o mucho contacto con la literatura, y lo trastoque?
Los escritores jóvenes, al sopesar esas preocupaciones, en su primera o segunda obra ponen sus propias reglas para que la realidad misma sea más atractiva en el terreno de la ficción y se muestre como un objeto orientado al placer estético, a cambiarle –al menos por unos instantes– la mirada que el lector tiene sobre sí mismo y los otros, como si la obra también aspirara a ser objeto de reflexión. José Revueltas, quien nos heredó portentos sobre cómo escribir sobre México, influido por una mirada crítica, no se equivocaba al disertar que la realidad y la ficción son un sistema de contrapesos, donde el suceso es el detonante y la ficción, o la palabra artística, si es tratada con el poder poético e imaginación personal, no sólo es material fino para crear una válvula de escape, sino una realidad literaria de lo que sucede en un país, el antecedente del ahora y lo que puede leerse un mañana para comprender el pasado.
Las reglas que traza Víctor Solorio en Artillería nocaut (México, Joaquín Mortiz, 2014), obra que ganó el VII Premio de Novela Negra “Una Vuelta de Tuerca”, son enunciar el narcotráfico, sus víctimas y triquiñuelas con el Estado, desde el género policíaco, que es el del misterio y la revelación de los secretos acendrados en la sociedad y las esferas políticas. Solorio retoma espacios y nombres de un lugar que bien podría ser Morelia, Zacatecas o Guerrero y escarba en los nombres propios y originales de los carteles de la droga del Sur, Centro Occidente y Norte, que han ido evolucionando hasta convertirse casi en una marca registrada repetida en los programas de televisión y periódicos (La Familia, Los Zetas, Carteles Unidos) para renombrarlos y, en una intención casi sugerida, desarticular su poderío bajo el nombre de la Compañía. En ese tenor, Solorio la cimenta con miembros de partidos políticos, malhechores de la basura, exmilitares gays, juniores empoderados y suripantas que aspiran a una mejor clase social. Elementos y aciertos que separan muy bien su novela de lo que surge en mi Rojo semidesierto, donde la Compañía es el pretexto para hablar de los daños colaterales provocados por el calderonato y el crimen, cuando los ciudadanos se ven alcanzados e igualados por la tragedia.
Artillería nocaut no es la convencional novela sobre el detective que se mete accidentalmente al corazón del narcotráfico, es más bien una novela de aventuras protagonizada por un viejo boxeador que bien podría representar a la clase media baja luchona, que vive con los problemas económicos hasta el cuello, el duelo de la viudez a flor de piel, el fracaso profesional en los nudillos y un pasado mal construido de conciencia. Experto en dejarse caer a la lona ante sus contrincantes en los primeros rounds para sacar para la papa, El Detective es contratado por su ahijada –una veinteañera que le recuerda la belleza en juventud de su comadre– para resolver la extraña desaparición del papá, Agustín Correa, un capo de la basura que lleva días desaparecido y nadie sabe si anda de rey en una banda criminal o si la suerte le rajó las venas.
Influido por la belleza de la ahijada y la idea de que existen las segundas oportunidades, el Detective cuelga los guantes y atrasa las peleas arregladas para dedicarse a encontrar los móviles que le quitaron la vida al compadre. Nos conduce a las vísceras de los sindicatos de los basureros municipales usados como terreno para desaparecer a las víctimas del crimen organizado y como pararrayos de todas las investigaciones inclinadas a resolver el lavado de dinero de los empresarios coludidos con el narco. En Artillería nocaut Solorio nos habla de la supervivencia, el poder, el dinero y el dominio. Y para ello estructura cada uno de sus capítulos en una trama serpenteante dividida por dos historias: el detective que desconoce y el Operador Cíclope, cazador que acecha, miembro de la Compañía, que va un paso delante de su buscador; el primero es un Odiseo sentimental que da palos de ciego y todo se lo deja a los puños, intuición y la suerte; y el otro es un experto criminal que nos evoca al hampón mismo que mata candidatos en secreto y sabe borrar toda huella que lo incrimine. Brazo ejecutor, en suma, de un poder secreto y siniestro. 

La aventura del viejo boxeador no sólo lo lleva descubrir la encomienda de la ahijada, quién es la Compañía, quién la maneja y cómo está vinculada con el gobierno o si es el gobierno mismo; pareciera que lo conduce a desenredar más bien –y aquí radica uno de los mejores aciertos de la novela– los nudos de la trama de nuestro propio país, para encontrar una verdad que sabemos todos, pero de tanto repetírnosla, verla a diario, la aceptamos como otro elemento común que nos forja: los orígenes podridos de la corrupción nacen en el humano mismo, al querer estar por encima de los otros en un modus vivendi capitalista y de competencias, donde se mata por el mero hecho de que somos humanos y queremos estar por encima del otro. Cuesten las cabezas que cuesten, estamos forjando una patria, que sin duda será recordada en un mañana por novelas como Artillería nocaut.


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