viernes, 7 de diciembre de 2007

.156.



La edad de hierro: el murmullo desde el vacío y el apartheid sudafricano
00:

J. M Coetzee –Sudáfrica, 1940– es uno de los escritores más prestigiados en cuanto a propuestas literarias y académicas en Europa. Decir su nombre es evocar premios como el Nobel –2003–, el Booker Prize –1983 y 1999–, entre otros. Su obra está constituida por más de cinco novelas y tres libros de ensayos sobre temas filosóficos y sociológicos, que tratan sobre la violencia del hombre hacia los animales y
la represión que el mismo ejerce hacia los otros. Su novela La edad de hierro –Mondadori, 2004.

01: argumento.

La novela trata sobre una jubilada maestra de latín –de apellido Curren– que está muy cercana a la muerte por culpa del cáncer.

La apacible vida de la señora Curren se ve trocada en derrota tras recibir la noticia del cáncer por parte de su médico. Decide refugiarse en su casa, escribir varias cartas que registren sus últimos días en el mundo y enviárselas a su hija –una mujer que dejó Sudáfrica por la culpa del apartheid para trasladarse a América–. Las cartas, permeadas de melancolía, de dolor, de derrota, muestran cuestionamientos filantrópicos: la convicción de una mujer que se aferra a no dejar la vida. Y cómo un lugar de Sudáfrica (Ciudad del Cabo) se ve convertido en infierno y colapsado parsimoniosamente por el régimen del apartheid y sus detractores.
La edad de la señora Curren oscila entre los cincuenta o los sesenta años. Vive en una casa tranquila, goza de los derechos y privilegios que tienen los afrikáners (blancos puros nacidos en África) y tiene a sus servicios a una asistenta de color llamada Florence, cuyo hijo está involucrado en los levantamientos estudiantiles en contra de una escuela que fue incendiada por los mismos, como muestra de que es inservible la educación que discrimina y margina a la gente de color.

Después de que la señora Curren deja el hospital la noticia del cáncer le tiene consternada. Se halla a Vercuil a las afueras de su casa, recostado en unos cartones. Vercuil es un vagabundo alcohólico, desaliñado y cínico, que apesta como si la misma carne se le estuviera corrompiendo mientras camina y bebe. Esperanzada a que éste le de su ayuda como ella se la pretende dar, en la señora Curren nace la idea de que hombre es el mensajero que le hará llegar la carta que le escribirá a su hija despidiéndose de ella. Una carta larga, entrañable, que muestre el amor de una madre aletargada por el cáncer a una hija que lo ignora. Curren ve en el vagabundo una especie de ángel que Dios le mandó apiadándose de ella.
El vagabundo ve a Curren como una loca acobardada que no se ánima a decirle a su hija que el cáncer la matará muy pronto.
02: El murmullo desde el vacío: epístolas para entregarse a la muerte.
Se revela –durante la lectura de La edad de hierro– que la señora Curren sabe que una de las mejores maneras de dialogar con la muerte es valiéndose del género epistolar. Las cartas, escritas durante 1986 y 1989, no muestran autocensura de sentimientos; desnudan los demonios internos y lo que aqueja a quien las redacta. Son palabras que muestran una contención verbal fina, aterciopelada (como si las palabras indicadas para aferrarse a la vida tuvieran que ser delgadas, pero de un filo mortal). Son palabras que soportan el peso de la muerte y se doblegan ante ella luego de no haberla vencido, de no haber hallado tregua.
El semblante que la señora Curren muestra ante la muerte no es el de una vieja cínica o estoica, ni la espera con una sonrisa sabiendo que un mundo placentero y eterno está más allá de la vida. Siente un amor moroso por este mundo. Trata de hallar el desequilibrio humano en el dolor, la derrota, la violencia, la pasividad y el amor. Estados humanos que la afrontan conforme vive episodios como el atropello de dos niños de color, el incendio y el exterminio de una colonia de negros, cuando un grupo de militares sabotea y destruye parte de su casa porque en ella se refugian personas segregadas:
Hades, el infierno: el dominio de las ideas. ¿Por qué han
tenido que inventar la idea de que el infierno sea un lugar solitario en medio
de la Antártida o en el fondo de un volcán? ¿Por qué no puede estar el infierno
a los pies de África y por qué las criaturas del infierno no pueden caminar
entre los vivos? (pág. 126)
Curren apuntala hacia la vida el coraje que le provocan estos episodios. Las palabras que usa para dialogar con ella son veneno dulce: negras, expansivas y mordaces. Delatan que la vida misma, el tiempo, es la enemiga del hombre, del cuerpo:
Qué importa este cuerpo que me ha traicionado? Me miro la mano y no veo más que
una herramienta, un garfio, una cosa que sirve para recoger otras cosas. Y estas
piernas, estos zancos feos y torpes: ¿por qué tengo que llevarlos conmigo a
todas partes? ¿Por qué tengo que llevármelos a la cama todas las noches y
meterlos bajo las sábanas? (pág. 19).
Para Curren escribir cartas es mejor manera de liberarse de sí misma y de ver el mundo con piedad; de ver a los seres humanos al igual que a los animales: son la mejor manera de aferrarse a la vida aunque la vida misma le parta la cara con su indiferencia y crueldad. Escribir cartas es la mejor forma de contar una historia que se va a pique por las desazones y los castigos que los humanos se imponen a sí mismos y se atraen. Escribir cartas es escoger la oscuridad del vacío y hacerse presente a base de gritos que serán escuchados por los otros como murmullos.
Entre todas las puertas del mundo, Curren escoge la que ahoga su voz, la que la obliga a recobrar el cariño perdido:
Empiezo a entender el verdadero significado del abrazo, abrazamos para que nos
abracen. Abrazamos a nuestros hijos para ser rodeados por los brazos del futuro,
para llevarnos a nosotros mismos más allá de la muerte, para ser transportados.
(pág. 11).
Y prosigue:
¿Por qué le doy comida a ese hombre? Por la misma razón que se la daría a su
perro (robado, estoy segura) si viniera mendigando. Por la misma razón que te di
pecho a ti... La muerte es la única verdad que queda. La muerte es una idea que
se puede soportar. Cada momento que paso pensando en otra cosa, no estoy
pensando en la muerte, no estoy pensando en la verdad. (pág. 13).

¿Pero por qué escoger este tipo de dialogo, por qué aferrarse a la existencia y enfrentar a la muerte con estas palabras? ¿Cuáles pueden ser, para nosotros –los humanos, los mortales– las palabras precisas que deben utilizarse para hablar con la muerte y despistarla para que nos dé tiempo de valorar y salvar lo poco que nos queda, de ver el mundo por última vez?
Para un existencialista como Camus, por ejemplo, las palabras precisas para dialogar con la muerte son distintas a las de la señora Curren. Para Camus, “Matarse es, en cierto sentido y como en el melodrama, confesar. Confesar que la vida nos supera o que no la entendemos”. (“Lo absurdo y el suicidios”, en El mito de Sísifo, pág. 16).
Un personaje de Camus, ante una situación como la de la señora Curren, lo primero que haría es suicidare, ignorar que su país está en una guerra civil, que la gente de color está en continua lucha contra los blancos, una guerra que se está hundiendo el país y lo está arrastrando a él. Para este personaje el sentido de la vida estaría en la muerte misma. O bien, la vida no tendría visos de sentido.
Para un poeta como Pavese –que miró muy de cerca a la muerte y que prefirió refugiarse en ella gracias al suicidio– escogería otro tipo de palabras, quizá más entrañables y moteadas por una sonrisa, quizá más humanas, quizá más cercanas a las de Curren: “La muerte tiene ojos para todos./Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. /Será como abandonar un vicio/como ver que emerge de nuevo/un rostro muerto en el espejo…”. ("Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", pág. 61)
Para la señora Curren dialogar con la muerte es dejarle una herencia de palabras a su hija. Una herencia de dolor, tristeza y abandono en manos de un vagabundo que no anuncia la certeza de nunca entregarla; es dejar un registro de una mujer desahuciada en una Sudáfrica que se desmorona junto a ella. Una Sudáfrica que se desangra y es violada por cualquiera que la habite y la reforme. Esa Sudáfrica soñolienta, triste, anodina, donde nos son exiliados los que la abandonan –por la culpa del racismo y la segregación social–, sino los que se quedan a soportar. Exiliados de la vida misma. Para la señora Curren es un homenaje a la muerte dejar escribir cartas a su hija, una manera de retardar una ley humana.

03: el apartheid Sudafricano: segregación.

Toda obra literaria, o manifestación artística, debe ser contestataria, debe dar visos de que se escribió por razones ideológicas, apuestas poéticas o para darle la cara al mundo, enunciar sus deficiencias, enfrentarlas. O bien, toda obra literaria le de la espalda a la inmundicia humana y recrea una realidad aparte gracias a la magia de las palabras. No me refiero a la literatura que utiliza naves espaciales y planetas en el universo para parodiar los conflictos de un dictador o los defectos humanos. Atalaya Philip K. Dick.
La edad de hierro, de Coetzee, es una novela contestataria, una respuesta al apartheid sudafricano. El apartheid nace cerca de los años treinta, tras las demandas de los blancos reclamando territorio Sudafricano. Pero en realidad el apartheid tiene más años de existencia: no olvidemos la esclavitud en la que se vio hundida la población Africana tras verse conquistados por los portugueses. Apartheid significa segregar, separar, marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos raciales, culturales, políticos.
Durante casi cincuenta años el apartheid levantó una capa negra de violencia y muerte para la gente de color que se oponía a ella y al idioma afrikáans, (idioma impuesto en todo sistema de educación como el de la opresión). Así también, despojó de su territorio a las personas negras y los mandaron a habitar Soweto, sitio demasiado retirado de Ciudad del cabo y de los lugares de abastecimiento. A la gente de color se le negó el derecho a participar en las decisiones del país y tener territorios.
Para Coetzee el apartheid “surgió del interés y la codicia, pero también del deseo”:
Con su codicia, exigía cuerpos negros –en el sentido más físico– con el fin de
consumir su energía en forma de trabajo. Con su ansiedad respecto a los cuerpos
negros, también creaba leyes para apartarlos de la vista. El apartheid un sueño
de pureza, pero un sueño impuro. En muchas cosas, una mezcla de cosas; una de
las cosas que es consiste en un conjunto de barreras que hará imposible que el
deseo de mezclarse logre cumplirse. ("El pensamiento del apartheid", en Contra la
censura
, páginas 199 y 200).

Coetzee escribe La edad de hierro diez años después de que el conflicto entre sudafricanos y afrikáners –en apariencia– llegara a su fin. La escribe para enunciar la violencia, los desastres y las muertes que causaron la intolerancia y el racismo de los blancos hacia los de color. La carta de Curren no son más que una novela que nos recuerda que la educación para niños negros no es la misma que la que se le impartía a los blancos, para señalar que un territorio de negros no debe ser habitado por los mismos puesto que ellos no tienen las facultades suficientes para hacer que el país alcance un desarrollo tanto económico como tecnológico. La escribe para hacernos ver que Sudáfrica es un país desmoronado

viernes, 23 de noviembre de 2007

.155.




Hace unas horas me hallé en el portal de Homines una entrevista al escritor zacatecano Gonzalo Lizardo. Lizardo es uno de los mejores narradores Zacatecanos, o quizá el mejor narrador zacatecano. Su obra está compuesta por El libro de los cadáveres exquisitos (novela), Jaque perpetuo (novela) y Azul venéreo (cuentos), entre otros títulos. La entrevista está hecha por el joven narrador Juan Carlos de León. En ella se muestra la promoción de la última novela de Lizardo: Corazón de mierda (Era-CONACULTA); y algunas respuestas sobre el panorama literario en Zacatecas. Los invito a que la lean y a que conozcan el blog de Gonzalo dándole clik aquí y para leer la entrevista completa, ACÁ.


domingo, 18 de noviembre de 2007

.154.




El viento ligero en Parma
Ed. Sexto piso, 192 páginas.



Enrique Vila-Matas es un escritor extraordinario, uno de los mejores narradores que han explorado con su obra la otredad, la simulación y el vacío. Creador de personajes entrañables, ha sabido apuntalarlos dentro del tema de lo absurdo y en situaciones que rayan en lo satírico: personajes que, tras tener una gran admiración por algún escritor o celebridad (París no se acaba nunca o Suicidios ejemplares), dejan su estilo de vida para adoptar el estilo de los personajes en mención, o finalizan su vida por escoger otra que nada tiene que ver con lo convencional. Vila-Matas es, casi podía exigírsele a cualquier lector que se nombre empedernido, un escritor que se debe leer por obligación, que se debe tener en cuenta a la hora de hablar de la novela contemporánea.
El viento ligero en Parma, libro de artículos y reseñas críticas, muestra un Vila-Matas inteligente, un hombre informado. Un escritor de estilo peculiar e hibrido, en continua búsqueda de experimentar con la forma de narrar y ensayar; su ingenio al mezclar la prosa narrativa con lo biográfico y bibliográfico nos dan una nueva manera de hablar de literatura y la invención literaria. El libro nos muestra un gran lector que crea conexiones con la obra de escritores que admira o simplemente lee. Un lector de hombres como el fallecido Roland Barthes –semiólogo que propuso ver la crítica literaria como un género literario–, o del ingenioso Laurence Sterne, por el que Vila-Matas muestra más admiración y entusiasmo, argumentado que gracias a la novela Tristram Shandy tenemos la enseñanza: “Está vida puede ser triste, puesto que es shandy”.
El libro se divide en 31 artículos, en alguno de ellos se nos habla de Bolaño, su vida y la novela total, en otro de Sergio Pitol y "Nocturno de Bujara" –uno de los mejores cuentos del mexicano, según el jucio de Vila-Matas–, y, en otro más, de Silvina Ocampo y sus artificios narrativos. Lo rico de El viento ligero en Parma es que los textos pueden leerse en un sentón y quizá el libro completo en un día sin cansancio alguno; te deja un duradero y placentero sabor de boca. Esto se debe a que el sistema de análisis o el método que Vila-Matas utiliza para hablar de la literatura u otros escritores no es el convencional que la antiquísima academia nos ha heredado. Si bien, como si destilara un tufo del Arte poética (las seis conferencias dictadas por Borges en Hardvard), el aliento narrativo y ensayístico de Vila-Matas está soportado por una buena memoria: salta de una cita bibliográfica entrañable, a una paráfrasis descarnada e hilarante, de un frase hiriente y acertada, a una idea que vincula el arte de narrar con el arte de leer o de la producción narrativa individual a la universal:
“Cuando escribo no soy chino ni polaco” (pág. 11).
“Que un escritor se convierta en alguien no hace sino degradarlo a la condición de limpiabotas”, cita a Robert Walser (pág. 15).
“Escribir, en la mayoría de los casos, significa entrar a formar parte de una familia de topos que viven en galerías interiores trabajando día y noche” (pág. 29).
En El viento ligero en Parma Vila-Matas nos habla sobre la literatura como si tuviera siempre a la mano los libros necesarios para entablar una plática entretenida con su lector. Sus juicios nos llevan a otros libros a cada vuelta de página, a conocer nuevas cosas y a saber de nuevos títulos. Da notas, siempre actualizadas, de Paul Auster, Antonio Tabucchi, Rodrigo Fresán, entre otros. Eso ayuda a que cualquier lector sienta que está pisando terrenos de la literatura actual y tenga una visión más amplia. Enrique Vila-Matas deja entrever en este libro, que es un escritor con una identidad construida por la literatura misma, un escritor que nos invita a fusionar la vida con otras vidas (la de escritores, huelga decirlo), dispararla y entretejerla para que se empareje con otras, con la de otros, como Italo Calvino lo señala en una de sus Seis propuestas para el próximo milenio: “Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles”.



sábado, 3 de noviembre de 2007

.153.






La disimilitud de lo similar
(recuerdos desperdigados)



Daba el año 2002 y yo estaba más perdido que nunca, o imaginaba estarlo. Contaba con apenas 17 años de edad y quería ser escritor aunque no supiera nada del significado de esa palabra. Estaba por terminar el cuarto semestre de preparatoria en la UAZ programa 2, y asistía a clases con un fervor e enjundia casi descomunal. Mi única idea para un futuro próximo era entrar a la licenciatura en Letras. Pensaba, por aquellos años, que una licenciatura en Letras te ayuda a nutrir el oficio de escritor. Pensaba, de manera tonta y superflua, que saldría con la mano bien entrenada al terminar la carrera y que cuando me sentara frente al escritorio escribiría un montón de cuentos y de novelas y de más con una soltura más que impresionante. Sin embargo, no sucedió así, o no ha sucedido así. Pero el que me haya arrepentido de manera prematura y casi al instante de haber entrado a una carrera de Letras no es la historia que quiero contar aquí. La historia que quiero contar aquí es tan mínima como cualquier otra, tan parecida y corta como a la que le ha pasado a cualquier otro.
Por aquellos años yo tenía inclinaciones de estudiar filología, de ser un teórico literario que cargara con un fardo de información como el estudiante carga con su mochila y estaba deseoso de leer y leer y leer y comentar lo que leía a diario. Después de haber entrado a un taller literario en el que duré poco, pero que fue determinante en mi disciplina creadora y (lo mejor) en saber que los talleres se deben abandonar a un tiempo en el que el mismo taller lo dicta, sucedió una iluminación, o se abrió una de esas puertas que poco se abren en este mundo. Conocí a Javier Báez.
Javier es uno de los novelistas de San Luis Potosí poco conocidos y quizá poco valorados. En su obra se hallan dos libros de cuentos y una novela publicada en Nueva imagen. Javier me impartía la materia de Literatura y Comprensión literaria en la escuela que nombro. Y, tras varias platicas fuera del salón sobre Cortázar o no recuerdo si sobre Gustavo Sainz o no recuerdo si sobre Vargas Llosa, no tardamos en hacernos amigos y en que él se diera cuenta de que yo era como una gaseosa a punto de explotar. O mejor dicho, Báez se dio cuenta de mis altas y desbordantes ansias de aprender y de ser un escritor. Decidió que (quizá por el bien de mis condiscípulos y mi ánimo que nunca paraba de participar en clase) yo debía dejar el aula para irme a leer en su propio cubículo libros que, según su buen ojo crítico, yo debía conocer antes de entrar a una carrera de Letras.
Fue así como comencé a leer cerca de 3 horas diarias libros de teoría literaria dentro de un cubículo sin desayunar bien del todo o desayunando a la vez Doritos Nachos con Frutsi de sabor mango. Fue así como conocí a los Estructuralistas franceses, a los Formalistas rusos, a Marxistas como Bajtin y Ellinton. Recuerdo aquellas tardes soleadas en las que salía de esa actividad embotado, con los cabellos desordenados y los ojos llorosos. Fue así como me hice de un montón de copias y engargolados que están en uno de mis libreros en estos momentos. Y fue así como, quizá de manera torpe y aún no sé si es cierta esa idea, descubrí que no existe escritor sin teoría ni teoría sin escritor, aunque muchos escritores lo nieguen y argumenten lo contrario y piensen (como yo también estoy pensando en estos momentos) que siempre hay que tener un pie en los libros y otro en la calle.
En fin. Fue así como, después de haber leído esos libros y algunas veces entender todo y otras veces entender nada y otras estar en medio de ninguna parte, decidí ser ingeniero en lugar de albañil, ser ciudadano en lugar de turista. Espero no se malinterprete lo anterior.
Recuerdo que (y ahora mientras escribo esto me da risa saber que era un ñoño de lentes grandes) todos mis compañeros preferían volarse la clase de Literatura para irse a emborrachar al Parque de la palta junto a los mejores biscochos del salón o a alguna casa de algún despistado. Recuerdo que, tras mi enorme envidia, me vengaba diciendo que, a pesar de que me perdía de todas esas fiestas que tanto se hablaban en el salón el día siguiente de haberse realizado, yo acudiría a una mejor fiesta, a una donde pudiera encontrar la felicidad y aprender más que con la ayuda del biscochín y otras cosas, y que la hallaría, aunque fuera en los libros.
Ahora que me detengo mientras escribo esto y lo leo y lo vuelvo a leer y me doy cuenta que no he dicho mucho en realidad, me pregunto que ánimo me insufló a escribir todas estas palabras y enterrarme de nuevo en el pasado. Sucede que mientras hoy por la mañana buscaba algunos cuentos que escribí en la preparatoria (cuentos inconclusos o conclusos que nunca salieron del clóset) hallé aquellas copias que leí en el cubículo de Javier, aquel libro que habla de la historia del Formalismo ruso escrito por Sklovsky y cuenta la historia de los cuatro formalistas más nombrados: Eichenbaum, O. Brik, Tomashevski y Tinianov, que habla sobre sus estudios más representativos, la hermandad que los unía. Sobre su vida, dónde nacieron y cómo murieron. Sobre la guerra civil rusa.
El libro se llama La disimilitud de lo similar. Es un libro entrañable. Son memorias: novela la vida de cada uno de estos personajes y sus páginas; esas páginas escritas por Victor Sklovsky de manera sencilla y sin artificios, están salpicadas de emotividad, de emociones, de amor a la literatura, de nostalgia.
"En mi guía telefónica hay nombres a los que ya no puedo llamar. Pero los nombres no se borran de la memoria; viví junto a mis amigos y pensé junto con ellos. En sus errores hay gran parte muy grande de mis errores. En general, en esta vida he hecho felices a muy pocos. Cierto que en sus hallazgos también hay perspicacia y la huella de nuestras conversaciones". (página 17)
Ese libro me ayuda a conocer la parte humana de estos teóricos y nos ayuda a entender que no sólo fueron creadores de estudios fríos muy cercanos al cientificismo. La nostalgia que Sklovsky deposita en este libro ayuda a entender que esos teóricos eran humanos y sólo vivían para la literatura. Hay un pasaje donde Eijenbaum, tras no saber cómo calmar el intenso frío de Diciembre dentro de su casa, decide quemar algunos de sus manuscritos y algunos de los libros que descansaban en su biblioteca, si no morirían congelados él y su esposa. Hay otro donde ha concluido el estudio completo sobre el Capote de Gogol y tras un saboteo por parte de los soldados rusos desaloja su casa junto a su esposa, guarda el manuscrito en la cartera para que no se le pierda y, al día siguiente tras amanecer en un campo de refugiados, descubre que le han robado la cartera.
Recuerdo que la tarde que terminé de leer ese libro entró el frío a Zacatecas y el clima daba (como en todo Diciembre) avisos de una posible nevada. Salí del cubículo, algo desconcertado, vi el cielo gris como lo estoy viendo ahorita por mi ventana, mientras escribo intentando rescatar los años pasados, me subí el cuello del abrigo y me eché a caminar simulando que caminaba por cualquier calle rusa, sin saber dónde queda el final del camino.





lunes, 29 de octubre de 2007

.152.

El buen escritor Edgar Adrián Mora, mejor conocido como el Decano dentro de la bandita FONKY, se aventó un texto sobre la aventura que pasamos el último encuentro y una reseña sumamente acertada sobre los proyectos concluidos de los becarios en la categoría cuento. Lo shido del post es que tiene fotitos acá de nosotros. Espero le echen un ojo, sólo denle clik a la imagen. Un abrazo a todos y larga vida al cuento.

domingo, 21 de octubre de 2007

.151.

David Ojeda y los 12 días

(Un suelto sobre los días de encuentro. Y la presentación de Ojeda que se incluye en la antología del FONCA sobre nuestros cuentos que publicaron en ella).





Tuve la suerte de que me seleccionara un escritor de verdad para trabajar con él y otros seleccionados, durante el 2006 al 2007 con el apoyo de las becas que promueve el FONCA, en la disciplina cuento. Me refiero al escritor David Ojeda –S. L.P. 1950­–. Las pocas cosas que sabía de él eran que es un gran cuentista, que vivió en Zacatecas y que acababa de publicar su novela La santa de San Luis, en el sello editorial Tusquets.
Antes de leer su novela y después de haber visto la foto que contiene la banda promocional en el empaque del libro mencionado, me creé mentalmente una personalidad de David que nada tiene que ver con el hombre que conocí en San Luis, en el primer encuentro del FONCA; un rostro erguido y serio, cuyos ojos grandes protegidos por unos lentes semiredondos me hicieron pensar que Ojeda era un escritor reacio, duro en el sentido crítico literario, y exigente.
Durante el primer encuentro, en la San Luis Potosí cubierta por unas nubes cernidas que hacían del cielo una capa gris, y por un frío tolerable, nos tocó trabajar, a mis compañeros becarios y a mí, en una de las aulas del Teatro de la paz; sitio donde vi por primera vez a David Ojeda; sitio donde conocí a ese escritor paternal, maduro, cuentista hecho y derecho, cuyas grandes palabras y visión literaria fueron determinantes para que yo acabará mi Simulador, para entender que un creador siempre debe ser muy crítico consigo mismo y que la literatura, la creación literaria, es un hecho solitario que solamente perdura con el ejercicio constante y la terquedad de llevar hasta donde tope este oficio, sin importar que los problemas económicos o personales trunquen el camino.
Trabajamos 12 días en total, en distintos lugares, en distintas ciudades. 3 días en cada ciudad. 12 días compartiendo un trato como si lleváramos (mis compañero becarios, David y yo,) una amistad de años. 12 días mostrando y defendiendo cada uno su imaginario, 12 días hablando cada uno de sus gustos literarios, de sus gustos musicales, de su visión como creadores.
Después del primer encuentro en San Luis, el segundo fue en Guanajuato. Revisamos nuestros proyectos de libro en la Universidad de Valenciana, universidad de letras y filosofía (según tengo entendido), durante el 24 al 27 de mayo. En esa ciudad aprendí que un narrador siempre debe tener su poética bien definida, siempre preguntarse por qué razones escribe y siempre se debe escribir, por más experimental que se sea, con el corazón en la mano.
Aprendí, también, que se debe de vivir sin ningún remordimiento, siempre disfrutando cada minuto, siempre buscando qué hay más allá en la literatura misma y en la vida, como si ambas fueran una dicotomía indivisible, puesto que, ohhh grandiosas palabras de Shatner, “You’re gonna die”.
El tercer encuentro y el último, el más entrañable, el que me causó un hueco en el estómago y una tristeza extraña (no volvería a ver a mis compañeros y a David juntos de nuevo, unidos por una hermandad literaria: escribir) fue de nueva cuenta en San Luis, durante el 27 al 30 de septiembre. Por esas fechas la cuidad ya no mostraba su capa gris y el frío tolerable; el calor nos recibió de manera agradable y presenciamos una o dos lluvias que amenizaron nuestra estancia. Trabajamos en el Instituto de Bellas Artes, (Bellas Tardes para los amigos) y cada uno de nosotros llevo su proyecto concluido.
La tarde del 28, después de haber tallereado los textos de dos de nosotros, David y su esposa nos llevaron a un merendero a comer y tomar unas cervezas y a platicar sobre literatura, cine y otras cosas que nunca faltaron durante los días que convivimos. David y su esposa tuvieron que retirarse pronto, después de haber comido, puesto que estaban arreglando algo de papeleo porque viajarían a Europa en Octubre. Gabriel, Adrián, Carlos, Alfredo y yo duramos un rato más y alcanzamos a inyectar nuestro cerebro de alcohol. Ya para las 8 de la noche abandonamos el lugar, dimos un recorrido turístico para comprar más cervezas y para después beberlas en el hotel, escuchando a Rush, Smashing Pumpkins, Interpol, Morrisey y otros.
El último día, el día 12, terminamos la revisión de todos los proyectos. Por la tarde David nos llevó a su casa para que platicáramos con los chavos del taller que coordina en San Luis. Su esposa ya nos esperaba con unas enchiladas potosinas y una carne riquísima. Esa tarde se convirtió en un día único, cuyo único recuerdo estará en nuestra memoria, la memoria de los becarios, y de lo que algún día podremos escribir.

Los doce días

por David Ojeda

A través de maestros y lecturas recibimos influencias que nos forman y dan lugar a ideas y prácticas que, más adelante, otros maestros y autores vendrán a sacudir o fortalecer. Pienso, por ejemplo, en una tradición literaria regional a la que me debo en gran medida. En ella, algunas generaciones que me antecedieron tuvieron la fortuna de escuchar exposiciones y clases y consejos de escritores como Concha Urquiza –quien pedía a sus alumnos permanente atención hacia los clásicos de la poesía española– y Pedro Garfias –el refugiado republicano que en sus frecuentes recitales o durante los largos convivios a que éstos daban lugar, aconsejaba nunca perder de vista la renovación literaria que los jóvenes acarrean a todo sistema.
Estas recomendaciones alumbran dos vías y maneras de sumarse a la vida literaria. De ellas podremos pensar, en un primer momento, que son contradictorias, excluyentes. No obstante, luego tendremos que reconocerlas más bien como señalamientos complementarios. Félix Dauajare, uno de los poetas de las promociones que empezaron a publicar a fines de los años 40 del siglo pasado, nacido el año de 1919 en San Luis Potosí, tuvo la suerte de haberse contado entre los jóvenes que en su región recibieron la benéfica influencia de Urquiza y Pedro Garfias. A éstos, además, se sumaron diversos maestros visitantes que Dauajare tuvo en la malograda facultad de humanidades que funcionó en la universidad pública potosina algunos años, al mediar el siglo XX. Entre ellos se contaron Alfonso Reyes, José Gaos, Juan Espinaza, José Villaseñor, María del Carmen Millán, entre muchos otros.
Así se explica que Dauajare, a lo largo de los años, fungiendo como uno de los principales autores y animadores del hecho literario en su región, ejemplifique con su conducta y en su obra esa dualidad jánica para otear el horizonte de la creación artística: hacia los clásicos una cara; y hacia los jóvenes la otra. Dicha actitud, en el caso de este poeta, origina a lo largo de su obra permanentes alusiones al proceso de la historia: «El futuro es aquel pasado / que pretendemos corregir». Tal la revelación y la tarea de las generaciones.
Alguien escribió que toda generación supone que con ella surge y termina la historia. En efecto, un mundo nace y muere con cada generación; pero ese mundo, esa visión de él, esa experiencia, a una anterior se suma y a otra da lugar. Partícipe y testigo, a lo largo de lustros, de los flujos y tendencias y vaivenes de nuestro sistema cultural, he constatado que cada promoción averigua pronto estas cuestiones. Como coordinador de talleres literarios en diversos lugares del país, en espacios académicos y de investigación universitarios, en tales o cuales proyectos editoriales, he podido corroborar en numerosos grupo de jóvenes las virtudes que generalmente los distinguen y por lo común se perciben en equilibradas mezclas: la arrogancia y la modestia; la originalidad promisoria y la adopción entusiasta de modelos; la espontaneidad avasallante y la imitación enojosa; la inocencia creadora y la malicia del erudito; el deseo de sumarse a una tradición y la necesidad de distinguirse en ella; la crítica bondadosa y la autocrítica sanguinaria –o al revés–; el respeto del canon y su trasgresión.
Entre todo eso, sin embargo, aplaudo y admiro siempre en ellos el humor y la energía, la insolencia y la voluntad de ruptura. Por eso me resulta gratificante advertir un conjunto de cuentistas como éste. Entre las varias docenas de proyectos que en el FONCA se reciben cada año, durante los meses junio-julio de 2006 me correspondió la delicada tarea de intentar juzgar los que habrían de corresponder a la promoción 2007. Analicé y revisé, dudé y al final fundé mis decisiones –sobre todo– en la originalidad del proyecto y la calidad de una escritura. Considero no haberme equivocado en cada caso; me duele, empero, haber desechado algunos proyectos y jóvenes autores por cuestiones mínimas que el tiempo, seguramente, reducirá o magnificará, tanto entre los becarios que aquí se incluyen como en los que pudieron haber sido incluidos. Cuestión de presupuesto para los jóvenes creadores del país; asunto de política cultural, no de vitalidad y empuje entre las nuevas promociones de cuentistas mexicanos.
En los últimos días del mes de mayo de 2007, durante la reunión de jóvenes creadores del FONCA, en Guanajuato, comentamos los cuentistas –en un espacio asediado por la lluvia y los truenos– que a lo largo de un año apenas lograríamos sumar 12 días de trabajo. Entonces caímos en cuenta de que, sin embargo, para ese momento habíamos trabado complicidades y entendimientos que podrían ser fundamentales en nuestras vidas: lo que yo aprendí de ellos; lo que ellos me escucharon rezar o pontificar neciamente.
Un relato es, según alguna tesis, la verbalización de un suceso destinado a fungir como modelo vital o propuesta mimética. El relator indaga, averigua, recrea y redispone, arriesga; luego despliega una manera de entender y padecer y enfrentar la vida. Sea eso la palabra literaria o sea más bien la tarea de renombrar al mundo en un instante primigenio, me causa orgullo descubrir y presentar aquí seis autores que compendian originalidad y calidad y humor.
Es probable que en casi todos los casos no los vuelva a ver después de las reuniones del FONCA, si no es en fotografías. Pero no es necesario. A lo largo de varios días, en San Luis Potosí y Guanajuato, convivimos en los mejores territorios de un narrador: las historias sorprendentes y redondas; el humor y la bondad más aguda (que no aguada). Así, casi siempre entrometido, me enteré de vidas y fobias y virtudes de estos autores. También de ese modo reconocí los talentos que me sedujeron desde el primer atisbo sobre sus textos. Confirmé los talentos y franquezas que sustentaban cada proyecto. Por ello sé que conmigo vivirán en adelante estos cuentos –huellas de la vida–: vampiros anacrónicos; jóvenes mujeres que reconocen en su cuerpo al varón que, con testículos, les resulta un acertijo; pequeños cocodrilos que, siendo hijos del hombre, son el hombre; globos aerostáticos; obreros de la otrora Unión Soviética en viajes de convalecencia; iguanas que narran su tragedia en el crecimiento urbano. Y todo el porvenir.

martes, 16 de octubre de 2007

.150.

Aeropuerto










001: Estoy clavado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Escucho a Pixis. “Where is my mind?”, me preguntó un sinfín de veces conforme suena en mis oídos la canción. Esa tonada la he llevado durante años en mi pecho, como cualquier güey lleva un piercing en la ceja. Estoy cansado, confundido y, pese a que me arponeé hace unos segundos en el baño, me sigue dando vueltas la cabeza como si tuviera una terrible banda de conejos en ella. Tomo agua, tiemblo, sudo. Pienso en la mujer que maté hace unos minutos después de fornicarla en el sótano de su casa. Pienso en mi avión, en mi equipaje y qué haré cuando llegué a Ciudad Juárez. Buena pregunta; ni yo sé a qué voy a hacer en Ciudad Juárez. Sí lo sé. Soy un asesino a sueldo. Me han pagado este vuelo porque hay una reservación en el Bristol con mi nombre. Y allí, debajo de la cama, me esperan mis herramientas de trabajo: armas, bombas y más armas. Mañana abordaré un bus a las cuatro de la mañana con rumbo a Los Ángeles. Debo viajar junto a los ilegales y un pollero. Un gringo racista me ha pagado para que ponga una bomba en el chasis del cofre de ese bus y escriba una crónica sobre cómo murieron y cómo logré salir con vida de ese crimen.
002: Estoy sentado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. No sé cómo llegué aquí. Hace unos minutos me hallaba piloteando mi nave porque emprendí un escape vertiginoso por la culpa de Octrox, un mago desquiciado y vil que invocó los poderes de los truenos y meteoritos estelares para destruir mi planeta, Rulk 23. Tomé mi nave mientras las grandes rocas destrozaban los rascacielos y una enorme lengua de fuego, que partía las nubes, porfiaba por consumir lo que se hallaba a su paso. Al estar dentro cerré la compuerta de la nave, pulsé el botón del nitro para salir librado de la catástrofe y esquivar los poderes de Octrox. Hubo una explosión mientras abandonaba el planeta. Una explosión de orbe descomunal que estuvo a punto de llevarme a sus entrañas y me obligó a desafiar los límites de la gravedad y el espacio. Oprimí nuevamente el nitro y di un par de giros y vuelcos. Comencé a sentir una opresión horrible en el pecho, que el oxígeno se convertía en veneno y aparecí aquí, sentado en esta silla incómoda en la sala de espera de un aeropuerto.
003: Estoy clavado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Desesperado, no he podido dejar de ver mi agenda. El calor es insoportable. El avión lleva retraso. Tengo que estar en la ciudad dentro de una hora. Soy un hombre serio, que respeta la puntualidad. Soy un empresario que está enamorado del dinero y es dueño de empresas hoteleras en un sinfín de sitios. Soy un estratega, me gustan los trajes Giorgio Armani y soy ágil con los números y las cuentas bancarias. Si alguien quiere ser millonario, puede hacer negocios conmigo. Pronto tendrá enormes sumas de dinero en sus manos. Soy un hombre serio: me gusta prostituir a niños de diez años y debo llegar en una hora a mi planeta porque tengo hecho un negocio con uno de mis clientes que mejor pagan. Desde hace años he aprendido que la principal manera de hacer dinero es viajar a los rincones más miserables de la tierra: Honduras, El Salvador, México y Colombia, para reclutar humanos, niños de la calle que muestren brío en las mejillas y unas piernas versátiles, para prostituirlos en mi planeta hasta que cumplan la mayoría de edad. Así he ganado mucho dinero y seguiré ganándolo.
004: Estoy sentado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Soy un niño-robot genio, un niño-predicador que debe viajar a New York para dar a conocer la palabra de Dios en una iglesia de Central Park. Tengo ocho años, mi número de serie es Rulk23072184000. Visto traje negro y conozco los textos bíblicos así como conozco todos los circuitos que me componen. Mis maestros predicadores incrustaron un micro-chip en mi cerebro que manda ondas divinas y me ordena que predique la palabra de Dios a cualquier ser con vida. Ayer prediqué en un zoológico. Hoy, antes de llegar al aeropuerto, en un circo. Mis maestros predicadores me enseñaron hasta el hartazgo que debo desmentir las teorías científicas y sus avances; negar que la pregunta de nuestro génesis se responda con la evolución del mono, es mi misión en este mundo. Debo hallar todos los textos de Darwin y quemarlos. Yo nací de Adán y Eva, vengo de su carne y de sus huesos. No soy pariente del mono. Nací para llevar la palabra de Dios a cualquier parte del mundo y corregir la enmudecía y pestilencia sobre la tierra. Nadie se ha percatado de que el demonio ronda entre nosotros. Soy hijo de Dios y voy a exterminarlo. Todo el mundo está equivocado y se irá al infierno si sigue creyendo que Dios no existe y que todos somos un accidente provocado por el desarrollo de una célula que chocó contra otras miles de células que después provocaron un bing-bang y se convirtieron en agua, hielo, aire, carne, tierra, huesos y vapor. Todos los que piensan eso están condenados a pagar sus penas. Yo soy el nuevo robot-mesías y tengo una misión: vine a redimir los pecados del hombre y deben escucharme.
005: Estoy clavado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Soy un gran conductor de la cadena Telemundo y he ganado fama conduciendo talk shows como Los mejores suicidas, Familias disfuncionales y Los feos también tenemos derecho de amar. Soy una persona elocuente, que ha ganado popularidad; me han pagado bien por mi brillante sonrisa. Tengo la verga de veinticinco centímetros y me gustan las mujeres. Cojo seis veces a la semana, siempre con mujeres distintas. Me agrada que prueben el pito erguido de un artista y se sientan realizadas. Todas aman mi gran verga y piensan que es un regalo de Dios. Piensan que probarme es la mejor manera de estar en contacto con él. Mi verga es una llama erguida: parte cualquier carne y entra en todo lugar. Mi verga es el mismo dedo de Dios dando órdenes: en todos lados está y en todos lados es bien recibida. Me gusta que todo el mundo hable de mí, que digan que soy viril, que mi sonrisa vale un millón de dólares. Estoy esperando mi vuelo con rumbo a Hawái. Un director de cine porno se interesó en mi verga; me ofreció una buena cantidad de dinero por cogerme a un par de mujeres en una playa nudista. No quiero que nadie sepa que voy a participar en una película porno. Puede suceder que mi sonrisa no siga valiendo el mismo precio si alguien se entera. Soy un profesional y tengo todo solucionado. Voy a cubrir mi rostro con una máscara de luchador mientras se filme la película. Sólo espero que mi verga de veinticinco centímetros no me delate y que las mujeres no extrañen mi sonrisa.
006: Estoy sentada en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. No he dormido bien y esto de dedicar mi vida a la literatura me tiene fastidiada: se come poco, se sacrifica el cuerpo, se piensa mucho y se mata a lo que más se ama. Mi esposo me ha guiado hasta este sitio. Me dejó afuera de la sala de pasajeros, donde hacen la revisión correspondiente de tu equipaje y te obligan a que vacíes tus bolsillos en una banda móvil. No entiendo por qué mi esposo no ha dejado de seguirme desde su muerte. Ya me tiene harta, por esa razón voy abordar un vuelo e intentaré olvidarlo. Hace unos momentos fui a la máquina de refrescos porque tengo una sed seca y la maldita máquina no funciona. Recogí mis monedas de la boca de ese aparato y recordé que hoy mi esposo se veía guapo y atento y que sus ojos brillantes por el sol de la tarde me hicieron recordar la noche de ayer, cuando los abrió por última vez frente al brillo de la luna. Yo no quería matarlo, pero se empeñaba en obligarme a que dejara de escribir y a cogerme en horas de trabajo. Recapitulemos: el bosque, un camino estrecho en la penumbra, la lluvia sobre nuestras cabezas, el árbol donde solíamos pasar horas enteras, el brillo de las estrellas sobre nosotros, los labios de mi esposo, su rostro junto al mío, un cuchillo dentro de su vientre varias veces y la boca de la tierra tragando su cuerpo.
007: Estoy clavado en una silla incómoda, en una sala de pasajeros del aeropuerto. Soy un niño miedoso, azorado, enfermizo, de nueve años de edad y que suele orinarse al primer indicio de que algo malo va a pasar. Tengo miedo porque mi mamá ha desaparecido mientras yo leía los comic’s que están en mis manos. Me gustan los comic’s, los amo y tengo una gran colección en mi casa. Pero el ruido de las turbinas de los aviones me aterra, así como me aterra viajar y las grandes alturas y estar rodeado de tanta gente en espacios tan pequeños y verla a los ojos y crearles una y otra historia guiándome con los personajes de los comic’s que están en mis manos. Soy un niño miedoso que sufre de asma y no llevo conmigo el tuvo para jalar aire y reponerme y todo comienza a darme vueltas en la cabeza y no veo a mi mamá por ninguna parte y la sala se va llenando cada vez más de pasajeros y un líquido caliente comienza a correr por mis piernas y creo que voy a llorar porque se me está yendo más y más el aire y no quiero volar y mi mamá no aparece y no va aparecer porque dijo que si me volvía a orinar me abandonaría y las personas no dejan de mirarme porque se han dado cuenta que estoy solo y que no he dejado de crearles historias y simular ser como ellos y el aire se me va, se me está yendo, se me ha ido y no sé cómo detener este dolor en el pecho y la garganta se me reseca y tengo que volver a imaginar que soy otra persona para fingir que no me estoy ahogando.


miércoles, 10 de octubre de 2007

.149.






El lector como un relato en continúa modificación
(sueltos sobre El último lector, de Ricardo Piglia)

Leer es un acto individual, es crearse una historia íntima, en un espacio imaginario donde sólo cabe una persona, un romper la retahíla de mecanismos que imperan nuestro orden social de forma aislada. Cuando se lee, la vida no se detiene; sólo el que lleva a cabo esta actividad se retira del tiempo, ignora su sometimiento real, ignora lo que está a su lado. Lo que sí existe cuando se lee es el espacio, siempre en modificación y construido por libros interconectados, ladrillos unidos que conforman una pared, vampiros refugiados entre la oscuridad de los estantes, lámparas adormiladas, palabras que te llevan a otras palabras, citas y nombres que se tienen que memorizar y reflexionar a solas. El lector como un arácnido siempre en movimiento y construyendo una tela de signos; planea antes de dar un paso adelante, piensa cómo llevar cada vez más libros a su tejido. El lector es un personaje que habita muchos mundos. La lectura es, a la vez, la construcción de un propio universo interconectado con otros universos, un refugio ante las hostilidades del mundo. El lector siempre está en continúa modificación.
Los Formalista proponían ver cómo se construye un texto, reconstruirlo cada vez que se lee, poner parte de uno mismo para finalizar lo que al texto le faltó decir. “La ficción no depende de quien la construye, sino también de quien la lee”.
Volvamos sobre nuestros pasos.
Uno mismo. Un lector, siempre se crea su universo, su Ítaca, su Estado. El lector siempre visto a solas, espiando el mundo detrás de la ventana, lejos, muy lejos de la sociedad. La torre de marfil de Montaigne, es el mejor ejemplo de esto; un espacio en alto, muy cercano al cielo, donde las ideas fluyen mientras se conversa con los otros, con los libros. Aunque para ese lector sólo existen los libros y la razón, no olvidemos que escogió esa torre para ver a los hombres desde lo alto, como un Dios que espía y estudia lo que espía. Si Dios tuviera un libro bajo el brazo, quizá sería más misericordioso; quizá comprendería mejor los actos humanos y se pondría en el lugar del otro. Escribir no sólo es un acto que se fija como fin la otredad. Leer también es ponerse en el lugar del otro, dejar este mundo con la ayuda de la imaginación.
La torre de marfil es, aparte del mejor ejemplo de aislamiento, la idea del escritor ausente. Se dice que Montaigne escribía y tiraba notas desde la última ventana de su torre, como si las ideas fueran recién nacidos en busca de una madre.
Hablemos de algunas actividades mientras se lee.
Un escritor, para Duras, nunca deja de escribir. Mientras vive, escribe. Mientras lee, escribe. Un texto, por más redondo que se piense, nunca está finalizado. El lector siempre escribirá encima de él.
Alusión a las palabras de Piglia: “La lectura es reconstrucción: se diálogo con el texto, se negocia, se le reconstruye la parte o partes que le faltan o las palabras que quiso callar. Leer es crear. La lectura construye un espacio entre lo imaginario y lo real, deforma la clásica oposición binaria ilusión y realidad. El texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión”.
Leemos, escribimos, leemos, escribimos. Una dicotomía indivisible.
El lector en movimiento, activo, entregado a la búsqueda incesante de algo que desea ver o escuchar.
Leemos para estar solos, para alejarnos de las palabras huecas de los demás, de los reales, para crearnos un caparazón enorme que nos hace ver la realidad de otro modo; teñida por los colores de la ficción. Para Nabokov un lector puro es aquel que, mientras lee, se pone en el lugar de quien escribió el texto. Dialogar con el creador para entender las razones que lo llevaron a escribir. Para Tournier no es bueno leer y creerse los personajes, actuar como los personajes. Siempre hay que cuestionarnos por qué suceden las cosas dentro de un texto. Ambos juicios no son desdeñables, ni arbitrarios. Ambos nos conducen a un placer individual, de colectividad. Pero no olvidemos las emociones iniciáticas que nos llevaron ser lectores. En la lectura todo se reduce al romance. Seguimos leyendo porque queremos evocar o volver a sentir lo que sentimos la primera vez que un texto nos trastoco nuestra visión del mundo: los personajes entrañables nunca se olvidan.
Abramos algunas distorsiones.
“Leer de otro modo es leer con libertad y suspiro; es utilizar o usar el texto, disponer de él”. “Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer no siempre el que tiene la mejor vista lee mejor.”
La actividad lectora cada vez más parecida a recorrer un sinfín de pasillos con un sinfín de puertas. Ninguna es la correcta, todas son válidas de existir y deben abrirse.
No hay mejor lector que el miope; el que ve dobles sentidos, espejismos y alucinaciones donde hay puntos o ideas fijas.
“No se trata de de interpretar (porque ya se sabe todo), sino de revivir”.


Algunos personajes celebres para Piglia.
Lector moderno: vive en un mundo de signos; está rodeado de palabras impresas.
Lector adicto: el que no puede dejar de leer, al igual que el lector insomne, el que está siempre despierto; ambos son presentaciones extremas de lo que significa leer un texto. Ambos practican la literatura como una forma de vida.
El lector como héroe trágico: tiene mucho que ver con el lector que lee mal. Un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrar sentido.
Lector visionario: el que lee para saber cómo vivir.



martes, 18 de septiembre de 2007

.148.

Motivado por uno de los textos del Adrián hace un par de días, abrí la página del google y escribí mi nombre y apellidos en el buscador para ver qué hallaba en ese vacío de la red. Después de haber abierto un par de páginas donde están publicados algunos de mis cuentos y donde dan noticias exiguas sobre los premios que me han otorgado, encontré algo más hilarante y curioso, algo que, si tuviera el imaginario de Vila-Matas, sería digno de convertir en cuento. Se trata de otro habitante del blogspot que se llama igual que yo, sí, igual que yo: Joel Flores. Y también escribe. Chaka chakán. Leí el blog para ver si quizá fui yo el que creó ese espacio hace años y no lo actualicé porque perdí la clave, pero no, no descubrí eso, ni nada parecido. Aunque acepto mi mala memoria. El blog de mi doble o bien, de mi tocayo, creo, es más interesante que el mío (¿qué blog no es más interesante que el mío?), puesto que el autor cuenta sus aventuras universitarias sin tapujos ni contenciones. Habla de sus problemas en el semestre que cursa o cursó y cómo los maestros lo someten o sometían a estudiar. Si algún morboso como yo se ánima a rolar por ese blog, denle clik aquí. Un abrazo a todos y no confíen en los políticos.

domingo, 2 de septiembre de 2007

.147.


Siempre es bueno volver a leer teoría y crítica de la literatura. Óscar Tacca opinaba (en La voz de la novela), que no existe escritor sin teoría ni teoría sin escritor. Tras volver a la universidad, en mi material de trabajo semestral hallé un ensayo de Roland Barthes que está vinculado con un cuento de Enrigue (según mi apreciación lectora) que comenté hace una semana. El ensayo se titula (gran coincidencia) “La muerte del autor”. Extraigo unas notas del texto para compartir mi lectura.

01: La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.
02: La escritura es el ejercicio del símbolo: la voz pierde su origen.
03: La escritura persigue fines intransitivos: cuando el autor entra en su propia muerte comienza la escritura.
04: Para Mallarmé es el lenguaje y no el autor el que habla; escribir consiste en alcanzar, a través de una previa impersonalidad, ese punto en el cual sólo el lenguaje actúa.
05: El surrealismo, al aceptar el principio y la experiencia de una escritura colectiva (recordemos los cadáveres exquisitos), contribuyó a desacralizar la imagen del autor.
06: Lingüísticamente hablando, el autor nunca es nada más el que escribe, del mismo modo que yo no es otra cosa sino el que dice yo: el lenguaje conoce un sujeto, no una persona, y ese sujeto, vacío excepto en la propia enunciación, que es lo que la define.
07: Brecht nos habla de un distanciamiento, en el que el autor se empequeñece como una estatuilla al fondo de la escena literaria.
08: El texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura.
09: El escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior nunca original; lo único que tiene es el mezclar las escrituras.
10: La unidad del texto no está en su origen, sino en su destino.
11: El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor.

lunes, 27 de agosto de 2007

.146.




Mascarada, el sexo como un juego trivial
Javier Munguía, Mascarada, Instituto Sonorense de Cultura,
Hermosillo, 2007, 117 pp.







01: El mecanismo de este texto

Durante años me he preguntado qué es lo que hace de un libro de cuentos novedoso. ¿El lenguaje o la temática? Para resolver este problema (es casi inevitable) se tiene que acudir a los tres niveles básicos de la crítica del cuento: qué, cómo y por qué nos lo dice. En el primer nivel se enfoca a delimitar las historias, su dominante, y a extraer los argumentos. El segundo al lenguaje, las fórmulas, los giros, las piruetas verbales y cómo están acomodados los acontecimientos narrativos dentro del cuento. Y el tercero a sacar hipótesis sobre las circunstancias, los aspectos sociales, creativos y las tendencias literarias que motivaron al creador a escribir ese cuento.
Estos tres niveles precisan conectarse uno con otro para que un cuento en particular, o varios cuentos en conjunto, funcionen; uno tiene que enganchar al otro para que sus mecanismos, poleas y resortes no terminen descolocados.
Tres niveles que deben ser, en una sola palabra, indivisibles.

02: Viñetas o cuentos cortos/revelación

El libro de cuentos Mascarada, de Javier Munguía, está integrado por treinta y nueve cuentos. Algunos logran configurarse en estos tres niveles, pero también hay cuentos que no logran definirse dentro de lo mencionado: son esbozos de cuentos; conflictos puestos sobre la mesa, sin resolución alguna. Mascarada está construido por cuentos cortos, que delatan que el autor no se inclina por los artificios narrativos y no muestra pretensión de innovar mientras escribe. Un gran acierto: el gesto ágil y conciso vale más que las piruetas verbales.
Pero este tino no logra consolidarse dentro de Mascarada. La prosa de Munguía propone al lenguaje como una cuestión de segundo plano; sus cuentos nos hacen suponer que para él tiene más peso el contenido que la forma.
La forma y técnica del cuento corto es antiquísima y quizá una de las más difíciles de trabajar por la concisión y exactitud expresiva que demanda. Chéjov, en sus cartas a Gorki, definió, con estas u otras palabras, así este género: “El cuento es como una cuenca de vidrio que sólo debe capturar un reflejo lo más definido y fiel posible, ni un destello que sobre, ni uno que falte”.
En los cuentos de Munguía existe un hilo muy delgado que los hace estar dentro y fuera de esta concepción. “Circo porno”, “Amor de emergencia”, “El duelo” y “El consumo del arte” muestran tramas bien planeadas, personajes claros, desenlaces que no logran vislumbrarse, pero que alcanzan dos cometidos: finalizar una historia; fragmentar un episodio temporal.
El cuento corto por antonomasia puede definirse en una metáfora: el destello revelador de luz en plena oscuridad. Munguía lo sabe, pero en buena parte de su compendio no maneja la carta acertada. En “Buenos modales”, “Los amantes”, “Familia de la semana”, “Águila”, “Niños” y “Muerte al alcance de los niños”, por nombrar algunos, son sólo viñetas: el ojo que captura el episodio no está bien definido y soportado. La puesta en escena del argumento que utiliza no da frutos, sólo se presenta como una idea anquilosada: un personaje que habla y habla y un final que se suspende sin dar símbolos que inviten al lector a descifrar los motivos que lo obligaron a entonar su soliloquio.
En la narrativa quien manda es el narrador. Un libro de treinta y nueve piezas puede ser delicioso, si su narrador tiene la facultad y pericia suficiente para captar varios episodios, de un mismo tema, desde distintos ángulos sin forzar la imagen que captura y tener su lente bien pulida. De lo contrario, el libro será una pretensión creativa que caerá en el fallo, en un esbozo de libro.
Mascarada delata un molde repetitivo en la mayoría de los cuentos: ellos están anillados con otros por su temática y por el parentesco no velado entre los personajes y los conflictos en que están inmersos. La mayoría están narrados por el mismo tono de voz:

…Yo me acercaba a ella y le besaba un pecho, con premura; luego, el otro; luego, el animal insomne de su sexo… (Párrafo inicial de “Amor de emergencia”).

…Mientras, uno de los hombres penetraba por la vagina a la mujer, el otro le abandonaba el sexo en su boca… (Párrafo inicial de “Circo porno”).

…Lo primero que me atrajo cuando ocupé un escritorio en el periódico en que ambos trabajábamos como correctores matutinos fueron, para qué negarlo, sus pechos: demasiado grandes para su cuerpo delgado… (Segundo párrafo inicial de “El Duelo”).

…Era pequeña, frágil, de pechos breves… (Inicio de “Rosas para Anita”).



Existe un tema dominante en Mascarada: el cuerpo como vehículo de placer. En el noventa por ciento de Mascarada existe una voz que se apresura a hablarnos de sexo, de senos, de nalgas, de penes, de vaginas. Siempre usando como pretexto los conflictos de pareja, el amor juvenil no correspondido.
En esta colección de cuentos descubrimos una y otra vez las mujeres que no quieren ser penetradas y los hombres que quieren penetrar a cualquier instancia. Siempre hay un interés por parte de Munguía: convertir al sexo en acción, más no en seducción. Los mejores textos sobre el sexo o el cuerpo son los que invitan al lector a deducir o reflexionar sobre el erotismo y sus formas.


03: ¿El filo del metal o el pan dulce?/el sexo como un juego trivial

El asunto anterior nos lleva a ahondar más en el lenguaje. Como lector me pregunto: ¿qué sucede cuando se tiene un argumento que se apuntala para ser escrito y no se tiene a la mano el lenguaje indicado para escribirlo? Este problema es equiparable con el oficio de repostería: el pan, por más fresco y dulce que se encuentre, termina mal rebanado si el filo del cuchillo no está listo. Tema y lenguaje no logran definirse en su totalidad, ni intercalarse en los cuentos de Mascarada. Todo escritor, para dar noticias de su mundo con la escritura, debe afinar hasta el mango su lenguaje; pulir los adverbios y matar las rimas y repeticiones que habiten su estudio.
Todo el oficio del narrador se reduce a la orfebrería: limpiar, pulir, limpiar, pulir. El lenguaje en Mascarada siempre tiene tropezones. Bastaría con leer el inicio del cuento “Los amantes” para hacer hincapié en el asunto:

“Le dije a Jovana, una tarde en que, mis manos en sus caderas y las suyas en mis hombros, reía hermosa y limpiamente de pura felicidad o tontería, o de la feliz tontería que era estar juntos, riéndonos, que extrañaba su risa de otros tiempos: aquella risa de otros tiempos…”

Raymond Carver, uno de los escritores que ha actualizado el cuento corto, estableció que todo cuento con esta tendencia estética debe enfocarse así en el lenguaje:
“Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.” El cuento corto siempre debe ser ágil, veloz, conciso, individual y debe evocar las imágenes indispensables de principio a fin.
No cabe duda que algunos cuentos de Mascarada nos hacen soltar una risotada y nos mantienen en el filo de la silla esperando qué sucederá, pero sus desenlaces y tratamientos narrativos son algo comodinos: se apresuran a decirnos mucho y a vislumbrarnos poco, a repetir el mismo tema, a cortarlo siempre con el mismo lenguaje, a retomar siempre personajes jóvenes, a narrarlos todos con la misma voz.
Al terminar de leer este compendio de cuentos me percaté de que hace falta más que eso para ser inmoral, irreverente. Más de una vez descubrí que a Munguía se le escapó, consciente o inconscientemente, el adolescente precoz que todos llevamos dentro. El adolescente cuyo único tema de conversación es el deseo del cuerpo femenino:

…Me encantaba besar los pezones grandes, oscuros y erectos de Laura, su cabello negro, intenso, su delicado cuello, su sombreado y generoso pubis, sus piernas rotundas, sus nalgas. Lo único que empeñaba mi felicidad era pensar que, mientras yo la besaba y después, cuando ella me retribuía el gesto, Laura debía mirar y luego besar un cuerpo anodino como el mío… (Fragmento de “Cuerpos”).

La contención, la variedad de temáticas y una claridad estilística siempre son factores que deben ofrecer un libro terminado. Una imagen bien delineada y limpia vale más que mil palabras. Como lector, me entrego más a un libro erótico que desde su inicio ofrezca un erotismo oculto, silencioso como la imagen de una mujer desnuda sentándose en un plato de leche sin ceder a la penetración apresurada (Simone, personaje de Historia del ojo, de Georges Bataille) que a colecciones de historias tratadas por un lenguaje que no da oportunidad al lector de indagar en el erotismo como el objeto de una búsqueda sicológica.







martes, 21 de agosto de 2007

.145.







Estos últimos días he estado releyendo a uno de los escritores más talentosos de México y con el que se puede contar cuando uno se siente perdido en su círculo de lecturas y no sabe con quién correr. Hipotermia, libro de cuentos de Álvaro Enrigue (1969), tiene un cuento, perfectamente estructurado y ilustrativo, donde podemos hallar la poética del autor ejemplificada con la historia sobre Ishi, un indio yaqui de Oroville, último de su especie y digno de habitar un museo aunque haya traicionado a su tribu. No me gustaría regalarles la trama. Prefiero invitarlos a que acudan a este compendio de cuentos y en especial al cuento que menciono: “La muerte del autor”. En él se hallan varias explicaciones sobre la literalidad dentro de un cuento, que significa, a palabras de Enrigue: “quiere decir lo que quiere decir y no lo que yo quiero que diga”. Una suerte de inferencias que muestra todo buen cuento a un lector y que va en contra de toda explicación sobrante y descolocada dentro de cualquier cuento. Les dejo un par de frases que extraje de esta pieza:

00: “elaborar metáforas de una historia que significa por sí misma es como amar el amor: por intensillo que parezca al principio, siempre acaba mal.” (129)
01: “tanta literalidad puede acabar siendo nociva, aunque no sé para qué.” (p. 130)
02: “leer un cuento, o un pedazo de novela en público es casi siempre una lección sobre por qué no hay que ser escritor si a lo que se aspira es a la fama.” (p. 130)
03: “hay una historia, ésa sí muy buena, que cuenta Bernardo Atxaga. Dice que un día, caminando por un pueblo de su región natal en el País Vasco, se encontró de pronto junto a una puerta con un agujero y un viejo. Hablaron un poco y al final el viejo le preguntó que si sabía por qué había un hoyo en la puerta. Será para el gato, dice Atxaga que respondió. No, le dijo el hombre, lo hicieron hace años, para darle de comer al niño que se convirtió en perro después de que lo mordió un perro.” (p. 134-135)
04: “los cuento que me gustan, los que me vuelven loco de ganas y envidia de escribir así, tienen la lógica deslumbrante del viejo vasco: les falta un pedazo y esa falta los transforma en una mitología, apelan al mínimo común denominador que nos hace a todos más o menos iguales.” (p. 135)
05: “a veces escribir es un trabajo: trazar oblicuamente el camino de ciertas ideas que nos parece indispensable poner en la mesa.” (p. 137)

domingo, 19 de agosto de 2007

.144.



Hace un año, entre la canción Loser, de Beck, dentro del bar Iguana, platiqué con Omar Pimienta sobre la frontera y la escritura. Horas antes de esto lo escuché leer un par de poemas sueltos en el Teatro Metropolitano. Hablamos de la sugestión que provocó en mí un verso suyo. Según mi mala memoria, decía esto: Tijuana ha tragado mi lengua”. Desde antes yo había visto Tijuana como una ciudad exótica, donde dos culturas no se funden sino chocan, donde los habitantes tienen más privilegios tan culturales como tecnológicos porque hablan dos idiomas y tiene a un país primermundista a su lado. Pero a la vez, y es lo inconcebible, corren el riesgo de ser tragados por ese otro. Esto me hizo admirar aún más a los escritores de la frontera, porque no se limitan a escribir sobre la plataforma en la que escriben, porque no se contienen a hablar de Tijuana una y otra vez mientras escriben. Yo aún no puedo hablar de Zacatecas. Entre la plática y las cervezas Tecate, Omar me contó una historia que me sugestionó aún más:



“de niños jugábamos al fútbol frente al muro. cuando se volaba el balón nadie quería saltar por ellos porque sabía que no iba a regresar. Muchos balones se nos perdieron en la niñez.”



Esa noche terminamos, Tryno, Gaby, la poeta Caballero, Omar y yo en un bar Heavy Metal tomando más cerveza Tecate. El día siguiente yo partí para Zacatecas y la charla se quedó pendida en la memoria.



Hace una semana volví a ver a Omar en Monterrey. Platicamos en un restaurante junto a otros compañeros del encuentro de escritores. Entré la charla me dijo algo que hoy, más que nunca, se me presenta mientras leo su último libro de poemas:



“leo los poemas en voz alta, una, dos, tres veces con detenimiento. al final reduzco el poema sólo a la frase que quedó en mi memoria”



Terminamos de comer y me despedí de Omar, puesto que me tocaba leer en la siguiente mesa del encuentro y necesitaba ir por mi carpeta a la habitación del hotel. Al finalizar mi mesa, Omar me regaló su libro de poemas La libertad: ciudad de paso (CONACULTA/CECUT). Y lo he terminado de leer hace unos momentos. Gracias, Omar. Me gustaría decirles dónde se puede hallar este ejemplar, pero no lo sé. Les dejo un par de sueltos que vienen en el libro para que conozcan una parte de él y se animen a conseguirlo.



VII



El Vale cruzaba mota para estrenar Air Jordan’s en los partidos.
Al último juego de las finales simplemente no llegó.
Le dieron un día por cada libra.

Ganamos de cualquier forma
el Pato andaba ON FIRE.



De regreso



Tijuana me fue a recoger al aeropuerto, la encontré fea;
camino a casa me habló seca, de golpe.

Me preguntó sobre el viaje (encendía un cigarro);
pensaba en todo menos en mí

Me volví a enamorar como un armadillo cruzando la carretera;
consciente que del otro lado sólo hay más desierto.



Calle Once y ferrocarril

Quedarme quieto.
Pasa el tren por las calles de La Libertad

Los durmientes son barrotes que sostienen el mundo.
Deberíamos ser durmientes, como vías nos hemos perdido;
como vagones descarrilado.

El metal que gira grita con el metal que me guía.
Los carros se enojan.
Me tapo los oídos y recuerdo el zapato de un niño atropellado,
monedas aplastadas sobre la vía…







martes, 7 de agosto de 2007

.143.

III Encuentro de Jóvenes Escritores del Norte y Sur de Estados Unidos











Después de una semana de chamba y desveladas, parto para Monterrey al III Encuentro Jóvenes Escritores del Norte. Estaré allá el 8,9,10 y 11 de Agosto. Este año me volvió a tocar leer obra. Así que llevaré uno de esos cuentillos cortos pero poderosos y expansivos. Ayer me compré un caballo para llevármelo al encuentro. El evento se efectuará en el Teatro metropolitano, muy cerca del Barrio antiguo. Para saber más denle clik a la imagen. Un abrazo a tod@s, nos vemos en el norte.







viernes, 3 de agosto de 2007

.142.

.Cristal.





Primero, hay que remover la rosquilla metálica de un foco, vaciar un poco de polvo, prender el encendedor ubicando la flama en la concavidad de la bombilla. Soltar un suspiro. Oler. Oler la combustión del cristal, lo absurdo de las sustancias. Silencio. La marcha del tiempo mengua. Debes capturar el humo con parsimonia.
Segundo, ve a tu acompañante chasqueando algunas palabras. Emite una risa mentirosa. Se levanta de la silla con torpeza, se dirige al estéreo, pone algo de acid jazz. Vuelve a sentarse frente a ti, habla de Burroughs, de Wells, sobre sus manías y las drogas duras consumibles en los años sesentas. Sientes la conversión del humo en infinidad de vías lácteas, tu cuerpo como una estela desorbitada, las palabras como quien ve constelaciones luminosas. No distingues la forma de los objetos. Los personajes o aptitudes que adoptas a diario te asaltan como múltiples yo. Te trasladas a un circo en el que domas fieras con ansia de una conversación. El tiempo sigue su marcha.
Pegas de nuevo la boca en la bombilla para evitar el sopor. Hay un punto, un centro en el mundo, ahora estás en él, no hay movimiento, ni aire, nada. Olvidas el circo. Descubres que estás despegando con lentitud. Vuelves a absorber el humo. El foco es el seno, el atractivo de Cristy, la hermana de tu compañero de viaje. Las miles de ideas que te rodean se disipan. Deseas sexo, sexo gritan varías voces dentro de ti. No te importan para nada los libros de tu alrededor. La biblioteca se ha convertido en un cuarto oscuro con miles de anuncios luminosos. Las Vegas. La música aumenta su volumen. Sigues deseando sexo. Se abre la puerta del estudio, entra Cristy, da un beso en la resequedad de tus labios y pregunta si aún hay más cristal. Pasas la lengua por tus dientes para sentir la caries. Contemplas sus piernas, sus circulares y diminutos senos. Sus ojos se ven como dos lunas resplandecientes. Su rostro se ve ahíto por el influjo de los químicos. Lleva puesto el uniforme escolar y en tu cabeza ha permanecido el deseo de penetrarla con esa ropa. No respondes su pregunta. La tomas de la nuca, inclinas su cuerpo en tus piernas y bajas tu pantalón hasta las rodillas. Su hermano no se opone. La cambió por un poco de ácido. Cristy acomoda su cabello a un lado y apunta los labios a tu miembro, lo introduce de manera cariñosa a su boca. Tu pene se convierte en una hidra y la saliva de Cristy está compuesta por microsanguijuelas que se clavan en tu piel. Comienza a apretar tus muslos con sus manos, acaricia tu abdomen, te hace cosquillas en el glande con su lengua. Un sol rasga tu piel. El inmenso sistema solar levita dentro de la biblioteca. Lo construido por la droga se paraliza. Uno de aquellos leones de circo se desploma. No hay Cristy. El estéreo toca Glory Box y tu interlocutor habla y habla sin despegar su boca de la bombilla. La combustión danza cerca de sus sienes. No entiendes nada. Su balbuceo son golpes que te provocan un knockout. Giras tu cabeza para buscar el pasado y construir el presente con él. Preguntas por su hermana, dónde está. ‘Mi hermana no, mi hermano sí. Cristy no, sí Cristy sí, el hombre delgadito, hosco, incomprendido no, transformado sí, no hay pierde es tuya no, todo tuyo sí’. Ríes, ríes como un ebrio. Sabes que es una broma. Después habla de cambio de sexo: ‘Sufrió como el jorobado, es el jorobado, lo encerramos en su recámara y lo dejamos salir hasta que aceptara su monstruosidad’. Te carcajeas. Su risa te confunde. Agrega que tiene los comprobantes y las fotos de la operación. Que todos los novios de Cristy han caído en la trampa. Vuelves a carcajear, ahora te atragantas con tu saliva. Tus ideas se encuentran perdidas. Tu compañero sigue aferrado con su soliloquio. Intentas seguir los pasos de su viaje. Suena estúpido que Cristy sea un transexual, un engaño. Brota tu aversión, el odio, el trauma hacia todos aquellos afeminados que caminan con ademanes idiotas. Te causa asco. Crees que te han visto la cara. La droga desperdiciada en este par de avionetazos no es más que una estrategia para llevarte a un aterrizaje forzoso.Inicia otro desdoblamiento. Aceptas sin reparar en nada. Le pides que te lleve a ver a Cristy. Tu estómago comienza a revolverse. Náuseas. Los síntomas del cristal no reducen su ímpetu. Te pegas a la bombilla mientras tu interlocutor cruza la puerta de la biblioteca. Lo sigues con el foco en la mano. Toma dos vasos y sirve un poco de agua, te da el tuyo. Ambos beben, terminan rápido. Tararean una melodía, no saben bien cuál es. Dejan los trastos en el fregadero. Vuelves a seguirlo, ahora hasta la recámara de Cristy. Antes hay un par de escaleras, las suben, siguen tarareando la canción. Termina el desdoblamiento y piensas que todo puede ser una mentira y seguirán quemando el cristal.Un extraño silencio te estremece. Tienes un mal augurio. Faltan dos pasos para que entres a la recámara de Cristy. Tu compañero se detiene, te quita la bombilla y dice con palabras entorpecidas: ‘Pásele, señorita, las damas siempre son primero’. Al cruzar la puerta enfocas tus ojos a una cama, ahí se encuentra Cristy, desnuda, con su pelo grifo y su sonrisa infantil.Te sientes tranquilo. Ella te espera.Das tres pasos más para abrazarla. Cristy sonríe, se para y camina como si fuera una modelo de pasarela: mueve sus caderas, alinea su rostro hacia el tuyo, sus manos las mantiene detrás del culo como si ocultara un regalo. Corres hacia ella para tumbarla en la cama. Sientes un tirón en tu espalda. El hermano te jala la camisa con violencia, te amaga. No puedes hacer nada contra esos músculos. Gritas que te suelte, así no había sido el trato. Gritas que si no lo hace no habrá drogas. Volteas hacia Cristy, hacia su rostro en pequeños close-up. Ella comienza a reír y alza sus manos para descubrir un revólver que guarda tras su culo. Lo apunta a tu frente. Su hermano te amaga para extraer la metanfetamina que llevas en el bolsillo de tu camisa. Ves el cañón de la pistola en medio de tus cejas. Cristy agrega más presión, grita que si ya todo está bien, sonríe como un demonio, sus manos tiemblan, el revólver cascabelea. Le dices que esto no puede ser, que es un juego, un mal juego y que no puede ser así. Todo lo que tienes será de ellos, repites, gritas. Pero un rugido suena desde las entrañas del revólver…




También puedes leer este texto en Homines, portal de arte y cultura.

domingo, 29 de julio de 2007

.141.

"grito ahogado en el cadalso"



"el mecanismo de la memoria"






"la rosa de las bocas"




Resquicios interiores, la insistencia de los recuerdos
(texto que abrió la exposición del pintor Néstor Medina)






Recuerdo/Memoria:
Resquicios interiores oscila entre dos interpretaciones personales: la deformidad de las imágenes causadas por el olvido, y la distorsión de las imágenes gracias a la imaginación. La imagen como un conjunto de objetos, personajes y episodios que suceden en la cotidianeidad o en los sueños y se transforman en estas piezas pictóricas como símbolos que nuestra memoria e imaginación podrá identificar: la pared descarapelada, la cortina vieja, el vidrio roto, la madera hinchada, la tinta sobre la tela raída, la lágrima infantil al caer al suelo, el caballito de madera de la infancia, el granero donde lográbamos desfogar nuestra amargura, la cita en la azotea como nuestro primer encuentro amoroso y el desequilibrio invernal sin aviso previo.
La memoria, como se logra descifrar en uno de los cuadros de esta colección, muestra un mecanismo delicado: almacena fragmentos del tiempo. Fragmentos que se convierten en recuerdos y se abultan en las filas doradas de nuestra mente. Recuerdos que se compactan y se agolpan en un sólo recuerdo para conformar Resquicios interiores.

Por ejemplo/configuración de varios recuerdos en uno:




En “Camino a Nostic”
tuve la “Sinopsis de un encuentro”
conocí “La rosa de las bocas”
en un “Paseo dominical”
lo llevo en mí como un “Último presente”
“Un grito ahogado en el cadalso”
Conocimos a “Un burro de dos mundos”
y lo capturamos con la ayuda de un “Tripié bajo un cielo de verano, una postal para Lilia”
El “Desequilibrio invernal” nos tomó por sorpresa
Nos refugiamos en “La luz interior de un granero”
como dos peses desprotegidos en una “Pecera de cristal”
Influidos por una larga “Sinfonía batracia”
formamos el “Resquicio de un camino interrumpido”.


Yo/tú, mi rostro en tu rostro:
Para disfrutar Resquicios interiores el espectador tiene que poner de sí. Nestor Medina nos invita a adentrarnos a esta colección de veinte cuadros como si se tratara de un bosque minado por símbolos escondidos. En cuanto menos lo esperemos saldrán a flote para convertirse en lo que nuestra imaginación pueda descifrar. Nestor no utiliza formas definidas, ni una intención por adentrar a su público en una figura humana. Su propuesta es crear personalidades y espacios vacíos para que cualquiera pueda ocuparlas o ocuparlos. Este sistema creativo está vinculado con las teorías de cuando emisor y receptor se funden para ser uno solo: la imagen siempre va adoptar la forma que el espectador quiera interpretar o el personaje que quiera ser. No existe obra si el espectador no descifra el mensaje del creador. El artista en el lugar del 0tro. Aventurémonos a pensar que Nestor Medina le otorgó un sentido preciso a su obra, pero no único. El espectador siempre va a completar mentalmente la figura que terceros le invitan a ver, y así ser parte del otro.
Ecos ajenos en tu voz:
En Resquicios interiores escuchamos la voz dulce, alegre y codificada de tres artistas: el realismo pictórico y las tonalidades alegres de Chagall. El geometrismo no muy explicito y difuminado de Picasso y la expansión y deformidad de figuras de Lilia Carrillo. Las voces se unen para crear una sola melodía. La melodía mágica y alegre de Resquicios interiores. Hay una justificación velada. Los cuadros de Nestor se perfilan en esta máxima: cualquier creador, por más talento que se jacte de tener, siempre terminara bebiendo, de manera directa o indirecta, de los elixires de sus antecesores. No olvidemos que esta es la historia del arte: la tradición está para ser retomada, jugar con ella, obviarla y configurarla en la actualidad con un estilo propio, individual. De lo contrario, cualquier creador está condenado a repetir los moldes que nunca se atrevió a conocer y a vivir con una voz indefinida.
La apuesta de Nestor apunta a tener una voz propia entre los ecos que la cubren. A pesar de que es su primera exposición individual, el aroma de estos cuadros es agradable: persiste en invitarnos a hacer un viaje a nuestros recuerdos y ha recordarnos a que el humano esta construido por ellos.
Larga vida a nuestros Resquicios interiores.




Joel Flores
19 de julio de 2007
Zacatecas Zac.


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