.Huracán: bar violento e intolerante.
Ayer por la noche, después de la presentación del libro Dios es redondo del brillante Juan Villoro, acudimos Veremundo, su novia Ana, su hermano David y yo al Bar el Huracán que se encuentra cerca de San Agustín, en Zacatecas, lugar donde escribo. Acudimos al sitio como lo habíamos hecho semanas atrás, por ser barato, porque es uno de los bares nuevos, porque en esta inane ciudad hasta un bar con dibujos y mantas kitsch del Huracán Ramírez funciona para atraer gente. Platicamos en el sitio cerca de dos horas y bebimos poco, puesto que al día siguiente nuestras labores como estudiantes y maestros no nos dan el lujo de hacerlo de otro modo. Ana fue la primera en despedirse. Vimos conveniente pedir la cuenta y acompañarla a su casa. El mesero se tardó en llevarnos la nota de consumo. En ella descubrimos una cantidad demasiado alta, que superaba el presupuesto de los cuatro. Le pregunté al mesero si aceptaba tarjeta de crédito, sin percatarme si en realidad eso habíamos consumido. Al ver su negativa Veremundo fue a extraer dinero de un cajero automático cercano y a acompañar a su pareja al taxi. No tardó mucho, David y yo nos tomamos otras dos claras, hicimos cuentas de lo que cada uno se había bebido y concluimos que no cuadraban. A los pocos minutos regresó Veremundo. Volvimos a pedir la cuenta. Esta vez la tardaron aún más, a pesar de que sólo había dos mesas en el bar. Al tener de vuelta la nota volvimos a ver lo que cada uno había tomado; descubrimos que estaba mal hecha la suma y agregaban bebidas que no habíamos pedido. Veremundo, el más diplomático de los tres, decidió hablar con el encargado del lugar (un tipo de estatura baja, fornido, de cabellos teñidos de color naranja y de expresión algo vulgar que estaba detrás de la barra), mientras yo me despedía de dos conocidas de la mesa contigua y David iba al baño.
Al ver que el encargado se crispó mientras Veremundo le aclaraba el malentendido de las notas, la charla se trocó en una discusión que no pintaba para bueno y ambos se levantaron la voz. Decidí enfriar los ánimos acercándome a la barra. Le pedí al dependiente que le preguntara al mesero que nos atendió si no se había confundido con las cuentas. Sin embargo, la actitud del tipo fue enérgica; argumentó que en su bar el único que tenía la razón era él y que nosotros íbamos a pagar la cuenta, hubiéramos consumido o no lo que se leía en la nota. Veremundo le entregó el dinero contestándole que no era forma de pedir las cosas. El tipo comenzó a amenazarnos, Veremundo le contestó. El tipo se quitó el mandil, abrió la puerta de su barra mientras íbamos saliendo del Huracán y alcanzó a mi compañero para atestarle un cabezazo que lo dejó sangrando. Al meterme en medio de la pelea el agresor se la pensó dos veces en golpearme, no por que sea un hombre de pectorales prominentes y bíceps espartanos; si bien, soy un chico enclenque, al que le fallan los reflejos; soy miope y llevaba puestos mis anteojos. David acababa de salir del baño y tomó al agresor para tranquilizarlo mientras intentaba seguir golpeando a Veremundo.
Del bar a salieron los pocos clientes. El tipo siguió gritando amenazas, escupió una o dos veces al suelo, volvió a retar a nuestro amigo a que concluyeran la pelea y dijo: Los tres me la pelan. Tomé a Veremundo hacia mí, puesto que la sangre no dejaba de salir de su boca y nariz; seguro le han fracturado algo, pensé. El David paró un taxi y nos fuimos para el IMSS más cercano, donde estuvimos un par de horas durante la madrugada, esperando a que atendieran al Vere. Y éste, como otro día más en esta ciudad (para unos, cómico, para otros, inverosímil), fue un día terrible…