sábado, 31 de marzo de 2007

.111.

.Huracán: bar violento e intolerante.






Ayer por la noche, después de la presentación del libro Dios es redondo del brillante Juan Villoro, acudimos Veremundo, su novia Ana, su hermano David y yo al Bar el Huracán que se encuentra cerca de San Agustín, en Zacatecas, lugar donde escribo. Acudimos al sitio como lo habíamos hecho semanas atrás, por ser barato, porque es uno de los bares nuevos, porque en esta inane ciudad hasta un bar con dibujos y mantas kitsch del Huracán Ramírez funciona para atraer gente. Platicamos en el sitio cerca de dos horas y bebimos poco, puesto que al día siguiente nuestras labores como estudiantes y maestros no nos dan el lujo de hacerlo de otro modo. Ana fue la primera en despedirse. Vimos conveniente pedir la cuenta y acompañarla a su casa. El mesero se tardó en llevarnos la nota de consumo. En ella descubrimos una cantidad demasiado alta, que superaba el presupuesto de los cuatro. Le pregunté al mesero si aceptaba tarjeta de crédito, sin percatarme si en realidad eso habíamos consumido. Al ver su negativa Veremundo fue a extraer dinero de un cajero automático cercano y a acompañar a su pareja al taxi. No tardó mucho, David y yo nos tomamos otras dos claras, hicimos cuentas de lo que cada uno se había bebido y concluimos que no cuadraban. A los pocos minutos regresó Veremundo. Volvimos a pedir la cuenta. Esta vez la tardaron aún más, a pesar de que sólo había dos mesas en el bar. Al tener de vuelta la nota volvimos a ver lo que cada uno había tomado; descubrimos que estaba mal hecha la suma y agregaban bebidas que no habíamos pedido. Veremundo, el más diplomático de los tres, decidió hablar con el encargado del lugar (un tipo de estatura baja, fornido, de cabellos teñidos de color naranja y de expresión algo vulgar que estaba detrás de la barra), mientras yo me despedía de dos conocidas de la mesa contigua y David iba al baño.

Al ver que el encargado se crispó mientras Veremundo le aclaraba el malentendido de las notas, la charla se trocó en una discusión que no pintaba para bueno y ambos se levantaron la voz. Decidí enfriar los ánimos acercándome a la barra. Le pedí al dependiente que le preguntara al mesero que nos atendió si no se había confundido con las cuentas. Sin embargo, la actitud del tipo fue enérgica; argumentó que en su bar el único que tenía la razón era él y que nosotros íbamos a pagar la cuenta, hubiéramos consumido o no lo que se leía en la nota. Veremundo le entregó el dinero contestándole que no era forma de pedir las cosas. El tipo comenzó a amenazarnos, Veremundo le contestó. El tipo se quitó el mandil, abrió la puerta de su barra mientras íbamos saliendo del Huracán y alcanzó a mi compañero para atestarle un cabezazo que lo dejó sangrando. Al meterme en medio de la pelea el agresor se la pensó dos veces en golpearme, no por que sea un hombre de pectorales prominentes y bíceps espartanos; si bien, soy un chico enclenque, al que le fallan los reflejos; soy miope y llevaba puestos mis anteojos. David acababa de salir del baño y tomó al agresor para tranquilizarlo mientras intentaba seguir golpeando a Veremundo.

Del bar a salieron los pocos clientes. El tipo siguió gritando amenazas, escupió una o dos veces al suelo, volvió a retar a nuestro amigo a que concluyeran la pelea y dijo: Los tres me la pelan. Tomé a Veremundo hacia mí, puesto que la sangre no dejaba de salir de su boca y nariz; seguro le han fracturado algo, pensé. El David paró un taxi y nos fuimos para el IMSS más cercano, donde estuvimos un par de horas durante la madrugada, esperando a que atendieran al Vere. Y éste, como otro día más en esta ciudad (para unos, cómico, para otros, inverosímil), fue un día terrible…

viernes, 30 de marzo de 2007

.110.

(fragmento del cuento Simulador)









Una semana más. La casa Usher se hundía. La fachada se infestó de hongos, el estanque se llenó de juncos enfermizos, se convirtió en una reserva de agua fétida y detestable; daba miedo acercarse a él. Roderick se volvió un hombre áspero y lascivo, por no tener la droga a su alcance. Sólo tener relaciones sexuales con su hermana lo relajaba. Llegó la carta de M, por la noche, y contenía lo siguiente:

Querido amigo, las cosas por acá son frías, ha llegado el otoño y mi cumpleaños. Como sabes, esta pequeña ciudad es muy helada. Su arquitectura de cantera funge como un caparazón térmico. Me reconforta el saber que te sigues acordando de mí. Cuando una se encuentra sola en el mundo, lo único que busca es la comunicación, hablar con quien sea, contar cosas nuevas. Tú sabes, desde siempre he sido una vieja solitaria y a pesar de que dicen que tengo una posición económica envidiable, la gente me ve con desdén por ser tan introvertida. Como te acordarás, este día cumplo los cincuenta y tres años. Mis hijas organizaron una gran fiesta. Invitaron a gente aristócrata y otras cosas. Cuando se llega a mi edad celebrar los años ya no es grato. Es una pena ver ante el espejo ese rostro viejo, desconocido. Mi cuerpo está inservible. La carne se ha marchitado.
¿De qué sirve el cuerpo si la vida misma lo desvigoriza hasta descomponerlo?
Sí, J, ¿de qué sirve?
Tal vez no lo puedas notar: me encuentro nauseabunda. Pero aclararé: el hecho de que me haga vieja no es lo que ahora me altera. No.
Tú serás de los únicos en saber: espero la muerte sin miedo. Lo que venga en futuro lo aguardo sin dolor.
Hace algunas noches estuve soñado con un hombre italiano. Nunca lo había visto en mi vida. Yo estoy siempre acostada en mi cama y él se la pasa escribiendo a mi lado. Cuando habla, sus palabras están calibradas, son exactas como la voz de un poeta. Recuerdo: en el sueño de ayer lo miré con detenimiento y le pregunté qué hacía junto a mí. Lo hice con tanta agresividad que volteó a mirarme con sus ojos miopes y dijo: ‘La muerte tiene una mirada para todos’. Y me desperté azorada.
¿Qué podrá ser eso, J? ¿Quién será aquel hombre?
Pregúntatelo tú, la muerte no significa ya nada para mí.
Cambié de médico, te conté mis razones en la misiva anterior. Hace una hora salí de su consultorio. Le platiqué sobre mi consumo de opio en la clínica que trabajabas. ¿Recuerdas? Donde nació nuestra amistad. Después le informé sobre mi consumo de la hoja de coca, lo que pasó con el doctor R y sobre la inhalación del extracto. Me preguntó cuánto tiempo llevaba haciéndolo y cuánto inhalaba a diario. Terminé de contar mi historia. Me preguntó si tenía continuos sangrados nasales, mareos y dolores fuertes de cabeza.
Y sí, J.
La migraña que ahora me ataca se ha transformado en un marro que golpea mis neuronas sin detenerse. Es insoportable. El sangrado es hostigoso, difícil de frenar. Hace un par de horas fue mi fiesta, mi último cumpleaños. En la comida, mientras tomaba con el tenedor un corte de lomo para introducirlo a mi boca, gotas de sangre cayeron al plato. Gotas espesas. Gotas que anunciaban mi fuga de este mundo. Me levanté desaforada y fui al baño. Imagina el rostro de todos. Una de mis hijas estuvo a mi lado hasta que el flujo cesó. El dolor de cabeza fue tan intolerable que me orilló a ir con el médico.
Hace unos momentos, J, me acabo de dar cuenta de todo. Después de un estudio neuronal, me informaron que tengo destrozada más de la cuarta parte de la corteza externa de mi cerebro. Mi nariz, mis vasos nasales están atrofiados.
¿Cuál es el motivo?
La cocaína se puso al mercado hace varios años y algunos neuróticos la descubrimos hace poco. Su venta era excesiva y algunos distribuidores, entre ellos el medico R, no se daban abasto en su negocio. Sus fuentes de abastecimiento redujeron. A la vez, el efecto de su droga perdía filo y los consumidores se volvieron más resistentes a los síntomas, entre ellos yo. R se dio a la proeza junto a otros especialistas, explicó mi nuevo médico con detenimiento, a solucionar el asunto mezclándole al extracto éter, analgésicos, y lo que es peor, residuos de vidrio molidos finamente. Así, al momento de inhalar esta mezcla, el vidrio perfora las arterias y el extracto llega a las neuronas con más violencia y profundidad. Por esa razón los sangrados son consecuentes. Cuando vuelva a ver los coágulos de sangre fluir de mi nariz, estaré tentada a pensar que mi cerebro escurre por mis fosas nasales.
Me alivia saber, gracias a tu misiva, que tú no has consumido la droga que te mandé los últimos días. Gracias a eso no eres ahora víctima de este infierno. Me siento tranquila. No me convertí en verdugo de nadie. He pensado en denunciar a R. ¿Qué ganaría? No tengo ánimos de luchar. Ya no hay salida, J.
No quiero que se divulgue que moriré. Sólo tú sabes ahora la razón. Quizá sea la última carta entre nosotros y todo quede en el olvido.
No sientas que sufro. No. Veo la muerte como un camino placentero que podrá aliviar mi neurosis.
Ahora creo entender a qué se refería aquel joven italiano que dominaba mis sueños. Debes enterarte que, ante todo, fuiste mi amigo y que la cocaína es una droga estupenda que logró controlar mi migraña. Pero el maldito lucro humano la ha transformado en veneno. La cocaína puede ser el azote de la humanidad, si se quiere ver de ese modo. Pero todo azote necesita un manipulador, un verdugo. En lugar de tenerle temor a ese azote, sería bueno recapacitar sobre el verdugo. Ahora el alcaloide es legal. Sí. Pero no dudes en que dentro de un tiempo nos prohíban nuestro derecho a consumirla y los malditos verdugos eleven el precio para que los neuróticos paguemos más por el único paliativo que languidece nuestra pena.
Ya casi es la una de la madrugada y el frío molesta mi nariz. No sé cómo despedirme de ti. No sé cómo escribir las últimas palabras. ¿Cuáles pueden ser los términos precisos para decir un adiós entrañable? Quizás esta carta te llegue dentro de una semana o menos. Cuando la leas mi cuerpo desaparecerá de esta helada ciudad. Tómalo con calma. Recuerda: estás en mí.
Siempre tuya:




M.

miércoles, 28 de marzo de 2007

.109.








Soy un inventor cuyos méritos difieren mucho de los de cuantos me han precedido; soy incluso un músico que ha encontrado algo así como la clave del amor. Ahora, gentilhombre de un campo acerbo bajo un cielo sobrio, intento emocionarme con el recuerdo de la infancia mendicante, de la época del aprendizaje o de la llegada en zuecos, de las disputas, de las cinco o seis viudeces, y de algunas juergas donde mi testarudez me impidió estar a tono con mis amigos. No añoro mi antigua porción de alegría divina: el aire sobrio de este campo acerbo alimenta activamente mi atroz escepticismo. Pero como ya no podré poner en práctica éste, y como, además, me he entregado a una nueva turbación, espero convertirme en un loco peligroso.




de Iluminaciones,
Rimbaud.

viernes, 16 de marzo de 2007

.108.





Lita, necesitamos vacaciones, salir de esta ciudad, irnos lejos, tomemos los cometas de una vez por todas y acabemos con el estrés, ayúdame a desconectarme de la ficción, de los medicamentos, de los libros, que yo te ayudaré a olvidar la medicina, las desveladas. Lita, sé que estás ahí y no te quieres revelar, sé que leerás esto y nunca lo pondrás en nuestras charlas, que prefieres que hablé solo y piense que no existes.
Lita, el viaje está listo, sólo acepta zarpar…

domingo, 11 de marzo de 2007

.107.






A Lita siempre le contado muchas historias, pero sobre todas, la historia de lo miserable que era mi vida antes de conocerla. Algunas veces, cuando salimos de su casa y encontramos algún perro callejero, colpachudo, mugroso y con sed, le coment que mi vida era equiparable a la de aquel animal. Y que yo sólo buscaba con el transcurso de los días sobrevivir, tener tiempo para leer, escribir y no salirme de la universidad, a pesar de que no tenía ni un clavo en la bolsa para pagar el boleto del bus y las copias que te obligan los maestros a sacar. Lita siempre se ríe, piensa que, como tanta veces recurro a ello, es uno más de mis artificios para hacerla sonreír. Y la historia de que hubo una época en la que tenía escombro en lugar de neuronas, que era un miserable que siempre vestía la misma playera de U2, el mismo pantalón raído y las botas de obrero, se ha vuelto en un episodio cocido por la ficción. Y me pide que escriba algo sobre ello. Aunque, para ser sinceros, prefiero omitirlo como una de las características dominantes que puedan definir alguno de los personajes que me encuentro trabajando y siempre prefiero alejarlos de mí, y que vayan tomando vida como células solitarias, apartadas de todo.

Partes de las historias que le cuento a Lita le parecen increíbles, para mí esas partes tienen su médula en la inverosimilitud y ahora las veo como episodios que quizá nunca sucedieron o que quizá fueron creadas por mi mente sin que yo me fuera dando cuenta, porque se las escuché decir a otra persona o las leí en algún libro y ahora mi mente las ha moldeado y adoptado como experiencias.

Los papeles sueltos y las notas que fui creando en un pasado me ayudan a resolver estos problemas y cuando me atoro en alguno las consulto. Ayer por la noche, después de haber ido a beber con una pareja amiga de Lita y mía, volví a ellas y encontré la siguiente nota en una hoja llena de sangre. Sangre que, de seguro, proviene de una de mis fosas nasales por alguna circunstancia que cualquier lector azuzado puede descifrar. La nota, después de leerla, irguió un muro de sal en mi garganta. La transcribo adelantado que quizá no muestre la misma sensación que causó en mí horas atrás:



Mirar el pasado es vivir en el vacío.
Vivir en el vacío es vivir una desgracia.
Vivir una desgracia es ser un miserable.
Ser un miserable es retener la angustia.
Retener la angustia es morir.
Morir es hervirse en el pasado.
¿Dónde estoy? ¿Soy un presente o un recuerdo?
¿Quién soy?

lunes, 5 de marzo de 2007

.105.

.mierda de avestruz.





Ayer, superada una gripa descomunal, fui por una parte de los dos libreros que tenía en la casa de mi hermano. En un solo viaje logré traer al departamento los libros de teoría literaria de la editorial Gredos y algunas novelas publicadas en Tusquet’s, Anagrama y Alfaguara. También engargolados: la obra de Coetzee, la de Paul Auster y algunos cuentos que redacté hace unos cuatro años, antes de entrar a la universidad. Y notas sueltas que escribí conforme fui redactando ensayos o cuentos. Me llevó toda la noche y parte de la madrugada leer los textos y seleccionar cuáles irían a la basura y los que aún podían reescribirse.

Es casi un trabajo titánico, utópico, diría Ricardo Piglia, rescatar los cuentos escritos años atrás, sin quitarles la esencia que te impulsaron a escribirlos, o la esencia que intentaste depositar mientras los escribías. Aún hoy me pregunto: ¿Cuál era mi intención al escribir esto? Y me doy cuenta que mi principal preocupación (estamos hablando de hace cuatro años) era alcanzar una buena sonoridad en las palabras, en el fraseo, en las oraciones cortas. La historia la dejaba a un segundo plano, no la descuidaba, pero tampoco le ponía la atención que le pongo ahora.

Eso de revivir cuentos más que muertos se ha convertido en casi un reto; trabajo que me hizo decidirme a reescribir un cuento llamado Torzámosle el cuello al gato. Es un texto de ocho hojas, sencillo, que devela una despreocupación en describir los detalles, las atmósferas. Es sólo el monólogo de un hombre desilusionado porque lo ha dejado su novia, una prostituta joven (no me juzguen aquellos que crean que esto es un lugar común), y a los dos meses le dan la noticia de que la encontraron asesinada en un congal. El tema coquetea con el género fantástico; el personaje se obsesiona tanto por los prostíbulos que comienza a visitar todos los de su ciudad y de otras ciudades, esperando un reencuentro con su novia muerta; en una de sus visitas la encuentra, no sabe si es una alucinación; la sigue hasta su camerino y al abrir la puerta encuentra una linda gatita echada sobre una cama. Así termina el cuento. El problema no es la historia; esa, bien o mal, se puede enderezar, pero el lenguaje del personaje, sus disertaciones que rayan en algunas líneas en lo moral, en lo cerrado, me parecieron dignos de abolir y reconstruir más detalladamente. Aunque, rescatar un texto del pasado, usurpar la idea creadora que tenía hace años con la que tengo ahora, se me ha convertido en una especie de trabajo de granja; al meterse al texto uno se mete al corral de los avestruces y tiene que sacar o limpiar toda la mierda que sea conveniente, sin importar lo apestosa que sea, o que se pueda quedar apresado.
Deséenme suerte.

.104.

.tos, jarabe, sueños.








Ahora estoy en cama, llevo dos días. Mis anticuerpos se volaron la tapa de los sesos y una gripa insistente que desencadenó una tos de perro me tienen postrado. He estado leyendo mucho; un libro por día. Sólo me levanto de mi cama para orinar, defecar y comer, aunque la enfermedad me ha quitado el apetito. Lita me viene a visitar dos veces por día, a la hora que me toca el medicamento. Hace todo lo posible porque no me levante, pero el cuerpo lo siento yerto, como si no fuera mío; las almohadas las tengo marcadas en la espalda y los glúteos me han desaparecido. Nunca me había dado cuenta que tan monótono y repulsiva puede resultar mi recámara: libros en cajas, libros tirados, ropa encima de mi escritorio, de mi silla de trabajo. El olor también es insoportable; el medicamento que estoy tomando me provoca unas flatulencias hediondas y constantes; cada vez que alzo la cobija para acomodar una extremidad o volver a otra posición, el olor que emana de ellas es como el de una sentina. Tozo, y la parte derecha de mi pecho me duele. El médico dice que es por mi exceso a fumar, además, que llevaba una gripa encubada desde hace un mes y nunca la atendí, a esto agréguenle los cambios drásticos de clima que se dan en Zacatecas. Antes de enfermar e ir con el médico tomé un jarabe chafa, quizás el causante de que mis defensas hayan hecho paro de labores, no quiero decir el nombre del medicamento, puesto que ese producto no se merece ni que le hagamos publicidad; contiene ambroxol. Según Lita, el ambroxol mata todo virus y con ello tus glóbulos rojos, menos la gripa. No me quiero inyectar, desde niño le he tenido pavor a las jeringas y a los hospitales, pero tampoco me quiero pasar toda esta semana en cama, como el don Juan tetrapléjico de Mar adentro. Conmigo, al contrario de éste, los visitantes siempre son los mismos, mi mamá, el chirimoyo (mi carnalillo de tres años), mi hermano Marito, la hermosa Lita, y la señora que me ayuda a tener limpio el departamento. Ayer por la noche, creo que el culpable es el jarabe antes mencionado, tuve una serie de pesadillas. La primera consistió en que Lita y yo nos íbamos de vacaciones a Chiapas y en una de las carreteras nos peleábamos (ella tiene orgullo de mármol, yo soy más terco que las molestias que causan los rayos solares) y decidió bajarse del coche y que cada quien siguiera por su lado. No sé qué me orilló a dejarla ahí, en una carretera desierta y oscura, llena de árboles, no sé qué me orilló a seguir conduciendo hasta llegar a Zacatecas (en los sueños no manda el tiempo ni la distancia, bien lo sabemos). Al estar en casa decidí ir de nuevo a esa carretera donde peleé con Lita y al llegar la encontré muerta. Fui al baño después de haber soñado esto y le hablé a Lita por celular para ver si ya estaba dormida y me dijo que qué me pasaba y le contesté que sólo quería escuchar su voz. Luego de haber conciliado el sueño, soñé con que Alán Pauls era amigo de mi hermano Marito y ambos eran estudiantes de la escuela de Derecho y que estaban haciendo una revista que apoyaría a la derecha zacatecana y querían que yo los ayudara a recaudar fondos. Por último soñé que visitaba a Amparo Dávila. Conforme surgía la plática en la sala de su casa, la señora sacaba de un hermoso abrigo de color azul un esquema de un libro de cuentos que me ayudaría a acabar Simulador. Al tenderlo en mis manos desperté, eran las 5 de la mañana y ya no pude dormir más…
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