lunes, 31 de julio de 2006

.charla con Fresán.



Puesto que mi bróder Tryno Maldonado es un escritor que siempre está al pendiente de las novedades literarias, hoy me mandó a mi correo esta conversación de María Sonia Cristoff con Rodrigo Fresán, al ver que las últimas entradas del Bunker 84 hablan de este genial escritor argentino. Le mando un saludo al Tryno por estar al tanto de este espacio y otro a ustedes y los invito a que lean esta entrevista que tiene mucho sobre la vocación literaria y la nueva estructura de cuento.




La salvación de los malditos
Rodrigo Fresán habla de su nuevo libro de cuentos La velocidad de las cosas (Tusquets),
de sus escritores preferidos y de su estilo al que define como "irrealismo lógico".
La extensa lista que reemplaza al clásico epígrafe solitario va anunciando algo de lo que seguirá en La velocidad de las cosas, el último libro de Rodrigo Fresán: antes que acotar, es preferible decirlo todo. Y gran parte de ese decir consistirá, por un lado, en desentrañar el mecanismo por el cual las cosas se convierten en historias y, por otro, en volver sobre el tema de la literatura como justificación y salvación de una vida.
Este libro es el quinto publicado por Rodrigo Fresán. Antes hubo una novela, Esperanto (que será publicada en Francia por Gallimard y en Italia por Einaudi) y tres volúmenes de cuentos: Vidas de santos, Trabajos manuales, e Historia argentina, su primer libro, que será reeditado por Tusquets a fines de julio y traducido al francés.
En la actualidad, además de su trabajo en Página 12, Rodrigo Fresán prepara una antología de John Cheever que será publicada por Emecé y trabaja en sus dos próximos libros que, por sus diferencias, permiten una escritura paralela. Cuenta que siempre tiene unos seis o siete libros pensados, que no tiene memoria de un solo día de su vida en que no supiera que quería ser escritor y que lo iba a ser.
-¿Esa certeza se vive como una felicidad o como una condena?
-En realidad, como una moneda de dos caras. Yo recibí una educación muy agnóstica, muy atea, muy sesentista, y creo que el hecho de tener una vocación muy firme suple mucho la idea de un dios o de alguien a quien agradecer, o con quien sentirse en deuda. Yo me siento en deuda con mi vocación todo el tiempo. Una deuda placentera, que pasa por la idea de tener que seguir escribiendo y hacerlo cada vez mejor.
-Su deuda parece haber sido contraída sobre todo con los autores americanos contemporáneos.
-Sí. De hecho, los dos escritores con los que me siento más en deuda son Cheever y Kurt Vonnegut. También me interesan los clásicos: Dickens, Proust.
-¿Y Ford Madox Ford, que aparece citado tan significativamente en su libro?
-El buen soldado es una de mis novelas favoritas; tiene una estructura atómica con la que me identifico. Yo soy más cuentista que novelista, me gusta divertirme con el formato cuento y no creo que el cuento tenga que responder a una estructura tan conservadora como se lo entiende últimamente en la literatura argentina.
-La velocidad de las cosas me pareció, más que una serie de cuentos, una larga reflexión acerca de lo que es narrar que por momentos se acerca incluso a una escritura ensayística. ¿Eso se debe a esa postura suya frente al género cuento?
-La definición a la que llegué en cuanto al género es que, paradójicamente, La velocidad de las cosas es una autobiografía no autorizada, puramente ficcional. Mi trabajo en el libro consistió en partir de tramas muy claras, muy precisas, que después comencé a enrarecer haciendo detonar las historias que contaba. En Historia argentina había una cosa mucho más narrativa pero, a medida que ha ido pasando el tiempo, me he sentido más atraído por la maniobra literaria como parte del argumento. Siempre digo que soy más un lector que escribe que un escritor que lee, y como lector-escritor me interesa, cada vez que leo algo, ver lo que podría llamarse el making off de esa historia. Me interesa mucho la trastienda del asunto. Pero, además de esas reflexiones, este libro narra también historias en el sentido más tradicional de la frase. Yo venía de un libro como Esperanto, que es casi como un guión de cine: puro acontecer, con una estructura narrativa muy sólida. En La velocidad de las cosas, en cambio, la narración se da en forma de monólogos. En realidad, este libro tiene mucho de cierre de capítulo dentro de mi obra. Una despedida que ya se insinuaba en Esperanto.
-¿Qué etapa diría que termina con este libro?
-La de la inocencia: es el fin de la inocencia.
-¿Y qué hay al otro lado del fin de la inocencia?
-Mis libros anteriores estaban muy enamorados de la figura del escritor, me encantan los personajes escritores, es una profesión que siempre me gustó. Tengo recuerdos de infancia muy vívidos de Rodolfo Walsh, de Cortázar, de García Márquez, que venían siempre a mi casa, y de la fascinación que me provocaban. Tuve una infancia muy tumultuosa y creo que los libros eran para mí un refugio, una posibilidad de fuga a mundos alternativos. Pienso que justamente el fin de la inocencia tiene que ver con empezar a pensar menos en la figura del escritor y en pensar más en la literatura que los escritores generan.
-Después de haber publicado su cuarto libro, ¿hay algo que reconozca como estilo propio?
-Quizás, un irrealismo lógico, una especie de reacción frente al realismo mágico, un concepto que hace más hincapié en la idea de lógico y no en la de mágico. Algo en definitiva muy argentino: la aparición de fragmentos de lógica en esta irrealidad en la que vivimos. En mi estilo reconozco también la influencia de la música, incluso más fuerte que la literaria. Yo escribo de un modo muy parecido al sistema de composición de Los Beatles. Planto el cuento y digo: "violines" y después, "guitarras" y así sigo. Mi estilo tiene mucho que ver con Bob Dylan también: frases largas, oraciones en serpentina con altibajos y curvas, como un electrocardiograma. También, la manía referencial: las citas y los guiños constantes que hablan de los autores que están presentes y que han ejercido su influencia en mi escritura.
-¿Qué constantes definen a sus personajes?
-En mis personajes, muchas veces se ven mis influencias: la de Salinger, por ejemplo, en la idea del Mesías íntimo, privado y secreto, el iluminado de cabotaje que no espera comunicar una gran verdad sino apenas comunicarse alguna cosa a sí mismo, asimilarla y tal vez influir a cuatro o cinco personas que lo rodean. Y también hay una especie de glamour de la derrota que es muy argentino, la versión tanguera fin de milenio.
-¿A qué se refiere en su caso concreto esa dicotomía tan clásica entre vida e historias (literarias) que recorre permamentemente La velocidad de las cosas?
-Son dos niveles que siempre van paralelos. Tengo terror a la idea del escritor que se convierte en personaje de sí mismo. La literatura está llena de esos casos: Hemingway, por ejemplo, que después de matar tantos elefantes termina invirtiendo la dirección del rifle. O Fitzgerald, casi el Santo Patrono de los Escritores, el hombre que murió por todos nuestros pecados, alguien que además de escribir libros maravillosos, cometió todos los errores posibles para que nosotros no los cometamos.
-¿Y qué ocurre con esa dicotomía dentro de sus narraciones, más allá de la figura del escritor?
-Ocurre algo muy gracioso: los lectores que no me conocen están convencidos de que yo fui a la guerra de Malvinas o de que trabajé en un restaurante inglés, como sucede en el primer cuento de Historia argentina, etcétera. En cambio, los fragmentos de mis libros que realmente formaron parte de mi vida les parecen los menos verdaderos. En La velocidad de las cosas, por ejemplo, hay muchos hechos verdaderos: es cierto que yo estuve unos minutos muerto cuando nací y es cierto que tengo unas costillas de más.
-¿De dónde viene ese tono tan apocalíptico de su libro?
- Durante todo el año 97 pensaba que me estaba por morir. Además, murieron Osvaldo Soriano, Charlie Fielding. Pero incluso antes que eso ocurriera, yo venía pensando en el tema de la muerte de los escritores, tan fuerte en el libro.
-¿Cuál es su postura frente a la tan mentada muerte de la literatura?
-Creo que va a haber una revancha: volveremos y seremos millones. Cuando se habla tanto de la invasión y la dictadura de la imagen, yo siempre pienso en algo que puede sonar lírico o ingenuo pero que funciona. En el aspecto formal, una pantalla de televisión, por ejemplo, es como el marco de una ventana donde el paisaje está muy acotado. El libro, en cambio, es como una puerta: uno entra en él y puede perderse en su mundo. Cheever antes de morir dijo algo muy interesante al respecto: "Lo que voy a escribir ahora es lo último que tengo para decir y creo que pienso en el éxodo al decirlo... La literatura ha sido la salvación de los malditos, la literatura ha inspirado y guiado a los amantes, ha encauzado la desesperación, y puede tal vez en este caso salvar al mundo". Lo dijo él antes que yo.

domingo, 30 de julio de 2006

.partida a Sad Songs.
.
Vendí mi computadora para comprar el boleto de avión que me llevará a Canciones Tristes, ciudad donde ella (la mujer que tiene mi corazón en sus manos y prometió no verme hasta que nieve en Zacatecas) pasa las vacaciones. Será difícil que encuentre otra computadora que registre mis historias. No más historias. Juré hoy por la mañana: no volveré a escribir hasta que encuentre otra computadora. Pero eso a quien le importa.
Hablemos de Canciones Tristes.
Canciones Tristes también se puede llamar Aguascalientes, Guadalajara, Monterrey o Valparaíso. Canciones Tristes también puede ser el nombre de otra ciudad creada por la ficción de un escritor completamente ajeno a mí. Canciones Tristes es tan horrenda y vacía como cualquier otra ciudad, (la conozco, la he visto en mis sueños después de comer galletas de animalitos con café). He soñado con su valle. Pero es única. En Canciones Tristes vive ella, ella la transita y allí está mi futuro, si es que un infeliz como yo puede tenerlo. No hay marcha atrás. El dinero en mi bolsa está deseoso de ser gastado, se mueve como una alimaña. Hoy mismo tomaré el primer vuelo, pienso mientras hago mi maleta, sin importar que festeje mi cumpleaños en el cielo, a bordo de un avión. Pero también pienso que le tengo miedo a volar.
Sí.
Lo recuerdo.
Detalles abajo.
Mi miedo a volar nació hace años, cuando aún estaba en el útero de mi madre, cuando aún no nacía y podía ver y escuchar todo a través del cordón umbilical. El cordón umbilical fue para mí como la mirilla de un pirata de alcance kilométrico y como los audífonos de efecto polifónico de un buen reproductor de discos. Escuchaba, por ejemplo, las canciones de Pink Floyd cuando aún vivía Syd Barret; mi mamá ponía aquel disco de Animals cuando arreglaba la casa o simplemente quería dormir o tomarse unas caguamas, tirada en la alfombra de la sala.
Mi miedo a volar nació en el aeropuerto, muy cerca de la pista de vuelo. Estábamos despidiendo a mi padre, mamá, polito (su perro chihuahueño y guardián de la casa) y yo, como un batracio, viendo todo dentro de su barriga.
Mientras mi progenitor abordaba el avión para irse a otra ciudad y no volver nunca, mamá alzó su mano al aire como una bandera. Se tocó continuamente el estómago y dijo adiós, adiós y varias veces adiós. Polito, en cambio, se despidió de otra manera: estuvo en el bolso del pantalón de mamá pocos minutos, cuando se cerró la compuerta de la aeronave y rodaron las llantas por la pista, el animal salió disparado como un jaguar a los neumáticos, ladró y gruñó hipnotizado por aquel movimiento circular y, al fatigárseles los pies, no hizo más que quedarse parado: las llantas pasaron encima de su cuerpo. Murió. Y al instante a mamá se le tronó la fuente y cayó al suelo y llegó la ambulancia y la llevaron al hospital más cercano para que diera a luz. Todo así de rápido. A la velocidad de la luz. Nací yo.
Dicen que el alma de Polito pasó a mi cuerpo.
Es broma. Es una farsa de mal gusto.
Pero algo de cierto puede tener esa broma.
Polito aún sigue con nosotros. Lo reconstruyeron y disecaron. Mamá ahora lo carga en su cartera. Lo usa como llavero y amuleto. Brilla en la oscuridad. Lo usó como lámpara en el concierto de U2, en Monterrey, cuando Bono comenzó a cantar su un dos tres catorce. Ayer por la noche mamá me lo entregó, mientras me despedía de ella. Dice que me servirá en mi viaje, que lo use cuando esté en una habitación oscura o en el centro de una disco o en un concierto. Dice que Polito me podrá sacar de mil apuros. No lo sé. Lo único que sé es que quiero llegar a Canciones Tristes.
Aunque está lloviendo he tomado mi coche y voy rumbo al aeropuerto. En estos momentos manejo por la carretera. Hay muchas vacas en las orillas, perros y mapaches muertos en el camino. Pasó encima de ellos para verificar si aún reaccionan sus signos vitales. Debo anunciar que un espécimen como yo también tiene amigos, igual de extraños que yo, pero tiene amigos. Mi teléfono suena. Están llamando a mi celular varias voces, muchas voces lejanas, muchas, en exageración. Tan lejanas, que imagino a todos mis amigos encerrados en una cabina telefónica hablando a mi celular. Me dicen que no haga pendejadas, que mejor festeje mi cumpleaños en mi casa y que ellos harán la pachanga en grande. Les digo un no lacónico y cuelgo. He llegado al aeropuerto. Me estacionó. Bajo mi maleta de la cajuela y sigue lloviendo.
Mi vuelo sale en medía hora, mañana llegaré a Canciones Tristes.
Detalles en el próximo post.
.saludos banda, este party-animal los recuerda.

.

Me encuentro releyendo La velocidad de las cosas de Fresán. No sé las razones y tampoco quiero buscarlas. Tengo pendientes tantos y tantos libros y sigo ajuareado con este argentino que niega ser argentino. Lo conmovedor y nostálgico de este asunto es que un cuento de este compendio de cuentos, o bien, un capítulo de esta novela (“Señales captadas en el corazón de una fiesta”) me recuerda tanto aquellos fines de semana en los que salíamos toda la bandera mafiosa (el Pire, el Tryno, el Roker, el Titis, el Conejo y todos los party-animals que me falta de nombrar) a divertirnos como minotauros fastidiados de vivir toda la semana en una casa vacía y oscura y lóbrega y triste y blablablablá, wachuwa wachuwa… para buscar (con una sonrisa cándida que no hacía más que ocultar nuestra siniestra sed de diversión y mujeres) los latidos estruendosos y seductores de una fiesta en cualquier lugar de Zacatecas. Pero como esta ciudad es tan espantosamente tranquila, tan miserablemente fantasmal y toda after-party finaliza temprano, los minotauros siempre terminábamos en sitios iluminados por luces neón como la zona de tolerancia, viendo pleitos de gays y trasvestis, ambientados por canciones de La tropa ballenata o Metallica. Y no, que era lo que buscábamos con ansía, en el corazón de una pachanga con muchas mujeres y muchos compas y con un Narco Polo ofreciéndonos drogas, al igual que güamilas. Bueno, basta de lamentarse. Mejor les pasó un fragmento, un pasaje, una líneas, ahhh… no eso no, esas me las guardo, esas son mías y no comparto. Chale, ya me plakié. Les rolo un poema que recita un personaje de La velocidad de las cosas para recordar esos días de color azul polvorón y cantemos todos juntos: “Fiesta fiesta, fiesta pluma gay…”


No encontrarás aquí, viajero errante
Hors d’oeuvres tan parecidos a ojos que no parpadean
Tampoco, por suerte, música de Wynton Marsalis
O gente mirando video
En cambio…
Alguien escribe “Helter Skelter” en la pared del baño
Alguien se emborrachó y jura odiar a todo el mundo
Alguien se emborrachó y jura amar a todo el mundo
Alguien -la mujer más hermosa a la que nadie invitó- se arroja
a la piscina
Alguien conversa con su nariz
Alguien comienza a recitar Hamlet
Alguien golpea al que recita Hamlet
Not to be… después de todo, porque
Alguien se lleva la mano al pecho y cae
Y no se va a levantar, creo
Y gente que no debería besarse
Se besa
Y un gato en el freezer
Y una chica,
¿La puta anfitriona quizá? ¿La anfitriona puta?,
Todavía más hermosa
Porque no sabe si reír o llorar
Y sirenas policiales
Y sonrisas de Gioconda
Y la seguridad de que ya es tarde, demasiado tarde
Para que alguien proponga
“Y si jugamos al Dígalo con Mímica”



.Terapia: Terapia.


El egoísmo y la mezquindad son los únicos valores que rifan en las sociedades envanecidas de estar compuestas por inmigrantes. De ahí que tarde o temprano todos los gringos terminemos yendo a terapia. En mundos como éste la única forma de conseguir que alguien te escuche es pagándole porque lo haga.



cuento extraído del libro
Hipotermia de Álvaro Enrigue

.libros con los que recibí mi cumpleaños.



Una larga lista de libros me espera los siguientes meses. Muy larga, demasiado. A veces me siento un tonto, un güevas, un maldito güevas que desperdicia el tiempo en banalidades. En puras injustificadas banalidades. Y duele saber que mientras yo leo dos, tres, cuatro libros por semana, en el mundo se crean miles, millones por semana, según Gabriel Said. ¿Historia de nunca acabar, no? Libros y más libros. Libros y más escritores nuevos. Y así, con esa idea, y otras más que están atrofiando mi cabeza, el día que me hizo tener más edad, el día que me hizo volverme un maldito vejestorio por la madrugada, comencé a leer a dos premios Nobel de literatura. Hombre lento de Coetzee y Moloy de Beckett. El primero me hizo caer en la tristeza, en realidad en la melancolía, por la sensibilidad y abatimiento que maneja este sudafricano con su prosa límpida, musical y algunas veces contenida (leo a Coetzee y pienso: este hombre escribe como si estuviera calibrando el cilindro de una arma poderosa, tiene en cuenta que las palabras son balas que desgarrarán el pecho de quien las vaya a recibir, de quien las vaya a leer). Coetzee trata los conflictos humanos con delicadeza, sin alejarlos de lo crudo, lo visceral. Dimensiona sus personajes con una minuciosidad casi delicada, cuando los somete a cuestionamientos sobre existencia humana, su existencia, la existencia de todos, y los vence ante las vicisitudes del mundo. La piel se me eriza al recordar el accidente que sufre el personaje principal al comienzo de la novela. Raudo es la palabra. Raudo es su impacto ante el automóvil.
El segundo, Moloy de Beckett, es una obra maestra. Su soltura con el lenguaje, a diferencia de Coetzee, Beckett maneja párrafos largos, párrafos sin corte, seguidos y seguidos y mantiene un ritmo golpeado en la voz de su personaje, un tono a veces monocorde y desesperante, estridente como el sonar de un martillo en la madera. Podría decirse que Beckett tiene más sentido del humor que Coetzee, los largos monólogos de Moloy, siempre disparatados y demenciales y absurdos mientras viaja en bicicleta, cuando recuerda cómo fue su primera experiencia sexual, cuando carga piedras en los bolsillos y ofrece retazos sobre su madre o habla sobre sus flatulencias, ten mantienen atento a la lectura, siempre soltando una risilla.
Estos dos escritores son masters de la prosa. Son más que masters. Coetzee es un genio de la tristeza y en demostrar la debilidad humana, el hastío. Beckett el maestro de lo absurdo. Seguro estoy leyendo los mejores libros de mi vida, aunque no debemos olvidar a un tal António Lobo Antunez…

martes, 18 de julio de 2006

.hoy se cumple un año de su muerte.
Uso la foto donde estás tú junto a los demás, ebrios, en una fiesta, de separador en los libros que voy leyendo. Ayer por la madrugada, antes de dormir, puse la alarma para despertarme, el siguiente día, hoy, temprano para ir a comprarte un racimo de flores y arrojarlo a tu tumba. No sé si en verdad te gustaban o te gustan, pero ese será el obsequio que nunca te di cuando estabas viva. Debo confesar: me dan miedo los cementerios y los hospitales. Creo que sí te diste cuenta de ello. Antes de que los doctores te desconectaran de los aparatos que te hacían seguir en coma, invitaron a tu familia y amistades a pasar a tu habitación para despedirse de ti y yo preferí seguir afuera. Antes de que guardaran tu cuerpo en una caja que resguardarían posteriormente con cemento, preferí ir a comprar las coronas florales que tus compañeros de escuela te obsequiaron antes de despedirte de este mundo.
Tú nos dijiste a todos, tus amigos, la última noche que estuviste con nosotros que, como si supieras que el mes siguiente ibas a morir, nos embruteciéramos con vino y brindáramos porque ya tendríamos a alguien en el cielo pensando en nosotros. Baah! En realidad eso me da rabia… ¿A quién demonios le importa que sucede en un lugar que no se conoce? Ojala te dieras cuenta que haces más falta aquí.
Durante la semana que estuviste en el hospital yo viví en Guanajuato. Me di a la fuga de esta ciudad porque no podía acabar mi libro de cuentos. Viví solo allá, no salía a la calle y dormía poco. Leí y trabajé como nunca. No había nada que me anclara a Zacatecas. Aunque las dos ciudades son en apariencia iguales, viví cómodo allá porque nadie hablaba a mis espaldas. Acabé la primera mitad de mi proyecto y mi vida comenzó a cobrar sentido en territorio que no era el mío. Para que nadie me hiciera romper amarras con mi trabajo, apagué mi celular desde el momento que bajé del camión en la central camionera. No sé por qué lo hice, pero una tarde en la que salí a pasear cerca del Teatro Juárez, lo prendí para ver la hora. Al instante llegaron tres mensajes del Mike que informaban, como si fueran dagas luciendo su filo, que estabas grave en el hospital y que debía comunicarme de urgencia. Marqué su número y al intercambiar el clásico salido, le pregunté cómo había ocurrido el accidente y se apresuró a contar:
Sucedió en una carretera fuera de Zacatecas. A dos horas de distancia. Se les atravesó un camión de carga. La China venía de copiloto, dormida y sin el cinturón de seguridad puesto. Viajaban a unos ciento sesenta kilómetros por hora por la gravedad del impacto. Cuando tuvieron el camión de frente no pudieron frenar. Las llantas derraparon hasta desprender cinta asfáltica. El conductor perdió el control. Un volantazo. Luego la parte trasera del carro se estrelló contra el remolque. La China salió disparada, rompió el parabrisas con la cabeza y cayó al asfalto. Se partió el cráneo y su médula quedó a la intemperie. Se le fracturaron todas las vértebras. La sangre de su cuello le circuló al cerebro hasta quemarle la mayoría de sus neuronas como si fuera veneno. La policía no sabe quién manejaba el auto. Su acompañante se dio a la fuga. El conductor del camión habló a la ambulancia. Ya para las ocho de la mañana la China estaba sin vida en el hospital. Después pidió que no me apurara, que el me tendría informado de todo si no quería regresar a Zacatecas.
Al la mañana siguiente me despedí de mi casero y tomé el primer camión de regreso a la ciudad de los muertos. Me hospedé en la casa de mi hermano y tomé rumbo al hospital junto al Mike. En el sitio estaba todas esas personas que cursaron con nosotros el colegio, la primaria. Las mujeres de las que estuve enamorado y nunca me correspondieron y a los amigos que no olvidan el pasado. El nombre de la muerte une de nueva cuenta la amistad, se decía afuera de Urgencias, mientras tu familia esperaba con ansía que volvieras en sí para hacer a un lado las sábanas que te cubrían y levantarte de la cama como si nada hubiera sucedido. Nada sucedió. Todo siguió igual. “La muerte tiene ojos para todos”, escribió el poeta italiano. Las esperanzas fueron lanzadas al vacío y los amigos no pararon de decir tu nombre. Tu nombre en todas partes. Tu nombre en un velorio entre lágrimas y gritos. Tu nombre en los arreglos florales. Tu nombre en el mármol de una tumba. Tu nombre en el SEMEFO. Y los amigos recordando las fiestas donde solíamos fingir ocultar nuestra embriaguez ante la cámara fotográfica. Si estuvieras a mi lado mientras escribo esto, te enseñaría la foto donde estás tú, con tu cara pálida y tu pelo grifo. Esa foto que reposa dentro de los libros que leo y me recuerda en qué página voy y en qué estado me encuentro.
A veces pienso que algún día sentiré de nueva cuenta tu mirada. Tus ojos me verán pero tú no serás la persona que me ve, sólo tus ojos. Porque la mayor parte de tus órganos ahora habitan el cuerpo de otras personas. Porque tu corazón palpita dentro de otro pecho que ni siquiera conociste. Por que antes de morir mostrarte caridad ante el prójimo. Que siniestro será escuchar el latir de tu corazón en otro pecho y que reconozca mi voz cuando le esté hablando. Cuando le hable el Mike u algún otro amigo. Que siniestro será reconocer esos ojos que algún día los vi ebrios o felices en un rostro que no es el tuyo.
Hoy es 17 de Julio y saldré a la calle a comprarte un ramo de flores. Hoy es 17 de Julio y caminaré al cementerio. Solo. No me importa si llueve, estaré ahí frente a tu tumba conteniendo las lágrimas. Me acercaré hasta la rejilla que protege tu lápida apretando la fotografía con mi diestra, al igual que al racimo, para después lanzarlo a tu ataúd y decir entre labios: Hoy se cumple un año de tu muerte, mi China.

domingo, 16 de julio de 2006



Cuando me salí de vivir de con mi madre (en la primavera del 2003) y estaba más desubicado de lo que ahora me encuentro, uno de los cuatachos del Mario (mi carnal) me regaló el día de mi cumpleaños número 18 el disco ( ) de Sigur Rós. Entre la melancolía causada por el abandono de la primera mujer que me dijo te amo, escuché este material hasta el cansancio, día y noche, noche y día. La voz asexual del vocalista de Sigur Rós y su extraño lenguaje (que según los integrantes de este grupo es una mezcla de islandés con otros idiomas) se convirtió en el camino perfecto que me llevaría al vacío existencial y a la desilusión. Si bien lo recuerdo, la tenue luz que creó el angustioso piano de las canciones 3 y 4 desencadenó en mí una gripa que duró un mes seguida de una fiebre escarlatina. El disco está compuesto por ocho tracks que tampoco llevan título y quien las escucha puede asignarles el nombre que su tristeza le influya. Se ha dicho que el disco se fraguó de manera accidental; mientras el grupo se reunía en sus tiempos libres para componerlo editando sonidos de piano, violón y otros instrumentos, pero no sabían bien qué resultados alcanzarían. Al finalizar el disco se dieron cuenta que con la combinación de notas míniales, dulces, acompañadas por fondos agudos creaban una atmósfera agradablemente depresiva. Aunque muchos no lo crearán, cuando a los integrantes de esta banda se le pregunta sobre qué artista o solistas fueron determinantes en la influencia de su música, no titubean al decir que Leonard Cohen. Reseñas sobre ( ) de Sigur Rós han señalado el interés que, cantantes como Tom Yorke, muestran por ellos al clasificarlos entre los mejores producciones de estos últimos 5 años junto al 100th Windows, de Massive attack. Escuchar ( ) de Sigur Rós es la mejor manera de hundirte en un viaje de melancolía de 71 minutos con 51 segundos de duración (si lo escuchas sin pausas), hasta hacer que toques los pliegues de la corteza del cielo cuando más lo necesitas.

Do you like come back me, morrita?



Llegué de Monterrey y la ciudad sigue igual. No estás tú. Falta poco para que llegue el día que me hará estar más viejo. Demasiado para volverte a ver. Ayer por la noche volví a escribir. Llovió. Escuché aquel grupo de rock que reproducía el estéreo del Chevy cuando me besaste por primera vez. Los recuerdos son como balas expansivas en mi pecho. Sigue lloviendo. Cuando me hablas por teléfono me dices que lo que más extrañas de Zacatecas es la lluvia. Te interrumpo diciendo que yo lo que más extraño de Zacatecas eres tú. La casa es demasiado grande cuando no estás. La ciudad no existe para mí si tú no la transitas. Me pides que escriba. Me pides que escriba un cuento de cómo nos conocimos. Deja improviso:

Yo era un mediocre, un fracasado y lo único que buscaba esa noche era suicidarme, robar un oxxo, involucrarme en una pelea callejera, robarle el arma a un policía para destruir los pocos sesos que me quedaban. Pero te encontré en el corazón de la disco, justo en el momento en que sus latidos eran acelerados y yo dirigía un vaso con tequila y barbitúricos a mis labios (a escondidas del Pire). Te me acercaste para preguntar si aún me acordaba de ti y tu sonrisa iluminó todo el antro y detuvo el corazón de la fiesta. Fue y es la luz que me sacó y saca de esa cloaca oscura, maloliente y tétrica en la que me encontraba y me encuentro…

Escribir sobre ti fue como poner una Lüger en mi cráneo y detonarla. En realidad así no nos conocimos. Fue distinto. Lo narrado anteriormente fue sólo un simulacro. Lo verdad debe ser guardada por el silencio.

Vamos a cumplir dos meses. Eso debe festejarse. Mi cumpleaños no. Mi política es que después de los dieciocho se debe de perder la tradición de celebrar los cumpleaños. Sobre todo los míos. Porque a pesar que soy más joven que tú siento los años como piedras en los riñones. Me dijiste que al llegar a esa fecha te pondrás un arete en la nariz. Yo te pregunté que si por lo de nosotros o por de mi cumpleaños y, animado a que fuera cierto, te propuse perpetuar nuestro amor tatuándome a Elmo en una de mis pompas. Aclaraste que te pondrás el arete porque lograste pasar el complicado examen de medicina.

Yo escribo un libro. Y todas las mañanas me despierta el teléfono. Eres tú. Me cuentas cómo te va en tu tienda de regalos y qué haces por las tardes. Te digo que no me puedo concentrar, que estoy algo harto porque no estás en la ciudad. Me preguntas qué estoy leyendo y respondo que nada. Me pides que aborde el primer avión que me llevara a la ciudad donde te encuentras y al revisar mis bolsillos y ver que no tengo nada de varo, te digo que prefiero esperarme otro mes, aunque las ganas me estén calcinando. Estoy pensando en vender uno de mis riñones o una cornea o de plano mis pupilas para comprar un boleto de avión. ¿Alguien sabe quien podría interesarse en ellas? Quizá te quedes otros dos meses en tu ciudad y me insistes que escriba cómo me siento los días que no estás conmigo y lo publiqué en el Bunker 84. En realidad ya lo tengo escrito, debo adelantarte que sale Barney de personaje y que en la historia yo soy un drogadicto que se mete por las narizotas un polvo que se llama Hiperbólico. Deja ordeno los datos:

Soy un vato que no rifa, soy un tonto, un ajuareado. Vivo en una casa fea y que está a punto de derrumbarse. Para aguantar mi derrota, la angustia y todas esas madres que joden al ser humano, me meto un madrazo de Hiperbólico.
Hoy mi vida ha cambiado. Tuve un viaje mirifico: se me apareció Barney en la cocina, mientras picaba la droga arriba de la estufa. Me pidió que le bajara, que si sigo de atascado se me va a caer la nariz. Me dijo: Morro, te concedo un deseo si te empiezas a portar bien. Respondo: Nel, mi pecho púrpura, yo no rifo, no pelo, no soy nadie, no me vengas. Barney sacó un boleto de avión con destino a tu ciudad y dijo: Morro, si dejas de meterte esa porquería te rolo el boleto de avión que te llevará con tu morra, a festejar tu cumpleaños. Lo pensé por un momento. ¿Drogas o morra? ¿Amor o perdición? Barney sonrió y le juré que no le volvería a entrar al Hiperbólico si me daba el boleto y me prestaba una lana para llevarte un regalo; estoy pensado en comprarte el arete que quieres ponerte en la nariz. ¿Qué te parece uno de Elmo?
Barney se mocha con lo acordado, pero antes de tomar el boleto de su mano le digo: ¿Cómo ves si no echamos el último polvorón por el gusto de habernos conocido?

Ese fue otro simulacro. Chale, me está haciendo daño leer nuevamente a Gumucio y a Enrigue. ¿Ya te dije que estoy escuchando la canción que escuchamos la primera vez que me besaste? Creo que me va a dar gripa. Bien sabes que mis defensas se vuelan la tapa de los sesos cuando estoy triste. Llueve. Estoy enfrente a la ventana viendo el camino que lleva a tu casa y cuento las gotas que se derraman en el vidrio. Hoy pasé toda la tarde intentando escribir algo que te convenciera a regresar a Zacatecas para no pasar solo mi cumpleaños. También escuché la grabación que dejaste en el celular como el mejor detalle que me hiciera recordar que tú (la mujer que tiene mi órgano bombeador de sangre en sus manos y no la he vuelto a ver) se acuerda a diario de este pobre infeliz. Se me ha secado el cerebro y lo que logré escribir fue: Regresa, por favor…

.nota sobre la sordera.

Regresé del Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte y no quise más que encerrarme a leer y reflexionar sobre la información y temas que se manejaron en las mesas. Después, por cuestiones de oficio y monetarias, volví a mis actividades en el centro de cómputo de sicología, donde estoy al tanto de la blogsfera y de los correos electrónicos que llegan a mi bandeja y otras obligaciones necesarias (entre ellas limpiar computadoras, formatear discos duros, actualizar las modalidades de la red inalámbrica. Hoy (quizá un poco tarde, pero siempre hay tiempo para hablar de este tema), al revisar como es de costumbre los comentarios que llegan al Bunker 84 y los enlaces que tengo en él, me encontré con dos cartas (una de Tristana Landeros y otra de Tryno Maldonado) que apoyaron, desde puntos disímiles y con argumentos distintos, la queja que levanté con enojo contra el IZC la pasada semana, después de pedirles un ínfimo apoyo. La historia ustedes la conocen. No hace falta repetir más palabras. Pero sí perfilar mis juicios y esclarecer algunos puntos a las personas que se tomaron la molestia de mandar correos para preguntar: ¿qué dislate están fraguando Maldonado y Joel Flores con sus críticas mordaces y estridentes? Aclaro: esto no es ningún contubernio planeado por Tryno y yo con la saña de obtener menciones o puestos políticos. Yo respeto y valoro el trabajo de este escritor, igual que el de otros zacatecanos. Entre Tryno y yo hay amistad, pero a la vez diferencias y distancia: cada quien busca con su trabajo otros rubros y objetivos (basta ver nuestros blogs para darse cuenta). Tanto él como yo trabajamos de manera solitaria e independiente; mis actividades individuales y familiares (como escribir y leer para sortear o amargar en el futuro mi vida), me alejan de estar pensando en buscar un hueso impulsado por discursos políticos e institucionales, así como bombardear a funcionarios públicos con artículos nocivos. Si Tryno y yo coincidimos en puntos (con tonos discursivos disímiles) no fue por casualidad: ambos, y otros más, hemos vivido de cerca la miopía de las instituciones, hemos vivido en la misma ciudad. Yo expuse mi caso y postura, de manera ruidosa o no, respecto a los oídos sordos del Instituto de Cultura Zacatecano. ¿Por qué adopté ese tono tan nocivo y grosero en mi carta? Las razones sobran. Una gruesa lista de anomalías me anteceden. De manera rápida daré dos ejemplos: el tiempo que cumplí como becario y aún sin contar con ese estimulo se me llegó a solicitar como presentador de libros, meses continuos, de la colección Tierra Adentro y, sin recibir ninguna mención monetaria o reconocimiento por esa actividad, nunca me negué a hacerlo. Siempre creí que por ello sólo pagaban con el ejemplar que presentabas. Pero con el tiempo descubrí que otras personas si eran remuneradas sin comunicármelo y me di cuenta que ni mi tiempo y esfuerzo eran merecedores de una constancia. Hace cerca de dos años presenté un proyecto, al encargado del departamento editorial, sobre elaborar una antología de narradores jóvenes zacatecanos apoyada por un sello editorial de Guadalajara; conseguí un sí apalabrado. A la semana publicaron la convocatoria sin darme mención y les otorgaron los créditos a otras personas. La antología nunca salió y yo me alejé de ellos. En realidad, ahora, esto no afecta mi trabajo; tengo cierto tiempo que no publico nada en Zacatecas y renuncié a las revistas que colaboraba para dedicarme sólo a escribir y leer. Debo aclarar. No mendigueo becas ni busco la manutención de partidos políticos o instituciones. Sólo intenté hacer valer uno de mis derechos; como ciudadano en las pasadas elecciones gubernamentales voté por un partido político que se jactó hasta el cansancio de apoyar la cultura con los rudimentos y las personas indicadas. Promesa que no se ha cumplido desde aquellas fechas. Tengo bien en claro que los premios y los reconocimientos no hacen al escritor, pero sí nutren su trabajo. No nos hagamos los obtusos espetando que no los necesitamos cuando tu oficio comienza a dar pruebas de que es reconocido. ¿Acaso dedicarse a la literatura de tiempo completo no es llevar acabo un oficio, un oficio celoso que es digno de costearse? De ahí se esboza nuestra postura como escritor y lo que está proponiendo nuestro trabajo. Decidir ser escritor es decidir emprender una carrera más, como obtener matrimonio. Pero no olvidemos que nuestra postura debe manifestar las salidas adecuadas a este tipo de conflictos, no ignorarlo ni aborregarnos al agarrar un hueso que asilencie nuestras quejas. Rescato este tema para delinear los que dije en el post anterior, como mencioné párrafos atrás y, sobre todo, para dar a conocer la carta que Tristana Landeros me mandó al correo hace días. Los invito a que la lean y a no pasar por alto el tema. Cámaras.
Hola Tryno y Joel:

Mi nombre es Tristana Landeros y soy lectora del blog de Tryno, por lo
que llegué a la carta de Joel respecto al nulo apoyo del Instituto
Zacatecano de Cultura.
Los entiendo perfectamente, soy de la Huasteca Potosina, estudiada en
Xalapa y el Distrito Federal y ahora maestra universitaria en
Hermosillo, Sonora. Soy dramaturga, actriz y directora de teatro; hasta el año
pasado en mi estado no me se me otorgaba apoyo alguno ya que no tengo una
trayectoria en el estado, siendo irónico que ciudades como Xalapa,
Distrito Federal y Hermosillo me otorguen becas, apoyos, me inviten a
trabajar y me contraten.
En fin, para no aburrirlos, ya que este es un comentario debido a que
el blog de Tryno no los acepta, hasta este año después de solicitar y
buscar, apenas se me reconoce en San Luis Potosí, sin que eso sea
mendigar.
Existió una convocatoria el año pasado para Escritores del Fondo
Regional para la Cultura y las Artes del Centro-Occidente, (Zacatecas y San
Luis Potosí están incluídos), no sé si estuvieron enterados de esa
convocatoria, cuando llamé para obtener información y comunicarles que
estaba interesada en participar me comentaron que ya tenían a los
seleccionados.
Este año en la III Muestra de Artes Escénicas México: Puerta de las
Américas, dentro del Mercado de dichas artes, había un stand del Fondo
Regional Centro-Occidente donde había folletos de los grupos de teatro,
danza y música de los estados que comprende el Fondo. Al preguntar me
comentaron que el Secretario de dicho Fondo es nada menos que el
veterinario al que se refieren en sus cartas. Y también medio me explicaron que
la convocatoria para escritores este año se manejaba con otra dinámica.
Se refería más a la promoción y difusión de los escritores
seleccionados el año pasado. Todo este cuento es porque la convocatoria era para
escritores menores de 31 años por lo que hice la conexión con ustedes.
Así que es otro suceso más en nuestros respectivos estados que algo
tienen en común.
Un saludo para ambos, espero no haberlos aburrido con el chisme.
Seguiré leyendo sus blogs.


•·.·´¯`·.·• Tristäna •·.·´¯`·.·•

martes, 4 de julio de 2006

.los oídos sordos del Instituto Zacatecano de Cultura.



De Zacatecas se pueden decir muchas cosas, tantas, que perdería el tiempo haciéndolo aquí. Pero si hablamos de lo cultural, de intelectuales, de artistas, de dramaturgia, de música, de literatura, de su calidad y propuesta y, lo que ahora me incumbe, del financiamiento y difusión a estas disciplinas, lo único que se puede decir es que vivo en un estado tacaño y pueblerino.
Pruebas.
Fuimos invitados al Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte, en Monterrey, sólo dos Zacatecanos: Tryno Maldonado y su servidor. Y como los patrocinadores del Encuentro sólo cubren hospedaje y alimento (apoyo más que plausible), se dieron a la tarea de mandar una carta que justificara nuestra participación y nos ayudara para pedir patrocinio a la institución correspondiente de cada invitado. Durante la semana anterior di caminatas de oquis al Instituto de Cultura de mi ciudad para pedirles que costearan el boleto de autobús a Monterrey. Mis intenciones fallaron: nunca encontré en su oficina a la encargada de tesorería. A una de sus compañeras de trabajo, no sé si la segunda al mando, le dejé la carta que mencioné líneas atrás. Después de darme acuse de recibido y decirme que arreglaría la situación a más tardar el viernes, el viernes a primera hora fui de nueva cuenta y me topé con la noticia de que no se había presentado a trabajar la señora tesorera.
Hablé a medio día para evitar otra caminata hasta el edificio que se encuentra en la cumbre de un cerro. Al tramitarse la llamada y contestarme una mujer, le pregunté si era ella la encargada de tesorería. Respondió que sí y le informé en qué consistía el apoyo que les estaba mendingando y me mandó, de manera amable y diplomática, a la chingada: ¿Usted qué va a hacer allá? ¿Seguro es escritor? ¿No será falsa la carta que me dejó y quiere el dinero para otra cosa? A nosotros no nos ha llegado ningún aviso de que habrá tal encuentro en Monterrey.
Al invitarla a leer con detenimiento y atención la carta y sugerirle que revisara el endose, quién la firmaba o revisara la página web que anuncia el Encuentro para aclarar sus dudas, me respondió con una evasiva aún más sórdida: Mire, Joven, en realidad no he leído la carta y no tengo tiempo de leer lo que usted me pide en Internet. De todas maneras le adelanto que por esta vez no lo podremos ayudar.
Razones.
El Festival Cultural celebrado en marzo los hizo quedarse sin presupuesto. Primero estaban sus prioridades: días atrás mandaron algunos artistas a Trancoso y a los Conos de Santa Mónica para nutrir su visión tradicionalista sobre la pintura, y por el momento estaban pagando el sueldo de maestros que imparten talleres de narrativa, ensayo y pintura. Al terminar sus explicaciones le di las gracias de la misma manera que ella me informó lo anterior. Agregué que no esperaba tanta tacañería, desinformación y falta de seriedad por parte de ese lugar.
Sus excusas me parecieron inverosímiles.
Hace tres meses que pasó el fofo festival cultural, es casi una broma decir que gastaron todo el presupuesto en traer al Piporro y a otros grupos musicales que sólo conmovieron por su futilidad. Pero no toda la culpa la lleva la señora tesorera. Si bien, en el sexenio de Monreal se puso como director del Instituto de Cultura a un veterinario que nada tiene que ver con esto; de seguro pensaron que la organización y administración de los asuntos culturales en esta ciudad era como alimentar y vender ganado. Y aún en estos años, Amalia (la gran señora gobernadora por parte del PRD) no cambió de puesto al gran médico y se sigue desviando el dinero de los ciudadanos destinado al soporte cultural.
Que no les alarmen mis juicios.
En Zacatecas si se apoya a todos los movimientos culturales y artísticos. Sí, pero sólo a los pintores baladíes que se dan sus aires de abstractos dibujando galletas de animalitos, y a los actorcillos pedorros de teatro. Apoyar a la literatura en Zacatecas es apoyar a los cuenta cuentos que se ponen en la Alameda para divertir como payasos al público. Es apoyar a los pokepoetas de bolsillo que hacen lecturas todos los domingos en salas públicas al ritmo de la música entonada por la banda del estado. Se les da apoyo, cómo olvidarlo, a los hijos yuppis de los funcionarios del mismo Instituto cuando quieren sacar su primer disco con influencias RBD que provoca nauseas al escucharlo (el vocalista canta como si tuviera un supositorio en el culo). Ah… y ¡qué decir de la Agenda Cultural que brilla mes con mes por sus temas pasados de moda (cuando nos dice qué leer, qué música escuchar y qué tipo de cine es recomendable)! Es tan endeble y repetitiva que los eventos semanales que anuncia se han convertido en mero cliché para el espectador.
De esta manera, desde el Bunker 84, le agradezco su atención al Instituto Zacatecano de cultura. No queda más que celebrar su chouvinismo pueblerino, su exigua visión sobre el apoyo a la producción artística y literaria. Les mando un sonoro aplauso, muy pero muy sonoro, porque siguen pensando que sólo se debe promover lo que se encuentra en el ombligo de su rancho. ¡Bravo! ¡Bravo!
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