jueves, 19 de junio de 2008

.180.





Edmundo Paz Soldán lee Grandes hits de Tryno Maldonado



En ésta, una reseña bien hecha, Paz Soldán nos da con argumentos bien construidos y razonados sobre lo que considera plausible y más que encomiable de los escritores de la generación del setenta que integran esta antología. Es una reseña justa y pertinente, creo yo, que destaca lo que muchos otros críticos podrían ver como un defecto en estos escritores; el que se refugien en las formas tradicionales del cuento, el que se apropien de imaginarios ajenos más no nacionales. Los invito a que le den una checada a la reseña del boliviano en su mismo blog y a que se consigan la antología. Vale la pena saber: ¿A qué suena la literatura de la nueva generación de narradores mexicanos?



Me traje de México Grandes Hits, volumen uno, una antología de nuevos narradores méxicanos (nacidos en los setenta) editada por Tryno Maldonado y publicada por Almadía. La comencé a leer en el avión de regreso a Madrid y la terminé en el aeropuerto de Amsterdam después de visitar la galería que el Rijksmuseum tiene allí mismo (¡vi ocho Van Goghs en un aeropuerto! ¿Se acuerdan de cuando los aeropuertos sólo servían para la llegada y el despegue de aviones? Al lado del museo también había un casino...)

En una muy lúcida introducción, Tryno -me encanta escribir este nombre- Maldonado sitúa a los escritores de esta nueva generación (algunos de los cuales ya son conocidos fuera de México: Nettel, Ortuño, Solares): son huérfanos y dispersos, lo cual no es nuevo en la narrativa latinoamericana del último cuarto de siglo (eso mismo se dijo de los autores chilenos de los noventa: El abordaje de los huérfanos, se titula el libro de Rodrigo Canovas, clave para entender a la generación de Fuguet y compañía); están desencantados y lo aceptan, "pero por dentro se mueren de angustia"; no se toman muy en serio, pero tampoco son rebeldes o contestatarios; de hecho, "han optado por resguardarse en las formas tradicionales"; aunque radicalizan la propuesta del Crack y México no es ni tema ni factor de discusión, se trata de lo que "promete ser una generación conservadora". Está bien que así sea, me digo: en literatura, no es necesario inventar la pólvora todos los días.

Si en la narrativa mexicana nueva no hay la renovación formal que experimenta hoy la española o la argentina, sí hay, en cambio, un ávido deseo de nuevos paisajes y temáticas. Aquí, los padres tutelares no son ni Rulfo ni Fuentes, sino Philip Dick, Ballard, William Gibson. De hecho, sorprende la presencia central de elementos de la ciencia ficción en muchos de estos relatos: "Next (mex) world", de Heriberto Yepez; "El planeta Clorálex", de Martín Solares; "BalSac versión 1.0", de Jorge Harmodio; "Bajo un cielo ajeno", de Bernardo Fernández. Todos estos cuentos son dignos de destacar, pero, para mí gusto, el de Fernández es un clásico instantáneo. La historia de unos inmigrantes oaxaqueños en Marte recuerda a un cuento de Cory Doctorow en la forma en que se muestra cómo, incluso en la colonización de otros planetas, aparecen las desigualdades, las relaciones asimétricas de fuerza: a Marte llegan primero los gringos, luego más europeos y asiáticos, al final "los habitantes del tercer mundo... a limpiar el mugrero de todos los demás y hacer las tareas que ni los robots aceptaban". El cuento funciona no sólo por la irónica crítica social, sino por el cúmulo de nostalgia que cargan estos inmigrantes. Parece que cuando lleguemos a Marte seguiremos siendo los mismos: gente que extraña mucho su hogar.

Hay otros cuentos muy buenos (Nettel, Raphael) y uno sobresaliente: "Ameising", de Alain-Paul Mallard. Mallard no sucumbe a la tentación de las nuevas influencias, y deja que su relato dialogue con Borges y con el Joyce de Borges. Una generación capaz de producir a un prosista como Mallard puede darse por tranquila; ya está más que justificada.

lunes, 16 de junio de 2008

.179.






El dinero se acabó y por lo tanto hay que salir de casa a buscarlo. Esta semana comenzaron mis vacaciones. Tenía pensado invertirlas en terminar el segundo capítulo de mi tesis. Pero no, hay un mundo afuera y es bueno que le dé el aire a uno. Así que hoy mismo salgo para Pinos, Zacatecas a trabajar como ayudante de restaurador de obras sacras. No es la primera vez que lo hago. Dos años atrás, para ser exactos, me dediqué a lo mismo, pero en Mezquitic, cerca de Jalisco. En ese sitio vi mi primera pelea de burros en el jardín del pueblo, vi cómo se hacen pasar por muertos los tlacuaches para burlar la misma muerte, y gané algo de pericia en hacer calas, rasparle a la piedra, mover la brocha y menearle a la pintura.

Ahora me toca estar en Pinos.

Pinos queda a tres horas de Zacatecas en autobús. En carro se hacen dos horas. Viajaré por la primera vía, hoy por la noche, a las once, para ser más exactos y estaré allá cerca de dos semanas —quizá un mes— encerrado en la iglesia del pueblo. No sé si tenga Internet, por lo tanto, creo que no subiré nada al blog durante esas fechas. Lo que más me mueve y me tiene en cierta medida entusiasmado es que podré conocer la casa donde creció Amparo Dávila. Y por fin podré corroborar si es cierto que, como se lee en las entrevistas y por lo que dicen sus críticos, las atmósferas fantasmales y algunas veces sórdidas que habitan sus cuentos son el registro inmediato encontrado en Pinos. Se dice que Dávila creció ahí cuando éste era un pueblo minero y en sus recintos estaba el único panteón. Se dice, también, que el pueblo tiene una extensa tradición de cosas sobrenaturales, y que los habitantes son reacios —datos que me parecen algo sacados de la manga para darle fama al lugar y a la obra de esta escritora— y que por esas razones Dávila optaba por escribir sobre lo extraño, lo fantasmal y hasta lo terrorífico. En fin, con suerte quizá me tope con ella en el pueblo, sería bueno buscar una charla. Se rumora que anda en Zacatecas y que en vacaciones visita Pinos. Pero no prometo nada. Traeré notas sobre el asunto, nuevas experiencias y quizá un texto sobre la ciudad y si existe o no la posible injerencia que pudo haber tenido el pueblo en la obra de esta escritora.

Un abrazo a todos y que las chelas y las fiestas los acompañen.



sábado, 14 de junio de 2008

.178.




Por fin tengo tiempo de leer este libro de cuentos que desde hace meses compré en el DeFe la última vez que estuve allá. El libro es de Vila-Matas, contiene dieciocho piezas narrativas y un epílogo. Los primeros cuentos me sorprendieron en demasía, sobre todo con el que abre el compendio, que se puede leer como el esbozo de la poética de Vila-Matas y esa lucha del yo contra el otro yo. Una de las cosas que definen la literatura de este escritor es el yo distorsionado: construir una voz entre muchas para alcanzar una propia. O bien, en mi voz están ecos de otras voces. Lo que me sorprendió de esta pieza fue que Vila-Matas se impuso un nuevo reto como escritor: renunciar a sus antiguas gestiones sobre las influencias literarias para comenzar a escribir cuentos sobre personajes que miran al abismo sin despeñarse. Los tres primeros cuentos se pueden leer bajo esta frase: luego de buscar en el todo, nos queda buscar en la nada, en el abismo. En ellos se alcanzan a percibir guiños de Hemingway, como lo es su cuento "Un lugar limpio y bien iluminado", donde el norteamericano nos crea un hueco en el estómago con su oración a la nada. Pero sobre todo, vemos en estas piezas la intención del español en apoderarse del imaginario de Kafka. Adentrarse en un abismo para encontrar las formas que desconocemos o simplemente no encontrar nada.

Leí hace una semana El mal de Montano y me duele haberme desencantado un poco de la obra de Vila-Matas. En ella siempre se descubren narradores empeñados en experimentar con los artificios ficcionales, historias sobre la literatura misma, y una extraña manía porque todos sis personajes sean escritores con unas ganas enormes de presumir sus conocimientos sobre libros y más libros. Luego de esto me llegué a preguntar: ¿Qué pasaría si Vila-Matas deja de recurrir a esos experimentos? ¿En qué se convertiría su literatura? La respuesta no es propicia en estos instantes, puesto que esto es sólo un intro. Mi idea es reseñar el libro en forma para la revista K y prefiero guardarme mis primeras figuraciones y respuestas a las anteriores preguntas. Pero creo que parte de ellas y de lo que vendrá se encuentran en Exploradores del abismo.


.177.







Apuntes: hoy por la mañana



Fui a la recámara, recogí la almohada de la cama, regresé a la sala y la puse en las manos de la Lita.

“Tengo varios días sin dormir bien. Y cuando duermo sueño con cosas raras.”

“¿Qué cosas?”

“No tengo muy claros los recuerdos ahora, pero ayer soñé con que me faltaba la pierna izquierda y me negaba a que me pusieran una prótesis de acrílico. No quería verme como el vecino de al lado, que se va a correr en bermuda al estadio. Hoy soñé con que mi abuelo se escapaba del centro de rehabilitación para alcohólicos y lo atropellaban en la carretera.”

“¡Uyyy!, ¡qué cosas estás soñando!”, dijo la Lita tomando la almohada. Se sentó en el sillón. Tomó las tijeras, las abrió para recortar las puntas de la almohada. Luego separó los holanes y comenzó a sacar toda la felpa. Era una cosa blanca, hilos que formaban una bola de algodón. Sacó más que parecían carlangas tiesas, como las que se les hacen a los perros maltes luego de mojarse.

“Así que esto era”, prosiguió la Lita, mientras yo me servía leche.

“¿Qué es?”

“Pues esto, lo que tengo en mis manos”, me dijo enseñándome las bolas esas como si fueran las hilanderas de mi subconsciente.

“Son tus sueños enmarañados. Hay que acomodarlos para que no sigas teniendo pesadillas. No ves que aquí están hechos nudo, por esa razón sueñas con cosas raras, bueno, aparte de que estoy segura de que los monos rojos que compraste el otro día también te están haciendo daño.”

La Lita se refería a unos arlequines que conseguí a un precio cómodo en una casa que los inquilinos estaban a punto de demoler, muy cerca del centro de la ciudad. Los arlequines son tiernos, por esa razón los tengo apoyados en el buró, al lado de mi cama.

“Creo que así está bien”, me dijo después de haber acomodado la felpa. Formó pequeñas bolitas como algodones de azúcar y las metió a la almohada. Después tomó la aguja y el hilo. Cosió las puntas de la tela.

“Sólo que antes de que la uses dale unos golpecitos a los lados, como si la estuvieras amasando, para que tus sueños se acomoden y tomen forma. Así no volverás a soñar cosas raras. Mira, así”, comenzó a golpear la almohada como si fuera un costal. Luego la puso en mis manos. La revisé, le di vueltas, volví a revisarla. Después la golpeé como ella lo hizo.

“¿Estás segura de que esto servirá? Es que ya no quiero soñar esas cosas raras”

“Pues probemos. Si no sirven metemos patas de conejo entre la felpa, o cambiamos la posición de la cama hacia la ventana, para ver si la luna ayuda un poco”…


.NADA.


Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada.

Peter Handke. El peso del mundo.


El vacío llega a ser sólo un buen pretexto para escribir un cuento.

Vila-Matas. Exploradores del abismo.



No hay ninguna dirección de la rosa de los vientos que Kleist. El eterno solitario, no haya seguido; no hay ninguna ciudad de Alemania en la que Kleist, el eterno solitario, no haya vivido. Siempre está en camino… ¿Qué es lo que arrastra a Kleist a esa eterna peregrinación? ¿Qué se propone? La filología no basta para explicarlo… Todos ellos sienten dentro de sí el terrible látigo de la inquietud, la intranquilidad perpetua, la trágica inestabilidad espiritual… Pero para destruir ese demonio interior que los domina, no pueden hacer nada más que destruirse a sí mismos.

Stefan Zweig. La lucha contra el demonio (Holderlin, Kleist, Nietzsche).



Ordené traer mi caballo del establo. El criado no me entendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y me monté en él. Oí una trompeta a lo lejos, pregunté al criado su significado. No sabía nada ni había oído nada. Me detuvo en el portón y preguntó: “¿Adónde cabalgas, señor?”. “No lo sé”, le dije, “Fuera de aquí. Siempre fuera de aquí, sólo así podré llegar a mi meta.” “¿Así que conoces tu meta?”, preguntó. “Sí”, respondí, “acabo de decirlo. Fuera de aquí, tal es mi meta.”

Franz Kafka. La partida.



¿Qué temía? No era temor, no era miedo. Era una nada que conocía demasiado bien. Era una completa nada y un hombre también era nada. Era sólo eso y todo lo que se necesitaba era luz y una cierta limpieza y orden. Algunos vivieron en eso y nunca lo sintieron pero él sabía que todo eso era nada y pues nada y nada y pues nada. Nada nuestra que estás en nada, nada sea tu nombre nada tu reino nada tu voluntad así en nada como en nada. Danos este nada nuestro pan de cada nada y nada nuestros nada como también nosotros nada a nuestros nada y no nos nada en la nada mas líbranos de nada; pues nada. Ave nada llena de nada, nada está contigo.


Ernest Hemingway. “Un lugar limpio y bien iluminado”.

jueves, 12 de junio de 2008

.176.






Truman Capote, además de ser un escritor precoz, un novelista experimental, es uno de los escritores que mejor comprendían el género cuento, lo que este requería para ser una pieza narrativa perfecta y lo que el escritor tenía que esforzarse para lograrlo. Nada más falso y banal decir, lo que muchos, que Capote es uno de los escritores de la literatura frívola. Sus cuentos para nada rayan en lo sobrio y mesurado. Tan sólo hay que darse una vuelta a donde están los libreros y buscar dos o tres cuentos de él para demostrar lo contrario. Capote fue un perfecto narrador de la discriminación social o el rechazo (“Las paredes están frías”). Sus cuentos nos revelan un escritor con una intuición creativa capaz de sumergir a su lector en atmósferas sórdidas, felices, tristes, melancólicas y de añoranza según los personajes y el cuento, en su creación, lo demande (“Un árbol de noche” y “El halcón decapitado”). Así, también, sus cuentos más perfectos nos revelan lo bastante inestables y contradictorios que somos los seres humanos y cómo somos vapuleados por nuestros defectos (“Mojave”).

Siempre que busco refrescarme de ideas sobre la teoría del cuento, sobre qué es el cuento, cómo lo concibe un escritor maduro y visionario, en lugar de correr a la cocina de la academia, me da por revisar esta entrevista. Es vieja y algo conocida. Se puede encontrar en el libro El oficio de escritor, publicado por Era. Pero contiene una agudeza y una vitalidad que ni el mismo tiempo y los lectores desinteresados conseguirán enterrarla.

Un hombre que quería ser escritor
(2ª parte)


E.: ¿Qué escribió usted primero?

T.C: Cuentos. Y mis ambiciones más firmes giran todavía alrededor de ese género. Creo que el cuento, cuando es explorado seriamente, es el más difícil y el más riguroso de los géneros en prosa existentes. Todo el control y la técnica que yo pueda tener se lo debo enteramente a mi adiestramiento en ese género.

E.:-¿Qué significa exactamente "control" para usted?

T.C.: Significa mantener un dominio estilístico y emocional sobre el material. Llámelo preciosismo si gusta y mándeme al demonio, pero yo creo que un cuento puede ser arruinado por un ritmo defectuoso en una oración -especialmente al final- o por un error en la división de los párrafos y basta en la puntuación. Henry james es el maestro del punto y coma. Hemingway es un parrafista de primer orden. Desde el punto de vista del oído, Virginia Woolf nunca escribió una mala oración. No me propongo implicar que practico con éxito lo que predico. Lo intento, eso es todo.

E.: ¿Cómo se llega a dominar la técnica del cuento?

T.C.: Puesto que cada cuento presenta sus propios problemas técnicos, obviamente no se puede generalizar acerca de ellos sobre una base de dos-más-dos-son-cuatro. Hallar la forma correcta para un cuento es sencillamente descubrir la manera más natural de contarlo. El modo de probar
si un escritor ha intuido o no la forma natural de su cuento consiste sencillamente en esto: después de leer el cuento, ¿puede uno imaginárselo en una forma diferente, o silencia el cuento la imaginación de uno y parece absoluto y definitivo? Del mismo modo que una naranja es definitiva, algo que la naturaleza ha hecho de la manera precisamente correcta.

E.: ¿Hay recursos que uno pueda utilizar para mejorar la técnica?

T.C.: El único recurso que conozco es el trabajo. La creación literaria tiene leyes de perspectiva, de luz y sombra, al igual que la pintura o la música. Si uno nace conociéndolas, magnífico. Si no, hay que aprenderlas. A continuación hay que reordenarías a conveniencia de uno. Aun Joyce, el más
radical enemigo de las reglas entre nosotros, era un artífice consumado; pudo escribir Ulysses porque escribió Dubliners (Dublinenses). Hay demasiados escritores que parecen pensar que escribir cuentos no es más que una manera de ejercitar la mano. Bueno, en esos casos es seguro que lo único que están ejercitando es la mano.

E.: ¿Recibió usted muchos estímulos ce esos primeros tiempos? Y si los recibió, ¿de quiénes provinieron?

T.C.: ¡Dios santo! Me temo que al hacer esa pregunta se ha comprometido usted a tener que escuchar una epopeya. La respuesta es un nido de víboras de negativas y unas cuantas afirmativas. Mire usted, no totalmente, pero sí en gran medida, mi infancia transcurrió en regiones del país y entre personas que carecían de toda actitud cultural. Lo cual probablemente no fue malo, a la larga. Me endureció desde muy temprano para nadar contra la corriente; en verdad, en algunos aspectos desarrollé los músculos de una verdadera barracuda, especialmente en el arte de lidiar con los enemigos, un arte que no es menos necesario que el de saber apreciar a los amigos. Pero volviendo atrás: naturalmente, en ese medio, yo era considerado un tanto excéntrico, lo cual era bastante justo, y, además, estúpido, lo cual resentía adecuadamente. Con todo, despreciaba la escuela -o más bien las escuelas, pues me la pasaba cambiando de una a otra- y año tras año reprobaba las materias más sencillas, por pura aversión y fastidio. Faltaba a clases cuando menos dos veces por semana y a cada rato me escapaba de la casa. Una vez me fugué con una amiga que vivía en la casa de enfrente: una muchacha mucho mayor que yo que posteriormente alcanzó cierta fama porque asesinó a media docena de personas y fue electrocutada en Sing Sing. La llamaron la "Asesina Corazones Solitarios". Pero ya estoy yéndome por la tangente otra vez. Bueno, finalmente, cuando tenía unos doce años, si no recuerdo mal, el director de la escuela a la que asistía visitó a mi familia y le dijo que en su opinión, y en la de los demás maestros, yo era
"subnormal". Pensaba que lo sensato y humanitario era enviarme a alguna escuela especial para chiquillos retrasados. Aparte de lo que hayan pensado en su fuero interno, mis parientes se dieron oficialmente por ofendidos y, en un esfuerzo por probar que yo no era subnormal, me mandaron sin pérdida de tiempo a una clínica de estudios psicoanalíticos en una universidad del
Este del país, donde me examinaron el Cociente de Inteligencia. El examen me divirtió enormemente y… ¿sabe usted qué?. . . regresé a casa proclamado genio por la ciencia. No sé quién se sintió más abrumado, si mis antiguos maestros, que se negaron a creerlo, o mis parientes, que no quisieron creerlo: todo lo que querían que les dijeran era que yo era un simpático muchachito normal. ¡Ja, ja! Pero, por lo que a mí tocaba, me sentía sumamente complacido: me la pasaba mirándome en los espejos y chupándome los carrillos y diciéndome: "Pues sí, jovencito, tú y Flaubert... o Maupassant o Mansfield o Proust o Chéjov o Wolfe" según quién fuera el ídolo del momento. Empecé a escribir con un empeño tremendo: mi mente zumbaba la noche entera, todas las noches, y no creo que haya dormido realmente durante varios años. Cuando menos basta que descubrí que el whisky me sosegaba. Era demasiado joven -tenía quince anos- para poder comprarlo con mi propio dinero, pero contaba con unos cuantos amigos mayores que eran sumamente complacientes en ese sentido y no tardé en llenar una maleta con botellas, con botellas de todo: desde brandy de zarzamoras hasta whisky Bourbon. Guardaba la maleta en un ropero y bebía sobre todo por la tarde; después masticaba un puñado de Sen Sen y bajaba a cenar al comedor, donde mi comportamiento, caracterizado por largos silencios y miradas vidriosas, se convirtió gradualmente en motivo de consternación general. Uno de mis parientes solía decir: "Realmente, si no fuera porque sé que es absurdo, juraría que está borracho perdido." Bueno. Claro está que esa pequeña comedia, si tal era, terminó con el descubrimiento de la maleta y un relativo desastre; y pasó mucho tiempo antes de que volviera a tocar una gota. Pero parece que ya me volví a apartar de nuestro tema. Usted preguntaba por los estímulos. La primera persona que me ayudó verdaderamente fue, cosa extraña, una maestra. Una maestra de inglés que tuve en la escuela secundaria, llamada Catherine Wood. Ella apoyó mis ambiciones en todas las formas, y siempre le estaré agradecido. Más tarde, desde el momento en que empecé a publicar, recibí todo estímulo que cualquier persona podría desear, especialmente de parte de Margarita Smith, encargada de la secci6n de textos narrativos de la revista Mademoiselle, de Mary Louise Aswell, de Harper's Bazaar, y de Robert Linscott, de la editorial Random House. Habría que ser un glotón, en realidad, para pedir mejor suerte de la que tuve al comienzo de mi carrera.

E.: ¿Esos tres editores que usted acaba de mencionar lo estimularon simplemente comprando sus trabajos o también lo ayudaron con sus críticas?

T.C.: Bueno, no puedo imaginar que haya algo más estimulante que el hecho de que alguien le compre a uno sus trabajos. Yo nunca escribo -en verdad soy físicamente incapaz de escribir- nada que piense que no me pagarán. Pero, en realidad, las personas mencionadas, y algunas otras también, fueron todas ellas muy generosas con sus consejos…



Para seguir leyendo: ...

jueves, 5 de junio de 2008

.175. El diálogo sigue:






Escritores como Xavier Velasco y Alberto Chimal se han metido, uno invitando a comentar, el otro casi hasta al horno de la cocina, en el diálogo sobre el compromiso del escritor con la sociedad o lo político. A mí el tema me parece que está tomando caminos sinuosos y hasta usureros. Y lo peor es que no se llegará a nada con ello. La discusión seguirá en un muégano, en ese mundillo cerrado que creamos los escritores desde un blog bajo la idea de querer que los reflectores nos iluminen. Es una lástima, en verdad. Todo esto puede llegar a conclusiones más inteligentes. En fin. Para ponerlos a tono les dejo en este post fragmentos de todo el dislate. Para leer completos los textos sólo denle click a los nombres. Espero, de todo corazón, ojalá se pueda, que esto tome un rumbo menos impertinente y chismoso. Repito: el deber de un intelectual es proponer salidas o soluciones a los problemas, no denigrar al otro porque no tiene la razón o porque es contrario a sus ideas. O porque le gano una beca al escandaloso. Si muchas son las ganas de estos escritores en arreglar el mundo y los conflictos de México, vamos, yo los apoyo, salgan de su biblioteca e inciten a su grupo de amigos que se la pasan cazando becas y premios a ir a los sitios donde está la pobreza y no existen los medios para que la gente de clase baja inferior tenga educación escolar. Vamos, la literatura les está quitando el tiempo.


El mundillo literario es 99 % mundillo y 1 % literario, recién ha dicho Carlos Ruiz Zafón. Temo que exageró. Ese uno por ciento parece demasiado. Siendo tan grande el mundo, no sé qué hace la gente encerrada en mundillos. Creo que es antihigiénico, en principio; amén de improductivo y con cierta frecuencia contraproducente. Pocas novelas me resultan en tal modo infumables como aquellas donde todos los personajes son escritores, y como cree el autor que es natural sólo saben hablar de temas cultos. No dudo que haya quienes encuentren cierto esparcimiento en el jueguillo díscolo de encontrar quién es quién y qué chismes se cuentan en aquellas novelas escritas solamente para el consumo de unos cuantos implicados. Habrá también quien logre divertirse conociendo la vida íntima de los cisticercos. Pero lo que es a mí me da terror la idea de acabar escribiendo para el consumo interno de una pandilla que vive en permanente torneo intramuros para saber quién tiene más ancha la cultura, o más grande la obra, o más larga la lista de amigos encumbrados.

Habemos quienes no servimos para eso. No es cuestión de principios, y ni siquiera de incapacidad, sino de vil pereza. Y tampoco es que allí falten los personajes interesantes, si más de uno practica la perversión de frecuentar mundillos e incidir en sus dimes y diretes. Conozco a varios grandes conversadores que pierden buena parte de sus encantos en cuanto pasan lista en el mundillo, donde las circunstancias les obligan a guardar esas formas que de otro modo se estarían pasando por el arco del triunfo. Hay en la mentirosa fraternidad de los mundillos culturales un tufo provinciano y defensivo que delata el horror al qué dirán en quienes menos tendrían que sentirlo. Cierto es que allí se mueven las pasiones, igual que se intercambian lealtades y se practica el trapecismo laboral, pero pasa que todos esos ingredientes servidos en un plato no siempre contribuyen a incrementar el apetito, ni alcanzan para calmar el hambre propia de quien trabaja en plena soledad y cuando sale lo hace en plan de murciélago. ¿Cuándo se ha visto que uno de estos animales chupe la sangre de otro de su especie? Esta sola objeción me basta para eludir el ambiente incestuoso de los mundillos. Por cochino, se entiende, Xavier Velasco Dixit.


1. No había visto esta anotación de Ira Franco en su blog El taza, pero ahora que la veo me parece de lo más interesante: discutiendo sus ideas sobre el estado de la literatura mexicana y la responsabilidad de los escritores, ha dado lugar a un debate que se propagó a esta nota en Never Neutral, el blog de Ernesto Priego, y también a otras bitácoras (un ejemplo está aquí, en el blog de Andrei Vázquez). Como verán, todo partió de Grandes Hits, la antología de narradores de los setenta publicada por Almadía. Mientras puedo darme tiempo para agregar algo bien razonado a esa discusión (que lo merece), dejo al menos la constancia de lo ya dicho, Alberto Chimal invitando al diálogo.

Ira:

Si el encuentro hubiera sido privado, claro que la oportunidad de abrazarse y felicitarse está chingón, ¿a poco no? Tomar con escritores fue a toda madre, pude compartir unos mezcales con un amigo, por ejemplo, y crear algunos lazos. Sin embargo se le convocó al público en general, y ahí estoy de acuerdo contigo. Opino que el escritor, si bien no tiene todas las respuestas ni es el salvador de la humanidad, debe comenzar a dialogar ante lo desconocido. (Esta carta la escribo como diseñador gráfico).

Estoy seguro de que hasta los escritores tienen una opinión como todos nosotros, pero, quizá por no comprometerse con nada, por temor a quemarse, por el miedo al ridículo, no la hacen pública y ponen el viejo escudo de que el escritor debe estar comprometido con la literatura. Por supuesto que sí, lo contrario sería el colmo, pero también deben preguntarse cosas que la gente normal se pregunta, ¿no es cierto? Ellos son los que piensan que el escritor debe ser sabio, intachable, cuando tiene que ser el más confundido de todos. ¿Entonces por qué el temor a externar su confusión?, ¿por qué subir pedos a la mesa?, ¿por qué el temor a equivocarse? Por un ego del tamaño del mundo que les hemos colocado. Resultado: ausencia de convicciones: un presente anodino: un futuro pusilánime, Andrei Vázquez apoyando los ánimos de la autora que inició todo esto.


No veo la diferencia entre la carta de esa mujer y su escrito, el que pegaron allá arriba, como para insultarme, lo cuál no me molesta, me hace gracia, ambos escritos se parecen mucho, cada quién habla como le va en la vida, no necesité jamás de la literatura para acostarme con alguien o ir de cama en cama, mi vida personal la conseguí en otros medios. No entiendo cómo personas que piensan así se atreven a criticar la actitud de otros, que es igual de patética ¿cómo es que pueden hacer ese tipo de cartas? en esa carta debió poner lo que piensa de la literatura, de sí misma, creo que alguien que piensa que la literatura sirve para acostarse con alguien que de otro modo no la o lo voltearía a ver, debería pensar dos veces antes de escribir cartas de ese tipo o incluirse en el circo, sería más honesto ¿será que no se leen? Todavía existen algunos que se atreven a decir que el crack es una mafia, ¿sólo el crack? (ni siquiera elegí estar en el pinche crack, me da igual, de todos modos soy una especie de prostituto) me da risa, se ve que les duele mucho que otros ganemos el triple o cuádruple sin haber agachado tanto la cabeza, por eso hice esos comentarios irónicos de lamesuelas y eso, no lo tomes tan personal, sólo quise responder las cartas, es todo. Referente a las críticas sobre el escritor no comprometido, repito, ¿será que no se leen? si están tan comprometidos ¡¿por qué soportar discursos de escritores denigrantes?! ¿no podrían llevar consigo una bolsa de tripas humanas y aventárselas No sé si seguiré leyéndote, no leo asiduamente blogs o algo en particular, como te comenté, llegué aquí por la carta. No le preguntaré a Yepez ni a Priego, no somos amigos íntimos, te mentí en eso, en lo que no te mentí es en eso de olvidar los nombres, soy muy distraído, una vez dejé mis zapatos en un hotel, Xavier Velasco refutando el tema de la carta.


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