jueves, 18 de diciembre de 2008

.187.

Acá son las dos de la madrugada y estoy cansado. Fernando y yo hemos terminado de hacer la maleta. Mañana partimos a las nueve de la mañana a Valencia. Yo no me quería ir a ningún lado, puesto que apenas estaba tomando el hilo del trabajo, pero bueno, en la Fundación nos dieron vacaciones y pues tenemos que salir a conocer. Así que no estaré por aquí hasta el otro año. El viaje comenzará por Valencia, después Madrid, donde pasaré navidad y de ahí nos iremos a Barcelona para pasar año nuevo. Por último Santiago de Compostela. Regresaré a la Fundación el ocho de enero, espero traer nuevas noticias. Que la suerte los acompañe y felices fiestas…

lunes, 15 de diciembre de 2008

.186.

La frase del día:

Hoy por la tarde, mientras comíamos, Pablo hablaba de cine con Irene, y dijo algo muy cierto:

En la vida real puedes ser un farsante, un mentiroso, pero en el arte hay que ser honestos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

.184.



Antonio Gala no vive en la casa. Él sólo nos visita una o dos veces por mes, eso me ha dicho Auxi. Aunque en las entrevistas que Antonio le ha concedido a algunos programas de televisión española, dice que en esta generación va a procurar estar más cerca de los residentes. Ayer se nos avisó que vendría hoy por la noche. Así que todos nos despertamos temprano, desayunamos y nos metimos de lleno a nuestras actividades. Eso pasa siempre, pero esta vez lo hicimos bajo la idea de que vendría el rey.

Por la tarde, en la comida, nos dimos cuenta de que aún no se presentaba Antonio y le preguntamos al portero a qué hora tenía pensado llegar. Él nos contestó que quizá en la noche, pero que no tenía la hora exacta. Cada quien se siguió en lo suyo. Yo me fui a mi habitación a leer a Hemingway. Después bajé al comedor a saludar a la cocinera. Por el momento no recuerdo su nombre, por lo que le llamaremos Señora amable. Señora amable es una mujer robusta y de mejillas rosadas. Es my sonriente, y le gusta saludarnos de beso a todos por las mañanas. Le pedí un bocado, así se le dice aquí a una torta de embutidos. Al dármela, me preguntó:

--Oye, muchacho, ya conoces a Antonio Gala.

--No, aún no.

--Pues te has perdido de mucho, es un hombre inolvidable y cuando habla nos tiene muy alegres a todos. Ya verás te va a encantar cuando lo conozcas.

Dejó de hablar y comenzó a mirar.

--Pero deberías de darte un baño para verte presentable antes de que esté aquí.

--Así lo haré.

Tomé mi bocado y le di una mordida. Señora amable me siguió contando cosas de Antonio Gala y la seguí escuchando mientras me terminaba la comida. Me dijo que los pequeños, así le llama ella los residentes, le habían puesto el apodo de “mecenas y papuchi”. Esto me causó risa. Luego me despedí de ella dándole los dos besos, uno en cada mejilla como se acostumbra aquí. Me dirigí a las escaleras al segundo piso. Pasé por el taller de pintura. Subí otras escaleras y caminé a mi habitación.

Revisé lo que había escrito por la tarde, vi la hora en mi celular y me di cuenta de que ya casi era la hora de la cena. Me desvestí y me metí a la regadera y abrí las llaves de agua.

Al terminar el baño, me vi en el espejo la barba que había llevado por años en el mentón y que me hacía ver más viejo y rudo. Así que tomé las navajas de afeitar y me las quité. Tardé unos diez minutos en hacerlo. Luego saqué de mi armario la mejor camisa y el mejor pantalón. Me los puse. Saqué un saco de color negro. Me lo probé y no me gustó. Saqué el de color verde oscuro. Me lo probé y me agradó. Me puse los calcetines, los zapatos. Fui de nuevo al espejo del baño para peinarme. Caminé hacía la ventana y me senté en la silla que está junto a ella. Me pasé ahí viendo la ciudad de Córdoba y pensando en lo que había escrito, y pensando también en lo que pensaba escribir y en lo que jamás lograría, hasta que tocaron la puerta de mi habitación. Era el portero avisándome que ya había llegado Antonio Gala.

Salí rápido. Bajé al taller de pintura. En la entrada estaban varios de mis compañeros. Se veían serios; parecía que estaban escondiendo algo. O bien, que los acababan de regañar y estaban sentidos por eso. Al fondo del taller escuché una voz lejana, pero fuerte e imperativa. César me dijo que pasara. Lo dudé. Su sonrisa es ambigua: no sabes si te está preparando una travesura para ti o por simpático. Volvió a repetirme que pasara y así lo hice. Cerca de la mesa de Julen estaba José María, el director de la fundación, y Luis, el que más tarde sabría que es el secretario de Antonio. Debajo de la luz de la habitación, con las manos cruzadas sobe la espalda y con el cuerpo un poco inclinado, estaba Antonio comentando con fruición los cuadros de los becarios que estaban colgados en las paredes. Lo miré como si fuera algo intocable, un león que ha llegado de nueva cuenta a su territorio y está revisando que todo esté en orden. En lugar de interrumpirlo decidí contemplar sus movimientos calculados, su elegante caminar y escuchar lo qué decía. Creo que nunca le quité la mirada de encima, puesto que dejó de hablar rotundamente y giró su cuello para verme. José María, al notarlo, me acercó a él para presentarnos.

--Antonio, él es Joel, el mexicano que faltaba de llegar.

Gala me miró de arriba abajo como si intentara reconocer algo en mí que había visto antes en otra persona. Sus ojos se clavaron en los míos. Parpadeo. Me dio la mano y dijo:

--Bien, pues bienvenido a la casa.

Se dio la vuelta y siguió escrutando los cuadros como si no me encontrara ahí. Yo también me di la vuelta, sentí que me gruñeron las tripas por el hambre. Salí del taller. Bajé al comedor para ver si la mesa ya estaba lista para cenar. Pero al encender la luz no encontré nada aún.



martes, 9 de diciembre de 2008

.183.



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Uno: la inconformidad
Por fin pude viajar a España luego de casi tres meses de espera. Ese fue el tiempo que el consulado de España en México se tardó en concederme el visado de estudiante para poder viajar a Córdoba y así poder iniciar mi beca concedida por la Fundación Antonio Gala. Los meses que esperé el documento fueron tortuosos, cargados de protestas e inconformidad. Dejé de escribir por estar de lleno apresurando a los encargados de relaciones exteriores para que tuvieran mi visado listo. Y renuncié a mi escuela y a los trabajos esporádicos donde me desempeñaba como maestro de literatura. Durante ese tiempo me di cuenta de que los consulados de España en México tienen un pésimo funcionamiento y quienes los representan no cuentan con la capacidad --o la tienen, pero no la demuestran-- de dar un trato respetuoso a quienes solicitan sus servicios.
Otro detonante de mi inconformidad, y podemos decir de mi dolor como ciudadano, fue presenciar los cambios que está viviendo Zacatecas respecto a la inseguridad pública implantada por el narcotráfico, así como el crecimiento del porcentaje de secuestros, de robos y asesinatos. ¿Qué decir de la corrupción policiaca y del deficiente desempeño de la gobernadora de mi estado ante estos conflictos? Es más que penoso aceptar: lo que antes era un estado seguro ahora se ha transformado en inestable, superando a ciudades vecinas y poniéndose casi al parejo a las urbes de mayor densidad demográfica en México.
Hay pruebas suficientes. Durante el mes de septiembre fui víctima de un asalto a mano armada a las afueras de mi casa, del cual salí librado sin ninguna lesión física. Situación en la que nunca me había visto antes. ¿Cuestión de suerte, personal? No lo creo. El siguiente mes secuestraron al familiar de un amigo entrañable. Fue liberado semanas posteriores gracias a la intervención del ejército luego de que desmantelaran una casa donde tenía más de diez personas secuestradas y habitaciones llenas de armas y municiones. Un periódico de circulación nacional publicó una leve nota donde se leía que agentes judiciales tenían lazos con los secuestradores. Sé que ante lo que escribo muchos se muestran desinteresados o escépticos. Y se sacan de la manga que esto sucede porque mi ciudad está en crecimiento. O dicen que no hay de qué alarmarse: “policías igual a corrupción. Funcionarios públicos igual a corrupción”.
No nos hagamos tontos. Negar que desde la entrada de la seudo-izquierda a Zacatecas comenzara a iniciar esto es como admitir que vivimos con un montón de piedras en la cabeza. ¿Qué decir de la guerra que Calderón, el presidente de nuestro país, le cantó al narcotráfico? Entre la lucha de las bestias muchos salimos vapuleados. Ya no se sabe si temerle al narcotráfico, al gobierno, al ejercito o a la policía. Pero vayamos a los hechos particulares. Todo zacatecano tiene una prueba, o tiene algo que contar sobre el grupo de narcotraficantes que comenzaron los disturbios en Zacatecas: la balacera que sostuvieron policías y el grupo de sicarios año pasado en la carretera de Jerez, al día siguiente, la extraña censura de El sol de Zacatecas para que no se supiera del atentado; la balacera que se sostuvo en Fresnillo; la balacera que se sostuvo en Río grande; la huída repentina de los comerciantes que año con año montaban su puesto en la feria de Zacatecas; la resistencia que pusieron los civiles en la entrada a Villanueva exigiéndole a la gobernadora Amalia García Medina la intervención del ejército en su municipio.
A muchos les interesa poco, o se hacen los despistados. Sólo tomamos conciencia de las cosas hasta que estamos dentro, llenos hasta las rodillas de inmundicia. A mí me causó terror el recibir llamadas de extorsionadores al teléfono de mi casa amenazando que pronto uno de los miembros de mi familia sería secuestrado. Lo de menos era pensar que se trataba de farsantes que se aprovechaban de la inseguridad del estado. Los narcotraficantes, han aclarado, sólo secuestran a quienes les cierran el camino o se oponen a ellos. O a gente de dinero, o a hijos de funcionarios públicos. En mi casa apenas tenemos para sostener la educación y alimento de cada miembro familiar, por esa razón pido becas de apoyo a la creación artística porque mi madre ni yo tenemos el dinero suficiente para darnos un lujo como salir del país y mantenernos en pie. ¿Entonces por qué las llamadas? El meollo es que provocaron terror psicológico en mi familia. Las llamadas cesaron, pero yo nunca dejé de preguntarme: ¿de qué sirve la literatura, de qué sirve leer y machacar los dedos en la computadora escribiendo si no vamos a salvar a los demás? Uno no va a salvar las cosas que ama construyendo historias. Lo único que se hace es evadir, evadir todo. Y con sólo abrir la ventana te das cuenta de que las cosas se van descomponiendo.
Hace una semana me concedieron la visa, tuve que trasladarme a Guadalajara de urgencia para recogerla. El trato con la persona que me entregó mis documentos fue el mismo de siempre: grosero. Luego de esto viaje a Madrid el primero de Diciembre. Mi familia aún sigue en Zacatecas, la persona que amo y mis amigos también. Sé que regresaré en algunos meses, al finalizar mi beca. Pero ese no es el problema. El problema es pensar que las cosas se alteren, es pensar que nada se solucionará y que yo --como ciudadano o escritor--, no estoy colaborando para que se arreglen los conflictos. No se trata de encarar las cosas como valientes, ni de hacernos los héroes. Si fuera así ya hubiera vendido los libros de mis estantes y me hubiera comprado balas y una pistola y hubiera salido a encarar a los presuntos implicados, si es que con pocos libros puedo comprar algo así. Se trata de levantar conciencias y preguntarnos por qué están sucediendo así las cosas. Yo sé que muchos dicen que la literatura no debe ir embarrada en esto, pero la literatura y la vida al fin y al cabo vienen siendo lo mismo.
En una corta platica que sostuve con el cónsul honorario de España en Aguascalientes buscando soluciones para acelerar el trámite de mi visa, le pregunté si era mejor iniciar el trámite de nuevo. Me contestó rotundamente: “En España les están pidiendo que muestren la carta de no antecedentes penales expedida nacionalmente, no estatal”. Las razones: México es un país tremendamente inseguro, lleno de corrupción. Y los platos rotos los pagamos los que nunca asistimos a los grandes banquetes.

Dos: el viaje y la llegada
El viaje fue largo y cansado. De Zacatecas al Distrito Federal. Del Distrito Federal a Londres y de ahí a Madrid. Por último un traslado por carretera de Madrid a Córdoba. Su duración fue de casi 26 horas entrecortadas por esperas y cambios de vuelo en aeropuertos. No pude contemplar durante el trayecto aéreo los variados paisajes y los océanos que dividen a Europa de México. En los tres que abordé tuve la mala suerte de que me tocara asiento en la contra esquina de la ventanilla, o bien, que el cielo estuviera cubierto por densas capas de nueves o la oscuridad.
Llegué a Madrid a las nueve de la noche. César Orrico, compañero de la Fundación, me recibió en Barajas. Después juntos viajamos a Córdoba en su furgoneta. Córdoba está a cinco horas de retirado del aeropuerto. En el camino, por la poca iluminación de los alrededores, no pude contemplar los valles que están a los costados de la carretera. Pero vimos varios ciervos cuando César reducía la velocidad para respetar los señalamientos de tránsito. El viaje fue entretenido, escuchamos canciones hip hop. César me actualizó sobre los compañeros de la Fundación, sobre las actividades que se hacen en ella, sobre los demás residentes, de su trabajo como grabador. Me habló de su admiración por escultor Javier Marín, de la Mezquita cordobesa y de Antonio Gala.
A la una de la madrugada llegamos al antiguo templo de Corpus Christi, sitio donde es la residencia de los jóvenes creadores. Los mismos me recibieron con alegría, al igual que Auxi, la encargada de la casa y la segunda madre de los becarios.
La casa es un lugar bonito, amplio, conserva aún la esenia y la imagen del templo del siglo XVII que era antes. Si se me preguntara cómo puedo definirlo con una sola palabra, diría que es hermoso, aunque dudo, aún así, que la palabra alcance a darle un significado completo. Por último cenamos, me mostraron algunas secciones de la casa: la biblioteca, el taller de pintura, el patio de noviciados, y mi habitación: un espacio cómodo, con baño, escritorio, estante para libros y una gran ventana que regala una hermosa vista a la Mezquita, el casco central antiguo de la ciudad y el cielo.
Luego de haberme despedido de todos para ordenar mi ropa y bañarme para evitar el jet lag, descubrí que en el librero de mi nueva recámara se encontraba en posición vertical Los papeles de agua, uno de los libros de Antonio Gala. Al ver que estaba entreabierto en la página donde lleva el título de la novela, quedé sonrojado por la emoción y el placer: la hoja mostraba una dedicatoria: “Para Joel, con mi bienvenida a mi corazón”. Rápido comencé a leer las siguientes páginas y en ellas encontré parte de las respuestas a las preguntas que me tuvieron aterrado meses atrás:
“Que no se pongan moños los que escriben, ya lo hagan bien ya mal: eso nadie sabe hasta después. Por qué todo es literatura. En el sentido estricto y en el despectivo a la vez. Si no se escribe, si no se cuenta, nada existe ni dura. Aunque parezca susurrada, secreta o al menos sigilosa, la política es literatura en cuanto trata de explicarse y de proliferar. Y en cuanto trata de convencer y apear sus absurdos, la teología también es literatura en el peor sentido de la palabra. Y la justicia y la economía y el latrocinio y la desigualdad de clases. Y por encima de todo, el amor: una moneda muy valiosa que no sirve para comprar absolutamente nada”.
Tres: el acostumbrarse a no despertar en casa
Estoy por cumplir una semana ya en la Fundación. Más que escribir me la he pasado leyendo y buscando información sobre cosas que nunca pensé conocer. ¿Extraño mis libros? La Fundación cuenta con una biblioteca bien surtida. También he tomado fotos y he comenzado a perderle miedo a la ciudad. Mi horario de trabajo, porque en esta casa todos trabajan, es de 8: 00 a 9:00 am. Lo suspendo para tomar el desayuno. A las 10:00 sigo el curso de mis labores y paro hasta las 2:00 pm que es la hora de la comida. Retomo mis actividades en la biblioteca, que ya he hecho como mi refugio, y dejo de leer o escribir a las 7:00 pm. Después hago ejercicio en el pequeño gimnasio, una media hora a lo mucho. Luego me baño tranquilamente. Ya para las 9:00 pm estoy cenando junto a todos mis compañeros. Si no me siento muy cansado salgo a caminar por la ciudad, tomando primero las calles que te llevan a la Mezquita, posteriormente me sigo hasta el Puente romano. Luego de contemplar el rio por unos minutos, me regreso a la casa y me pongo a ver la televisión hasta que me domina el sueño en la sala que mis compañeros acondicionaron como un pequeño cine. Claro que a veces paso por alto este ritmo de trabajo y me brinco de la biblioteca al taller de pintura para ver qué se encuentran haciendo los demás. O me voy hasta el taller de escultura sólo para preguntar si alguien tiene encendedor. O salgo al Patio de noviciados a llenar los pulmones de aire fresco. O camino por lugares de la casa que creo que no he conocido. ¿De qué escribo, sobre qué escribo? Intento hacerlo sobre mi inconformidad. La misma me está seduciendo a dejar por este año y el siguiente el proyecto de libro de cuentos por el que me becaron. He pensado en reanudar los apuntes de novela que inicié en Nieves, Zacatecas, luego de cierta noche que terminamos de pintar la cúpula del templo y vimos a las afueras del jardín una persecución entre camionetas de policías y sicarios. Porque supongo que se escribe mejor estando lejos del lugar del que estás escribiendo.










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