lunes, 29 de octubre de 2007

.152.

El buen escritor Edgar Adrián Mora, mejor conocido como el Decano dentro de la bandita FONKY, se aventó un texto sobre la aventura que pasamos el último encuentro y una reseña sumamente acertada sobre los proyectos concluidos de los becarios en la categoría cuento. Lo shido del post es que tiene fotitos acá de nosotros. Espero le echen un ojo, sólo denle clik a la imagen. Un abrazo a todos y larga vida al cuento.

domingo, 21 de octubre de 2007

.151.

David Ojeda y los 12 días

(Un suelto sobre los días de encuentro. Y la presentación de Ojeda que se incluye en la antología del FONCA sobre nuestros cuentos que publicaron en ella).





Tuve la suerte de que me seleccionara un escritor de verdad para trabajar con él y otros seleccionados, durante el 2006 al 2007 con el apoyo de las becas que promueve el FONCA, en la disciplina cuento. Me refiero al escritor David Ojeda –S. L.P. 1950­–. Las pocas cosas que sabía de él eran que es un gran cuentista, que vivió en Zacatecas y que acababa de publicar su novela La santa de San Luis, en el sello editorial Tusquets.
Antes de leer su novela y después de haber visto la foto que contiene la banda promocional en el empaque del libro mencionado, me creé mentalmente una personalidad de David que nada tiene que ver con el hombre que conocí en San Luis, en el primer encuentro del FONCA; un rostro erguido y serio, cuyos ojos grandes protegidos por unos lentes semiredondos me hicieron pensar que Ojeda era un escritor reacio, duro en el sentido crítico literario, y exigente.
Durante el primer encuentro, en la San Luis Potosí cubierta por unas nubes cernidas que hacían del cielo una capa gris, y por un frío tolerable, nos tocó trabajar, a mis compañeros becarios y a mí, en una de las aulas del Teatro de la paz; sitio donde vi por primera vez a David Ojeda; sitio donde conocí a ese escritor paternal, maduro, cuentista hecho y derecho, cuyas grandes palabras y visión literaria fueron determinantes para que yo acabará mi Simulador, para entender que un creador siempre debe ser muy crítico consigo mismo y que la literatura, la creación literaria, es un hecho solitario que solamente perdura con el ejercicio constante y la terquedad de llevar hasta donde tope este oficio, sin importar que los problemas económicos o personales trunquen el camino.
Trabajamos 12 días en total, en distintos lugares, en distintas ciudades. 3 días en cada ciudad. 12 días compartiendo un trato como si lleváramos (mis compañero becarios, David y yo,) una amistad de años. 12 días mostrando y defendiendo cada uno su imaginario, 12 días hablando cada uno de sus gustos literarios, de sus gustos musicales, de su visión como creadores.
Después del primer encuentro en San Luis, el segundo fue en Guanajuato. Revisamos nuestros proyectos de libro en la Universidad de Valenciana, universidad de letras y filosofía (según tengo entendido), durante el 24 al 27 de mayo. En esa ciudad aprendí que un narrador siempre debe tener su poética bien definida, siempre preguntarse por qué razones escribe y siempre se debe escribir, por más experimental que se sea, con el corazón en la mano.
Aprendí, también, que se debe de vivir sin ningún remordimiento, siempre disfrutando cada minuto, siempre buscando qué hay más allá en la literatura misma y en la vida, como si ambas fueran una dicotomía indivisible, puesto que, ohhh grandiosas palabras de Shatner, “You’re gonna die”.
El tercer encuentro y el último, el más entrañable, el que me causó un hueco en el estómago y una tristeza extraña (no volvería a ver a mis compañeros y a David juntos de nuevo, unidos por una hermandad literaria: escribir) fue de nueva cuenta en San Luis, durante el 27 al 30 de septiembre. Por esas fechas la cuidad ya no mostraba su capa gris y el frío tolerable; el calor nos recibió de manera agradable y presenciamos una o dos lluvias que amenizaron nuestra estancia. Trabajamos en el Instituto de Bellas Artes, (Bellas Tardes para los amigos) y cada uno de nosotros llevo su proyecto concluido.
La tarde del 28, después de haber tallereado los textos de dos de nosotros, David y su esposa nos llevaron a un merendero a comer y tomar unas cervezas y a platicar sobre literatura, cine y otras cosas que nunca faltaron durante los días que convivimos. David y su esposa tuvieron que retirarse pronto, después de haber comido, puesto que estaban arreglando algo de papeleo porque viajarían a Europa en Octubre. Gabriel, Adrián, Carlos, Alfredo y yo duramos un rato más y alcanzamos a inyectar nuestro cerebro de alcohol. Ya para las 8 de la noche abandonamos el lugar, dimos un recorrido turístico para comprar más cervezas y para después beberlas en el hotel, escuchando a Rush, Smashing Pumpkins, Interpol, Morrisey y otros.
El último día, el día 12, terminamos la revisión de todos los proyectos. Por la tarde David nos llevó a su casa para que platicáramos con los chavos del taller que coordina en San Luis. Su esposa ya nos esperaba con unas enchiladas potosinas y una carne riquísima. Esa tarde se convirtió en un día único, cuyo único recuerdo estará en nuestra memoria, la memoria de los becarios, y de lo que algún día podremos escribir.

Los doce días

por David Ojeda

A través de maestros y lecturas recibimos influencias que nos forman y dan lugar a ideas y prácticas que, más adelante, otros maestros y autores vendrán a sacudir o fortalecer. Pienso, por ejemplo, en una tradición literaria regional a la que me debo en gran medida. En ella, algunas generaciones que me antecedieron tuvieron la fortuna de escuchar exposiciones y clases y consejos de escritores como Concha Urquiza –quien pedía a sus alumnos permanente atención hacia los clásicos de la poesía española– y Pedro Garfias –el refugiado republicano que en sus frecuentes recitales o durante los largos convivios a que éstos daban lugar, aconsejaba nunca perder de vista la renovación literaria que los jóvenes acarrean a todo sistema.
Estas recomendaciones alumbran dos vías y maneras de sumarse a la vida literaria. De ellas podremos pensar, en un primer momento, que son contradictorias, excluyentes. No obstante, luego tendremos que reconocerlas más bien como señalamientos complementarios. Félix Dauajare, uno de los poetas de las promociones que empezaron a publicar a fines de los años 40 del siglo pasado, nacido el año de 1919 en San Luis Potosí, tuvo la suerte de haberse contado entre los jóvenes que en su región recibieron la benéfica influencia de Urquiza y Pedro Garfias. A éstos, además, se sumaron diversos maestros visitantes que Dauajare tuvo en la malograda facultad de humanidades que funcionó en la universidad pública potosina algunos años, al mediar el siglo XX. Entre ellos se contaron Alfonso Reyes, José Gaos, Juan Espinaza, José Villaseñor, María del Carmen Millán, entre muchos otros.
Así se explica que Dauajare, a lo largo de los años, fungiendo como uno de los principales autores y animadores del hecho literario en su región, ejemplifique con su conducta y en su obra esa dualidad jánica para otear el horizonte de la creación artística: hacia los clásicos una cara; y hacia los jóvenes la otra. Dicha actitud, en el caso de este poeta, origina a lo largo de su obra permanentes alusiones al proceso de la historia: «El futuro es aquel pasado / que pretendemos corregir». Tal la revelación y la tarea de las generaciones.
Alguien escribió que toda generación supone que con ella surge y termina la historia. En efecto, un mundo nace y muere con cada generación; pero ese mundo, esa visión de él, esa experiencia, a una anterior se suma y a otra da lugar. Partícipe y testigo, a lo largo de lustros, de los flujos y tendencias y vaivenes de nuestro sistema cultural, he constatado que cada promoción averigua pronto estas cuestiones. Como coordinador de talleres literarios en diversos lugares del país, en espacios académicos y de investigación universitarios, en tales o cuales proyectos editoriales, he podido corroborar en numerosos grupo de jóvenes las virtudes que generalmente los distinguen y por lo común se perciben en equilibradas mezclas: la arrogancia y la modestia; la originalidad promisoria y la adopción entusiasta de modelos; la espontaneidad avasallante y la imitación enojosa; la inocencia creadora y la malicia del erudito; el deseo de sumarse a una tradición y la necesidad de distinguirse en ella; la crítica bondadosa y la autocrítica sanguinaria –o al revés–; el respeto del canon y su trasgresión.
Entre todo eso, sin embargo, aplaudo y admiro siempre en ellos el humor y la energía, la insolencia y la voluntad de ruptura. Por eso me resulta gratificante advertir un conjunto de cuentistas como éste. Entre las varias docenas de proyectos que en el FONCA se reciben cada año, durante los meses junio-julio de 2006 me correspondió la delicada tarea de intentar juzgar los que habrían de corresponder a la promoción 2007. Analicé y revisé, dudé y al final fundé mis decisiones –sobre todo– en la originalidad del proyecto y la calidad de una escritura. Considero no haberme equivocado en cada caso; me duele, empero, haber desechado algunos proyectos y jóvenes autores por cuestiones mínimas que el tiempo, seguramente, reducirá o magnificará, tanto entre los becarios que aquí se incluyen como en los que pudieron haber sido incluidos. Cuestión de presupuesto para los jóvenes creadores del país; asunto de política cultural, no de vitalidad y empuje entre las nuevas promociones de cuentistas mexicanos.
En los últimos días del mes de mayo de 2007, durante la reunión de jóvenes creadores del FONCA, en Guanajuato, comentamos los cuentistas –en un espacio asediado por la lluvia y los truenos– que a lo largo de un año apenas lograríamos sumar 12 días de trabajo. Entonces caímos en cuenta de que, sin embargo, para ese momento habíamos trabado complicidades y entendimientos que podrían ser fundamentales en nuestras vidas: lo que yo aprendí de ellos; lo que ellos me escucharon rezar o pontificar neciamente.
Un relato es, según alguna tesis, la verbalización de un suceso destinado a fungir como modelo vital o propuesta mimética. El relator indaga, averigua, recrea y redispone, arriesga; luego despliega una manera de entender y padecer y enfrentar la vida. Sea eso la palabra literaria o sea más bien la tarea de renombrar al mundo en un instante primigenio, me causa orgullo descubrir y presentar aquí seis autores que compendian originalidad y calidad y humor.
Es probable que en casi todos los casos no los vuelva a ver después de las reuniones del FONCA, si no es en fotografías. Pero no es necesario. A lo largo de varios días, en San Luis Potosí y Guanajuato, convivimos en los mejores territorios de un narrador: las historias sorprendentes y redondas; el humor y la bondad más aguda (que no aguada). Así, casi siempre entrometido, me enteré de vidas y fobias y virtudes de estos autores. También de ese modo reconocí los talentos que me sedujeron desde el primer atisbo sobre sus textos. Confirmé los talentos y franquezas que sustentaban cada proyecto. Por ello sé que conmigo vivirán en adelante estos cuentos –huellas de la vida–: vampiros anacrónicos; jóvenes mujeres que reconocen en su cuerpo al varón que, con testículos, les resulta un acertijo; pequeños cocodrilos que, siendo hijos del hombre, son el hombre; globos aerostáticos; obreros de la otrora Unión Soviética en viajes de convalecencia; iguanas que narran su tragedia en el crecimiento urbano. Y todo el porvenir.

martes, 16 de octubre de 2007

.150.

Aeropuerto










001: Estoy clavado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Escucho a Pixis. “Where is my mind?”, me preguntó un sinfín de veces conforme suena en mis oídos la canción. Esa tonada la he llevado durante años en mi pecho, como cualquier güey lleva un piercing en la ceja. Estoy cansado, confundido y, pese a que me arponeé hace unos segundos en el baño, me sigue dando vueltas la cabeza como si tuviera una terrible banda de conejos en ella. Tomo agua, tiemblo, sudo. Pienso en la mujer que maté hace unos minutos después de fornicarla en el sótano de su casa. Pienso en mi avión, en mi equipaje y qué haré cuando llegué a Ciudad Juárez. Buena pregunta; ni yo sé a qué voy a hacer en Ciudad Juárez. Sí lo sé. Soy un asesino a sueldo. Me han pagado este vuelo porque hay una reservación en el Bristol con mi nombre. Y allí, debajo de la cama, me esperan mis herramientas de trabajo: armas, bombas y más armas. Mañana abordaré un bus a las cuatro de la mañana con rumbo a Los Ángeles. Debo viajar junto a los ilegales y un pollero. Un gringo racista me ha pagado para que ponga una bomba en el chasis del cofre de ese bus y escriba una crónica sobre cómo murieron y cómo logré salir con vida de ese crimen.
002: Estoy sentado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. No sé cómo llegué aquí. Hace unos minutos me hallaba piloteando mi nave porque emprendí un escape vertiginoso por la culpa de Octrox, un mago desquiciado y vil que invocó los poderes de los truenos y meteoritos estelares para destruir mi planeta, Rulk 23. Tomé mi nave mientras las grandes rocas destrozaban los rascacielos y una enorme lengua de fuego, que partía las nubes, porfiaba por consumir lo que se hallaba a su paso. Al estar dentro cerré la compuerta de la nave, pulsé el botón del nitro para salir librado de la catástrofe y esquivar los poderes de Octrox. Hubo una explosión mientras abandonaba el planeta. Una explosión de orbe descomunal que estuvo a punto de llevarme a sus entrañas y me obligó a desafiar los límites de la gravedad y el espacio. Oprimí nuevamente el nitro y di un par de giros y vuelcos. Comencé a sentir una opresión horrible en el pecho, que el oxígeno se convertía en veneno y aparecí aquí, sentado en esta silla incómoda en la sala de espera de un aeropuerto.
003: Estoy clavado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Desesperado, no he podido dejar de ver mi agenda. El calor es insoportable. El avión lleva retraso. Tengo que estar en la ciudad dentro de una hora. Soy un hombre serio, que respeta la puntualidad. Soy un empresario que está enamorado del dinero y es dueño de empresas hoteleras en un sinfín de sitios. Soy un estratega, me gustan los trajes Giorgio Armani y soy ágil con los números y las cuentas bancarias. Si alguien quiere ser millonario, puede hacer negocios conmigo. Pronto tendrá enormes sumas de dinero en sus manos. Soy un hombre serio: me gusta prostituir a niños de diez años y debo llegar en una hora a mi planeta porque tengo hecho un negocio con uno de mis clientes que mejor pagan. Desde hace años he aprendido que la principal manera de hacer dinero es viajar a los rincones más miserables de la tierra: Honduras, El Salvador, México y Colombia, para reclutar humanos, niños de la calle que muestren brío en las mejillas y unas piernas versátiles, para prostituirlos en mi planeta hasta que cumplan la mayoría de edad. Así he ganado mucho dinero y seguiré ganándolo.
004: Estoy sentado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Soy un niño-robot genio, un niño-predicador que debe viajar a New York para dar a conocer la palabra de Dios en una iglesia de Central Park. Tengo ocho años, mi número de serie es Rulk23072184000. Visto traje negro y conozco los textos bíblicos así como conozco todos los circuitos que me componen. Mis maestros predicadores incrustaron un micro-chip en mi cerebro que manda ondas divinas y me ordena que predique la palabra de Dios a cualquier ser con vida. Ayer prediqué en un zoológico. Hoy, antes de llegar al aeropuerto, en un circo. Mis maestros predicadores me enseñaron hasta el hartazgo que debo desmentir las teorías científicas y sus avances; negar que la pregunta de nuestro génesis se responda con la evolución del mono, es mi misión en este mundo. Debo hallar todos los textos de Darwin y quemarlos. Yo nací de Adán y Eva, vengo de su carne y de sus huesos. No soy pariente del mono. Nací para llevar la palabra de Dios a cualquier parte del mundo y corregir la enmudecía y pestilencia sobre la tierra. Nadie se ha percatado de que el demonio ronda entre nosotros. Soy hijo de Dios y voy a exterminarlo. Todo el mundo está equivocado y se irá al infierno si sigue creyendo que Dios no existe y que todos somos un accidente provocado por el desarrollo de una célula que chocó contra otras miles de células que después provocaron un bing-bang y se convirtieron en agua, hielo, aire, carne, tierra, huesos y vapor. Todos los que piensan eso están condenados a pagar sus penas. Yo soy el nuevo robot-mesías y tengo una misión: vine a redimir los pecados del hombre y deben escucharme.
005: Estoy clavado en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. Soy un gran conductor de la cadena Telemundo y he ganado fama conduciendo talk shows como Los mejores suicidas, Familias disfuncionales y Los feos también tenemos derecho de amar. Soy una persona elocuente, que ha ganado popularidad; me han pagado bien por mi brillante sonrisa. Tengo la verga de veinticinco centímetros y me gustan las mujeres. Cojo seis veces a la semana, siempre con mujeres distintas. Me agrada que prueben el pito erguido de un artista y se sientan realizadas. Todas aman mi gran verga y piensan que es un regalo de Dios. Piensan que probarme es la mejor manera de estar en contacto con él. Mi verga es una llama erguida: parte cualquier carne y entra en todo lugar. Mi verga es el mismo dedo de Dios dando órdenes: en todos lados está y en todos lados es bien recibida. Me gusta que todo el mundo hable de mí, que digan que soy viril, que mi sonrisa vale un millón de dólares. Estoy esperando mi vuelo con rumbo a Hawái. Un director de cine porno se interesó en mi verga; me ofreció una buena cantidad de dinero por cogerme a un par de mujeres en una playa nudista. No quiero que nadie sepa que voy a participar en una película porno. Puede suceder que mi sonrisa no siga valiendo el mismo precio si alguien se entera. Soy un profesional y tengo todo solucionado. Voy a cubrir mi rostro con una máscara de luchador mientras se filme la película. Sólo espero que mi verga de veinticinco centímetros no me delate y que las mujeres no extrañen mi sonrisa.
006: Estoy sentada en una silla incómoda, en la sala de pasajeros del aeropuerto. No he dormido bien y esto de dedicar mi vida a la literatura me tiene fastidiada: se come poco, se sacrifica el cuerpo, se piensa mucho y se mata a lo que más se ama. Mi esposo me ha guiado hasta este sitio. Me dejó afuera de la sala de pasajeros, donde hacen la revisión correspondiente de tu equipaje y te obligan a que vacíes tus bolsillos en una banda móvil. No entiendo por qué mi esposo no ha dejado de seguirme desde su muerte. Ya me tiene harta, por esa razón voy abordar un vuelo e intentaré olvidarlo. Hace unos momentos fui a la máquina de refrescos porque tengo una sed seca y la maldita máquina no funciona. Recogí mis monedas de la boca de ese aparato y recordé que hoy mi esposo se veía guapo y atento y que sus ojos brillantes por el sol de la tarde me hicieron recordar la noche de ayer, cuando los abrió por última vez frente al brillo de la luna. Yo no quería matarlo, pero se empeñaba en obligarme a que dejara de escribir y a cogerme en horas de trabajo. Recapitulemos: el bosque, un camino estrecho en la penumbra, la lluvia sobre nuestras cabezas, el árbol donde solíamos pasar horas enteras, el brillo de las estrellas sobre nosotros, los labios de mi esposo, su rostro junto al mío, un cuchillo dentro de su vientre varias veces y la boca de la tierra tragando su cuerpo.
007: Estoy clavado en una silla incómoda, en una sala de pasajeros del aeropuerto. Soy un niño miedoso, azorado, enfermizo, de nueve años de edad y que suele orinarse al primer indicio de que algo malo va a pasar. Tengo miedo porque mi mamá ha desaparecido mientras yo leía los comic’s que están en mis manos. Me gustan los comic’s, los amo y tengo una gran colección en mi casa. Pero el ruido de las turbinas de los aviones me aterra, así como me aterra viajar y las grandes alturas y estar rodeado de tanta gente en espacios tan pequeños y verla a los ojos y crearles una y otra historia guiándome con los personajes de los comic’s que están en mis manos. Soy un niño miedoso que sufre de asma y no llevo conmigo el tuvo para jalar aire y reponerme y todo comienza a darme vueltas en la cabeza y no veo a mi mamá por ninguna parte y la sala se va llenando cada vez más de pasajeros y un líquido caliente comienza a correr por mis piernas y creo que voy a llorar porque se me está yendo más y más el aire y no quiero volar y mi mamá no aparece y no va aparecer porque dijo que si me volvía a orinar me abandonaría y las personas no dejan de mirarme porque se han dado cuenta que estoy solo y que no he dejado de crearles historias y simular ser como ellos y el aire se me va, se me está yendo, se me ha ido y no sé cómo detener este dolor en el pecho y la garganta se me reseca y tengo que volver a imaginar que soy otra persona para fingir que no me estoy ahogando.


miércoles, 10 de octubre de 2007

.149.






El lector como un relato en continúa modificación
(sueltos sobre El último lector, de Ricardo Piglia)

Leer es un acto individual, es crearse una historia íntima, en un espacio imaginario donde sólo cabe una persona, un romper la retahíla de mecanismos que imperan nuestro orden social de forma aislada. Cuando se lee, la vida no se detiene; sólo el que lleva a cabo esta actividad se retira del tiempo, ignora su sometimiento real, ignora lo que está a su lado. Lo que sí existe cuando se lee es el espacio, siempre en modificación y construido por libros interconectados, ladrillos unidos que conforman una pared, vampiros refugiados entre la oscuridad de los estantes, lámparas adormiladas, palabras que te llevan a otras palabras, citas y nombres que se tienen que memorizar y reflexionar a solas. El lector como un arácnido siempre en movimiento y construyendo una tela de signos; planea antes de dar un paso adelante, piensa cómo llevar cada vez más libros a su tejido. El lector es un personaje que habita muchos mundos. La lectura es, a la vez, la construcción de un propio universo interconectado con otros universos, un refugio ante las hostilidades del mundo. El lector siempre está en continúa modificación.
Los Formalista proponían ver cómo se construye un texto, reconstruirlo cada vez que se lee, poner parte de uno mismo para finalizar lo que al texto le faltó decir. “La ficción no depende de quien la construye, sino también de quien la lee”.
Volvamos sobre nuestros pasos.
Uno mismo. Un lector, siempre se crea su universo, su Ítaca, su Estado. El lector siempre visto a solas, espiando el mundo detrás de la ventana, lejos, muy lejos de la sociedad. La torre de marfil de Montaigne, es el mejor ejemplo de esto; un espacio en alto, muy cercano al cielo, donde las ideas fluyen mientras se conversa con los otros, con los libros. Aunque para ese lector sólo existen los libros y la razón, no olvidemos que escogió esa torre para ver a los hombres desde lo alto, como un Dios que espía y estudia lo que espía. Si Dios tuviera un libro bajo el brazo, quizá sería más misericordioso; quizá comprendería mejor los actos humanos y se pondría en el lugar del otro. Escribir no sólo es un acto que se fija como fin la otredad. Leer también es ponerse en el lugar del otro, dejar este mundo con la ayuda de la imaginación.
La torre de marfil es, aparte del mejor ejemplo de aislamiento, la idea del escritor ausente. Se dice que Montaigne escribía y tiraba notas desde la última ventana de su torre, como si las ideas fueran recién nacidos en busca de una madre.
Hablemos de algunas actividades mientras se lee.
Un escritor, para Duras, nunca deja de escribir. Mientras vive, escribe. Mientras lee, escribe. Un texto, por más redondo que se piense, nunca está finalizado. El lector siempre escribirá encima de él.
Alusión a las palabras de Piglia: “La lectura es reconstrucción: se diálogo con el texto, se negocia, se le reconstruye la parte o partes que le faltan o las palabras que quiso callar. Leer es crear. La lectura construye un espacio entre lo imaginario y lo real, deforma la clásica oposición binaria ilusión y realidad. El texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión”.
Leemos, escribimos, leemos, escribimos. Una dicotomía indivisible.
El lector en movimiento, activo, entregado a la búsqueda incesante de algo que desea ver o escuchar.
Leemos para estar solos, para alejarnos de las palabras huecas de los demás, de los reales, para crearnos un caparazón enorme que nos hace ver la realidad de otro modo; teñida por los colores de la ficción. Para Nabokov un lector puro es aquel que, mientras lee, se pone en el lugar de quien escribió el texto. Dialogar con el creador para entender las razones que lo llevaron a escribir. Para Tournier no es bueno leer y creerse los personajes, actuar como los personajes. Siempre hay que cuestionarnos por qué suceden las cosas dentro de un texto. Ambos juicios no son desdeñables, ni arbitrarios. Ambos nos conducen a un placer individual, de colectividad. Pero no olvidemos las emociones iniciáticas que nos llevaron ser lectores. En la lectura todo se reduce al romance. Seguimos leyendo porque queremos evocar o volver a sentir lo que sentimos la primera vez que un texto nos trastoco nuestra visión del mundo: los personajes entrañables nunca se olvidan.
Abramos algunas distorsiones.
“Leer de otro modo es leer con libertad y suspiro; es utilizar o usar el texto, disponer de él”. “Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer no siempre el que tiene la mejor vista lee mejor.”
La actividad lectora cada vez más parecida a recorrer un sinfín de pasillos con un sinfín de puertas. Ninguna es la correcta, todas son válidas de existir y deben abrirse.
No hay mejor lector que el miope; el que ve dobles sentidos, espejismos y alucinaciones donde hay puntos o ideas fijas.
“No se trata de de interpretar (porque ya se sabe todo), sino de revivir”.


Algunos personajes celebres para Piglia.
Lector moderno: vive en un mundo de signos; está rodeado de palabras impresas.
Lector adicto: el que no puede dejar de leer, al igual que el lector insomne, el que está siempre despierto; ambos son presentaciones extremas de lo que significa leer un texto. Ambos practican la literatura como una forma de vida.
El lector como héroe trágico: tiene mucho que ver con el lector que lee mal. Un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrar sentido.
Lector visionario: el que lee para saber cómo vivir.



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