jueves, 18 de diciembre de 2008

.187.

Acá son las dos de la madrugada y estoy cansado. Fernando y yo hemos terminado de hacer la maleta. Mañana partimos a las nueve de la mañana a Valencia. Yo no me quería ir a ningún lado, puesto que apenas estaba tomando el hilo del trabajo, pero bueno, en la Fundación nos dieron vacaciones y pues tenemos que salir a conocer. Así que no estaré por aquí hasta el otro año. El viaje comenzará por Valencia, después Madrid, donde pasaré navidad y de ahí nos iremos a Barcelona para pasar año nuevo. Por último Santiago de Compostela. Regresaré a la Fundación el ocho de enero, espero traer nuevas noticias. Que la suerte los acompañe y felices fiestas…

lunes, 15 de diciembre de 2008

.186.

La frase del día:

Hoy por la tarde, mientras comíamos, Pablo hablaba de cine con Irene, y dijo algo muy cierto:

En la vida real puedes ser un farsante, un mentiroso, pero en el arte hay que ser honestos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

.184.



Antonio Gala no vive en la casa. Él sólo nos visita una o dos veces por mes, eso me ha dicho Auxi. Aunque en las entrevistas que Antonio le ha concedido a algunos programas de televisión española, dice que en esta generación va a procurar estar más cerca de los residentes. Ayer se nos avisó que vendría hoy por la noche. Así que todos nos despertamos temprano, desayunamos y nos metimos de lleno a nuestras actividades. Eso pasa siempre, pero esta vez lo hicimos bajo la idea de que vendría el rey.

Por la tarde, en la comida, nos dimos cuenta de que aún no se presentaba Antonio y le preguntamos al portero a qué hora tenía pensado llegar. Él nos contestó que quizá en la noche, pero que no tenía la hora exacta. Cada quien se siguió en lo suyo. Yo me fui a mi habitación a leer a Hemingway. Después bajé al comedor a saludar a la cocinera. Por el momento no recuerdo su nombre, por lo que le llamaremos Señora amable. Señora amable es una mujer robusta y de mejillas rosadas. Es my sonriente, y le gusta saludarnos de beso a todos por las mañanas. Le pedí un bocado, así se le dice aquí a una torta de embutidos. Al dármela, me preguntó:

--Oye, muchacho, ya conoces a Antonio Gala.

--No, aún no.

--Pues te has perdido de mucho, es un hombre inolvidable y cuando habla nos tiene muy alegres a todos. Ya verás te va a encantar cuando lo conozcas.

Dejó de hablar y comenzó a mirar.

--Pero deberías de darte un baño para verte presentable antes de que esté aquí.

--Así lo haré.

Tomé mi bocado y le di una mordida. Señora amable me siguió contando cosas de Antonio Gala y la seguí escuchando mientras me terminaba la comida. Me dijo que los pequeños, así le llama ella los residentes, le habían puesto el apodo de “mecenas y papuchi”. Esto me causó risa. Luego me despedí de ella dándole los dos besos, uno en cada mejilla como se acostumbra aquí. Me dirigí a las escaleras al segundo piso. Pasé por el taller de pintura. Subí otras escaleras y caminé a mi habitación.

Revisé lo que había escrito por la tarde, vi la hora en mi celular y me di cuenta de que ya casi era la hora de la cena. Me desvestí y me metí a la regadera y abrí las llaves de agua.

Al terminar el baño, me vi en el espejo la barba que había llevado por años en el mentón y que me hacía ver más viejo y rudo. Así que tomé las navajas de afeitar y me las quité. Tardé unos diez minutos en hacerlo. Luego saqué de mi armario la mejor camisa y el mejor pantalón. Me los puse. Saqué un saco de color negro. Me lo probé y no me gustó. Saqué el de color verde oscuro. Me lo probé y me agradó. Me puse los calcetines, los zapatos. Fui de nuevo al espejo del baño para peinarme. Caminé hacía la ventana y me senté en la silla que está junto a ella. Me pasé ahí viendo la ciudad de Córdoba y pensando en lo que había escrito, y pensando también en lo que pensaba escribir y en lo que jamás lograría, hasta que tocaron la puerta de mi habitación. Era el portero avisándome que ya había llegado Antonio Gala.

Salí rápido. Bajé al taller de pintura. En la entrada estaban varios de mis compañeros. Se veían serios; parecía que estaban escondiendo algo. O bien, que los acababan de regañar y estaban sentidos por eso. Al fondo del taller escuché una voz lejana, pero fuerte e imperativa. César me dijo que pasara. Lo dudé. Su sonrisa es ambigua: no sabes si te está preparando una travesura para ti o por simpático. Volvió a repetirme que pasara y así lo hice. Cerca de la mesa de Julen estaba José María, el director de la fundación, y Luis, el que más tarde sabría que es el secretario de Antonio. Debajo de la luz de la habitación, con las manos cruzadas sobe la espalda y con el cuerpo un poco inclinado, estaba Antonio comentando con fruición los cuadros de los becarios que estaban colgados en las paredes. Lo miré como si fuera algo intocable, un león que ha llegado de nueva cuenta a su territorio y está revisando que todo esté en orden. En lugar de interrumpirlo decidí contemplar sus movimientos calculados, su elegante caminar y escuchar lo qué decía. Creo que nunca le quité la mirada de encima, puesto que dejó de hablar rotundamente y giró su cuello para verme. José María, al notarlo, me acercó a él para presentarnos.

--Antonio, él es Joel, el mexicano que faltaba de llegar.

Gala me miró de arriba abajo como si intentara reconocer algo en mí que había visto antes en otra persona. Sus ojos se clavaron en los míos. Parpadeo. Me dio la mano y dijo:

--Bien, pues bienvenido a la casa.

Se dio la vuelta y siguió escrutando los cuadros como si no me encontrara ahí. Yo también me di la vuelta, sentí que me gruñeron las tripas por el hambre. Salí del taller. Bajé al comedor para ver si la mesa ya estaba lista para cenar. Pero al encender la luz no encontré nada aún.



martes, 9 de diciembre de 2008

.183.



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Uno: la inconformidad
Por fin pude viajar a España luego de casi tres meses de espera. Ese fue el tiempo que el consulado de España en México se tardó en concederme el visado de estudiante para poder viajar a Córdoba y así poder iniciar mi beca concedida por la Fundación Antonio Gala. Los meses que esperé el documento fueron tortuosos, cargados de protestas e inconformidad. Dejé de escribir por estar de lleno apresurando a los encargados de relaciones exteriores para que tuvieran mi visado listo. Y renuncié a mi escuela y a los trabajos esporádicos donde me desempeñaba como maestro de literatura. Durante ese tiempo me di cuenta de que los consulados de España en México tienen un pésimo funcionamiento y quienes los representan no cuentan con la capacidad --o la tienen, pero no la demuestran-- de dar un trato respetuoso a quienes solicitan sus servicios.
Otro detonante de mi inconformidad, y podemos decir de mi dolor como ciudadano, fue presenciar los cambios que está viviendo Zacatecas respecto a la inseguridad pública implantada por el narcotráfico, así como el crecimiento del porcentaje de secuestros, de robos y asesinatos. ¿Qué decir de la corrupción policiaca y del deficiente desempeño de la gobernadora de mi estado ante estos conflictos? Es más que penoso aceptar: lo que antes era un estado seguro ahora se ha transformado en inestable, superando a ciudades vecinas y poniéndose casi al parejo a las urbes de mayor densidad demográfica en México.
Hay pruebas suficientes. Durante el mes de septiembre fui víctima de un asalto a mano armada a las afueras de mi casa, del cual salí librado sin ninguna lesión física. Situación en la que nunca me había visto antes. ¿Cuestión de suerte, personal? No lo creo. El siguiente mes secuestraron al familiar de un amigo entrañable. Fue liberado semanas posteriores gracias a la intervención del ejército luego de que desmantelaran una casa donde tenía más de diez personas secuestradas y habitaciones llenas de armas y municiones. Un periódico de circulación nacional publicó una leve nota donde se leía que agentes judiciales tenían lazos con los secuestradores. Sé que ante lo que escribo muchos se muestran desinteresados o escépticos. Y se sacan de la manga que esto sucede porque mi ciudad está en crecimiento. O dicen que no hay de qué alarmarse: “policías igual a corrupción. Funcionarios públicos igual a corrupción”.
No nos hagamos tontos. Negar que desde la entrada de la seudo-izquierda a Zacatecas comenzara a iniciar esto es como admitir que vivimos con un montón de piedras en la cabeza. ¿Qué decir de la guerra que Calderón, el presidente de nuestro país, le cantó al narcotráfico? Entre la lucha de las bestias muchos salimos vapuleados. Ya no se sabe si temerle al narcotráfico, al gobierno, al ejercito o a la policía. Pero vayamos a los hechos particulares. Todo zacatecano tiene una prueba, o tiene algo que contar sobre el grupo de narcotraficantes que comenzaron los disturbios en Zacatecas: la balacera que sostuvieron policías y el grupo de sicarios año pasado en la carretera de Jerez, al día siguiente, la extraña censura de El sol de Zacatecas para que no se supiera del atentado; la balacera que se sostuvo en Fresnillo; la balacera que se sostuvo en Río grande; la huída repentina de los comerciantes que año con año montaban su puesto en la feria de Zacatecas; la resistencia que pusieron los civiles en la entrada a Villanueva exigiéndole a la gobernadora Amalia García Medina la intervención del ejército en su municipio.
A muchos les interesa poco, o se hacen los despistados. Sólo tomamos conciencia de las cosas hasta que estamos dentro, llenos hasta las rodillas de inmundicia. A mí me causó terror el recibir llamadas de extorsionadores al teléfono de mi casa amenazando que pronto uno de los miembros de mi familia sería secuestrado. Lo de menos era pensar que se trataba de farsantes que se aprovechaban de la inseguridad del estado. Los narcotraficantes, han aclarado, sólo secuestran a quienes les cierran el camino o se oponen a ellos. O a gente de dinero, o a hijos de funcionarios públicos. En mi casa apenas tenemos para sostener la educación y alimento de cada miembro familiar, por esa razón pido becas de apoyo a la creación artística porque mi madre ni yo tenemos el dinero suficiente para darnos un lujo como salir del país y mantenernos en pie. ¿Entonces por qué las llamadas? El meollo es que provocaron terror psicológico en mi familia. Las llamadas cesaron, pero yo nunca dejé de preguntarme: ¿de qué sirve la literatura, de qué sirve leer y machacar los dedos en la computadora escribiendo si no vamos a salvar a los demás? Uno no va a salvar las cosas que ama construyendo historias. Lo único que se hace es evadir, evadir todo. Y con sólo abrir la ventana te das cuenta de que las cosas se van descomponiendo.
Hace una semana me concedieron la visa, tuve que trasladarme a Guadalajara de urgencia para recogerla. El trato con la persona que me entregó mis documentos fue el mismo de siempre: grosero. Luego de esto viaje a Madrid el primero de Diciembre. Mi familia aún sigue en Zacatecas, la persona que amo y mis amigos también. Sé que regresaré en algunos meses, al finalizar mi beca. Pero ese no es el problema. El problema es pensar que las cosas se alteren, es pensar que nada se solucionará y que yo --como ciudadano o escritor--, no estoy colaborando para que se arreglen los conflictos. No se trata de encarar las cosas como valientes, ni de hacernos los héroes. Si fuera así ya hubiera vendido los libros de mis estantes y me hubiera comprado balas y una pistola y hubiera salido a encarar a los presuntos implicados, si es que con pocos libros puedo comprar algo así. Se trata de levantar conciencias y preguntarnos por qué están sucediendo así las cosas. Yo sé que muchos dicen que la literatura no debe ir embarrada en esto, pero la literatura y la vida al fin y al cabo vienen siendo lo mismo.
En una corta platica que sostuve con el cónsul honorario de España en Aguascalientes buscando soluciones para acelerar el trámite de mi visa, le pregunté si era mejor iniciar el trámite de nuevo. Me contestó rotundamente: “En España les están pidiendo que muestren la carta de no antecedentes penales expedida nacionalmente, no estatal”. Las razones: México es un país tremendamente inseguro, lleno de corrupción. Y los platos rotos los pagamos los que nunca asistimos a los grandes banquetes.

Dos: el viaje y la llegada
El viaje fue largo y cansado. De Zacatecas al Distrito Federal. Del Distrito Federal a Londres y de ahí a Madrid. Por último un traslado por carretera de Madrid a Córdoba. Su duración fue de casi 26 horas entrecortadas por esperas y cambios de vuelo en aeropuertos. No pude contemplar durante el trayecto aéreo los variados paisajes y los océanos que dividen a Europa de México. En los tres que abordé tuve la mala suerte de que me tocara asiento en la contra esquina de la ventanilla, o bien, que el cielo estuviera cubierto por densas capas de nueves o la oscuridad.
Llegué a Madrid a las nueve de la noche. César Orrico, compañero de la Fundación, me recibió en Barajas. Después juntos viajamos a Córdoba en su furgoneta. Córdoba está a cinco horas de retirado del aeropuerto. En el camino, por la poca iluminación de los alrededores, no pude contemplar los valles que están a los costados de la carretera. Pero vimos varios ciervos cuando César reducía la velocidad para respetar los señalamientos de tránsito. El viaje fue entretenido, escuchamos canciones hip hop. César me actualizó sobre los compañeros de la Fundación, sobre las actividades que se hacen en ella, sobre los demás residentes, de su trabajo como grabador. Me habló de su admiración por escultor Javier Marín, de la Mezquita cordobesa y de Antonio Gala.
A la una de la madrugada llegamos al antiguo templo de Corpus Christi, sitio donde es la residencia de los jóvenes creadores. Los mismos me recibieron con alegría, al igual que Auxi, la encargada de la casa y la segunda madre de los becarios.
La casa es un lugar bonito, amplio, conserva aún la esenia y la imagen del templo del siglo XVII que era antes. Si se me preguntara cómo puedo definirlo con una sola palabra, diría que es hermoso, aunque dudo, aún así, que la palabra alcance a darle un significado completo. Por último cenamos, me mostraron algunas secciones de la casa: la biblioteca, el taller de pintura, el patio de noviciados, y mi habitación: un espacio cómodo, con baño, escritorio, estante para libros y una gran ventana que regala una hermosa vista a la Mezquita, el casco central antiguo de la ciudad y el cielo.
Luego de haberme despedido de todos para ordenar mi ropa y bañarme para evitar el jet lag, descubrí que en el librero de mi nueva recámara se encontraba en posición vertical Los papeles de agua, uno de los libros de Antonio Gala. Al ver que estaba entreabierto en la página donde lleva el título de la novela, quedé sonrojado por la emoción y el placer: la hoja mostraba una dedicatoria: “Para Joel, con mi bienvenida a mi corazón”. Rápido comencé a leer las siguientes páginas y en ellas encontré parte de las respuestas a las preguntas que me tuvieron aterrado meses atrás:
“Que no se pongan moños los que escriben, ya lo hagan bien ya mal: eso nadie sabe hasta después. Por qué todo es literatura. En el sentido estricto y en el despectivo a la vez. Si no se escribe, si no se cuenta, nada existe ni dura. Aunque parezca susurrada, secreta o al menos sigilosa, la política es literatura en cuanto trata de explicarse y de proliferar. Y en cuanto trata de convencer y apear sus absurdos, la teología también es literatura en el peor sentido de la palabra. Y la justicia y la economía y el latrocinio y la desigualdad de clases. Y por encima de todo, el amor: una moneda muy valiosa que no sirve para comprar absolutamente nada”.
Tres: el acostumbrarse a no despertar en casa
Estoy por cumplir una semana ya en la Fundación. Más que escribir me la he pasado leyendo y buscando información sobre cosas que nunca pensé conocer. ¿Extraño mis libros? La Fundación cuenta con una biblioteca bien surtida. También he tomado fotos y he comenzado a perderle miedo a la ciudad. Mi horario de trabajo, porque en esta casa todos trabajan, es de 8: 00 a 9:00 am. Lo suspendo para tomar el desayuno. A las 10:00 sigo el curso de mis labores y paro hasta las 2:00 pm que es la hora de la comida. Retomo mis actividades en la biblioteca, que ya he hecho como mi refugio, y dejo de leer o escribir a las 7:00 pm. Después hago ejercicio en el pequeño gimnasio, una media hora a lo mucho. Luego me baño tranquilamente. Ya para las 9:00 pm estoy cenando junto a todos mis compañeros. Si no me siento muy cansado salgo a caminar por la ciudad, tomando primero las calles que te llevan a la Mezquita, posteriormente me sigo hasta el Puente romano. Luego de contemplar el rio por unos minutos, me regreso a la casa y me pongo a ver la televisión hasta que me domina el sueño en la sala que mis compañeros acondicionaron como un pequeño cine. Claro que a veces paso por alto este ritmo de trabajo y me brinco de la biblioteca al taller de pintura para ver qué se encuentran haciendo los demás. O me voy hasta el taller de escultura sólo para preguntar si alguien tiene encendedor. O salgo al Patio de noviciados a llenar los pulmones de aire fresco. O camino por lugares de la casa que creo que no he conocido. ¿De qué escribo, sobre qué escribo? Intento hacerlo sobre mi inconformidad. La misma me está seduciendo a dejar por este año y el siguiente el proyecto de libro de cuentos por el que me becaron. He pensado en reanudar los apuntes de novela que inicié en Nieves, Zacatecas, luego de cierta noche que terminamos de pintar la cúpula del templo y vimos a las afueras del jardín una persecución entre camionetas de policías y sicarios. Porque supongo que se escribe mejor estando lejos del lugar del que estás escribiendo.










miércoles, 22 de octubre de 2008

.182.









Bueno, gente, esta reseña sobre Corazón de Mierda, el libro de Gonzalo Lizardo, ya se había posteado en este blog, pero ahora la gente de la revista Siempre la desempolvó para sacarla en su nuevo número. Les dejo el enlace (sólo denle clik a la imagen) para que chequen los artículos que vienen en este ejemplar, y por qué no, para que se lean de nuevo la reseña. Yo ahora mismo me lanzo a comprarla.

sábado, 20 de septiembre de 2008

.181.




Luego de unos meses de haberme ausentado, les dejo esta reseña que se publicó en la revista Atemporia, en su número nueve. Las razones de mi ausencia fueron dos. Primero me fui de viaje por varios municipios de Zacatecas (Pinos, Nieves, Juan Aldama, Malpaso y Villanueva) con la idea de escribir una novela sobre la infancia y los conflictos armados que están haciendo de Zacatecas una ciudad intranquila actualmente, y trabajar como restaurador de templos. Tuve que dejar la novela por un tiempo puesto que desde España la Fundación Antonio Gala me dio la noticia de que mi proyecto Basado en hechos reales (cuentos) recibió una beca de residencia. Así que tuve que meterme de nuevo al cuento y comenzar a arreglar los cansados trámites para poder viajar. En fin. Les dejo la reseña sobre Buenos días, camaradas, del angoleño Ondjaki. Un saludo a todos.








Buenos días, camaradas, los mejores momentos de una vida

Ondjaki, Buenos días camaradas, editorial Almadía, 2008, 142 pp.

Por Joel Flores



Una de las propuestas que se le debe agradecer a la editorial Almadía, aparte de que es una empresa independiente preocupada por descentralizar el establishment editorial en México, es que está poniendo sus ojos y dando espacio a autores, tanto mexicanos como extranjeros, que posiblemente otras editoriales no se animarían hacerlo por políticas de mercado. Bajo esta primicia la editorial publica este año la novela Buenos días, camaradas del escritor Ondjaki, (Luanda, 1977). Vertida al castellano por Ana M. García Iglesias, la obra está soportada por una estructura sencilla, pero no floja. Dos capítulos que se ocupan por un tema poco concurrido en la literatura africana. La entrada de la paz a Angola --a inicios del año 2000-- y los últimos días de la guerra civil donde intervinieron ejércitos norteamericanos, rusos y cubanos, el primero para proteger y los dos últimos para sesgar el régimen Portugués que oprimía Luanda.

Buenos días, camaradas puede definirse como relato de testimonio personal, gracias a su desinterés en ser una obra que denuncie la desgracia de un país y en declararse en contra de los resabios que dejó el conflicto bélico. Se deslinda de las filas de esa literatura de protesta y se nos ofrece como una pieza narrativa sobre la inocencia, la niñez, y lo que esto implica. Ondjaki concentra su poder creativo y narrativo en evidenciar, mas no reprobar, desde la mente de un niño, lo poco funcional que es el sistema de gobierno de su país, sitio donde los ciudadanos no tienen los mismos privilegios que podría tener un inglés o un francés en su propio territorio. ¿Qué más propicio que el juicio infantil para destilar esto desde una postura honesta y sin victimarse? La novela se perfila a ser una historia construida por lo vivencial y lo artístico, en lugar de fungir como captura de un mundo despostillado.

Ondjaki da a sus lectores una obra que tiene la intención de sacudir la aspereza y el dolor que en apariencia tienen hundida a Luanda. Su postura es llenar de vitalidad y de esencia lo que en primer aspecto nos parece ínfimo. En las cosas que no tomamos en cuenta o ignoramos está mucha de la magia que puede engrandecernos como humanos. Ondjaki nos presenta personajes perfectamente delineados, de peso y dimensiones propias. Los diálogos que urden su novela los leemos llanos, pero entrañables. No sólo dan vida a quien los habla, sino también luz. Aún así, en Buenos días, camaradas se hallan los elementos para delatar la realidad como una peste. Sin embargo, la técnica narrativa de su autor es ocultárnoslos muy bien debajo de otros elementos, como lo son la infancia y la construcción de escenas y atmósferas con sensaciones, bajo el juicio de que narrar es insinuar o sugerir.

Buenos días, camaradas está narrada por una voz infantil pocas veces revelada con el nombre de Ndalu. Esta voz, siempre tierna y dulce, aguda y a la expectativa de dilucidar su entorno, nos cuenta sus aventuras y el amor que le tiene a las personas que le rodean: su tía Dada, el camarada Antonio, sus padres y sus compañeros de escuela, así como sus maestros. Nos muestra lo absurdo que le parece que los presidentes de otros países anden caminando sin guardia nacional a sus espaldas --al contrario del mandatario de Angola--. Así, también, el que los rusos tengan, en un país que no es de ellos, un mar propio. Pero lo que hace ser a Ndalu un personaje entrañable, a pesar de que se encuentra ensamblado en un ambiente adverso, son su carisma y su cándida, a la vez despierta, visión del mundo. Sus ideas y cuestionamientos nos permiten pensar que la morada de la imaginación, donde habitan las historias grandiosas, donde se concentran los sueños del hombre, se halla en la niñez. No importa que el mundo se caiga a pedazos frente a nosotros, la imaginación siempre estará para salvarnos.

En Ndalu se descubre una hermandad con Peter Pan de Matthew Barrie. A ambos personajes los define la dominante de negarse abandonar el sendero de la niñez: “Los mayores no exageran automáticamente las cosas que cuentan y no se quedan mucho tiempo hablando de las cosas que uno ya hizo, o que le gustaría hacer. ¡Los mayores no juegan a decir buenos chistes, ni albures! Ser mayor es muy aburrido”.

El mundo de Buenos días, camaradas, como Nunca jamás de Peter Pan, está construido por niños que muestran sus miedos, que se definen por negarse a crecer, que se iluminan cuando sueñan, porque saben que al llegar a la edad adulta finalizarán muchos de sus deseos y se les abrirán las puertas a nuevos temores, a nuevos mundos. Niños que creen que en su ciudad suceden cosas increíbles que erigen muros frente a la hostilidad y los resabios de una guerra: “Sí, tía, como te lo cuento: aquí en Angola los cojos, los lisiados y las personas en silla de ruedas son los que más corren”, le confiesa Ndalu a su tía Dada. Y nos lo insiste en líneas siguientes luego de haber huido juntos a sus compañeros de escuela de la amenaza llamada Ataúd Vacío: “En fin, aquí en Luanda no se puede dudar de las historias que te cuentan. Hay muchas cosas que pueden suceder y otras que, si no pueden, terminan por suceder de alguna manera”.

El personaje se refiere a su maestra que tiene de prótesis una pierna de acrílico que le ayuda a correr más rápido que un maratonista al sentir una amenaza presente, a un cocodrilo que vive junto a una familia en la misma casa, y a un ladrón que puede escapar de cualquier policía pero no de su misma suerte. Esos detalles, más que parecer imposibles, lucen en esta novela como objetos mágicos que la dotan de una creatividad esplendida.

Buenos días, camaradas se configura dentro de la tradición de la literatura portuguesa, está soportada por el registro de la saudade reconocida como la añoranza de un recuerdo especial y determinado. Lugar donde están todas las cosas que amamos, donde por primera vez percibimos un olor, un ruido que se resiste abandonarnos. La prosa de Ondjaki nos recuerda que la memoria siempre nos insistirá a vivir en dos mundos. El del pasado, que encapsula la felicidad o lo más preciado de una vida. Y el del presente, donde nos obligamos a que no se nos vaya de las manos lo más hermoso que hemos vivido. La añoranza. Ondjaki nos lo advierte al citar como epígrafe los versos del poeta Óscar Ribas en el primero y segundo capítulos de la novela: “Tú, saudade, revives el pasado, reenciendes la extinta felicidad”. Con ellos nos invita a dejar de pensarnos como adultos para partir a ese sitio donde está lo que nos precede y dio forma, a ese lugar donde está lo inolvidable, la primera etapa de una vida. La infancia.

Con esta pieza narrativa descubrimos a un autor que ve a la literatura de manera funcional: con fabular se intenta tocar las fibras sensibles, remover los sentimientos del lector. Contar historias no es decir o no decir, sino buscar maneras para reconocernos como humanos, como camaradas.

jueves, 19 de junio de 2008

.180.





Edmundo Paz Soldán lee Grandes hits de Tryno Maldonado



En ésta, una reseña bien hecha, Paz Soldán nos da con argumentos bien construidos y razonados sobre lo que considera plausible y más que encomiable de los escritores de la generación del setenta que integran esta antología. Es una reseña justa y pertinente, creo yo, que destaca lo que muchos otros críticos podrían ver como un defecto en estos escritores; el que se refugien en las formas tradicionales del cuento, el que se apropien de imaginarios ajenos más no nacionales. Los invito a que le den una checada a la reseña del boliviano en su mismo blog y a que se consigan la antología. Vale la pena saber: ¿A qué suena la literatura de la nueva generación de narradores mexicanos?



Me traje de México Grandes Hits, volumen uno, una antología de nuevos narradores méxicanos (nacidos en los setenta) editada por Tryno Maldonado y publicada por Almadía. La comencé a leer en el avión de regreso a Madrid y la terminé en el aeropuerto de Amsterdam después de visitar la galería que el Rijksmuseum tiene allí mismo (¡vi ocho Van Goghs en un aeropuerto! ¿Se acuerdan de cuando los aeropuertos sólo servían para la llegada y el despegue de aviones? Al lado del museo también había un casino...)

En una muy lúcida introducción, Tryno -me encanta escribir este nombre- Maldonado sitúa a los escritores de esta nueva generación (algunos de los cuales ya son conocidos fuera de México: Nettel, Ortuño, Solares): son huérfanos y dispersos, lo cual no es nuevo en la narrativa latinoamericana del último cuarto de siglo (eso mismo se dijo de los autores chilenos de los noventa: El abordaje de los huérfanos, se titula el libro de Rodrigo Canovas, clave para entender a la generación de Fuguet y compañía); están desencantados y lo aceptan, "pero por dentro se mueren de angustia"; no se toman muy en serio, pero tampoco son rebeldes o contestatarios; de hecho, "han optado por resguardarse en las formas tradicionales"; aunque radicalizan la propuesta del Crack y México no es ni tema ni factor de discusión, se trata de lo que "promete ser una generación conservadora". Está bien que así sea, me digo: en literatura, no es necesario inventar la pólvora todos los días.

Si en la narrativa mexicana nueva no hay la renovación formal que experimenta hoy la española o la argentina, sí hay, en cambio, un ávido deseo de nuevos paisajes y temáticas. Aquí, los padres tutelares no son ni Rulfo ni Fuentes, sino Philip Dick, Ballard, William Gibson. De hecho, sorprende la presencia central de elementos de la ciencia ficción en muchos de estos relatos: "Next (mex) world", de Heriberto Yepez; "El planeta Clorálex", de Martín Solares; "BalSac versión 1.0", de Jorge Harmodio; "Bajo un cielo ajeno", de Bernardo Fernández. Todos estos cuentos son dignos de destacar, pero, para mí gusto, el de Fernández es un clásico instantáneo. La historia de unos inmigrantes oaxaqueños en Marte recuerda a un cuento de Cory Doctorow en la forma en que se muestra cómo, incluso en la colonización de otros planetas, aparecen las desigualdades, las relaciones asimétricas de fuerza: a Marte llegan primero los gringos, luego más europeos y asiáticos, al final "los habitantes del tercer mundo... a limpiar el mugrero de todos los demás y hacer las tareas que ni los robots aceptaban". El cuento funciona no sólo por la irónica crítica social, sino por el cúmulo de nostalgia que cargan estos inmigrantes. Parece que cuando lleguemos a Marte seguiremos siendo los mismos: gente que extraña mucho su hogar.

Hay otros cuentos muy buenos (Nettel, Raphael) y uno sobresaliente: "Ameising", de Alain-Paul Mallard. Mallard no sucumbe a la tentación de las nuevas influencias, y deja que su relato dialogue con Borges y con el Joyce de Borges. Una generación capaz de producir a un prosista como Mallard puede darse por tranquila; ya está más que justificada.

lunes, 16 de junio de 2008

.179.






El dinero se acabó y por lo tanto hay que salir de casa a buscarlo. Esta semana comenzaron mis vacaciones. Tenía pensado invertirlas en terminar el segundo capítulo de mi tesis. Pero no, hay un mundo afuera y es bueno que le dé el aire a uno. Así que hoy mismo salgo para Pinos, Zacatecas a trabajar como ayudante de restaurador de obras sacras. No es la primera vez que lo hago. Dos años atrás, para ser exactos, me dediqué a lo mismo, pero en Mezquitic, cerca de Jalisco. En ese sitio vi mi primera pelea de burros en el jardín del pueblo, vi cómo se hacen pasar por muertos los tlacuaches para burlar la misma muerte, y gané algo de pericia en hacer calas, rasparle a la piedra, mover la brocha y menearle a la pintura.

Ahora me toca estar en Pinos.

Pinos queda a tres horas de Zacatecas en autobús. En carro se hacen dos horas. Viajaré por la primera vía, hoy por la noche, a las once, para ser más exactos y estaré allá cerca de dos semanas —quizá un mes— encerrado en la iglesia del pueblo. No sé si tenga Internet, por lo tanto, creo que no subiré nada al blog durante esas fechas. Lo que más me mueve y me tiene en cierta medida entusiasmado es que podré conocer la casa donde creció Amparo Dávila. Y por fin podré corroborar si es cierto que, como se lee en las entrevistas y por lo que dicen sus críticos, las atmósferas fantasmales y algunas veces sórdidas que habitan sus cuentos son el registro inmediato encontrado en Pinos. Se dice que Dávila creció ahí cuando éste era un pueblo minero y en sus recintos estaba el único panteón. Se dice, también, que el pueblo tiene una extensa tradición de cosas sobrenaturales, y que los habitantes son reacios —datos que me parecen algo sacados de la manga para darle fama al lugar y a la obra de esta escritora— y que por esas razones Dávila optaba por escribir sobre lo extraño, lo fantasmal y hasta lo terrorífico. En fin, con suerte quizá me tope con ella en el pueblo, sería bueno buscar una charla. Se rumora que anda en Zacatecas y que en vacaciones visita Pinos. Pero no prometo nada. Traeré notas sobre el asunto, nuevas experiencias y quizá un texto sobre la ciudad y si existe o no la posible injerencia que pudo haber tenido el pueblo en la obra de esta escritora.

Un abrazo a todos y que las chelas y las fiestas los acompañen.



sábado, 14 de junio de 2008

.178.




Por fin tengo tiempo de leer este libro de cuentos que desde hace meses compré en el DeFe la última vez que estuve allá. El libro es de Vila-Matas, contiene dieciocho piezas narrativas y un epílogo. Los primeros cuentos me sorprendieron en demasía, sobre todo con el que abre el compendio, que se puede leer como el esbozo de la poética de Vila-Matas y esa lucha del yo contra el otro yo. Una de las cosas que definen la literatura de este escritor es el yo distorsionado: construir una voz entre muchas para alcanzar una propia. O bien, en mi voz están ecos de otras voces. Lo que me sorprendió de esta pieza fue que Vila-Matas se impuso un nuevo reto como escritor: renunciar a sus antiguas gestiones sobre las influencias literarias para comenzar a escribir cuentos sobre personajes que miran al abismo sin despeñarse. Los tres primeros cuentos se pueden leer bajo esta frase: luego de buscar en el todo, nos queda buscar en la nada, en el abismo. En ellos se alcanzan a percibir guiños de Hemingway, como lo es su cuento "Un lugar limpio y bien iluminado", donde el norteamericano nos crea un hueco en el estómago con su oración a la nada. Pero sobre todo, vemos en estas piezas la intención del español en apoderarse del imaginario de Kafka. Adentrarse en un abismo para encontrar las formas que desconocemos o simplemente no encontrar nada.

Leí hace una semana El mal de Montano y me duele haberme desencantado un poco de la obra de Vila-Matas. En ella siempre se descubren narradores empeñados en experimentar con los artificios ficcionales, historias sobre la literatura misma, y una extraña manía porque todos sis personajes sean escritores con unas ganas enormes de presumir sus conocimientos sobre libros y más libros. Luego de esto me llegué a preguntar: ¿Qué pasaría si Vila-Matas deja de recurrir a esos experimentos? ¿En qué se convertiría su literatura? La respuesta no es propicia en estos instantes, puesto que esto es sólo un intro. Mi idea es reseñar el libro en forma para la revista K y prefiero guardarme mis primeras figuraciones y respuestas a las anteriores preguntas. Pero creo que parte de ellas y de lo que vendrá se encuentran en Exploradores del abismo.


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