martes, 20 de mayo de 2014

Escribir sin morir en el intento



El jueves pasado participé dentro del encuentro generacional Elige, realizado en Ensenada por la A.C. Pluma Joven, con la conferencia “Cómo ser escritor sin morir en el intento”. Decir encuentro generacional no significa que escritores de mi edad se iban a reunir en aquel municipio turístico para compartir con sus homólogos sus obras y proyectos literarios. Se trata, más bien, de la reunión de un grupo de preparatorianos en el Museo Caracol, bajo el objetivo de escuchar a escritores que comparten cómo se han forjado su trayectoria en ese sinuoso camino de la creación literaria.

Fue sorprendente ver el poder de convocatoria de Pluma Joven, conformada en su mayoría por chicos menores a los 23 años de edad. Pues al Museo Caracol, muy cercano a la bahía de la ciudad, asistieron más de cien preparatorianos con el deseo de escuchar a escritores como Rodrigo Balam, Armando Salgado y Fernando Trejo y a gestores culturales como Rafael Cessa.

Mi conferencia la construí en torno a cinco preguntas básicas que los mismos asistentes fueron contestando y yo nutría con una charla más que académica, emotiva:

¿Por qué ser escritor?
¿Por qué escribo?
¿Qué quiero escribir?
¿Qué debo escribir?
¿Y cómo puedo escribir sin morir en el intento?

Mientras los participantes me leían sus respuestas, compartí algo que he venido defendiendo desde que empecé como escritor: uno escribe porque descubre, a una edad temprana o ya algo crecido, que tiene algo que decir a sí mismo, al mundo y más tarde ese algo se torna en una especie de diálogo no sólo con sus alrededores o sus homólogos, sino con su país. Quien no conoce aún qué quiere escribir de verdad y por qué razones lo hace, será blanco fácil de la duda vocacional y los fracasos, que siempre son muchos en este oficio, como en cualquier otro, y pueden hacernos tirar la toalla.


Y no digo que todo escritor, o al menos yo, escriba claro y sin dudar. Tardé años en encontrar mi voz. Incluso aún me pregunto si será la mía o estoy emulando a otro escritor. Escribo y dudo. Siempre lo hago. Cuando dejo de dudar, me preocupa que estoy escribiendo. Me refiero, más bien, a que cuando uno empieza en este oficio, debe tener bien claro que si lo hace sólo para ganar premios, reconocimiento, becas o dinero, y no por decir algo que quizá otros tantos han dicho, pero no a nuestra manera, seguramente fracasará o sentirá que fracasará con pequeños obstáculos: como no haber recibido una beca, reconocimiento o dinero.   

Soy escritor porque no me veo a mi edad haciendo otra cosa. En su momento llegué a trabajar como carpintero o ayudante, restaurador de templos, mano derecha de cocinero, vendedor de pólvora, acomodador de escrituras en una notaría pública, editor, corrector de estilo, asesor editorial, entre otros oficios, para después estacionarme por entero en la escritura. Un par de becas me han ayudado a no ahogarme en un mar de deudas, así como vivir un año fuera de México, incluso un premio me ayudó a pagar parte del departamento donde vivo, en Tijuana, y robarle tiempo al tiempo escribiendo mi primera novela.


Y todo eso ha sido gracias a mi imaginación, a mis ganas de seguir escribiendo. He fracasado. Quizá más que los otros escritores de mi generación. Y eso no significa que mi literatura sea mala o yo sea pésimo en esto. Significa que he tocado las puertas equivocadas y he luchado las batallas que no me correspondían. Pero eso no me ha hecho, ni me hará renunciar a lo que me llena de vida y me hace reconocerme como ser humano.

Pues cada que me siento a escribir frente a la ciudad dormida, frente a la ciudad de las segundas oportunidades, mi escritura se llena del rumor que hay afuera del departamento y de los recuerdos que se conjugan con mi presente y esas enormes ganas de hacer literatura, de trazar un libro que haga sentir lo que me hicieron sentir los grandes maestros que me formaron.


Por eso escribo.
Y escribo.

lunes, 12 de mayo de 2014

La escritura es el enojo persistente ante el crecer [entrevista a Javier Caravantes]


Algunos escritores de la tradición literaria mexicana nos han enseñado que escribir un libro de cuentos como opera prima, es el sano proceso que se debe elegir para perfeccionar las armas narrativas. Antes de incursar a la novela, Juan García Ponce y Parménides García Saldaña hicieron libro de cuentos, y con ello nos enseñan aún en día que acudir a este género es arrojarse por entero aprender qué temas se quieren narrar, bajo qué modo y qué voz, sin dejar de lado que una poderosa tradición, no sólo nacional, nos precede. Javier Caravantes entiende bien esto y en su libro Despertar con alacranes (Fondo Editorial Tierra Adentro 2012) hallamos a un cuentista que anda descubriendo su voz narrativa y los rudimentos que mejor se integrarán a su estilo.

En un libro conformado por 12 piezas, Caravantes (Atlixto, Puebla, 1985) recurre a temas juveniles latentes en México y de Honduras: la migración del Sur a San Cristóbal, la vocación religiosa que nos han extirpado los feligreses de hueso colorado y los sacerdotes pederastas, el acoso escolar en las instituciones privadas, la amistad como un recurso que ha perdido brío en las nuevas generaciones, los padres que abandonan a sus hijos porque creen que crecer es sinónimo de independencia y el desempleo en un país en el que no se sabe contra qué y por qué se compite. Sus personajes son adolescentes y jóvenes que se enfrentan al proceso de crecer, y aprenden, con los golpes de la vida, qué es bueno y qué es malo.

En esta entrevista, el autor nos ofrece su mirada personal sobre la literatura; nos habla de su formación, cómo se hiló este libro, cómo ve la políticas editoriales, que algunas veces retardan la publicación de los libros escritos por jóvenes; qué entiende por instituciones culturales y su trabajo, los compañeros escritores de viaje, tanto de generación, como los mayores, los premios literarios y las becas en México; y aporta su postura sobre publicar en formato electrónico, en una era en que los lectores mudan del formato físico al digital y viceversa.   


Joel Flores.- Cada que leo a un escritor nacido durante la década del 80, suelo preguntarme ¿cómo habrá sido su formación? ¿Si fue a una universidad, taller literario o lo está haciendo individualmente? ¿Qué camino elegiste tú, Javier?

Javier Caravantes.- Desde que tomé Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis comencé a leer, tenía trece o catorce años. Mis padres se habían divorciado. Y mi mamá, cansada de no poder enderezarme, me mandó a casa de mi papá. Cambié de ciudad. En la nueva escuela no hice amigos demasiado pronto; me aburría por las tardes. Mi padre sugirió que me inscribiera en un curso de "algo". Le dije que lo iba a pensar. Y al otro día él llegó con una ficha de banco que colocó sobre el escritorio de mi recámara; era la inscripción a un taller literario en la Sogem (Sociedad General de Escritores de México) de Puebla. Asistí desconfiado, pero cuando me tocó leer frente a mis compañeros mi primer intento de relato, supe que me iba a dedicar a la escritura. Durante algunos años seguí yendo a talleres en Puebla, al mismo tiempo estudié la licenciatura de Comunicación en la BUAP. Cuando terminé me fui al Distrito Federal a cursar el diplomado de Creación literaria en la Sogem. Aún sigo leyendo avances de mis escritos a personas de entonces en las que confío.

JF.- Hay un brillo carveriano en Despertar con alacranes, sobre todo en la prosa contenida y en la estructura elíptica y fragmentaria de los cuentos. Pareciera que este libro se escribió bajo la influencia de cuentistas norteamericanos, pero integrando preocupaciones juveniles latentes en México: tus personajes empiezan a ser adultos y a enfrentarse a las responsabilidades que conlleva crecer; creer o no en una religión, forjarse o no un futuro, formar o no una familia y sostenerse con un trabajo. ¿Cómo definirías el género que integra tu libro?

JC.- El enojo persistente ante el crecer es el motor principal de mi libro. Desde niño ciertas actitudes, situaciones, me molestaban. Y escribir era ayudaba a soportarlas. Supongo que cada que escribo es porque lo hago en contra del lugar donde nací, contra mis padres, los maestros que tuve y, más importante, contra el mí mismo que crece y se convierte en otro. El encuentro con cuentistas norteamericanos, en especial con Raymond Carver, me permitió mirar alrededor con otro filtro. Supe de qué manera tenía que narrar mis inquietudes que con mucho trabajo se transformarían en conflictos dramáticos que a mitad de la madrugada me harían salir de la cama, prender la computadora y escribir. Mis lecturas han cambiado, también mis búsquedas, pero atesoro ese momento del narrar al todo o la nada.


JF.- Toda obra tiene su historia, es decir, todo escritor, mientras escribe un proyecto literario, vive una serie de situaciones que lo hacen poner en la balanza si debe o no continuar ese camino o concluir que lo que está escribiendo en verdad vale la pena. ¿Cómo se creó este libro y cuánto tiempo te llevó? ¿Vivías en Puebla o en DF? ¿Fue complicado culminarlo? 

JC.- Tardé en escribirlo tres años. Las primeras versiones de casi todos los cuentos las terminé en Puebla. Cuando llegué al Distrito Federal a estudiar en la Sogem, conocí a un escritor regiomontano que se llama Antonio Ramos Revillas. Lo había leído antes, me gustaba mucho; sentía que teníamos afinidades en común. Toño se portó muy generoso: aceptó leer todos mis cuentos y seleccionó doce. Esos los trabajé con él durante un año, mientras nos reuníamos una vez a la semana. Luego me propuso publicarlos en Jus, de donde era editor. El libro parecía que saldría pronto, pero se estancó casi por dos años. Durante ese tiempo lo seguí trabajando.

El escritor Eduardo Parra Ramírez también me dio valiosísimas opiniones que mejoraron el libro. Su lectura ha desarrollado posibilidades narrativas que no alcanzaría por mí mismo. Esos meses fueron de mucha ansiedad, esas ganas de publicar me vulneraron. Regresé a vivir a Puebla creyendo que el Despertar con alacranes ya nunca saldría. A los pocos meses, fui invitado por burócratas del estado junto a otros sietes escritores poblanos a un congreso de narradores organizado por el FETA (Fondo Editorial Tierra Adentro). Me tocó leer un cuento en una mesa organizada en el Tec de Monterrey, donde también participaban Paul Medrano, Fernanda Melchor y Javier Raya. Entre el público estaba la anterior directora de FETA, Mónica Nepote. Leí mi cuento "San Cristóbal" y a Mónica le interesó el libro. Esa misma noche se lo envié y fue publicado a los seis meses.  

JF.- Quiero rescatar algo que me hizo diferenciar Despertar con alacranes de los otros libros escritos por tus contemporáneos: en tus cuentos se asoma la creencia en el amor, la amistad y la esperanza, como un tablón de salvación. Sabemos que hemos hecho mal, sabemos que estamos mal, sabemos que algo hizo que estemos mal, pero seguro cambiará nuestra situación.

JC.-En una nota que escribió Antonio Ortuño sobre sus lecturas del 2012 también observa esa característica, apunta que los cuentos poseen: "una exploración ética que poco tiene que ver con la de la mayoría de los contemporáneos del autor". Creo se debe a que todavía mis personajes se debaten entre el bien y el mal. Soy cursí. Cuestionar los procedimientos me ha interesado más que cualquier otra cosa. También explorar cómo es que un personaje vive determinadas situaciones que lo transforman en otro.

JF.-Hay quienes dicen que es más complicado publicar un libro, que escribirlo. Pues las políticas editoriales son centralistas y preferencialitas. Otros que las editoriales cada vez están más abiertas a propuestas jóvenes. ¿Qué fue más complicado para ti: escribir Despertar con alacranes o publicarlo?

JC.- Ambas son igualmente difíciles: participar en el circuito editorial puede ser agotador. Tienes que sortear muchos obstáculos que a veces ni siquiera tienen que ver con la calidad de la obra, sino con torear burócratas que cunden las instituciones públicas. La corrupción ha encontrado tipos que la ejercen con completo cinismo en estos lugares. A pesar de todo, confío en que la buena literatura siempre saldrá a flote ante los nebulosos mecanismos que contaminan las prácticas editoriales. Es común encontrarse a "editores" que utilizan instituciones públicas o privadas como trampolín para justificar sus mediocres carreras literarias.  


JF.- Cambiemos de dinámica: lanzaré una palabra y tú me respondes los primero que se te venga a la mente.

México: Corrupción
Cuento: Riesgo
Puebla: Casa
Realismo: Batalla
Amistad: Principios
Escritura: Lo único

JF.- México tiene una copiosa lista de premios y apoyos económicos para los escritores jóvenes y no tan jóvenes. Ello impulsa a los creadores no sólo a escribir buenas obras, sino a competir con los otros que escriben. ¿Qué opinas de los premios literarios y las becas? ¿En realidad los ganan los que lo merecen? ¿En realidad ayudan a la formación del escritor?

JC.- Me gustaría que nuestra industria editorial tuviera las suficiente fortaleza como para que los escritores sobrevivieran sin necesidad de dádivas de las instituciones. Lamentablemente las políticas culturales que nos hacen padecer privilegian una industria elitista, en la que el estado ofrece recompensas por dedicarte a una actividad que ellos creen estimulan, pero que carece de penetración en la gran mayoría de los estratos sociales. Quisiera presenciar políticas que de verdad acerquen la lectura a la población y no sean meros ejercicios de simulación. También creo que debemos implementar mecanismo donde logremos dedicarnos a los que más nos gusta como una forma de resistencia. Hace poco leí los ensayos de Vivian Abenshushan, Escritos para desocupados, que propone algo parecido y habla sobre  el hastío que engendra no hallar el camino cuando se escribe.      

JF.- Con los avances de la Web 2.0 es más fácil publicar, gracias al soporte digital, y llegar a los lectores. ¿Has pensado publicar alguno de tus libros en formato e-book o prefieres los formatos tradicionales?

JC. Busco lectores: el formato donde me encuentren no es una preocupación. Que las editoriales o cualquier persona se acerquen a buscar tu trabajo siempre será maravilloso. Disfruto leer e-book porque me acerca a obras que de otra manera me serían inalcanzables. Aunque, no lo voy a negar, sigo prefiriendo sostener un libro entre mis manos.

JF.-Tres discursos se abren cada que pregunto a los escritores nacidos durante la década del ochenta si leen a sus contemporáneos: que no se leen entre sí, sino que se vigilan; que se leen entre sí y hay un lazo amistoso, mas no crítico; y que prefieren leer a los clásicos porque es muy pronto para considerar que lo nuevo tenga voz propia. ¿Qué opinas tú sobre esto: lees a los escritores de tu generación o prefieres formarte con aquellos que nos anteceden?

JC.-Leo a escritores jóvenes. Recientemente publicados me gustó Dodo, de Karen Villeda y Kant y los extraterrestres, de Juan Pablo Anaya. Gracias a internet, una considerable parte del tiempo la paso buscando relatos. Los que me gustan los edito en el suplemento Cubo de Rubik del periódico Lado B y en la revista Crítica de la BUAP. Tengo algunos amigos que les gusta escribir de más o menos mi edad con lo que comparto opiniones, gustos y con los que además me permito ser crítico. Aunque mi principal fuente de lectura suelen ser escritores de obra sostenida, me alcanza el tiempo para leer a jóvenes, lo disfruto.

JF.- Haciendo un ejercicio de reflexión, ¿qué historias crees que deberían escribir los escritores nacidos durante la década del ochenta en sus libros?

JC.- No sé, creo que cada quien tiene sus búsquedas personales. Y entre más singulares, más atractivas serán. Sólo con el paso del tiempo sabremos qué tanta correspondencia tienen entre sí las obras de escritores nacidos durante la década de los ochenta.

JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando actualmente, es otro libro de cuentos o novela?
En una novela corta que planeo terminar en un par de meses. Ya tengo un par de propuestas editoriales, espero que pronto ya esté entre nosotros.



La entrevista también puede leerse aquí.

lunes, 5 de mayo de 2014

Nayeli García Sánchez escribe sobre Rojo semidesierto




Nayeli García Sánchez, escritora de la Fundación paralas Letras Mexicanas (FLM) escribe en Frontal,  gaceta digital de crítica literaria, sobre Rojo semidesierto:

La Compañía, organización delictiva cuya presencia opera como personaje principal del libro, rige la vida de los personajes cuando estos se cruzan con ella; hecho que representa, a lo largo de los catorce cuentos que forman el volumen, un punto irreversible en el diseño narrativo que propone Joel Flores en Rojo semidesierto. El autor da cuenta de un mundo atroz en el que se relacionan situaciones que atraviesan las fronteras entre los relatos. Cada historia es una viñeta en movimiento de un territorio que se tiñe de rojo por la muerte.


Para leer la reseña completa da clic aquí.


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