Justo ayer cobré mi última mensualidad
firmada por el FONCA. Lo cual me da todo el derecho de escribir que ya
finiquité mi beca. Es hora de pasar a un nuevo proyecto y también debo descolgar
de mi columna derecha el logo y la leyenda de CONACULTA.
A mediados de diciembre del 2014 me
convertí por segunda vez en becario del Fondo Nacional para la Cultura y las
Artes, esta ocasión con un proyecto de novela intimista, personal, que ya tenía
bastante avanzada. Durante este año finiquité esa novela e inicié un libro de
cuentos, cuya estructura polifónica me ayudará a verla como novela o bien
como un artefacto.
Con el primer pago de la beca lo utilicé
para saldar el alquiler por una semana que pasamos Flor y yo en las cabañas de La
Bocana, un estero que se encuentra en Baja California Sur, entre Punta Abre
Ojos y San Vizcaíno, a donde se llega luego de un viaje de más de ocho horas en
carro y donde hace un frío de 2°C. Nos habíamos ido a escribir allí antes de
año nuevo el proyecto que nos ayudaría, meses después, a ser admitidos en la
Universidad de Nueva York, así como a planear todo lo que haríamos en el 2015.
Aún recuerdo que tras finiquitar mi
primer beca del FONCA, que fue hace 7 años, tuve una especie de desasosiego no
sólo porque ya no habría esa cantidad económica que me daban mes con
mes, sino porque ya no estaría trabajando, ni en completa reunión, con los
escritores y tutor que había conocido. En esta ocasión cierro contento. La beca
no sólo me dio tiempo para escribir, me llevó a viajar, gracias a la gente del
departamento de Creadores en los Estados, a San Miguel de Allende, Veracruz,
Campeche, Ciudad Obregón, Monterrey y Chiapas, porque las ciudades pidieron que
fuera a impartir talleres o a dar lectura de obra. En aquellas ciudades
hice muy buenas amistades, aprendí mucho, comí y caminé bastante. Estoy
seguro que dentro de poco llegará un buen pretexto para volver a ellas y ese
pretexto será una novela publicada.
En mi memoria me llevo bien resguardados
los tres encuentros del FONCA, el primero y el último en Oaxaca y el de enmedio
en Taxco. Fueron 12 días en los que trabajé y aprendí de Eduardo Antonio Parra
como tutor y de escritores jóvenes como Alfredo Núñez Lanz (al que mi trabajo
le debe un agradecimiento), Héctor Vizcarra, Orfa Alarcón e Isadora Montelongo.
Sobre estas sesiones quiero hacer un
apunte importante: antes del primer encuentro del FONCA, todos suponíamos, al
menos por los administrativos, que nuestro asesor iba a ser Álvaro Enrigue,
incluso llegué a escribir algo sobre eso en esta página y a mostrar mi
admiración por el narrador de Muerte súbita. Sin embargo, lo fortuito operó a
favor de mi trabajo e hizo que nos pusieran a Eduardo Antonio Parra como el DT de las novelas. De él me llevo su sentido crítico, las historias contadas
después de las comidas y las cenas, las bromas siempre norteñas en las sesiones
de taller, pero sobre todo su generosidad.
Todo tiene un principio y un final. Y
los finales siempre me han ayudado a reestructura mi forma de trabajo y de
pensar. Es momento de decidir si debo irme a estudiar la maestría a NYU o quedarme
en Tijuana a escribir e impartir mi seminario de creación literaria, o mudarme
junto a Flor, por su puesto, a otra ciudad. Alguna vez mi madre y mi hermano
mayor me dijeron que siempre se llega a una edad en la que es necesario tomar decisiones
y que, muchas veces, una decisión es, también, una deserción. Por lo pronto he
tirado un puñado de dados a muchos lugares.
Es cuestión de esperar, como siempre
se debe hacer en este oficio, a que el futuro me sonría mientras estoy en la
mesa de trabajo.
Este es el último post de este año. Que la felicidad, la buena literatura y los viajes los abracen lo que falta de este 2015 y en todo 2016.