lunes, 29 de enero de 2007

Amparo Dávila
(fragmento)
PRIMERO fue un inmenso dolor. Un irse desgajando en el silencio. Desarticulándose en el viento oscuro. Sacar de pronto las raíces y quedarse sin apoyo, sordamente cayendo. Despeñándose de una cima muy alta. Un recuerdo, una visión, un rostro, el rostro del silencio, del agua... Las palabras finalmente como algo que se toca y se palpa, las palabras como materia ineludible. Y todo acompañado de una música oscura y pegajosa. Una música que no se sabe de dónde sale, pero que se escucha. Vino después el azoro de la rama aérea sobre la tierra. El estupor del ave en el primer día de vuelo. Todo fue ligero entonces y gaseoso. La sustancia fue el humo, o el sueño, la niebla que se vuelve irrealidad. Todo era instante. El solo querer unía distancias. Se podía tocar el techo con las manos, o traspasarlo, o quedarse flotando a medio cuarto. Subir y bajar como movido por un resorte invisible. Y todo más allá del sonido; donde los pasos no escuchan sus huellas. Se podía llegar a través de los muros. Se podía reír o llorar, gritar desesperadamente y ni siquiera uno mismo se oía. Nada tenía valor sino el recuerdo. El instante sin fin estaba desierto, sin espectadores que aplaudieran, sin gritos. Nada ni nadie para responder. Los espejos permanecían mudos. No reflejaban luz, sombra ni fuego...
Entramos en la Huerta Vieja, mi padre, mi madre y yo. La puerta estaba abierta cuando llegamos y no había ni perros ni hortelano. Íbamos muy contentos cogidos de las manos, yo en medio de los dos. Mi padre silbaba alegremente. Mamá llevaba una cesta para comprar fruta. Había muchas flores y olor a fruta madura. Llegamos hasta el centro de la huerta, allí donde estaba el estanque con pececitos de colores. Me solté de las manos de mis padres y corrí hasta la orilla del estanque. En el fondo había manzanas rojas y redondas y los peces pasaban nadando sobre ellas, sin tocarlas... quería verlas bien... me acerqué más al borde... más...
—No, hija, que te puedes caer —gritó mi padre. Me volví a mirarlos. Mamá había tirado la cesta y se llevaba las manos a la cara, gritando.
—Yo quiero una manzana, papá.
—Las manzanas son un enigma, niña.
—Yo quiero una manzana, una manzana grande y roja, como ésas...
—No, niña, espera... yo te buscaré otra manzana.
Brinqué adentro del estanque. Cuando llegué al fondo sólo había manzanas y peces tirados en el piso; el agua había saltado fuera del estanque y, llevada por el viento, en remolino furioso, envolvió a papá y a mamá. Yo no podía verlos, giraban rodeados de agua, de agua que los arrastraba y los ocultaba a mi vista, alejándolos cada vez más... sentí un terrible ardor en la garganta... papá, mamá... papá, mamá... yo tenía la culpa... mi papá, mi mamá... Salí fuera del estanque. Ya no estaban allí. Habían desaparecido con el viento y con el agua... comencé a llorar desesperada... se habían ido... tenía miedo y frío... los había perdido, los había perdido y yo tenía la culpa… estaba oscureciendo… tenía miedo y frío… mi papá, mi mamá... miré hacía abajo; el fondo del estanque era un gran charco de sangre...



¿Vale la pena estar sólo para quedarse siempre sólo?
Callejear únicamente, las plazas y las calles
están vacías. Es preciso detener a una mujer
y hablarle y decidirle a que viva con uno.
Si no, uno habla sólo...


(Cesare Pavese)

martes, 23 de enero de 2007

.lo que escucho y leo este mes.

Música:

La voz de Lita, todos los días, a todas a horas, sueño y me despierto con ella.
Day I forgot, Pete Yorn.
Lunatico, Gotan Proyect.
Modern Tango, Bajo Fondo Tango Club.
Caminando, Chambao.
Whitout a sound, Dinosaur Jr.
Is this it, The Strokes.
The final cut, Pink Floyd.

Libros:

Relatos de lo inesperado, Roald Dahl.
Creía que mi padre era Díos, Relatos verídicos de la vida americana, Paul Auster (ed.).
Diorama, Vicente F. Herrasti.
Tiene la noche un árbol, Guadalupe Dueñas.
Crítica y clínica, Gilles Deleuze.
Crítica y ficción, Ricardo Piglia.

lunes, 15 de enero de 2007

Notas

Bioy Casares





Y como cantaron los Gotan:

“en el Río de la plata, hace mucho, no se sabe justo cuándo, un buen día nació el Dandi…”

...

en resumen: en todos los objetos, en todas las cosas del mundo, en todas las palabras, en todas partes, en todos los ojos están tus ojos y estás en mí…
.6 pasos para descongelar tu casa.
episodio ocurrido en diciembre



Nota urgente para todas aquellas personas interesadas, que vivan solas, en una ciudad tan fría, anodina, seca, fantasmal, equiparable si se quiere con el Polo Norte, como lo es Zacatecas, les paso los siguientes trucos para no congelarse en su triste habitáculo estos días de frío.
Sucede que comenzó a helar en esta ciudad y se me tronaron las tuberías del patio y una de la cocina, para ser exactos fue anteayer, mientras me encontraba leyendo, cerca de las tres de la madrugada, y no me di cuenta. En la radio pronosticaron que bajaría la temperatura hasta el nabo y no me importó. Ella (la mujer que tiene mi corazón en sus manos) me sugirió que comprará uno de esos calentadores que parecen estufa, antes de partir a Sad Songs. Todos los vecinos protegieron sus tuberías con periódicos, cinta canela y me parecieron sin quehacer y hasta exagerados. Y así como así, después de terminar mis labores de escritorzuelo barato, me fui a dormir sin ninguna preocupación.
Y al día siguiente, mientras subía con la punta de los dedos del pie a mi cama la cobija que había pateado mientras dormía, la sentí tremendamente helada, no, mejor dicho: congelando mi extremidad. Me desperté ofuscado y hasta con miedo de que, antes de que llegara el año nuevo, se estuviera descongelando el planeta. Al voltear hacía el suelo descubrí que el mismo estaba tapizado por una capa de hielo. Pero la catástrofe no paró ahí. Mi sala, baño, recámaras y patio se encontraban igual. Toda la casa, para no hondear más en el tema. Lo supe después de salir de la cama aún con la pijama puesta.
Primero me dije pendejo muchas veces y me pegué en la cabeza con los puños cerrados. Después me subí de nuevo a la cama y me metí a las cobijas como si fueran un caparazón que me alejara de la malicia y las maldades que el clima le tiende a la humanidad. Luego, diciéndome no seas culo, no le saques, me puse las botas con pelushe adentro que una exnovia de mi hermano Mario me trajo de una de sus lujosas vacaciones a Rusia, un pantalón y la chamarra de esquimal encima de la pijama y el gorro afelpado de vago del metro del DeFe, para descongelar mi casa con las tácticas que a continuación enumeraré. Espero y les sirvan de algo:
1: programé el medidor del calentador de agua al máximo nivel de temperatura como si fuera a tomar un baño. Al calentarse abrí la regadera y la dejé así hasta que dejó de salir agua caliente y llenó el baño de vapor y abrí la puerta para que el vapor saliera.
2: prendí la cafetera, puesto que es el único mueble electrodoméstico que tengo en la cocina; al calentarse el agua volvía a vaciarla en el embudo que la procesa para que diera vapor a la cocina.
3: encendí todas las luces y recorrí las cortinas para que entrara el sol.
4: vacié alcohol en dos cacerolas hueveras, les encendí fuego como si fuera antorchas y las coloqué en distintas esquinas de la sala.
5: este es el punto más doloroso. Saqué de las cajas de cartón mis libros viejos, que ya había leído, para improvisar una fogata justo en medio de la sala, como si estuviera en un campamento. El frío comenzaba a calarme hasta los huesos mientras deshojaba el libro de poemas de Francois Villon para, antes de echarlo al fuego, leyera el principio del libro y el final por última vez y guardarlo en mi memoria. Lo mismo pasó con las novelas de Paul Auster, los cuentos de Piglia, los libros de Historia de la teoría literaria, la obra de Italo Calvino, todo Coetzee y Stephen Sweig, Lewis Caroll y revistas y periódicos.
6: ya con el jalador de agua en la diestra, el trapeador en la siniestra y el piso descongelado, me preparé, para relajarme, una taza de café con un chorrito de Malibu sabor coco que estaba en la lacena y comencé jalar el hielo hacia el patio.


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