lunes, 31 de marzo de 2008

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Estos días no he podido finalizar la lectura de ningún libro. Tampoco escribir con la soltura y empeño como lo hacía meses atrás. Me he sentido cansado. He descubierto que una de las actividades que me ayudan a relajarme y a encontrar respuesta a ciertos problemas, es tomar un libro de los libreros, el que sea. Me gusta abrirlo al azar y leer lo primero que halle subrayado o el primero o segundo párrafo, si el libro no lo he leído anteriormente. Hoy por la tarde, después de haber desayunado y haber durado más de una hora sentado frente al comedor pensando en nada, me paré de nueva cuenta frente a los libreros, extraje La velocidad de la luz de Javier Cercas. Y me puse a revisar las tapas del libro. La velocidad de la luz es una novela cabroncisima, de formación, que habla sobre el fracaso, el éxito, de Vietnam y, la receta con que Cercas se ha ganado a muchos lectores, sobre la dificultades que pasa un escritor a la hora de proponerse escribir una novela de corte realista, que no traicione los hechos reales. He leído más de dos veces este libro. He leído casi todos los libros de Cercas. Durante un tiempo lo tuve muy presente a la hora de escribir y cuando intentaba formarme un decálogo falso sobre cómo escribir cuentos. Cercas es un excelente alumno de Hemingway, uno de los escritores que demuestran que el silencio es más elocuente que las palabras y que narrar es sugerir y que lo que no se dice dentro de un cuento es más revelador que lo que se dice. Todas estas cosas se me vinieron a la mente después de haber tomado el libro, haberlo sopesado. Y me puse a pensar mientras daba vueltas en mi propio eje, no sé por qué, en qué tan crueles pueden ser las guerras durante el tiempo que duran: muertes, sangre, destrucción y otras cosas que ya conocemos. Y me puse a pensar en que existen otro tipo guerras. Más aterradoras y estúpidas. La guerra contra uno mismo. La que es difícil de librar porque no sabes contra quién putos luchas ni qué te tiene aletargado. Después, algo triste por una pena que me ha estado asechando estos meses y no sé bien qué sea y qué la provocó, que me ha estado confundiendo e irritando, leí lo siguiente:

Y, en segundo lugar, porque para entonces ya había comprendido que, si yo era escritor, lo era porque me había convertido en un chiflado que tiene la obligación de mirar la realidad y que a veces la ve y que, si había elegido aquel oficio cabrón, quizá era porque yo no podía ser otra cosa más que escritor: porque en cierto modo no había sido yo quien había elegido mi oficio, sino que había sido mi oficio quien me había elegido a mí.

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Durante estos meses me he olvidado de mis lecturas de narradores contemporáneos y me la he pasado leyendo algunos decimonónicos. Siempre es bueno mirar hacia atrás. Quisiera hacer efectiva una de las lecturas que más me llamó la atención. El siguiente artículo muestra algunas ideas sobre Ricardo Palma, escritor peruano algo olvidado. Julio Ortega y otros académicos le hicieron hace un par de años un estudio crítico bastante informativo y extenso sobre su obra, sobre qué tipo de lectores leían las Tradiciones peruanas, y sobre cómo se le ve a Palma en estos años. El libro está editado por el Fondo de Cultura Económica y es fácil de comprar. Si quieres dar con algunas series de Las tradiciones peruanas en la red, dale click a esto. Aquí les dejo el artículo.


Ricardo Palma, el cronista de la mentira


La tradición literaria es algo que se valora, se sopesa, se sigue, se respeta, se rompe o se traiciona. La tradición literaria es algo que se retoma, se olvida o se ignora. Ricardo Palma (Perú, 1833-1919) es uno de los escritores que no olvidó lo que le antecedía. Palma escribió para reformular y parodiar la tradición peruana, no sólo la lingüística, sino también la cultural y literaria. Sus Tradiciones peruanas (1872-1910) muestran una manera de jugar con los episodios del pasado: les quitan ese carácter serio como nos lo ha presentado la historia. Palma la urde de nueva cuenta gracias al poder de la imaginación y el lenguaje sin crearle al lector resabios de duda. Para Palma envolver la tradición con la mentira es hacer literatura: construir castillos que nadie imaginó o que nadie se atrevió a construir. Las Tradiciones de Palma son traducciones adaptadas al presente del escritor. Interpretaciones de sucesos que sólo pueden modificarse con el lenguaje.

Existen dos tipos de tradiciones literarias. O bien, en toda tendencia literaria se encuentran dos tipos de tradiciones, algunas veces en disputa, otras veces se manifiesta una después de la otra, o en conjunto.

La centrifuga.

Significa todo aquello que alimenta el centro con la periferia. Borges, Becket, Nabokov, escritores extraterritoriales –como los llamaría George Steiner–, que miraron a otros temas y se reconocieron en otras culturas como el acto de reconocerse en un espejo. Escritores que jugaron con registros no nacionalistas, que desgastaron el lenguaje, que fueron sus propios traductores. Escritores que renunciaron a su lengua materna y se acoplaron en tradiciones ajenas. Escritores cuya Ítaca o territorio era su biblioteca, mas no la propia patria.

La otra cara de esta moneda es lo centrípeto.

Tradición que se alimenta de su mismo centro. Tradición que le rinde cuentas a la lengua materna. De ella se desprende muchas veces la escritura que busca la identidad nacional, el desarrollo o evolución de la lengua con la que se escribe. Escritores que no niegan al padre, sino al abuelo y le dan continuidad a las tendencias literarias de su pasado inmediato. En México existieron varios ejemplos de lo centrípeto. La literatura de la revolución gestada en 1910. Literatura que atendió las intenciones y necesidades civiles, su resistencia y sus conflictos políticos, así como representar a los personajes más sobresalientes de la época.

Ricardo Palma se configura en la centrípeta.

El tema de sus Tradiciones es Perú. Todas las historias están ensambladas en ese país. Profusión del color local. Palma es un escritor que crea su propio universo a partir de la lengua del pueblo. A partir de la jerga, la oralidad. El lenguaje popular. Esto no desmerita su apuesta. Por el contrario: Palma creó bellas y entretenidas estampas del Perú de 1830 a 1870. Sus Tradiciones logran enterarnos de las creencias y juicios morales del Perú decimonónico. Logran hacernos caer en cuenta dónde nacen algunos de los dichos populares aún hoy en vigencia y cuál ha sido su transformación sintáctica. Si la sociedad está integrada, como en un jardín donde sobresalen las rosas, por vocablos y frases. Palma fue el jardinero que escogió y formó los racimos para escribir sus historias. Tan sólo hay que traer a flote las fórmulas verbales con las que nuestro escritor escribe sus Tradiciones:

“Érase que se era y el mal que se vaya y el bien que se nos venga” (del cuento “Don Dimas de la tijereta”).

“El melón por la mañana es plata, por la tarde es oro y por la noche mata” (del cuento “Carta canta”).

Los inicios de las historias de Palma son más propias del relato popular que de la crónica del historiador: inicia citando fechas reales, pero no se ciñe a ellos necesariamente, ni pretende rescatar la historia para mostrarla de manera fiel. Palma fue, al igual que Riva Palacio en México, de los pocos decimonónicos que se empolvaron las pestañas consultando los archivos del Perú.

Pero Palma también oscila, pero no se queda del todo, en la tradición centrifuga.

El estilo es el hombre, según Buffon, y “la mujer”, para evitar discusiones. El estilo literario se define con base en la formación de cada escritor, sus lecturas, y la forma en cómo tiene afilado el estilete. El estilo de Palma es engañoso. Si bien en el terreno de sus historias sentimos un color local: el fondo. Pero en la forma se delata un ligero apego a la poética romántica. La liberación debe producirse en el lenguaje. Reivindicar la propia historia es buscar la libertad. Enmascarar el pasado con el presente es hacer literatura. Desarmar el lenguaje y volver a armarlo es buscar otro tipo de expresión.

Y Palma lo demuestra con esta idea:

Mi estilo es exclusivamente mío: mezcla de americanismo y españolismo, resultando siempre castiza la frase y ajustando la sintaxis de la lengua. Precisamente, el escritor Humorista, para serlo con un brillo y llamar sobre sí la atención, tiene que empaparse mucho de la índole del idioma y hacer serio estudio de la estructura de la frase.

Otra más:

La tradición no es precisamente historia, sino relato popular, y ya se sabe que para mentiroso el pueblo. Las mías han caído en gracia, no porque encarnen mucha verdad, sino porque revelan el espíritu y la expresión de las multitudes.

Podríamos decir que el instrumento con el que Ricardo Palma transformó las historias urbanas, revivió leyendas muertas e inmortalizó historias inexistentes es la crónica. Palma es un maestro del género. Un investigador del pasado que llenó los huecos que nadie había atendido. Nos habla de un exorcismo de una mujer cuya única manera de sacarle el demonio es quedando preñada. Nos habla del hombre que soñaba con volar y llevo sus inventos hasta el límite. Nos habla de las primeras estatuas de sal en el Perú. Nos habla de los primeros virreyes de este mismo país. Nos habla de cuál era la mejor manera, según los maestros del XIX, de hacer que los alumnos se grabaran en su mente un hecho histórico: los golpes.

Sin embargo, la crónica entendida como la enunciación de un episodio sin franquear los hechos reales, la idea del cronista empedernido con la historia, no es lo que comúnmente se le llamaría a los relatos de Palma.

Palma juega con la historia. Juega con el pasado, lo tergiversa, lo transforma. La ficción es uno de los puntos medulares de este libro, al igual que la intensa investigación histórica que tuvo que haberse reventado el escritor. El significado del género crónica no logra definir del todo las historias que integran las Tradiciones peruanas.

Y me pregunto:

“¿Son acaso las Tradiciones pedazos de historia convertidas en cuento?”

El cuento, como su significado lo demanda, me agarro de Chejov, escritor que no se aleja mucho de ser contemporáneo de Palma, es la recreación de un conflicto y dos personajes. Un conflicto que bien puede desarrollarse en una trama simple o que muestre una revelación determinante para la historia. Término ortodoxo si lo vemos desde esta época. Para Palma, el cuento es otro tipo de producto, cada vez más parecido a una nota de periódico, a una nota informativa que confronta ideas y refuta argumentos, que indaga en otras historias y esclarece episodios oscuros. Siempre, sobre todo, salpicada de humor. Aunque Palma llame a sus historias relatos, no son más que ucronías puras, mostradas en su máxima expresión. Ucronía, propuesta por Charles Renouvier, es la tergiversación del pasado. La creación de un mundo alterno. “La utopía del tiempo”. Algo que no sucedió pero debió de haber sucedido así. Ucronía se ha aplicado a obras de ciencia ficción, pero también a notas periodísticas semejantes a la crónica. Crónicas que intentan desordenar la concatenación del tiempo y ser contrafactuales. Crónicas que juegan con el ¿qué hubiera sucedido sí?

Con las Tradiciones peruanas vemos por primera vez la aparición del género ucrónico en América. Vemos historias que nacen de un centro, pero que se disparan hacía la periferia y en todas direcciones.



martes, 25 de marzo de 2008

.162.





Los culpables, hombres que se confiesan

Juan Villoro, Los culpables, Ed. Almadía, 2007, 129 pp.

Los culpables, publicado bajo el sello de la editorial Almadía, es el nuevo libro de cuentos escrito por el también cronista de fútbol Juan Villoro (Ciudad de México, 1956). El libro está compuesto por siete piezas: seis cuentos y una nouvelle. Sus historias están fondeadas por un tema que se regula conforme transcurre el ritmo de la prosa: lo mexicano. O mejor: Los culpables son siempre mexicanos. Villoro los recrea como personajes “hechos de puro collage”, seres constituidos por retazos culturales de países vecinos, ajenos; seres sumidos por el caos, la corrupción, la mentira y la infidelidad.

Los culpables es un libro escrito con una precisión en el lenguaje que vislumbra, y una técnica que modela a la perfección los conflictos íntimos, que persuaden el ojo del lector y lo azotan con un flujo de aprietos que rayan en el humor negro y en lo descarnado. Ante la voz sincera de Juan Villoro no sabemos si reírnos o llorar por su atinada manera de enunciar los problemas sociales tan latentes en este país. En México parece que “vivimos en un mundo de espectros: copias de las copias, la piratería total”, nos aclara el autor en la última pieza del libro. Las historias de este libro no dejan de recordarnos a los short story del cronista de los suburbios John Cheever, autor que llegó a decir que la confesión de un personaje es la médula de un cuento.

Para Villoro los personajes son delatores que se nos van definiendo conforme hablan, conforme cuentan —siempre bajo el pretexto de desfogar su desgracia— su historia. Son personajes que confiesan, para asumir su papel de narrador, que deben sufrir para transformarse en seres viles, falsos y traidores. Es ahí donde los temas de Villoro vuelven a tener conexión con los de Cheever. Reflejar la miseria de una sociedad y la degradación del propio ser.

Los culpables está compuesto por los siguientes cuentos.

“Mariachi”, nos revela a un frustrado cantante bisexual, que se confiesa enamorado de Michael Schumacher —piloto de la Fórmula 1—, y que padece del “complejo de Edipo” y odia cantar música ranchera (obviemos la relación Fernández). “Patrón de espera” la pieza más corta del compendio—, muestra a un hombre que se proclama así mismo amante de las alturas, de los viajes, de las comidas que dan en los aviones. Muestra a un evasivo de la realidad que tiene una gata como mascota que detecta terremotos, tanto emocionales como geográficos, y una esposa infiel. En “El crepúsculo Maya”, nos enteramos de las aventuras de un trío acompañado por un reptil. “La culpa fue de la iguana, nos advierte el autor desde el inicio del cuento”. Y los personajes se debaten silenciosamente, a cada parada en una ciudad sureña, como Yucatán, por el amor de una mujer y por hacer que la iguana no huya de ellos.

“El silbido” destila un agradecimiento tácito a Roberto Bolaño por su cuento “Buba”, en Putas asesinas (Anagrama, 2003), dedicado a Juan Villoro. El tema del futbolista que ha perdido sus dotes profesionales en la cancha es el argumento que une ambos cuentos. Sólo que en la historia de Villoro la mafia de Mexicali y el autogol son detalles reveladores.

“Los culpables” y “Nosotros los mexicanos” —piezas representativas del libro y las más conmovedoras— se mantienen anilladas en cuanto a fábula y temática. Ambas muestran personajes catalogados como mexican curious. Ambos nos hacen volver a reconocer los guiños Cheeverianos.“El cuento como la literatura de los expulsados”, de los que están fuera de una sociedad.

“Los culpables” lo representa: una pareja de hermanos se ven inmersos en trabajos como traficar medicamentos a la frontera o cruzar ilegales, para ir acumulando historias que les ayudarán a escribir un guión encargado por un gringo de Tucson. Son hombres dispuestos a todo, llenos de odio y pasión, dispuestos a capturar la miseria de terceros, verlos morir de hambre o sed. Pero asumir la postura del otro no es el elemento clave para escribir un guión digno, y lo saben. La fórmula es: “Entonces Jorge habló como nuestro padre lo había hecho en esa mesa: nos faltaba sentirnos culpables. Éramos demasiado indiferentes. Teníamos que jodernos para merecer la historia”. Joderse mutuamente. Transformarse, demostrar traición. ¿Quién domina a quién?

Villoro nos hace descubrir un México donde todo contrasta: la miseria y la pobreza, por nombrar palabras fundamentales. Nos hace repetirnos que en México la honestidad e hipocresía son vocablos que no se llevan. ¿Es posible creer que en nuestro país existen los secuestros piratas y que los extranjeros acuden a ellos para resolver sus conflictos maritales? “Nosotros los mexicanos” —la nouvelle con que cierra el libro— destila la respuesta. Un gringo viaja a Ciudad de México para escribir una crónica sobre la violencia, contrata a un informante que lo llevará, como guía de turista, por los sitios más crueles de la ciudad. Al querer exagerar las cosas para que su trabajo logre una realidad descarnada, el gringo contrata a un grupo de sicarios y simula su secuestro. Después regresa a EUA como el american hero; la mentira del hombre que salió ileso de la ciudad del odio y el rencor.

Las confesiones de Los culpables nos animan a aceptar que lo “buñuelesco” en México quiere decir algo horrendo que a la vez es mágico.

lunes, 24 de marzo de 2008

.161.



Respecto a la capa de humo que se está levantando en contra de la UNAM estos últimos días, después de que los medios de prensa informaron que ex alumnos de esta Universidad fueron encontrados en el campamento bombardeado de la FARC por el ejército colombiano, el escritor Adrián Mora escribió un artículo en defensa de esa casa de estudios que muchos admiramos y deseamos ser parte de ella. El artículo aboga por la UNAM, de buena manera, y protesta en contra de las generalizaciones superficiales que nunca faltan y tanto se han hecho queriendo desmeritar una de las joyas más valiosas que se tienen en México, académicamente hablando. Espero le echen un ojo al texto, y nos demos cuenta que esta Universidad no forma terroristas, como tantos se empeñan en decirlo.

Estudié en la Universidad Nacional desde el año 1994 hasta el 2001 (la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación y los cursos de la Maestría en Estudios Latinoamericanos). A la UNAM le debo todo lo que soy como profesionista, como escritor, como pensador y como crítico de una sociedad que, no hay que ser muy inteligente para deducirlo, está siendo arrasado por las fuerzas del mercado y por la desinformación y fragmentación que los medios masivos se afanan en mostrar. También he trabajado en la UNAM, tanto atendiendo grupos en la carrera de Comunicación, como "cuidando una puerta por donde nadie pasaba", que es la definición, medio en serio, medio en broma, que Andrés Kozel hace de mi trabajo como vigilante de la Biblioteca Nacional que tiene su sede en esa institución. Amo a la universidad con la pasión de alguien que se sabe deudor de sus aulas, sus profesores, sus bibliotecas, sus estudiantes, sus centros culturales, sus librerías, sus teatros, su orquesta filarmónica, su feria del libro, entre muchos "sus".
En los últimos días me ha tocado ser testigo de una satanización de la Universidad (ajá, con mayúscula) por el hecho de que varios de los acompañantes de "Raúl Reyes", el segundo al mando de las FARC colombianas, resultaron egresados o estudiantes de la máxima casa de estudios. También resultaron muertos o seriamente heridos. De este hecho se han desprendido las más encendidas diatribas interesadas (y estúpidas) por desprestigiar a la Universidad. Que si "la Universidad" es un nido de terroristas. Que si "la Universidad" mantiene oficinas de las FARC en las instalaciones de la Facultad de Filosofía y Letras. Que si el Estado tendría que mantener una institución en donde se realizan actividades al margen de la ley. Que si sus estudiantes no sirven para el estudio y se dedican a actividades guerrilleras. Que si cuando se les habla de empresa o mercado o negocio, no entienden nada de lo que se les dice. Que si...

para seguir leyendo dale clik al texto.

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El ocio me ha estado llevando hacia muchas direcciones. Entre una de ellas hallé el entretenimiento de buscarme en la red o buscar si existen personas que se apelliden igual que yo en otras partes del mundo y de México. Es algo entretenido y recomendable para aquellas personas que tienen baja la autoestima. En fin. El caso fue que me encontré publicado en el primer número de la revista Abrelatas de Brasil. La revista es bilingüe. Vienen textos en portugués y en español. Está conformada por varios escritores jóvenes de México y otros de Brasil. Les dejo el link para que le echen un ojo al cuentazo. Sólo denle clik al fragmento:

Es cómodo este hotel. Quisiera tomar un baño, relajarme. ¿El whisky perderá su sabor y efecto si derramo las cinco botellas en el jacuzzi? No lo creo. Así no tendrás la necesidad de empinarte una y otra vez el frasco. Si te hundes en el agua y abres la boca podrás beber lo que quieras. ¿Dónde dejé el whisky? ¡Ah!, ya, a un lado de la cama. Tengo que ir por las botellas y acomodar el mueble de la televisión cerca de la puerta del baño. Me gustaría siempre andar así, desnudo por las calles, sin ninguna preocupación, abrazando a toda persona que se cruce en mi camino. Este buró se parece al que Fabiola tenía en su recámara, donde guardábamos los condones y el lubricante. Qué gustos los de esa infame. De seguro arregló su habitación a tono con el de los hoteles de paso que visitaba con sus alumnos para hacer sus puterías. ¿Cómo pudiste desperdiciar tu tiempo en una mujer con tan malos gustos? Tenía un cuerpo imponente, pero siempre lo ocultaba bajo una falda larga de colores horrendos. ¿Qué decir de su blusa cuello de tortuga? Al desnudarla descubrías muchas sorpresas. Algún día, si me dan la confianza suficiente, les mostraré un video donde la tengo en todas las posiciones. No, les regalaré la copia que muestra cómo cogimos en la azotea de su casa, en una hamaca, simulando que estábamos en una isla desierta.

Siempre quise mostrarles ese material a mis alumnos para que diseñáramos alguna imagen digital guiándonos con él. No sé, un collage manipulado en varios backgrounds. Hoy en día hacer una imagen digital con mujeres desnudas y hombres de pito al aire libre causa morbo y atención en cualquier público, por más pudiente que sea, al igual que las fotos de gente destripada por Bulldozers. El espectador busca lo que no se oculta, lo que le hace ver nuestra jodida realidad.

Estoy alterado. Debo lavarme la cara para relajar los nervios. En el lavabo de este hotel hay dos navajas para afeitar. De niño intenté cortarme las venas dos veces, pero nunca lo logré. Era tan cobarde que no me atreví a enfrentar el miedo. Pero ahora le escupo a la cara siempre que se me presenta la oportunidad o me lo cojo. He aprendido a ver el miedo como una mujer de caderas anchas, chichona y de pupilas encendidas que nos espera en un callejón oscuro. Las navajas son pequeñas, rectangulares. Las descubres inofensivas envueltas en un plástico. Son una hoja de papel sin filo.


miércoles, 19 de marzo de 2008

.159.



No han pasado ni tres semanas que vi esta película por tercera vez. Algo raro me pasó después de haber escuchado al profesro Kesure Miyagi decir esa frase. No sé, quizá sea un aviso de que debo dejar de una vez por todas el ocio. No lo sé. Es mi paranoia. Quizá no. De niño escuché esas palabras por primera vez. Nunca antes me había sentido tan humano. Fue como si Miyagi se dirigiera especialmente a mí, yo, entre toda la muchedumbre, el elegido para escuchar esa frase. Sucedió en un cine que ahora es una tienda Elektra. El cine se quemó cuando salió la tercera película de esta saga. No sé las razones. La frase, que me sigue desconcertado y no sé por qué, es la siguiente:
“En la vida, como en el karate, hay dos caminos. El primero es hacer las cosas bien, entregarte por completo. El otro camino es no entregarte al karate por completo, sólo hacerlo. ¿Qué camino eliges?”

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