Hace
tres días me enteré a muy temprana hora, gracias a mi muro de Facebook, que fui
acreedor de una de las becas que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes
promociona este 2014. La conseguí en categoría novela, postulándome con un
proyecto que busca explorar las preguntas: ¿dónde reside el vínculo entre
un padre e hijo?, ¿su significado se construye con las vivencias del día a día
o sólo es un lazo genético que puede borrarse con el olvido?, ¿somos la
herencia de nuestro padre o construimos la propia de forma individual, sin
siquiera tomar en cuenta a aquel que dio la semilla para darnos vida?
La
novela la inicié este mismo año. Tras perder mi empleo como maestro en la
universidad, decidí, con el apoyo de mi esposa, encerrarme 4 meses para “hacer
lo que mejor sabes hacer”, fueron sus palabras, “escribir”. Durante ese tiempo,
con una serie de deudas a cuestas y la mudanza de un departamento a otro, me
dediqué a correr de 4 a 5 km tres veces a la semana, leer y entrevistar a mis
contemporáneos narradores (para saber qué se ha escrito y qué estamos
proponiendo) y a escribir una a cuatro páginas por día y leer sobre la figura
paterna en la novela.
Recuerdo
que al finiquitar el proyecto y la documentación que pide el FONCA, sentí la
misma sensación que cuando concluí mi segundo libro de cuentos: estoy
escribiendo algo que de verdad me llena, me gusta, me convence (honrar a mi
padre desde la literatura misma). Y pase lo que pase, esta novela tiene que
salir, como han salido mis otros libros. Tras cumplidos los cuatro meses que
pacté con Flor, cerré el borrador de la novela, lo imprimí y guardé en uno de
los espacios del librero donde tengo los proyectos que quiero trabajar cada
año. Luego me olvidé de él y dejé el estudio para conseguir nuevamente empleo
como maestro. Pues los recibos de los servicios y las deudas se habían
acumulado.
Muchas
veces ganar una beca o un premio literario está sujeto a una serie de factores
siempre ajenos a la obra. Existen casos donde proyectos de una sobresaliente
calidad literaria suelen ser ignorados o superados por otros, porque el nombre
del autor, incluso la amistad, tiene más peso para los jurados en turno que la
obra misma. Es decir, los jurados terminan premiando a sus clones, gustos
físicos o amistades o a una serie de personas que buscan reclutar como si ellos
mismos fueran Sergio Andrade en busca de su Gloria Trevi. Pareciera que la
suerte de la literatura nacional la rige una serie de pactos tácitos entre
grupos literarios que suelen repartir las rebanadas del pastel con sus
conocidos. Y eso, en verdad, siempre ha sido tema de que hablar cada que salen
los resultados del Fondo Nacional.
En
mi caso, las veces que he tenido alguna beca estatal, nacional o internacional,
incluso el premio que recibió mi Rojo semidesierto, han sido porque
mis proyectos, según las actas de liberación, hablaron y se defendieron por sí
solos. Yo no conocía a David Ojeda, tampoco a Antonio Gala y a los patronos de
su fundación, ni Beatriz Espejo ni mucho menos a Eraclio Zepeda. Ese poder,
creo yo, deben tener todos los libros. No me imagino a Cheever explicándonos
qué nos quiso decir con su cuento “El nadador”, ni a Joyce argumentando cómo
debemos comprender su Ulises. La obra debe sustentarse por
sí sola y los autores, a final de cuentas, salimos sobrando.
El
correo que me manda el FONCA me dice que mi proyecto fue elegido entre más de
500. Eso me hace entender, por ejemplo, porque tanta gente se ilusiona y
desilusiona luego de recibir la noticia o ver los resultados. A unos se les
quita lo grumpy y a otros se les potencia. “Pinche FONCA”, “Pinche jurados”,
“Pinches todos los becarios”, “Pinche vida”, “Nadie lo merecía más que yo”,
dicen. Y con justa razón sobresale su encono: ante un país donde los salarios
mínimos y el desempleo son el pan de cada día, más para disciplinas que crean
arte, ¿qué otro camino hay para que se les pague dignamente su trabajo, aparte del freelanceo? Por ello
muchos artistas suelen depositar toda su energía e ilusiones en un premio o una
beca, por ello muchos postulan y esperan con ansia estas fechas. Gracias a los
golpes esa costumbre la he desaparecido de mis procesos creativos. Pues los
premios ni las becas ni el reconocimiento hacen al escritor. Al escritor lo
hace la vida, los seres humanos, la calle, las ganas que te despiertan a diario
de hacer historias. Y mientras vivamos, aunque los recibos y las deudas se
acumulen, podemos hacer literatura. Las mejores obras se hacen en momentos de
crisis y también en grandes momentos de felicidad. Aunque tenga esa beca
durante un año, mis deudas seguirán y más gracias al aumento del Impuesto al
Valor Agregado (IVA) en la frontera que a nuestro presidente en turno se le ocurrió
establecer.
Sin
embargo, aun mientras escribo esto, me pregunto: ¿qué habría pasado si no
hubiera obtenido este apoyo? ¿Habría hecho coraje? ¿Habría publicado en
Facebook todo mi enojo contra la vida y los otros? No, la verdad habría
retomado el borrador de la novela y me habría puesto a finiquitarla, pues el
pacto con mi esposa fue que en diciembre debe estar terminada, porque quiero
tener al menos 5 libros antes de traer un hijo al mundo y, aunque no se
interese en leerlos en su momento, seguro algún día uno de esos libros estará
en sus manos y lo harán sentir lo que a mí mientras los escribía.
Así
que sí: nuevamente me he convertido en una puta del sistema que vive de los
premios y de las becas. Eso, justo eso, me ayudó escribir lo siguiente hace un par
de años en uno de mis cuentos de Rojo semidesierto:
"Somos una generación que vivió la entrada de La Compañía, el sonido de sus balas en el fuego cruzado entre sus pistoleros y los federales. Somos una generación que vivió el negro olor a pólvora nublando la ciudad, sucesos que pudren lo que apenas recordamos de un ser querido, un familiar o un amigo. A todos nos alcanzó una persecución, un secuestro, un asalto, la llama de un edificio ardiendo. Por eso detestamos vivir aquí, por eso huimos como si lo hiciéramos de nuestra sombra. Y como no pertenecemos a familias que se les escape el dinero de las manos, prostituimos nuestras mentes a cambio de becas que nos saquen, a cambio de cortas estancias que nos hagan olvidar intermitentemente el lugar donde nacimos".
Anexo la carta que envió desde Nueva York Álvaro
Enrigue a Mario Bellatin y Eduardo Antonio Parra. En ella se lee la solución
final del dictamen. Dentro de poco, en otra entrada, subiré mi proyecto al
bUNKER, pues me gustaría que los lectores conozcan lo que se apoyó y lo que
estoy escribiendo.