viernes, 27 de noviembre de 2009

.211.



Querido Gustavo Sainz,


Hace meses que no te leía y que no me daba una vuelta por tu blog. No sabes cuánto me agrada que me tengas entre tus links que dice: “Blogs que leo con gusto”. Yo comparto la misma afinidad. Leo con gusto tus libros y lo que subes a tu espacio. Sin embargo, el motivo de mi carta no es ése sino otro, que considero incipiente, pero bien va ligado a lo mismo. Luego de haber leído hace dos días A troche y moche para exponerla en la escuela que estudio, en la clase de Literatura Mexicana, impartida por Alberto Vital, me hice varias preguntas respecto a tu obra y a la generación que muchos, neciamente, te han querido acomodar. Me refiero a la generación de La onda.

No me gustaría comenzar disparando preguntas, sino más bien mostrando afirmaciones. Me gustó tu novela, el juego de las intertextualidades que la urden y su estructura fragmentaria, que se va nutriendo de las voces de otros conforme se construye. No cabe duda que perteneces a una estirpe de escritores que se renuevan en cada novela y se ponen nuevos retos a la hora de narrar o construir historias. Esto se demuestra en dos niveles que me gustaría resaltar sucintamente.

Por un lado, el personaje hecho de recuerdos, de intertextualidades o notas informativas que nos dan noticia de otros sucesos. Ese robo, boicoteo y apropiación de información para personalizarla. Tu personaje es, mejor dicho, un elemento dimensionado por muchos lenguajes, muchas historias; voces que interactúan entre sí mismas, se unen y desunen. Es un personaje posmoderno, alienado por la literatura y todo lo que tenga que ver con el arte y las noticias sobre el arte. Por otro lado, la estructura de la novela me desconcertó, no de mal modo, debo aclarar. Fue un desconcierto dulce, que saboreé una y otra vez página tras página.

Página tras página me pregunté: ¿cómo una historia aparentemente fácil se pudo contar de una forma tan experimental y hasta poética? La historia de un secuestro y los 28 días que dura secuestrado un escritor no son totalmente lo importante en A troche y moche. Lo importante es la manera en cómo están acomodados los elementos que componen la historia, el lenguaje bien calibrado dentro de una estructura muy equiparable a la que muchos poetas modernistas utilizaron. Importa el ritmo, el ritmo es una parte fundamental siempre en tu obra. En A troche y moche, me atrevería a decir, no hay ni una palabra que sobre, ni falte, ni una imagen compelida, ni un recuerdo obligado. Esas alusiones al silencio como oscuridad, al amor y la seducción; esas invitaciones que tu personaje le hace al lector a que considere la opción de que el ser humano es la suma de sus defectos y recuerdos también son dominantes en A troche y moche.

Algunas veces los personajes que están alrededor del Escritor desdichado, o que él recuerda, parecen fantasmas, seres que posiblemente no existen y se nos presentan como un mero producto de su imaginación atrofiada, velos de humo (debo decir que el personaje ha sido golpeado, está desnutrido y posiblemente más que sediento). Esto no demerita o le quita valor a la novela. Por el contrario, siembra la duda constantemente en el lector y potencializa la intriga. Uno, hombre que está condenado a no ver más allá de la historia que le están contando, más que cuando llega a su fin o se pasa las páginas testarudamente, se pregunta mientras está leyendo A troche y moche: ¿posiblemente nada de lo que está pasando en este historia es verdad, y todo es un producto de un escritor que se está construyendo a sí mismo y a los otros, mientras está escribiendo una novela, o alguien está escribiendo una novela sobre ese secuestro y él como víctima?

Sí, me refiero a esos pliegues metatextuales muy en boga en la posmodernidad, que nos hacen reflexionar: ¿cuál es la verdad dentro de esa realidad que estoy leyendo? Ante tantos discursos, afirmaciones, negaciones y teorías que se dicen y se callan. Uno siempre prefiere contestarse, refugiarse, con la literatura. Todos somos seres constituidos por lenguaje. Bien nos podríamos contestar con una frase de Beckett, que por lo visto también es uno de tus narradores favoritos, “la realidad no es más que un balbuceo de la verdad”.

A troche y noche está escrita bajo estos cuestionamientos: el Escritor desdichado se pregunta continuamente ¿por qué lo secuestraron?, ¿quiénes lo secuestraron, ¿dónde se encuentra y cuándo lo dejarán libre? ¿En qué realidad está viviendo y cuál es la verdad de las cosas? Al no tener respuesta de nada, se convierte en un cráneo que dispara recuerdos; de su esposa, de la editora que lo enamoró, de su premio, de su novela y la información que los libros le han dado. Unos lamentamos con lágrimas, tu personaje se lamenta con recuerdos o pensamientos, pacié, dirás tú ante esta frase.

Este secuestro bien podría ser una alegoría de cómo nos aprisiona el exceso de información, lo mediático. Cómo los seres humanos vamos perdiendo nuestra primera voz, voz materna, voz no contaminada. Así como uno es la suma de sus recuerdos y defectos, también es la suma de lo que lee, ve, conoce y desconoce. Nos fundimos con el todo, o tratamos de fundirnos con el todo. Ficcionar es también ficcionarnos, barthé.

Las preguntas que me nacieron cuando terminé de leerte, se refieren a ese alejamiento tuyo de la literatura nacional, y muy particularmente de la generación, que muchos argumentan, perteneces, La onda. Durante clases algunos alumnos se preguntaron: “¿en realidad Gustavo Sainz perteneció a esa generación?” A lo que yo les contesté desde mi postura como lector, “posiblemente sí, en el momento de su nacimiento, pero creo que ha superado a sus compañeros en cada novela que ha escrito, y con ello se fue separando”. Y seguí: “Sainz ha sabido imbricar la academia con la creación. Sus novelas lo demuestran, y su trayectoria en Bloomington también. Tiene un pie en la universidad y otro en su biblioteca. Supongo que él no se reconoce en una generación en sí, sino más bien en una trama de novelas que están tramando un género particular, ambas cosas que él mismo ha ido construyendo con el tiempo. Ese género bien podría ser la Novela virtual, donde lo más importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta y los recursos que se utilizan y se conectan. Género, que al igual que la virtualidad, se nutre de muchos elementos, tanto morales, emocionales y los grandes relatos de la vida como lo son el amor y la muerte, el fracaso y el éxito, y las interpretaciones que muchos seres humanos les hemos dado o escrito para explicarnos nuestra existencia. Género que sabe que los grandes temas en la literatura están escritos, y que pretende reescribirlos o desdibujarlos de una forma distinta, con una nueva pluma. Género que pretende mostrar un todo en un solo personaje, o en muchos personajes; personajes que se alimentan de la literatura de otros, de muchos, de los estudios sobre la realidad social y científica”.

Estas apuestas, que siempre son interpretaciones desde un lugar privado, me ayudaron a argumentar que te has distanciado en gran medida de La onda, generación que se preocupaba, más que ninguna otra, por la oralidad urbana, el sexo y siempre el sexo, los conflictos emocionales de los adolescentes y en cierta parte del contexto social del país.

No hubo controversia en el salón de clases. Hubo, más bien, más preguntas. ¿Que si Parménides García Saldaña era el más irreverente y arrebatado de esa generación? ¿Que si José Agustín era, es o seguía siendo, el patriarca de esta generación? ¿Que si en verdad existió y existe esa generación?, entre otros cuestionamientos, que bien podrían hablarse en otra carta.

Te mando un abrazo muy grande, de alumno a maestro, y por los libros futuros.


miércoles, 25 de noviembre de 2009

.210.


Fundación Antonio Gala




Han pasado más de cuatro meses y durante ese tiempo me negué a escribir sobre ello. No es nada malo. claro está. Es más bien que no quería escribir sobre ese lugar, sino hasta cuando regresara. Pero el cuerpo lo pide y hay que hacerle caso al cuerpo de vez en cuando. Uno debe aprender, supongo, que no hay que apresurar el viaje o el regreso. Hay que disfrutar de su parsimoniosa velocidad. Creo que unos saben a qué me refiero. Y los que no lo saben, pues allí les va. Los meses más hermosos de mi vida, en cuanto a enriquecimiento de mi oficio, de mi nivel como crítico, de la amistad que uno le profesa al otro, del proceso de autoconocimiento y como viajero, los pasé en Córdoba, en la Fundación Antonio Gala. Allí conviví con 13 artistas de distintas disciplinas: pintores, músicos, escultores, poetas, narradores y fotógrafos. Vivimos en la misma casa, una casa enorme (con biblioteca propia, salón de actos, patio, talleres de escultura y pintura, un bunker, plaza para las charlas), esperando iniciar y cerrar uno de los proyectos que hasta la fecha yo considero ambiciosos pero necesarios: lograr la utopía de la colectividad sin que se anule ni uno ni el otro al llevarla a la práctica. Durante nueve meses intercambiamos ideas entre artistas, hablamos mucho, nos nutrimos uno del otro, bebimos, nos peleamos, como en un Gran hermano, cada uno defendiendo su postura sobre qué es la literatura, la pintura, la actualidad del arte, en sí. Y nos renovamos conforme vivimos.


Es extraño. Por primera vez en mi vida descubrí el concepto de auto-exilio, y cómo te mira el otro, el extranjero, en su propia tierra. Mejor dicho, por primera vez en mi vida gracias a esta oportunidad descubrí discursos distintos sobre la condición humana en un país ajeno a mí. Fue enriquecedor. El choque cultural y de léxico en un principio no fue conflicto, sino muro, que pronto se derribo con el constante movimiento y diálogo. La beca me dio también la oportunidad de viajar casi por toda España, en una furgoneta alquilada anduvimos por el sur y norte. Los miembros del patronato confiaron en mi trabajo y en mi desenvolvimiento como escritor, entre ellos, más que ningún otro, Antonio Gala.


Hay episodios hermosos que como seres humanos no quisiéramos borrar nunca de nuestra memoria, o de ese camino recorrido. Aun tengo presente todos los fines de semana. Después de haber trabajado en los días cansados (de lunes a viernes en la biblioteca, escribiendo, gozando de la escritura y luchando contra seres o demonios internos), los residentes de la casa sacábamos los sillones al patio de la charla, y nos poníamos a escuchar las piezas que Xabi nos tocaba en el piano, y comenzábamos a tomar un rico lambrusco, o bien, una cerveza Murphy, o a contarnos uno del otro. Hay también aquellas mañanas, en las que la campana anunciaba que el desayuno ya estaba puesto en la mesa del comedor, y la entrañable guitarra de Iñaki sonaba como una ligera melodía de buenos días.


Cada uno, aparte de ser miembros de un grupo, trabajaba en solitario. Podría decir que la biblioteca de la Fundación siempre fue mía, durante los meses que viví en Córdoba, pero no. Fue de todos, aunque yo siempre escribía a solas, por las tardes y las madrugadas. A veces bajaba Fernando (pintor) a preguntar qué tal iban esos cuentos. O me visitaba Taro (artista plástico) para intercambiar un poco de insultos xenófobos nunca dichos con saña y para preguntarme si podía escribirle un texto para su catálogo. Otras tantas también veía bajar a Julen (pintor) por las escaleras para dirigirse a mí, buscando las palabras más adecuadas que me hicieran romper amarras con la escritura para ir a dar una caminada al Puente romano. En esas caminatas llegamos arreglar el mundo del arte, de la situación del artista, con un derroche de afirmaciones y teorías, algunas veces con fundamento y otras sin. Después, ya a una hora alta de la madrugada, terminábamos en el mirador de la casa, mirando el hermoso cielo cobrizo de Córdoba y esas luces óxidas que nos regalaban los edificios andaluces.


Los lunes eran día de sorpresa. Siempre descubría los periódicos del fin de semana en mi escritorio. Eran un aliciente, mejor dicho, un regalo que me daba Auxi (subdirectora de la Fundación) para estar al tanto de México, de las novedades literarias y artísticas que había en Europa y para estar más enterado de lo qué sucedía en España, la crisis del ladrillo por la que pasaba, por ejemplo.


Córdoba me hizo enamorarme nuevamente de la poesía, de la amistad y ser más terco en mi oficio. Muchas veces he pensado, aunque en esto estarán algunos en desacuerdo, que para que un creador siga produciendo y tenga confianza en su trabajo, son necesarios terceros, los juicios y apoyo de terceros. Cosa que en México carecemos de ello. En Córdoba, a comparación de México, se me abrieron bastantes veces (y se me siguen abriendo aún) esas puertas, que después me han ido llevando a otras. Desgraciadamente en el mundo intelectual, tanto en el político, y quizá en todo aquel ambiente regido por jerarquías e intereses de poder, entendido como el control sobre los otros, solemos hacernos garras, trizas, destruirnos por razones tan mínimas siempre impulsadas por la soberbia o la envidia, y dejamos muy de lado, o ignoramos, que somos trabajadores de las humanidades.


Lo que le debo a este periplo, más que como escritor, fue el aceptar al otro, aprender del otro, ayudar al otro, impulsar al otro y levantarlo si es que nuestro impulso fue débil y no lo logramos proyectar. Aprender que las caídas de las personas que te rodean y estimas, también son nuestras caídas, y que toda amistad se reduce a eso: crecer juntos.
Muchos en México no están enterados de esta beca. No sobra dejarles el link de la página aquí para que le echen un ojo y se animen a pedirla. Córdoba nos espera.




martes, 24 de noviembre de 2009

.209.






Cuestionario Proust

Un acto de arrebato para saber quién soy



¿Cómo me definiría como persona?


Como no me conozco bien y me apenas estoy ensamblando en mí, recuperando, ignorando piezas, emociones y sentimientos, creo que no lograré dar precisiones. Puedo decir que la necedad es un punto a mi favor y en mi contra. La necedad como característica principal me define. Soy necio en mi trabajo, no busco la perfección, sino el abrir y cerrar las puertas que me llevarán a saber bien quién demonios soy, por qué busco escribir sobre ciertos temas y cuál es la forma que más me llena. En las relaciones amorosas, en cambio, no soy necio. No lo demuestro en sí, creo. Prefiero los duelos en solitario que de seguro me llevarán a la negación, anulación y hasta aniquilación de la persona que uno supone amar, cuando uno no es amado. Como soy bastante enamoradizo, digamos que paso más de la mitad de mi tiempo solo, desenamorándome, que enamorándome. Podría decir que soy racional, en el momento que intuyo es necesario, y visceral en el momento adecuado. Callado. Distraído. Tímido. Me he salvado de tres atropellos en plena calle y de un asalto a mano armada.


¿Qué es lo que más me gusta de un hombre?


No soy gay, pasemos a la siguiente pegunta.

Es broma. Amo y envidio la disciplina de escritores como Bolaño o Coetzee, que año tras año nos fueron entregando y nos han ido entregando obras preciosas, perfectas, lúdicas, cargadas de emoción e inteligencia y no dejan de renovarse en cada libro. Amo y envidio la sensibilidad del poeta Juarroz, sobre todo cuando sus poemas me fueron leídos en Córdoba, por una amiga que me llevó a descubrirlo una tarde calurosa en el bunker de la Fundación Antonio Gala, casa donde viví casi un año. Amo y envidio la táctica y el amor que usó y le dio Beckett a su esposa, durante los dos años que escribió su trilogía Molloy, El innombrable y Malon muere, supongo que ella tuvo la fuerza y convicción suficientes para darle aliento al narrador para que se encerrara a finalizar la obra sin siquiera preocuparse por los gastos que esto conllevará. Amo y envidio a las personas solitarias, que saben canalizar sus emociones, sentimientos y energía. Sobre todo a los que tienen sus ideales bien puestos en la tierra, que son congruentes y están concentrados en la terca visión de alcanzar, tener, hacer para sí lo que más aman.


¿Qué es lo que más me gusta de una mujer?


Soy platónico y aristotélico. Mis acciones oscilan entre un polo y el otro. Por un lado me gusta la ausencia de la mujer cuando está presente y su presencia cuando está ausente. Me encanta la mujer pasional, que no sólo se dice autónoma, sino que lleva hasta sus últimas consecuencias la autonomía. Que en su belleza radique lo virginal y lo demoniaco, lo siniestro y lo cariñoso, lo infantil y la madurez. ¿Escritoras, intelectuales, elementales o convencionales? No soy muy dado a las etiquetas. La mujer, las mujeres son una misma. Decía Tournier, a muchas o pocas palabras, que la feminidad está en el vientre de las mujeres, yo le agregaría que también en su corazón. Bien puedo congeniar con una arrebatada escultora, como con una escrupulosa y hasta con una excesiva y caprichosa contadora. Amo a la mujer que se presta al diálogo, que dialogue, mañana tarde y noche y todavía a la mañana siguiente tenga algo nuevo o viejo que contarme. Sus silencios también los amo. Amo a la mujer honesta, fiel a sus convicciones y enérgica a la hora de llevarlas a cabo.


¿Qué es lo que más aprecio en mis amigos?


No tengo. Miento, total y tontamente. Tengo pocos, pero esos pocos son suficientes. Uno en cada país, ciudad o Estado, procuro hacerlo. Tengo amigos drogadictos como intelectuales y no intelectuales. De los intelectuales o escritores me gustan sus gustos, que los compartan conmigo, su diálogo, su debate, su postura ante el mundo, el orden natural de las cosas y los elementos que los definen y los rodean; sus manías, su extraña visión de arreglar sus problemas, llevar a cabo sus asuntos y comportarse. Aprecio los lazos que me unen a ellos a pesar de que estamos alejados por miles de kilómetros, un mar inmenso, el idioma o las diferencias. De los anclados a las drogas aprecio esa peculiar manía de querer poner siempre su yo sobre el todo. El que quieran estarte contando su vida una y otra vez y vuelvan a caer en sus errores a pesar de que ya los creían solucionados. Aprecio mucho a las amigas y compañeras del sexo femenino, creo que de ellas he aprendido más de mí y del sexo opuesto. Los hombres solemos complicar bastante las cosas, complicarnos. Las mujeres, en cambio, saben sostenerse, saben actuar conforme a la dignidad y el orgullo si se lo proponen. Los hombres, mis amigos, en cambio, solemos estar muy atados aún al síndrome de Peter Pan y amamos como niños. Quizás allí funja nuestro encanto.


¿Mi principal defecto?


No tener defectos. Es broma. Creo que tengo más que cualquier otro ser humano en esta vida, o bien tengo todos los defectos de todos los seres humanos. Soy, como diría un filósofo del grupo de los cínicos, “la suma de los defectos del hombre”. Pero trato de no llevarlos a la práctica y repararme conforme actúo. Cada vez que rompo o me rompen una relación de amor, trato de durar meses en duelo, no venciendo el dolor o reparando los platos rotos, sino más bien conociéndome, buscando qué errores o defectos me llevaron a romper con la persona y qué cosas debo de cambiar si yo fui el que causó la desunión. Supongo que sólo de esta manera se puede volver a iniciar otra nueva relación. Puesto que uno de los grandes defectos y aliados del hombre es la memoria, y muchas veces amamos más con la memoria que con el corazón o el cuerpo. A veces quisiera ser un desmemoriado para poder volverme a enamorar muy fácilmente, no sólo hablo aquí del amor que se le tiene a una mujer, sino también del que se le tiene a un cuadro de Rembrandt, o de Goya, o a una escultura de Bernini, o al primer libro que leí en mi vida y al sexo, que siempre es parte fundamental del hombre y del arte.


¿Mi sueño de dicha?


Ser un escritor de verdad, en todo el significado de la palabra. Con mi obra, en un futuro que espero próximo, poder hacer sentir al otro aquello que me hizo sentir y me ha hecho sentir la literatura, la literatura de verdad. Sólo así creo que podré estar vivo, latente, con más sangre, nervios y energía. No hay mejor dicha que la que te da un lector al decirte, “leí este cuento tuyo y me dejó pensando durante días”. Sean las razones que sean. Uno comienza existir en el otro. También tener una mujer a mi lado que camine junto conmigo y yo junto con ella. Que disfrute de mis logros y yo de los suyos. Que esté orgullosa de quién es, a dónde quiere llegar y que yo le provoque lo mismo o algo parecido. Esa reciprocidad que siempre es más que suficiente. Pero esto último es, como muchas otras cosas en este mundo disfuncional, una utopía.


¿Cuál sería mi mayor desgracia?


La muerta de mi madre, hermanos y la persona que amo o llegaré a amar. No cumplir los retos y proyectos que día con día me pongo y propongo realizar. No poder escribir lo suficiente. No poder leer lo suficiente. No poder viajar lo suficiente. No enamorarme lo suficiente. No vivir lo suficiente. El fracaso no meditado y no solucionado. Porque fracasamos a diario y volvemos a fracasar después, el encanto radica en salir de ese lodo y disfrutar las maneras o formas que te ayudaron a salir. Volver a caer, claro, pero tener las armas necesarias para salir o prevenir. Perder a mis amigos. Que se queme mi biblioteca. Que el país, mi país, se siga autodestruyendo por culpa de sus gobernantes obtusos.


¿Qué quisiera ser si no fuera yo?


Un árbol diría Amparo Dávila. Un libro interminable, diría Borges. Un sueño hecho realidad, diría Thomas Moro. Dinero, diría John Self. Pero es broma, de mi parte, claro. Creo que un niño estaría bien. Aunque igual mañana quiero ser un adulto. Pero por hoy deseo ser un niño eternamente. Un niño que no conoce el dolor, el estrés, las preocupaciones, el desamor, la pobreza, la envidia, el engaño y otras tantas cosas más con las que nos hacemos garrar los seres humanos.


¿Dónde desearía vivir?


Deseo vivir aquí y allá. En España y en México. En mi biblioteca y en el cuerpo de la mujer que me pueda amar y yo pueda amar. En Lisboa y en París. En Alemania y en Argentina. En Japón y en Marruecos.


¿Mis héroes de la vida real?


Nunca me había preguntado esto. Siempre es buen momento para hacerlo. Sería el carácter de Pancho Villa, a pesar de que fue un asesino en serie disfrazado de revolucionario. La inteligencia de Salvador Allende al no darles las armas a los chilenos porque sabía que los yanquis y los traidores se iban a cargar todo el país si se levantaba el pueblo. La necedad y paciencia de Freud cuando llevaba a cabo sus análisis. Martin Luis Guzmán al irse de México porque el contexto cultural y político y social lo estaban destruyendo y el buscaba madurar su literatura y su calidad de vida y nutrir el canon literario en México. El esfuerzo que hizo John Cheever al mantenerse en la postura de vivir de la misma literatura, a pesar de que no tenía dinero para costear los gastos familiares y el New Yorker le llegó a rechazar sus primero cuentos.


¿Mis heroínas?


Mi madre. Mi abuela. Las parejas que he tenido. Mis amigas. Mis maestras. Las escritoras que admiro, que leo, que sigo, que simulo. Las parejas de otros tantos escritores e intelectuales, pensadores y científicos que estuvieron al lado de ellos, dándoles cobijo, sombra, amor, pequeñas muertes, dolores de cabeza, tolerando, guiando o mal influenciando y hasta solapándoles sus cambios de humor. Las parejas de mis amigos y enemigos y mujeres que no conozco.


¿Mis nombres favoritos?


Albert Camus

Sigmund Freud

Enrique Vila-Matas

Zizek

Juan Rulfo

Javier Cercas

Martin Luis Guzmán

Truman Capote

Joel Coen

Hemingway

Bioy Cásares

Beckett

Otros muchos más.


¿Qué aborrezco más?


Despertarme por las mañanas los domingos, que son días que no tengo nada qué hacer. Escribir sobre un tema que no me interesa o me mueve. La resaca. El arrepentimiento. La incongruencia. El maltrato a los perros. Que se me pierdan las cosas (esto siempre sucede). La gente que no reconoce sus errores y domina sobre el otro. La hipocresía. Las telenovelas. Los gobernantes obtusos. Las posturas políticas con doble moral. De nuevo la envidia y la hipocresía.


¿Qué dones naturales me gustaría tener?


Me gustaría cambiar la pregunta. Qué dones sobrenaturales me gustaría tener. ¿Se puede? Espero y sí. Ver el futuro. Volar. Ser el hombre invisible. Que mis manos sanen cualquier daño. Ser un súper héroe de pies a cabeza. La idea de que los escritores son una especie de súper héroes siempre me ha cautivado. Por las mañanas y tardes actúan como seres humanos normales, y por las noches, muy encerrados en su estudio, cambian de personalidad, o bien, muestran su verdadera identidad para comentar el mundo desde un escritorio. La doble vida que llevaba John Cheever bien se podría interpretar como la de un súper héroe. Todas las mañanas se ponía su traje, cogía su maletín y salía a la calle junto con sus hijos para llevarlos a la escuela. Luego de que los dejaba allí, tomaba rumbo a donde todos creían era su oficina de trabajo, se quitaba el traje frente a su mesa, se sentaba en su silla y ponía a teclearle a la máquina de escribir. Cuando era la hora de ir a recoger a sus hijos a la escuela, se levantaba de su silla, se volvía a poner el traje y corría con su maletín en mano hacia la escuela. En la escuela sus hijos le preguntaban que cómo le había ido en el trabajo, y él siempre contestaba que aún le habían quedado pendientes, cosas por solucionar.


¿Cómo me gustaría morir?


En una cama, presenciando en un minuto los recuerdos más hermosos de mi vida. Espero que sean demasiados para que se alargue el minuto a una hora.


¿Estado presente de mi espíritu?


En reparación y continúo cambio.


¿Cosas que me inspiran más incomodidad?


El estado actual del país. La poca memoria histórica y visión política, social y cultural de los gobernantes. Las muertas en el norte de México. La inflación de impuestos. Los círculos políticos y literarios viciados. El no tener dinero para seguir escribiendo. Que le vuelvan a robar el espejo retrovisor al carro. La envidia profesional y la incongruencia. La no democracia. Los trepa.


¿Mi lema de vida?


Dios ha muerto y ustedes lo siguen recordando con sus rezos.



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