lunes, 31 de marzo de 2014

Samir y Yonatan, de Daniella Carmi


De niño nunca fui lector voraz. A decir verdad, jamás hubo libros en mi casa. Mi madre me entregaba al colegio como lo hace cualquier madre mexicana: tenía la esperanza de que allí me convirtieran en un chico con futuro. Muy tarde conocí la literatura juvenil en la preparatoria. Y si no fuera por ese tiempo, quizás ahora sería incapaz de formularme preguntas que la literatura misma genera: ¿qué me forma como ser humano y cuáles son los valores que me unen con mis semejantes? Puedo escribir que los libros son el vehículo más adecuado para acercarnos al conocimiento y seguro otros articulistas están escribiendo lo mismo, en sus respectivos idiomas, al querer responderse qué valor ha tenido la literatura para ellos. Sin embargo cabría preguntarnos: ¿sobre qué se debe escribir para atraer a los niños y jóvenes a la literatura? ¿Y cómo hacer para impedir que crezcan con una visión poco aguda sobre el mundo?
El trabajo que realiza Ediciones Castillo, del Grupo MacMillan, en publicar libros orientados a chicos de secundaria y bachillerato da una oportuna respuesta. Con una edición de bolsillo, papel ligero e ilustraciones atractivas, ofrecen títulos que dan noticias de los conflictos sociales que viven otros países y cómo su juventud, que busca un futuro con el presente que los forja, los enfrenta. Un ejemplo es Samir y Yonatan (2013), de Daniella Carmi (Tel Aviv, 1956), obra que ha sido traducida a más de 10 idiomas y que aparece por primera vez en México. La novela narra la historia de un chico palestino que sufre, junto a su familia, las secuelas que ha venido dejando el conflicto entre Israel y Palestina, en zonas que bien podrían ser la Franja de Gaza y Cisjordania, y cómo en un hospital encuentra la tranquilidad y la hermandad que sus antepasados se han empeñado a torcer por razones ideológicas y de territorio.
Samir se ha roto la pierna en su bicicleta, antes del toque de queda. Días después lo llevan, contra su voluntad, al hospital de los judíos para que un médico norteamericano lo opere. En ese viaje descubrimos por medio de un lenguaje sugerente, persuasivo, algunas veces agujereado por las supresiones de tiempo y los recuerdos que mortifican a Samir, que ha perdido a su hermano menor, así como ciertos vecinos han perdido una mascota a causa del gas lacrimógeno, que su abuelo es ciego y sale corriendo de casa cada que escucha disparos, que su hermana mayor jamás se casó porque desapareció su novio y que su madre y padre ya no son los mismos desde que se vieron tocados por la tragedia. 
Sin embargo, si detrás de todas las novelas hay una pregunta que las concibe, la de Samir y Yonatan podría ser ¿qué haríamos si nos dieran la oportunidad de crear un mundo alterno, en un planeta conocido, donde no existiera la rivalidad política, religiosa, territorial ni racial, y sí la amistad? Es en el hospital, sitio de terror para muchos niños, donde Samir aprende qué lo hace igual a sus semejantes y crea un eslabón invisible con niños que han estado distanciados de sus padres a causa de lo complicado que es vivir en una zona en conflicto.
El mundo desolado que vivía Samir se troca en un planeta Marte lleno de posibilidades gracias a la compañía de Tzaji, el hermano de un soldado judío que se filtra como pesadilla en sus sueños, la belleza silenciosa de Ludmila, el desapego de Razia a su padre, que más tarde se convierte en perdón, y la amistad de Yonatan, el niño que cuenta hallazgos de los astrónomos sobre el universo como si en el cosmos y el polvo estelar estuvieran las soluciones a los problemas actuales del hombre: “lo que me parece increíble”, explica cuando se adueñan de la computadora que les dará oportunidad de volar al espacio, “es que las leyes de la física sean las mismas en todo el universo y que ocurra igual con la química. Las estrellas y nosotros estamos hechos de la misma materia”
Debajo de esas palabras, la novela de Daniella Carmi esconde un secreto que brilla como vía láctea, un mensaje que puede comprenderse en cualquier país disfuncional: ante las pérdidas que se han sufrido por causas ajenas, la amistad puede ser eterna y vasta como el espacio, “pues las estrellas no desaparecen cuando hay toque de queda, cuando hay tiempos difíciles”.


La reseña también se puede leer aquí.

lunes, 24 de marzo de 2014

Escribo para formular mejor mis respuestas [entrevista a Vanessa Téllez]

En la historia de la literatura las novelas intimistas o sobre la familia abundan. Hay aquellas que enuncian el amor que se le tiene al padre, como La invención de la soledad, de Paul Auster, El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince y Patrimonio, de Philip Roth. Pero también hay aquellas que abjuran contra la imagen paterna con toda la pasión que provoca su ausencia, su falta de cariño, el abrazo jamás recibido. Signos vitales (Tierra Adentro, 2013) es una carta de amor a papá, una carta tierna, femenina, escrita con odio y rencor y cariño, memoria y vísceras.
Con una prosa que apuesta por las imágenes poéticas y un trama que se plantea como una pregunta sin respuesta aparente, Vanessa Téllez (Acapulco, Guerrero, 1981) crea a Zoé como una herida que supura episodios amargos de una niñez sin padre, donde la falta de ese cariño la convierten en testigo de hechos que construyen una ciudad, dimensionan una retahíla de personajes y sus historias que se imbrican con lo que significa el progenitor ausente: la muerte repentina de la madre; la abuela que suele coleccionar fotografías, como si deseara mitigar su soledad con anécdotas de vidas que no le pertenecen; Aura, la iniciación sexual y los placeres del cuerpo en un remoto burdel con un cliente de testigo; Ester, la mujer que vive encerrada en un cuerpo de niña a causa de una enfermedad misteriosa; y la palabra papá como una búsqueda parsimoniosa.
Vanessa Téllez también es periodista e integrante del comité organizador del Encuentro de Jóvenes Escritores Acapulco barco de libros. En esta entrevista, la autora nos ofrece una mirada fresca a este diálogo que hemos emprendido desde hace un par de meses con otros escritores, y nos habla de Signos vitales, su formación como escritora y lectora, la poesía sobre la prosa, sus contemporáneos, escribir o no sobre las heridas que deja el crimen organizado, el proceso de escritura, el e-book y literatura digital.

Joel Flores: En la literatura mexicana siempre son más los escritores que las escritoras. Sin embargo esas pocas nos han heredado grandes novelas y una biografía amplia, rica, persuasiva. Pienso en Nellie Campobello y Cartucho. Pienso en Elena Garro y su doble vida durante el movimiento estudiantil del 68. Pienso en ti y me pregunto ¿cómo ha sido tu formación?

Vanessa Téllez: No creo que exista una cantidad mayor de escritores que escritoras, lo que me parece que existe y sucede en muchos otros gremios, es más bien una apabullante desigualdad de género. Comenzando con los libros de texto en los que apenas se citan escritoras como referentes literarios y sociales, la edificación de la imagen de un escritor no ha evolucionado desde el referente clásico de un escritor dedicado absolutamente a escribir cómodamente desde su escritorio, no parece interesarnos qué ocurre fuera de esa escena y preguntarnos si existe en ese mismo cuarto una escritora que acaba de sentarse frente al ordenador después de preparar la cena y meter a los hijos a dormir. Como mujeres escritoras la tarea suele tener dos horarios, el trabajo en casa o fuera de ella no es el mismo que el de un hombre, sea o no escritor. A esto, podríamos agregar decenas de prejuicios, la historia avala el tácito rencor con que se suele abrazar la figura de una escriba. Aun cuando los contextos sociales cambian, seguimos habitando en un país que atiende con devoción las estructuras de sometimiento de género.
En cuanto a mi formación, diría que fue un proceso natural. Mi primera escuela fueron los argumentos por ejemplo, de Delia Fiallo, Liliana Abud o Caridad Bravo Adams, historias de disección muy precisa y personajes básicos. Es decir, me educó mucho la televisión en ese sentido. No sabía bien qué buscar, pero sabía qué definitivamente no quería leer. A la televisión se agregaron revistas cuya factura era por llamarlo, mucho más profunda, temas de cine o moda comandaron ese inicial apetito literario. En la preparatoria comencé haciendo pequeños y sencillos guiones de radio. Aun así, me interesaba más el diseño de modas, la manufactura de un vestido. Aspectos más gráficos que teóricos. Pero al mismo tiempo, comencé a escribir por cuenta propia, sin educación al respecto. Entré en contacto con la literatura hasta los 25 años. Entonces ya había trabajado en radio y prensa, quizá la escritura fue el paso siguiente a ese búsqueda que me alejaba cada vez más del diseño. No fue difícil el proceso formativo, pero sí ecléctico, incluso algo confuso.

JF: Los signos vitales son el último suspiro, movimiento, parpadear de alguien que está por irse de este mundo. Es la historia de la búsqueda del padre y el parricidio. ¿Por qué escribir novela y no cuento?, ¿cómo se fraguó?

VT: La historia como tal, sucedió hace 15 años y comenzó como un fotomontaje. Siempre que algo, un tema, una pregunta interrumpe en mi cabeza, es como si creara una especie de largometraje del que no puedo escapar. Esta historia en particular surgió como un planteamiento que me sedujo y otro tanto ante la imposibilidad de escribir otra historia. Fue como si el recuerdo de hace 15 años se impusiera y la pregunta que no quise contestar se manifestara en cada cuartilla. No escribo para contestar mis preguntas, escribo para formular mejor mis respuestas. SV era extender la interrogante, alargar la duda, y con suerte, muchísima suerte, encontrar el destello del eslabón perdido sobre esa conexión y mecanismos de relación entre padres e hijos cuya comunicación es nula o casi inexistente. Y debo decir que la muerte es un tema que siempre irradia mis temas, no siempre como el eje, pero sí como un sesgo que me provoca ensayar oraciones.

JF: Pocos son los narradores en México que recurren al tema del papá o la mamá en sus proyectos literarios, ¿por qué escribir sobre la imagen paterna y no sobre los defectos del Estado y sus leyes: la violencia estructural, el narcotráfico, sus víctimas?

VT: He escrito cuentos y textos sobre la violencia que aqueja a Guerrero, particularmente a Acapulco. Es un tema ineludible cuya cercanía pasó por decir, de los 6 grados de separación. Incluso diría que, no hacer ese propio registro sería atentar contra la naturaleza del escritor, en quien creo, existe una obligación por registrar su entorno. No es que no encontrara el tema, o la espina que sangrara esa historia, creo que la excusa, por así decirla, es que no he encontrado el momento en el que pueda desarmarme sin fracasar. Creo que si algo se le debe a este país es lealtad con su historia, con las víctimas de esta guerra, con los que morirán dos veces porque nadie les hará justicia. Creo que los libros sobre el narcotráfico tienen esas dos lecturas, o deberían. Al final, habremos de ver cuántas de esas novelas o libros sobre el narcotráfico, revelaron o extendieron mejor la oscuridad para aprender cómo y dónde se encuentra el encendedor. Creo que en los libros debemos encontrar algo más que el papeleo burocrático que arroja la violencia y su entorno.

SV coincidió también con la lectura a Paul Auster y a Nothomb. El extrañamiento de Amelie por su origen y la identificación geográfica me deslumbraron, era verme en parte reflejada en ese extravío. Nacer en DF pero vivir en Acapulco desde el primer año, siempre ha representado un poco también, cierta orfandad. Hace ocho años intenté vivir en DF y no pude, simplemente fue imposible conectar con la ciudad. Por otra parte, la familia siempre me parece un misterio de descifrar. Encontrar o no similitudes entre quienes crecimos y compartir las diferencias sin entablar una distancia absoluta, es impresionante. Todavía no me explico cómo es que uno nombra hogar o patria a una ciudad, y cómo lo amamos desde la aparente nada, desde el total desconocimiento.

JF: La búsqueda de Zoé, la protagonista de Signos vitales, es encontrar las palabras exactas para retratarnos a su padre. Sin embargo, su viaje toma otros rumbos y la premisa de la novela se convierte en un pretexto para narrar otras historias. Dime, ¿la estructura fue cambiando mientras la escribías, o el enunciar a otros personajes funge como un espejo que dimensiona a la protagonista y su anhelo?

VT: Fue un poco de todo. Quizá con el tiempo vea en SV mi propio laboratorio textual. Al inicio lo pensaba como un monologo. No quería nombres, o especificaciones demasiado reveladoras. Quería que la historia cogiera su propio rumbo sin perder el puerto. Conforme las cuartillas crecieron, encontré varias necesidades qué afrontar. La imagen del padre era el principal espejo de Zoé. La historia tomó la estructura de un cuarto. Cada personaje era una pared, así todo giraba o encerraba un sólo personaje. Zoé es el pivote que da cuerda a la historia. Mientras vienen y desaparecen personajes, Zoé parece permanecer en el mismo lugar, pero se ha movido desde el principio.

JF: En tu novela suele privilegiarse el sonido de las palabras y las imágenes que evocan, al punto que la trama se convierte en un hilo congelado, al servicio de lo poético. ¿Qué tanta influencia de la poesía hay detrás de Signos vitales? ¿Crees que para lograr un lenguaje equilibrado, un narrador deba leer más poesía que narrativa?

VT: Debo admitir que leía poca poesía. Comencé a leer más libros de poesía después de terminar SV, y fue tanto como saltar en paracaídas, totalmente al azar. La influencia de Anna Becciu, Max Rojas, Carlos Pellicer,  Pizarnik, Plath o Francisco Hernández me revelaron todo un mundo con el que podía identificarme, porque básicamente entendía de lo que estaban hablando. Quizá la estructura de las imágenes se deba a mi necesidad por escuchar música mientras escribo, y generalmente, ésta debe sintonizar con el tono que busco. Creo que he soñado musicalizar con pausas, con las palabras adecuadas cada historia que escribo. Me preocupa la forma, el vestido con que se presenta un texto. No sé si se deba leer más poesía que narrativa. Pero en lo personal, encontrar poesía, maravillosa poesía de gente joven como Sara Uribe, ha potenciado áreas donde la funcionalidad o practicidad gobernaban la prosa. Creo que la poesía refresca y provoca rizomas en el lenguaje narrativo con mejor fluidez, la viste mejor sin duda.

JF: Cambiemos la dinámica, diré una palabra y tú me respondes lo primero que pienses:

Padre: Soledad
Poesía: Belleza
Novela: Dolor
Acapulco: Mar/Catarsis/Dios
Escritura: Pasión
Signos vitales: Ciclo/Hastío

JF: ¿Qué opinas de las políticas de las editoriales comerciales? ¿Te fue complicado publicar en Tierra Adentro?

VT: He escrito antes de SV cuatro novelas. Malísimas, creo. Antes mis historias tenían otros temas, mucho más adolescentes, quizá. Las búsquedas cambian, maduran, gesticulan nuevas formas de dimensionar al mundo, o lo que conocemos como tal. Antes de SV terminé una novela más cercana a mi realidad, novela que mandé a TA antes que SV y que, afortunadamente no se publicó. Fue una novela que exteriorizó el apasionamiento hasta entonces contenido en la lap y el pequeño mundillo de letras que conocía. Supe de TA cuando era reportera, causalmente. En aquellos años, hace 7, mis referentes literarios eran columnistas y críticos de revistas sobre cine o moda. Pero ese mundo que descubrían, aunque apenas dimensionado en revistas mensuales, me permitió coquetear con la posibilidad de escribir. 
Fui rechazada por una editorial independiente, no puedo decir que fuera su culpa y que apostar por escritores desconocidos sea impensable, también creo que aquella novela era malísima. Creo que influyen muchísimas cosas, puede ser una mala historia, un mal tratamiento, numerosos intereses, y es válido. Lo que no es válido es dejar de escribir por ello.

JF: Tienes un blog y eres constante en su actualización, ¿publicarías alguno de tus proyectos en e-book?, ¿crees que llegarían a más lectores gracias a la nueva cultura de la información?

VT: Soy de la vieja escuela, aún persiste mi intención por hacer del blog mi mejor casa. Lo comencé cuando dejé el periodismo, primero para obligarme a escribir semanalmente. Luego, para anotar fijaciones y agradecimientos literarios. Ahora es el único lugar de la vorágine cibernética donde me siento más a gusto. Desde que vivo en DF, el blog se ha vuelto más una bitácora fotográfica de las calles que voy conociendo y de la ciudad donde nací. La relación con el DF ha sido más de reapropiación en espacio y forma; de ello, da fe el blog.
Claro que publicaría en e-book, la escritura no sólo está vinculada al papel. Hay todo un recinto cibernético de escritores que consumen e-books, a veces me parece que con más pasión que aquellos, me cuento, que buscamos la representación física del libro. No creo que el libro y el e-book peleen por lectores. En todo caso, se los van a repartir. Lo que debería preocuparnos sería no crear más herramientas para el consumo de libros, simplemente de escritura, financiar mejores espacios. Arrendar computadoras, kindles. Existe una sobre preocupación por el e-book y por vender libros, pero no precisamente por desarrollar programas para el financiamiento de lecturas.

JF: Se dice que los escritores jóvenes tenemos un apuro por publicar y poca preocupación por lo que escriben nuestros contemporáneos, ¿sueles leer a escritores o escritoras nacidas durante la década de los ochenta o prefieres a los clásicos, a los que nos anteceden?

VT: Es cierto, pero creo que es un mito. Soy curiosa y muy desordenada para leer. Así que leo de lo que voy escuchando, de lo que se comenta y de lo que siempre me ha interesado; esos temas que se van moviendo pero persisten. Me gusta saber de qué van los escritores de mi edad. Es interesante hacer correlaciones de una generación porque, aunque tengamos la misma edad, nuestros referentes son distintos, empezando por la ubicación geográfica. Recientemente trato de ligarme con los de mi edad por empatía generacional, y claro, los clásicos son la escuela de la que venimos aprendiendo y a quien acudimos como santidad divina para replantear lo que decimos en otro lenguaje, en otro tono, en otro folclor.  Me gusta mucho la poesía de gente como Ingrid Valencia, Sara Uribe, Manuel Parra y narradores como Iliana Vargas, Federico Vite, Javier Caravantes, gente que no necesariamente coincide en edad o temas. Dirigir mis apetitos literarios en función de la edad, sería algo castrante.

JF: ¿En qué proyecto te encuentras trabajando?, ¿es otra novela?

VT: Llevo trabajando en la misma novela desde hace 3 años. Pero parece una relación abierta porque mientras la escribo, terminé una noveleta y un par de cuentos. Así que el tiempo literario se divide entre corregir y escribir una novela que alimento leyendo libros sobre el tema y realizando investigación afín. La escritura es también recesos para leer y vacilar con las influencias de otras disciplinas. El cine y la pintura ayudan mucho cuando la música literaria se detiene. Estas formas plásticas me han permitido por ejemplo, replantear mucho de lo ya escrito y conformar imágenes más amplias, tridimensionar lo estático, lo que parece no salirse de un recuadro. El cine, leer historias en la pantalla es renovar el contrato con la lap, saber que las hechuras podrían disfrutarse si están bien cortadas. 



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jueves, 20 de marzo de 2014

Jorge Franco gana Premio Alfaguara de novela


En España leí uno que otro narrador colombiano, gracias a la motivación de una amiga que vivió en Cali. En una antología de cuento encontré pequeñas joyas que aún recuerdo. Allí estaban el autor de Rosario Tijeras, esa historia que conocemos más por la película que por la novela misma, y otros como Sergio Álvarez, que han escrito novelas poderosas como La lectora o 35 muertos, y Santiago Gamboa, que en su haber está El cerco de Bogotá y El síndrome de Ulises. Claro que había más, pero ahora se me escapan.

Hoy Alfaguara abre la plica e informa que Jorge Franco gana uno de los más prestigiados premios de novela de Hispanoamérica, dotado por 175,000 dólares (unos 2 millones 323,000 pesos). El dictamen lo dio un jurado compuesto por Laura Restrepo, Sergio Vila-Sanjuán, Ignacio Martínez de Pisón, Ana Cañellas, Nelleke Geel y Pilar Reyes.

Lo que me interesa destacar no es el premio, sino la temática que se premió: la violencia que resulta del narcotráfico. Hace unos días en una conferencia sobre Octavio Paz, el poeta que dictó la charla mencionaba que los escritores mexicanos nacidos durante la década de los ochenta nos colgábamos de ese tema porque es lo que está en boga, porque es lo inmediato, y porque nos cuesta pensar en otros temas. Y lo lamentable es que esa vertiente se "apapacha" con los premios.

¿Será la violencia un tema de moda, cuando la violencia siempre ha sido un tema recurrente en la historia de la literatura? A La Ilíada le escurre violencia. ¿Acaso no la urden cruentas batallas, lanzas erguidas y escudos manchados de sangre? Pasajes del Quijote rozan la violencia. ¿No es acaso el encuentro con los molinos de vientos una batalla? Verdad o mentira las palabras del poeta, cada narrativa parte de la mirada de quien la escribe. Ricardo Piglia anotó que relatar es una palabra hermana de relatividad (Respiración artificial, Anagrama). Todo depende desde qué punto vas a contar la historia y el valor que le das. Stanislavski le llamó verdad artística y decía que allí radica toda la esencia de la obra. La noticia del Premio Alfaguara me hace suponer que lo que el jurado premió no es la historia de un secuestro, sino una historia que busca presentar un secuestro desde una mirada poco común, contrapuesta a elementos literarios que modifican el significado del tema.

El acta del jurado dice que El mundo de afuera trata sobre “un desquiciado secuestro, en un ambiente progresivamente enrarecido, mediante la combinación original de elementos de fábula y cuento de hadas, y rasgos expresivos de un momento de violencia y crisis". (CNN MÉXICO)

Habrá que leerla. Habrá que leer más a los colombianos. Por ahora me quedo con la certeza de que ese país superó una crisis tremenda de violencia a causa del crimen organizado. Y el resultado la están convirtiendo en literatura entrañable, que no se conforma con satanizar el tema, ni homenajearlo, sino con buscar otros modos de reflexionarlo, es decir, escribirlo. ¿Qué obras escribiremos los mexicanos cuando la violencia y crimen silenciado por el nuevo gobierno deje de ser tan común?, ¿con qué mirada, cómo vamos a interpretarlo en nuestra narrativa? Falta mucho para tener esta respuesta. 


lunes, 17 de marzo de 2014

El cuento es nuestro modo de pensar y estar en la literatura [entrevista a Alfonso López Corral]


Alfonso López Corral (Navojoa 1979) es cuentista. Y esa palabra encierra oficio y perfección con la trama, con la técnica al fabular. Nos conocimos en Monterrey, en un encuentro de escritores jóvenes norteños. Entonces sus preocupaciones literarias oscilaban entre educar el oído con los corridos que mitifican aquellos juglares del acordeón y rasca tripas (que en unas cuantas estrofas dan noticia de una genealogía de héroes y traidores), y entender la estructura propia del cuento, sus silencios, sus elipsis, el subtexto, una retahíla de cualidades del relato norteamericano y del boom.
Autor de Musiquito del talón, ganador del Premio Nacional Comala 2013, López Corral cristaliza ambas preocupaciones en nueve historias que dan vida a Navojoa y a un villano que bien podría ser símbolo u eco de los que hacen lo mismo en sus regiones, Zacatecas, Tamaulipas, Michoacán, por nombrar pocas. 
Sus historias son cuentos cantados por un músico de cantina que descubre que las hazañas de la Revolución han perdido brillo para los parroquianos. Lo de ahora es hablar de pistoleros que matan por matar y luego lloran a sus muertos, de mandamás que veneran su troca como a su vida, de casas que guardan los recuerdos de todos los cárteles, de viudas de héroes traicionados, de los que se van de Navojoa para hallar mejor vida y el destino los termina regresando, de cómo un día el país se convirtió en panteón y nadie sabe por qué fluye la sangre. 
En esta entrevista, el escritor nos habla del cuento y su lenguaje, la estructura de su libro, el personaje que lo urde, Navojoa, los premios literarios, el oficio, de Musiquito del talón, literatura.  

Joel Flores.- Hablar contigo me recuerda tantas conversaciones virtuales de hace años, cuando tú escribías tu segundo libro y yo Mi amor nos dio cocodrilos. Éramos cuentistas, nos interesaban autores parecidos y creíamos en el lenguaje del cuento, como se cree en una profesión. Me gustaría empezar esta entrevista preguntándote desde qué edad empezaste a escribirlo, cómo lo concibes y qué autores te han iluminado.

Alfonso López Corral.- Bueno, quiero pensar que todavía somos cuentistas, que como lo comentamos muchas veces, el cuento era y es nuestro género de elección, nuestro modo de pensar y estar en la literatura, y no sólo una fase o escalón para ensayar y escribir novelas como suelen acostumbrar muchos escritores. Cuando estaba chamaco comencé escribiendo poemas y poco a poco fui entendiendo que estos se inclinaban hacia la narración, contaban historias, y la forma que más se ajustaba a lo que hacía no era la estrofa ni el verso, sino párrafos que se adecuaban a los modos narrativos, con inicios, nudos y desenlaces bien marcados. Mis primeros poemas dieron paso a mis primeros intentos de hacer cuento, de lograr una historia, y entre lecturas y descubrimiento de cuentistas geniales, comprendí que mi reto sería explorar los espacios acotados (me refiero a su extensión) pero inagotables del cuento.

JF.- En tu libro Navojoa es protagonista de historias que son narradas con un lenguaje coloquial y poético, como si unieras la vena del corrido y la voz de Juan Rulfo. Tal parece que el protagonista del primer cuento es quien compuso todas las frases, todas las historias del libro, como si fuera un juglar de las fechorías del narco. ¿Cómo nace esta preocupación por convertir el habla popular en literaria? ¿Buscas mitificar lo que toca el crimen organizado?





ALC.-  El personaje del Musiquito contador me permitió encontrar el tono narrativo que el proyecto necesitaba cuando planeé cada uno de los cuentos. Aunque sólo aparece en el primer cuento, la intención fue que se notara su voz en el resto. Respecto a tratar de convertir el habla popular en literatura, esto no fue una preocupación en sí. La idea en todo caso era que no hablaran de forma neutra, como personajes de libro traducido, tampoco que reprodujeran tal cual el habla de la región, lo que me parece poco práctico si no que imposible. Las historias ocupaban que los personajes tuvieran su propio lenguaje, su propia forma de expresarse en un rango que iba desde decir sólo lo necesario hasta expresarse sólo con silencios. No estoy seguro de haberlo conseguido por completo, pero al menos parece que sí se distinguen por como hablan. Y claro, en medio también estaba el reto de que personas de otras regiones los comprendieran sin necesidad de un diccionario de regionalismos.
En cuanto a la última pregunta, nunca fue mi intención mitificar lo que toca el crimen organizado, para eso se bastan solos los corridos de moda, los periódicos y el gobierno mismo. No quise hacer ninguna apología del narco ni de la violencia. Es más, te diría que ni siquiera es un libro que trata del narco: eso no lo define bien y en todo caso al llamarlo así oculta todos los temas de los que se ocupa. Sin embargo, tengo que decir que su concepción se debe a que en un momento dado este país se convirtió en un cementerio, se llenó de muertos, y quise contar las historias de personas simples paradas sin saber cómo en este moridero. Si hubieran sido terroristas o guerrilleros, pues los hubiera mencionado, si hubieran sido banqueros o extraterrestres los causantes de tanta pena, así estarían en el libro también. Las cosas van por su nombre, qué le hacemos.

JF.- Tu libro, a pesar de estar compuesto por nueve cuentos, 100 páginas, uno finaliza su lectura y parece haber conocido la vida entera de un lugar y  sus habitantes, pues su estructura circular y sus tramas imbricadas son propias de los libros de cuento seriados, pero el tuyo roza la novela corta. ¿Cómo lograste esta estructura, fue uno de tus objetivos desde que iniciaste o cambió con el tiempo?


ALC.- El libro lo pensé de manera que cada uno de sus cuentos fuera independiente y contuviera su propio universo sin que ocupara de los demás para ser entendible. Sin embargo, pienso que la ciudad donde transcurren las historias y la voz que las narra son las que proporcionan esta unidad que hace que el libro parezca una novela. También es cierto que hay un personaje recurrente en casi todos los cuentos, Pancho Buitre, una sombra ominosa, pero aquí la idea era manejarlo como un símbolo de la violencia que nos ha azotado; más que crear un capo, lo que deseaba era reflejar todas estas ideas que tenemos de estos asesinos, de estas personas responsables de la violencia por lo que se cuenta de ellos, que va siempre desde su caricaturización hasta una mitificación absurda y dañina para nuestra sociedad. Tenemos la costumbre de volver legión a un sólo hombre que a veces resulta ser más pobre diablo que nosotros, los ciudadanos de a pie.

JF.- Hace unos meses leía en una entrevista a un escritor mexicano que dice que los premios literarios en México no son sinónimos de calidad. ¿Es verdad que los premios no los ganan quien los merece? ¿Escribiste Musiquito del talón buscando ganar el Premio Comala? 

ALC.- Ganar un premio de literatura, al menos los premios que no están dados de antemano, es cuestión de suerte, suerte que está relacionada con los gustos del jurado del concurso en turno (caray, que eso suceda me hace pensar en conjunciones astrales, paso de cometas, eclipses de sol y demás eventos raros largos en el tiempo). Por lo mismo se puede decir que no son sinónimo de calidad, pero también se puede decir que no son sinónimo de mala literatura. Si aplicamos el mismo argumento para libros que contrató directamente una editorial comercial, y que tal vez pasó el dictamen de lectores profesionales, de la misma manera no serían sinónimo de calidad ni de falta de ella. Imagina que fuera como lo pretenden quienes se quejan de todo (premios, becas y promociones): las librerías estarían llenas de maravillas. Por otra parte, escribí Musiquito del talón pensando en alcanzar objetivos literarios personales. Por ejemplo, hallar un balance entre experimentación con el lenguaje sin que la historia misma quedara corta o se volviera estéril o un mero chiste anfibológico. Escribí Musiquito, después me encontré la convocatoria en Internet, mandé el libro pensando que, como siempre pasa en muchas cosas, no iba a pasar nada. Pero ganó, y ni modo, se publicó el libro. Ahora los lectores pueden juzgar si tiene o no calidad, si es o no literatura, si merecía o no el premio.  

JF.- Para muchos todo aquel que escribe sobre las atrocidades del crimen organizado está haciendo narcorrealismo. ¿Te ves parte de esa literatura?

ALC.- No me gustan las etiquetas de los libros porque predisponen al lector. De manera general busco en cada libro que leo temas que me acerquen más a comprender al ser humano y la vida, las relaciones de los hombres entre ellos y el mundo. Ese es un objetivo que todos deberíamos de tener en cuenta siempre. No entiendo por qué un libro de narcoliteratura no pueda reflejar cabalmente el dolor de un ser humano que ha perdido a alguien de manera atroz y ponernos en su lugar al leerlo, que otro que se concentra específicamente en tratar un tema de duelo o pérdida desde una perspectiva netamente intelectual. Se trate del tema que se trate, en las páginas de los libros siempre habrá un lugar y un ser humano, el compromiso del escritor es profundizar en ello lo suficiente de manera que toque algo que nadie más ha tocado. Si es o no es de tal moda, eso que lo decidan los vendedores. 

JF.- Vamos a cambiar de dinámica, diré una serie de palabras y tú me contestas lo que te provoca al leerlas.

Realismo/ Oportunidad.
Navojoa/ Huída, escape, evitación.
Raymond Carver/  Silencios.
Parra/ Nicanor; Eduardo Antonio.
Corrido/ Cuento.
Cuento/ Vida.
Oficio/ Vocación.

JF.- Aunque perteneces a la generación de los escritores nacidos en la década de los setentas, yo te sigo viendo como un hermano literario de mi década, dime ¿sueles leer a escritores de tu generación o de los nacidos en los ochenta?

ALC.- Trato de leerlos a todos en la medida que puedo o me hago de los libros. Pero así como no me gustan las etiquetas de los libros, tampoco las que les ponen a los escritores por su década de nacimiento o por la región a la que pertenecen. El libro debe hallar su propio nicho más allá de fechas o grupos. Un escritor tampoco tiene por qué ser su libro. Esas relaciones son puro ocio, humo para el mercado y para gente que tiene mucho tiempo para comentar en corrillos o en la hechura de tesis de literatura, sociología o historia. Si lo bonito de la literatura es que ésta me permite tener afinidades con las obras de escritores de todas las épocas y países. Uno se acalambra cuando al leer conectamos, por ejemplo, un cuento de Bradbury titulado Aunque siga brillando la luna (Junio de 2001) y uno de Borges que lleva por título Historia del guerrero y la cautiva; y uno de Bradbury llamado Ylla (Febrero de 1999) y casi cualquier cuento de Carver, y es válido preguntar, a pesar de sus fechas de nacimiento, y de lo disímil de sus obras, ¿quién influyó a quién?, porque además completamos esa relación hasta que los leemos sin importar el orden ni los años transcurridos entre que hojeamos uno u otro libro.

JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando ahora, es una novela, un libro de cuentos?

ALC.- En este momento estoy trabajando un cuento largo, aunque me estoy tomando mi tiempo. No tengo prisa y quiero encontrar al narrador adecuado para que me permita contar la historia lo mejor que pueda. Es una historia sobre el hijo de un personaje de uno de los cuentos del libro Musiquito del talón. La idea general es que sea una vuelta a casa, al hogar, a buscar la cruz que le toca estando vivo. Pero aún no quiero emocionarme porque puede que se me cebe.  


La entrevista también se puede leer en La Gualdra (140) clicando aquí.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Los que somos parte de todo




Édgar Adrián Mora, autor de los libros Memoria del polvo (México, UACM, 2005, cuento) y Raza de víctimas (Madrid, VozEd editorial, 2012) escribe en su blog Fábrica de polvo sobre mi libro Rojo semidesierto

“En momentos en los cuales el discurso del gobierno en turno muda a un triunfalismo que pretende borrar todas las ignominias precedentes, resulta profética y clarificadora la lectura de un libro como éste. Más allá de una manera de establecer un paralelismo entre realidad y ficción, este libro se convierte en una forma de pensarnos parte del mundo, el país, que habitamos. Y, sobre todo, para no olvidar. A pesar de los fuegos artificiales de los encarcelamientos y las ejecuciones recientes de algunos protagonistas de La Compañía”.


La reseña completa la pueden leer clicando aquí.

lunes, 10 de marzo de 2014

La ciencia ficción es el campo donde los neuróticos como yo tienen cabida [entrevista a Ronnie Medellín]



Hablar de la ciencia ficción en el cuento siempre ha sido un tema poco común en México, donde predominan las inclinaciones por lo fantástico y lo realista. Hablar de la ciencia ficción imbricada con el relato de misterio es aún menos recurrente. Pareciera que el lector contemporáneo no busca a ambas en los libros porque asume que sólo son propias de los programas de televisión, las películas y los videojuegos. Pareciera que aquellos relatos de máquinas, androides y otros experimentos biológicos los han venido sustituyendo las bondades de la fibra óptica. Sin embargo, existen jóvenes escritores en México que cada vez se hacen más espacio con sus historias, explorando ese género y publicando libros encomiables. 
Ronnie Medellín nació en Veracruz en 1984, es guionista, adaptador y productor de cortometrajes, maestro de talleres literarios y escritor de ciencia ficción. Su libro Asesinos accidentes (Pictographia Editorial, 2013) es, si me apuran, la semilla de un escritor que se hará de fieles lectores del relato negro en un futuro. Y un compendio de seis cuentos urdidos por el futurismo, lo apocalíptico, el misterio y, de refilón, el realismo duro. La columna vertebral que los unifica es el ajuste de cuentas por parte de la mano ejecutora, siempre sorpresiva, del destino, “esos souvenirs baratos que la concatenación del tiempo te disfraza de espejismos”, nos dice el mismo autor.
Y más tarde leemos a un detective que investiga sin saber los amoríos rancios de una de sus ex. Una aliada, insurgente, perseguida, usada por un sistema futurista que controla y somete a los usuarios a través de artilugios parecidos a la fibra óptica, hasta que aparece Kuamis, un virus que se manifiesta como un sueño colectivo, una esperanza onírica.Una abducida por extraterrestres que toma la oficina donde se hacen trámites públicos, para contar su historia y convencer a punta de arma a sus captores de que es real, existen los extraterrestres. Una mujer que es asesinada por su marido por culpa del olor a chorizo que cocinaba todas las mañanas. Y un francotirador alienado por los programas televisivos que se prepara para eliminar a la humanidad con la boca de su rifle.   
En esta entrevista, Ronnie nos habla de su formación como escritor, de los autores que lee, la escritura del cuento, las plataformas virtuales, los proyectos en los que se halla trabajando y, sobre todo, de ciencia ficción. 


Joel Flores.- Muchos escritores jóvenes recurren a los talleres literarios para formarse y ganar lectores, a cursos, diplomados, incluso a maestrías en creación literaria fuera de México; otros, en cambio, lo dejan al aprendizaje individual, su biblioteca y las experiencias de vida que van acumulando. Cuéntanos sobre tu formación, ¿por qué empezaste a escribir y quiénes influyeron?

Ronnie Medellín.- Comencé a escribir por accidente, entre la nostalgia de haber dejado a mis amigos en Veracruz y la sorpresa de encontrarme otro tipo de amigos en San Luis Potosí. Aprendí a escribir, por decirlo de alguna manera, con libros de ciencia ficción y ensayos de filosofía, además de ser un internauta muy activo por ahí de finales de los años noventa. Mi primera fijación temática fue la realidad, gracias a Philip K. Dick, Robert Shickley, Franz Kafka y Mario Levrero. También estaba bastante influenciado por los comics que leía en esa época, de guionistas como Frank Miller, Alan Moore y Grant Morrisson. Hasta que publiqué en una revista del DF llamada “Los Avengers”, ahí conocí a Juan Beat y la literatura beat, cosa muy nueva para mí. Creo que ahí iniciaron mis ganas de seguir escribiendo. Sin olvidar mí gusto por el cine de horror y la poca literatura que había leído para ese entonces. Creo que mi formación fue un tanto inocente, para mí no existía el mundo editorial ni la idea de las grandes máquinas gremiales de escritores. Creo que hasta la fecha sigo creyendo que eso no existe.

JF.- Hablemos del cuento, sus entrañas, sus alrededores. ¿Podrías describirnos cómo lo concibes y qué autores te han ayudado a construir tu pericia como narrador?

RM.- El cuento debe de ser lo suficientemente corto para crear mundos complejos y enormes. Es el reto y lo hermoso de su formato. Para mí el cuento debe crear realidades como las de Philip K. Dick, mitos como los de Lovecraft y personajes complejos como los de James Tiptree y Roger Zelazny. El cuento es la piedra angular de mi literatura personal, me recuerda cuando compraba las viejas compilaciones de ciencia ficción de editoriales como EDHASA, Martinez Roca y Bruguera. Recuerdo con cariño el olor a viejo, las portadas psicodélicas y la sorpresa que me llevaba de un cuento a otro.

JF.- Leí Asesinos accidente a finales de 2013 y ayer, mientras revisaba mis apuntes para esta entrevista, reconocí entonces tu intención de reflexionar y enunciar la realidad social inmediata, sus víctimas, sus verdugos y los desbarajustes del sistema, gracias a lo apocalíptico y lo futurista de la ciencia ficción, pero con un toque de literatura negra, es decir detectivesca. ¿Por qué recurrir a la ciencia ficción para explorar la realidad que nos tocó vivir y no al realismo?   

RM.- La ciencia ficción es el campo donde los neuróticos como yo tienen cabida. Es el campo fértil de la discusión y de la filosofía, sin límites para la crítica y la reflexión. Creo que la ciencia ficción es una literatura que nos permite estar y al mismo tiempo explorar lo vasto de la mente. No quiero que me mal interpreten, creo que la literatura en general lo permite, pero la ciencia ficción tiene tan pocos limites que las letras fluyen de manera diferente, permite que un loco se convierta en cuerdo y que un sujeto cuerdo explore su propia locura. Creo que la nueva ciencia ficción permite más que nunca infectar de realidad la ficción (haciendo referencia de un artículo sobre Grant Morrisson). Y creo que ante todo, divierte y estimula la creación. 

JF.- Hay otros cuentos en tu libro que son un tanto absurdos en cuanto a tema, recuerdan a Beckett y rozan el realismo duro como las historias beatniks de William Burroughs. Un ejemplo es “Cuerpo sin vida olor a chorizo”, que narra el asesinato de una mujer a manos de su marido, porque el hombre odiaba el olor a chorizo con el que ella cocinaba. ¿Por qué ese salto de la ciencia ficción al realismo? ¿El libro fue escrito en diferentes etapas?

RM.- Hubo dos etapas en la escritura del libro. De hecho deseché muchos otros para que los accidentes convergieran en esta compilación. Es curioso, pero este cuento, en particular, es producto de una nota de periódico en España, lo que me pareció espectacular y algo jocoso. Obviamente de la realidad queda poco, pero perdura esa visión desesperada del ser humano en ciertos momentos. Lo incluí por su crudeza, pero también por su humor y su ironía. Además entretiene y la verdad… le tengo mucho cariño.

JF.- Asesinos accidentes salió a la luz gracias a la convocatoria que abrió en 2013 Pictographia Editorial para narradores jóvenes de Centro Occidente. Sin embargo, es común que narradores jóvenes no sólo batallen para finalizar sus proyectos literarios, sino también por publicarlos, ¿cómo encuentras las políticas de las editoriales comerciales o aquellas que están publicando a autores jóvenes?

RM.- Este y otros mundos son difíciles. Creo que somos muchos los que estamos produciendo en un país de lo que aparenta son pocos los lectores. No creo que las editoriales estén obligadas a publicar, pero creo que deberían estar más abiertos a leer propuestas al establishment editorial, como la ciencia ficción, el terror, detectives, algo más comercial. El mundo editorial exige vender, pero al mismo tiempo desecha lo que puede gustar. Por lo tanto la fórmula de pocos lectores, poca promoción y la reducción de aceptar propuestas sólo nos va a llevar directo a un uróboro editorial. Ahora, los medios actuales y el talento temprano me parecen muy interesantes. Creo que ahí está el futuro.

JF.- ¿Publicarías alguno de tus libros en medios electrónicos, apostarías por el e-book, por ejemplo?

RM.- Me considero alguien que está abierto a los medios electrónicos, de hecho así comencé con el viejo blogspot en el 2001. Tengo un proyecto que no he podido terminar, en el cual quiero mezclar la literatura, la hipertextualidad, las ciudades y el software libre. Espero tener algo para este año. 

JF.- Me suena a la teoría de la novela total y el relato como artefacto, donde convergen varios géneros y sistemas en una plataforma al servicio de una historia. ¿Podrías hablarnos más sobre ese proyecto?

RM.- La idea inició desde el 2001 y se ha ido enriqueciendo con las nuevas apps móviles y de redes sociales. Pretendo utilizar a San Luis Potosí como un escenario en el que el lector puede interactuar desde el relato, la geoposición y el lugar mismo. Relatar acciones y personajes, bajo el canon fantástico, dentro de la misma ciudad, vista como una entidad viva que interactúa con el transeúnte a partir de sus adoquines, grafitis, vagabundos y sin fin de códigos que ha dejado la gente con el pasar del tiempo.
Al principio, este proyecto sólo buscaba relatar la ficción en un mapa de la ciudad. Con el tiempo y la influencia de escritores como Morrison (The invisibles), Warren Ellis (Planetary), Carl G. Jung (el hombre y sus símbolos) y otro par que están fuera del canon literario y científico, como Aleister Crowley y Eliphas Levy,  la idea ha cambiado y busca que la ficción se mezcle con la realidad a partir de mitos y códigos de la misma ciudad. Este proyecto lo he hablado con cuates potosinos y existen elementos que han desarrollado Carlos Guevara y Juan Carlos Montes que yo he “tomado prestados” para mí.
Por otro lado, me gustaría que el resultado del proyecto no sólo sea un e-book o una bitácora virtual, sino que fuera más allá y que la gente tome sus calles, símbolos y personajes, y tome conciencia de aquello que le hace falta.

JF.- Vamos a cambiar la dinámica de la entrevista. Te lanzaré un par de nombres de escritores y palabras. Tú me responderás con una frase sucinta sobre qué opinión tienes de ello.

Imaginación: “Mi mundo”
William Burroghs: “La palabra es un virus y tiene mucha razón”
México: “El futuro de la ciencia ficción (como metáfora y como movimiento)”
Philip K. Dick: “Ese tipo loco que al paso de los años se ha convertido en todo una predicción y en el inicio de mis letras”
Francisco Tario: “El ejemplo de los marginados literarios”
San Luis Potosí: “Es para mí la ciudad ficción por excelencia, una contradicción constante que me inspira demasiado”
Ray Bradbury: “El poeta de la ciencia ficción”
Charles Bukowski: “Me enseñó a observar lo sorprendente que es lo cotidiano”
Realismo: “Una contradicción constante”
Rafael Bernal: “¡Pinche Rafael! El escritor de unas de las novelas más importantes de México”

JF.- En tus cuentos veo no sólo un imaginario norteamericano que fluye, pero tropicalizado a la mexicana. Pero también hay reminiscencias del comic y del cine. ¿Qué tanto ha influido esta disciplina en tu literatura? ¿Crees que el escritor deba echarse mano de ambas cosas para crear? 

RM.- Por su puesto. Soy parte de esa generación que inició en el mundo narrativo a través del comic y el cine. Es para mí imposible despegarme de esas dos grandes influencias. Escribo con un soundtrack en la cabeza, con planos y contra planos estáticos como un comic. Una de las influencias más grandes que tengo en todo lo que hago es el comic “Batman Arkham Asylum” de Morrisson, “Swampthing: american gothic saga” de Moore y “Blade Runner” de Ridley Scott. Además durante años escribí varios guiones de cortometraje y largometraje, sin contar los intentos fallidos de guiones de comic sobre Jung, Freud y la magia. ¿Qué más puedo decir?

JF.- Me gusta saber qué y cómo están leyendo los escritores jóvenes nacidos durante la década de los ochenta en México. ¿Sueles leer a escritores de tu edad o prefieres alimentar tu imaginario con las obras clásicas y extranjeras?

RM.- La verdad leo lo que me caiga en las manos. Siempre estoy leyendo clásicos de ciencia ficción y terror. Mucho de James Elroy, Joe Hill, William Gibson y Theodore Sturgeon en los últimos meses. En los últimos años me interesado en leer todo lo escrito en fanzines y blogs de gente totalmente desconocida. Hasta la fecha me cuesta leer autores latinoamericanos clásicos.

J.F.- ¿Podrías hablarnos sobre qué proyecto literario trabajas actualmente, otro libro de cuentos, una novela?

R.M.- Estoy a punto de publicar otro libro de cuentos con la editorial potosina Torbellino. Dejo un poco el humor y las gotitas de realismo, me adentro más en el suspenso, misterio y terror. Sin alejarme de la ciencia ficción y los detectives. Acabo de concluir una novela de corte policiaco a la mexicana, con un poco de magia, demonios y mucho blues. Este proyecto está todavía esperando veredicto.


La entrevista también se puede leer en La Gualdra  (139), La Jornada Zacatecas.


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