lunes, 28 de abril de 2014

Pacto de amor con mocos




No recuerdo muy bien la fecha. Lo que recuerdo es que un día, cuando estaba con María, intenté darle un beso en la boca y se me salió un moco duro, de esos que silban nada más al respirar. Al principio hice como que no sucedió nada. Pero cuando ella se hizo a un lado y me dijo guácala, se te asomó un moco verde por la nariz, sentí que el mundo me aplastaba. ¿Qué hacer?, me pregunté. ¿Cómo borrar de la memoria de María ese suceso inolvidable?

Por fin estaba saliendo con la más buenota de la escuela y mi nariz. ¡Qué digo mi nariz! Un moco celoso, entrometido estaba echando todo a perder. ¿Qué iba a decir María a sus compañeras de salón, a todos los de la escuela? Rompí con Benito Argüedas porque al querer darme un beso se le salió lo atascado.

Le pedí que me dejara pasar a su baño. Estábamos en la sala de su casa: un espacio adornado por muebles que parecían sacados de un museo de arte virreinal. No quería ensuciar las telas de los sillones cuando me sacara el moco, tampoco que ella me viera cuando buscara hacerlo bolita en mis dedos y desaparecerlo de la faz de la tierra de un garnuchazo.

Al levantarme del sillón, María me detuvo diciendo no te vayas Beni, yo también tengo algo para ti. Y de pronto se paró muy segurota, metió su delgado dedo a su nariz y se hurgó hasta sacarse algo como una neurona. Se trataba de un moco patriótico, de esos que tienen el color de la bandera nacional.  

Me dijo vamos a hacer un pacto, Beni. Un pacto basado en los mocos y el amor. Un pacto que una nuestras narices para siempre. Así ni a ti ni a mí nos dará vergüenza cuando se nos vuelva a salir uno mientras queremos besarnos.

María se comió su propio moco y me obligó a sacarme y a comerme el mío también. Desde ese día fuimos amantes no sólo de besos, caricias y amor. También fuimos amantes de mocos tiesos y coloridos. A veces sangrientos, a veces solamente duros y dulces, secos o amargos, como el amor. 


martes, 22 de abril de 2014

Premisas bajo el toque de queda


En Anatomía del guión John Truby apunta que toda película y obra literaria parten de una premisa, una acción que sugiere de forma general de qué tratará, en cualquier de las dos, la historia. La premisa es el corazón de la trama, apunta Truby, y si no se erige bien, aunque el autor prime las arterias, la sangre no circulará, por más que el nervio porfíe. Ricardo Piglia ya nos había hablado de ella en Formas breves, pero con el nombre de historia uno y ejemplificándola: un hombre gana la lotería, recoge el dinero y en cuanto llega a su casa, cuelga una cuerda de una viga y se ahorca. En la corteza de esas palabras luce una pátina de misterio que cualquier lector quiere revelar. Andrés Neuman diría que en su interior y lo llama secreto. Todo relato en sus entrañas guarda un secreto. Así sucede en el libro Toque de queda (Pictogrphia Editorial, 2013) de Bernardo Araujo, una cartuchera de piezas cortas, que bien podrían pasar por balas expansivas. Dentro de ellas hay más que lenguaje prolijo que incendia. Hay premisas que guardan secretos, el aroma a realidad y un puente hacía las puertas de la doble interpretación. No es lo que nos dice el autor con sus palabras. Es lo que las palabras callan y esconden. El secreto que aguarda en una noche que late.
El libro está conformado por pequeños relatos que rozan el aforismo, otros de aliento largo que preparan una sorpresa sutil para el lector, que será revelada, sin efectismo, en las últimas líneas, como si a la premisa le crecieran ramas. Hay maestros que buscan empleo y, tras la entrevista de trabajo, obtienen en la calle una lección de vida. Hay hombres que sueñan con pesadillas tristes y al despertar son expulsados, literalmente, afuera del vientre. Hay parejas al punto de firmar los papeles del divorcio, que dejan su suerte al beso que augura el amor. Hay clasificados donde personas de la tercera edad buscan una mano que los empuje a morir y plañideras que ofrecen sus servicios. Hay un primer ministro que retira del cine las películas de terror, para instaurar un régimen de horrores donde los ciudadanos son protagonistas. Hay hombres que se convierten en lo que creen y orfebres del lenguaje que cuando terminan una obra se dan cuenta que han culminado una batalla, porque “escribir es la guerra”, lo escribió Le Clézio, y Araujo no sólo usa esas palabras como la llave para abrir uno de sus textos, sino para ofrecernos un cartucho de premisas, mientras los militares sitian una ciudad de noche.      
Pues si en el toque de queda castrense la milicia pone las reglas del juego, nadie sale de casa y la noche se convierte en caos, en este libro el protagonista que le da título a la obra nos sugiere: lector, burla a los militares en una noche de toque de queda y haz el amor a la esposa del general que comanda. No importa que la ciudad esté sitiada. No importa que tras cerrar la puerta te embosquen. Uno también puede invertir las normas del toque de queda. Y las instrucciones están en cada uno de los cuentos que vas a leer aquí.

lunes, 21 de abril de 2014

Escribir es comer camote 364 días al año [entrevista a Gabriel Rodríguez Liceaga]

Una de las mejores consecuencias de la literatura es hacernos sentir o crear hermandad con aquellos que la escriben. En mis búsquedas personales como lector, sólo dos veces me ha sucedido con alguien de mi generación. La primera vez fue en España. La segunda en México luego de finalizar el libro de cuentos Niños tristes (Tierra Adentro, 2013), de Gabriel Rodríguez Liceaga (Ciudad de México, 1980). Se trata de una emoción que te trastoca, que te obliga a decir “a mí alguna vez se me ocurrió escribir esto, pero algo me faltó, algo que ese escritor que lees tiene y sabe usar muy bien”. Algo que a cada página te sugiere que posiblemente estás leyendo a tu mejor amigo de infancia, aquel con quien pasaste grandes desventuras, pero por un extraño capricho del destino, de las deidades, aún no has conocido. 
Niños tristes está integrado por 9 cuentos escritos con sangre, pulmón y músculo, es decir, imaginación, oficio y tesón. Es una obra de tan sólo 80 páginas que revelan ciertos momentos claves de la vida de personajes que se enfrentan a las aspiraciones muertas, el amor desechable, la amistad plastificada por culpa de la evolución tecnológica, la nobleza poco conocida a sus perros de guardia, el fracaso y más. Pareciera que en estos cuentos, escritos con registros verbales que rescatan desde la voz de microbuseros hasta la de cineastas frustrados, el autor nos invitara a reflexionar nuestra condición como habitantes de un país donde los grandes relatos que forjan al mundo, el amor, la amistad y la muerte, han perdido tuétano (ya no es lo que el amor o la amistad nos hacen sentir, sino cómo nos educaron para amar y sentir), y nos han convertido en una especie que no confía ni en sí misma, porque la vida, ese auto veloz que se conduce a ciegas, con los fanales fundidos, pronto nos llevará al barranco y nadie conoce el freno de mano.
En esta entrevista, Gabriel nos habla de sus inicios en la literatura, cómo se formó este libro, los cuentistas, o ecos, que hay detrás de su escritura, el lenguaje, los premios literarios y las becas, las políticas editoriales y esa larga espera que hace el escritor, tanto cuando escribe un libro como cuando lo arroja de su torre de marfil, que no es más que comer camote 364 días al año, porque sabe que en el 365 alguien le dirá “tu libro nació con vida”.

Joel Flores.- Tras una serie de entrevistas a escritores nacidos durante la década del ochenta, he descubierto que la mayoría se están formando de manera autodidacta. No es que las universidades que promocionen licenciaturas o maestrías en creación literaria no funcionen, es sólo que les interesa más forjarse en talleres literarios o individualmente. ¿Por qué empezaste a escribir?, ¿cómo ha sido tu formación?
Gabriel Rodríguez Liceaga.-  En efecto, yo también soy mitad autodidacta y mitad formado en un taller, te doy toda la razón: me parece que es una tendencia generacional. Desconfío en general de la educación. Me temo que la mayoría de las universidades funcionan como fábricas de diplomas. Esto, en el rubro de humanidades, es incluso más aberrante. Empecé a escribir motivado por un par de lecturas juveniles. Lo normal. Decidí sumarme a esta infinita fila de ecos que es la literatura. Esta metáfora es padrísima porque nos hace pensar que hubo un grito inicial a partir del cual se han ido generando todos los ecos. Poderosos gritos iniciales: Hemingway, Vasconcelos, Hugo, Melville, etcétera. O más bien: legión de etcéteras. A la par mi maestro es Eusebio Ruvalcaba. Asistí a uno de sus tantos talleres de creación literaria por más de diez años. Sus enseñanzas están implícitas en cada letra que he escrito.

JF.- Cada uno de los cuentos de Niños tristes es una alegoría perfecta de la sociedad alienada por la modernidad que nos ha tocado vivir. Creemos en el amor como un proceso desechable. Creemos en las relaciones cada vez más de forma impersonal. Nos educaron para ser el mejor de una sociedad y terminamos siendo parte del ejército de seres que piensan lo mismo. ¿Cómo se formó este libro? ¿Cuál fue su proceso de creación y bajo qué ideas?
GRL.- Nos educaron para ser una bola de pajaritos enjaulados. La forma como escribí este libro de cuentos es la siguiente: durante cuatro años escribí –no sé– veinte cuentos, luego maté once y me quedé con los nueve que conforman el libro, que a mi parecer eran los mejores. Las ideas que me inspiran son lo de menos. Historias por contar sobran. Basta con señalar una noticia al azar en el periódico, cambiarle de canal a la tele o prestarle el mínimo de atención a nuestra pareja. Lo realmente importante para el cuentista es pulir la forma como se cuenta, ejercitar la prosa, evocar estructuras, borrar párrafos, intentar diferentes puntos de vista, contar la misma historia con tres páginas o con quince, o con cuarenta. En una palabra: escribir. Y escribir y escribir.

JF.- Aunque tus cuentos son, en apariencia, piezas accesibles para la definición: realismo jocoso chilango que rescata lo mejor de las estructuras narrativas de Anton Chejov y Raymond Carver, ¿cómo definirías el cuento que conforma Niños tristes
GRL.- Ah, esos dos autores que mencionaste son formidables. ¡Poderosísimos gritos! Y sí, me asumo débil eco de ambos. Es curioso, mi libro se llama Niños Tristes pero son puras historias de adultos o jóvenes a quienes la vida sencillamente ha tratado de la patada. Me gusta creer que mis personajes de niños eran, precisamente, tristones. Se enfrentaron al abismo muy temprano en sus vidas. Traté de que el amor en mis cuentos fuera amor deslavado, lo mismo la cogedera, el cariño a una mascota o la muerte o la amistad. Puros sentimientos que ya no nos dicen nada. Dice Dostoievski en Memorias del Subsuelo que “nos empeñamos en ser un tipo de hombre corriente que nunca ha existido. Hemos nacido muertos, y hace mucho tiempo que nacemos de padres que no viven, y eso nos agrada cada vez más. Le tomamos el gusto”. Quisiera yo que eso definiera a mis personajes y por ende a mis cuentos.

JF.- El lenguaje es el patrimonio que una familia, la sociedad y la literatura le heredan a un escritor. Tú te inclinas más por el lenguaje inmediato, el lenguaje que se escucha al abordar el metro, al bajar de un pesero, cuando rompe relación una pareja, al estar fastidiados por trabajo, al burlarnos del otro porque su vida apesta. ¿Por qué rescatar estos registros?
GRL.- Porque si no lo hago yo no lo hará nadie. Es decir: es responsabilidad del escritor (una de tantas) mantener vivo el registro de lo que el lenguaje es en sus tiempos. Creo muchísimo en la recreación oral. Cuando escucho a un ebrio en una fiesta me maldigo por ser incapaz de escribir como él habla. Lo mismo con los microbuseros o con los fantasmas de Rulfo.

JF.- Gracias a tu trayectoria veo que eres un autor prolífico, que cuentas con varios premios como el Nacional de Narrativa María Luisa Puga 2010, por Niños tristes y el Bellas Artes de Cuento 2012, por Perros sin nombre. Pero no hay ninguna beca para la creación literaria. ¿Qué opinas de los premios y becas, las ganan quien debería, ayudan a seguir creciendo como escritores?
GRL.- De entrada, los premios están trivializados. Diario nos enteramos de que alguien se ganó algo. Yo obtuve el Bellas Artes de Cuento pero el libro sigue huérfano de editorial. Sólo lo han leído las tres personas que conformaron el jurado. Esto me es muy doloroso. Sin embargo con el monto que me dieron pude financiarme un año entero dedicado exclusivamente a la lectura y al ocio heroico. Las becas y premios deberían funcionar para ayudar al escritor a vivir de escribir. Las instituciones te agarran a billetazos y luego a ver cómo le haces tú solo. Siempre he tratado de salir seleccionado para una beca pero no lo he conseguido. Este es el último año en que las instituciones me consideran “joven”. Pongamos chonguitos.

JF.- Cambiemos de dinámica, lanzaré un par de palabras y tú me respondes, de forma sucinta, lo que te provocan:
México: Hogar.
Cuento: Estructura.
Realismo sucio: Una etiqueta con fecha de caducidad.
Amor: Otra etiqueta con fecha de caducidad.
Escritura: Humildad y Disciplina. Paciencia.
Humor: Los periódicos de Nota Roja.

JF.- Aunque tu libro es para mí un primer acercamiento a tu obra, tengo la incertidumbre de si en tus novelas u otros proyectos literarios está el tema de la violencia, el crimen y los daños que provoca la intromisión del aparato de seguridad del gobierno al enfrentar la inseguridad del país, sus víctimas, las balas, la sangre.
GRL.- Para nada. Mi primer novela se llamaba El mismo río dos veces, a propósito del río de mierda que cruza entubado toda la Ciudad de México, pero la editorial le cambió el nombre a Balas en los ojos precisamente para confundir al comprador y que pensaran que era “literatura del narco”. Es lo malo de que los libros sean tratados como productos. Mis temas son la búsqueda del origen, la perpetua orfandad, el problema de la paternidad, la mujer como salvadora de una especie en tránsito.

JF.- Hablemos de las políticas editoriales. Veo que tienes publicadas dos novelas en Ediciones B, que es una editorial comercial. ¿Te fue complicado llegar allí o fue más fácil llegar a Tierra Adentro?
GRL.- En ambos casos me he sentido bendecido por el azar y la fortuna. En ambos casos estoy muy agradecido. Que alguien tome en serio tu trabajo es una sensación muy gratificante. Escribir es comer camote 364 días al año. Y de pronto: un día, un solo día, llega ese mail tan ansiado.


JF.- Hoy en día es más fácil contactarte con cualquier autor que hace una década. Te contacté por Facebook y esta entrevista pudo lograrse gracias a la red social, que forma parte de la Web 2.0, sus giros en la publicación de contenidos y diálogo literario. ¿Estás abierto a publicar alguno de tus libros en e-book? ¿Crees que el lector y escritor de hoy en verdad sea crítico y mordaz en plena revolución digital?
GRL.- Yo en lo personal no consumo libros digitales porque no me parecen objetos hermosos. Compro libros para rodearme de ellos, son a la par mi más entrañable compañía y la montaña de basura que me sepultará. Ahora bien, a mí lo que me importa es que me lean. Ya sea en una página impresa o en la pantalla brillante de un teléfono. Me es indistinto. Sobre lo otro que comentas: el problema de internet consiste en que nos educa a menospreciar el instante. Antes se decía que no había nada más viejo que el periódico de ayer. Hoy no hay nada más viejo que el tuit de hace dos minutos. Eso es muy neurótico. Me aterra.

JF.- Otro descubrimiento gracias a las entrevistas es que los escritores nacidos de la década de los ochenta se leen poco entre sí. Los que suelen hacerlo son los publicados en Tierra Adentro, gracias a los encuentros literarios o ferias del libro en las que participa la editorial. ¿Tú lees a tus contemporáneos o prefieres la herencia de los clásicos?
GRL.- Yo prefiero dejar que la obra de un autor madure antes de acercarme a ella. Unos noventa años, mínimo. Hablando un poco más en serio: puedo decir que la literatura mexicana está más que saludable. Ahí vamos. Hay extraordinarios escritores mexicanos haciendo obra en este momento. Tan monumental como reciente, Noticias del Imperio, sigue siendo un auténtico tanque de oxígeno para nosotros escritores del nuevo y joven siglo en este cacho de nación. Hay que desconfiar de las bobas listas de “los diez libros del año” básicamente porque conoceremos cuáles fueron los libros importantes de esta década hasta dentro de veinte años. No manejo cifras exactas. Repito: hay que esperar a que suene el eco.

JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando actualmente? ¿Novela o libro de cuentos?
GRL.- Mi primera novela es acerca de una madre que se quita la vida, la segunda acerca del padre ausente. Actualmente escribo un tercer libro también acerca de la orfandad. Esta vez: el hecho de que todos somos huérfanos de dios. 



La entrevista también puede leerse y descargarse aquí .

lunes, 14 de abril de 2014

El cuento es un breve instante en la vida de las personas [entrevista a Mariel Iribe Zenil]

Cuando escribimos, pasamos por alto cómo son los procesos creativos de nuestros homólogos, cómo ha sido su formación y con qué suerte ha corrido su talento y sus libros ante las editoriales. Poco nos apura quién los formó o los forma, cómo definen los géneros que los ocupan, cómo miran su país, desde dónde escriben y qué los impulsa a hacer literatura. Cuando escribimos, parece, lo hacemos sólo para nosotros y un lector virtual: esa proyección personal que busca llenar el hueco del lector ideal. Con este proyecto de entrevistas a escritores nacidos durante el ochenta (que inició en enero de 2014), pretendo responder esas preguntas y crear un diálogo con aquellos que escriben, como muchos otros, desde sus trincheras y sólo nos llegan noticias de ellos gracias a sus libros, las redes sociales o sus bitácoras personales. 
En esta ocasión dialogamos con Mariel Iribe Zenil (Chicontepec, Veracruz, 1983), escritora afincada en Culiacán desde hace más de once años, que se ha abierto camino como periodista, gracias a la redacción de la nota roja en una de las zonas más calientes de México y como cuentista. Su obra se ha publicado en las antologías A fin de cuentas (Instituto Municipal de Cultura, 2007), Cuadernos de periodismo Gonzo (Editorial Almadía, 2011) y Lados B (Editorial Nitro Press, 2011). Su libro El último intento (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013) es una compilación de nueve historias imbricadas por la violencia psicológica en los matrimonios jóvenes, “chapados a la antigua,” del Sur de México. 
Escritos con un lenguaje bien calibrado, las piezas de este libro fungen como un escenario doméstico o rural donde los demonios más íntimos de las parejas se destapan y detonan el conflicto: un matrimonio roto, que no halla el equilibrio tras la madurez y vuelo de sus hijos, intenta llenar ese vacío remodelando su casa para heredárselas, pero lo que edifican son paredes que los desunen; una joven pareja no puede tener hijos y acuden a todos los remedios caseros que se recomiendan en la comunidad en la que viven, hasta que la intromisión de un futuro compadre les da una "ayudadita"; un hombre y una mujer que ya no se toleran ni en la cama, convierten su lecho matrimonial en un duro campo de batalla; una joven pareja busca romper la monotonía creando celos entre sí valiéndose imaginariamente de los vecinos. 
Si gran parte de la narrativa joven, que se escribe en las ciudades que unen el triángulo dorado, se inclina por retratar el fenómeno de la violencia en manos del narco, sus pistoleros, milicos y federales, dar con El último intento de Iribe Zenil es un hallazgo. Este libro gira la tuerca al tema de la violencia y la explora desde el terreno de lo psicológico, desde lo más íntimo, lo más privado, desde donde nace y se conforma la familia: el hogar.   


Joel Flores.- Hay escritores y escritoras nacidos durante los ochenta que se están formando en talleres literarios, maestrías en creative writing en México, España o Estados Unidos, o de forma autodidacta. ¿Desde qué edad comenzaste a escribir y por qué? ¿Cómo ha sido tu formación?

Mariel Iribe Zenil.- Desde siempre me ha gustado la lectura, pero fue hasta la secundaria y prepa cuando empecé a leer con un gusto que opacaba cualquier otra actividad, incluso el basquetbol, que para mi hermana y para mí fue muy importante. Leía, sobre todo, sugerencias, algunas muy buenas que me hacían mis maestros. En ese tiempo conocí casi todo García Márquez, por ejemplo, también algunas cosas de Vargas Llosa que no entendía muy bien, pero me gustaban, y otras menos complicadas, como ¿Quién mató a Palomino Molero?, una novela de la que casi nadie habla. Como quería ser poeta, me leí los cuentos y novelas de Benedetti y muchos poemas de Neruda y Octavio Paz.
Cuando entré a la universidad, fui a un taller de poesía con Rocío Cerón. Ahí me dijeron que a lo mejor, como siempre escribía poemas en prosa que contaban algo, encajaría más en la narrativa. Así llegué al taller de Élmer Mendoza, donde hicimos un grupo muy sólido con varios de los integrantes. A la fecha sólo sobrevivimos dos que seguimos leyéndonos y trabajando nuestros proyectos. Y de manera formal, con una beca estatal, en aquel tiempo FOECA, empecé en 2006 mi libro de cuentos El último intento.


JF.- ¿Crees que las becas ayudan a fortalecer la pericia de los escritores y su formación?

MIZ.- Hay de casos a casos. A mí me han ayudado mucho a ser disciplinada, tanto en mis lecturas como en los proyectos que trabajo. Como en las becas se escribe con tiempos establecidos, si uno pretende cumplir, más allá de una formalidad, entonces debe hacer la talacha. Y aquí es en donde entra lo económico: para escribir y rescribir se necesita tiempo y con una beca podemos centrar todo el esfuerzo intelectual y de investigación en la escritura.

JF.- La mayoría de las historias de El último intento son anticlimáticas: dos personajes urden su propia trampa que termina resuelta o complicada por un final suspendido o abierto, que genera ambigüedad, una interrogante para el lector. ¿Cómo concibes el cuento?

MIZ.- Siempre he creído que el cuento es un breve instante en la vida de las personas. Un instante que guarda cierta magia y algo oscuro que puede o no revelarse al final. Siempre que escribo o que estoy pensando en una idea que me da vueltas en la cabeza, no puedo evitar pensar en la teoría de Hemingway, en la que compara este género con un iceberg. En el cuento solo se revela de manera parcial la vida de una persona, y todo lo que está debajo lo sabe el autor, pero no lo revela. Y ahí, en esa línea tan delgada en donde se establece el límite de lo que se dice y lo que no, está el arte o la habilidad para construir un cuento.

JF.- Tu libro se fragua con base a la fórmula: mujer más hombre, igual a lucha constante por encontrarse o separarse, como si el matrimonio fuera sinónimo de inmolación.

MIZ.- Tienes razón. Este libro me tomó mucho tiempo. Es un libro con el que he aprendido. Lo empecé en 2006 (por supuesto que era una versión muy diferente) y lo finalicé en 2012. Los cuentos pasaron por muchos procesos, incluso algunos ya los había descartado. Pero al volver a leerlos tiempo después, encontré en ellos algo que pude rescatar y retrabajar. Otros quedaron definitivamente fuera. "El juego", por ejemplo, lo escribí ese mismo año, mientras mi hija de días de nacida dormía en su cuna. Después me di cuenta de que casi todos tenían la misma línea temática: historias de parejas disfuncionales, por llamarlas de alguna manera, o como leí hace un momento: historias de personas que creen que amor es tener la capacidad de arruinarse la vida; historias de la vida cotidiana. “Aman los puercos. No puede haber más excelente prueba de que el amor no es cosa tan extraordinaria”, Eduardo Lizalde dixit.
             
JF.- Una parte considerable de la literatura que escriben jóvenes en el Norte de México parte del realismo social, busca enunciar o responder cómo lo público invade lo privado, la violencia estructural, el narco y sus daños. En tu libro, en cambio, hay un apuro por explorar la violencia psicológica, entre matrimonios, en su mayoría jóvenes, afincados en comunidades o rancherías del Sur. ¿Por qué escribir sobre la violencia en lo privado y no sobre los recientes conflictos sociales que vive México?

MIZ.- Por las marcas de la infancia, sin duda. Yo crecí en un rancho de la Huasteca veracruzana, conocido como El Tecomate Zenil. Algunos de mis cuentos bien podrían ubicarse en ese espacio, porque ese es el espacio en el que viví. Y bueno, siempre me ha preocupado y me ha llamado mucho la atención la capacidad que tenemos los seres humanos para hacernos daño, no sólo físicamente, sino de manera psicológica: con acciones y con el peso que tienen las palabras. Llegué a vivir a Culiacán a los 11 años y conocí una forma diferente de vivir, sobre todo de vivir con miedo por esa violencia del narcotráfico que mencionas. Sin embargo, ya había vivido la experiencia un tanto borrosa del secuestro. Tendría unos ocho años cuando unos hombres entraron a la casa y secuestraron a mi abuelo por uno o dos días. En fin, resultó ser un malentendido, pero también me ha tocado conocer esa violencia, sobre todo cuando cubrí la nota roja en Culiacán. Tengo un proyecto de novela, llamado por ahora "Bajo tierra", que he estado trabajando desde 2011. Precisamente la inicié con la beca del FONCA. Este proyecto habla de esa violencia física que trae consigo el narcotráfico, fenómeno inmerso en casi todo el país y difícil huir de él como ciudadano, incluso como creador.

JF.- Voy a decirte un par de palabras y tú me contestas lo que se te venga a la mente.

Norte: No pude evitarlo: violencia. Cambio. Descubrimiento.
Literatura: Escritura. Escape. Placer.
Amor: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”, Neruda dixit.
Cuento: Fuerte. Perturbador. Complicado. Chéjov. Hemingway.    
El último intento: Una parte de mí con ese aroma a encinos y tierra mojada.
México: Riqueza, tradiciones entrañables, rituales de la Huasteca veracruzana, misticismo, una canción que siempre resuena en mi cabeza con la voz de mis abuelos: “Xihualacan huan poyohuan /Ti paxalo ce María /Timiyehualotzan, huan Tonantzin/ Santa María Guadalupe”. Un país lastimado, violencia, delincuencia organizada y narcotráfico trasminado en casi todo el país.
Sur: Infancia: Chalaguites, jobos, palmito, coyoles. Frutos míticos y desconocidos para el Norte de México.

JF.- Escribir un libro es complicado. Sin embargo, a veces es más complicado publicarlo. Las políticas de las editoriales comerciales no siempre suelen tener las puertas cerradas a propuestas jóvenes. ¿Qué fue más complicado para ti, escribir o publicar tu libro? ¿Alguna vez tu trabajo ha sido rechazado en alguna editorial?

MIZ.- Mucho más complicado es escribir. Le dediqué muchos años a este libro y mi mente estuvo ocupada en él. En un libro se dejan las fuerzas y un pedazo de vida. Me sucedió lo contrario con la publicación. Recuerdo que llamé a Tierra Adentro para preguntar si podía mandar mi libro y me dijeron que lo iban a mandar a dictamen. Esperé unos seis meses y me llamaron para decirme que había salido positivo y esperé, creo, otros seis meses para su publicación. No busqué mucho para publicarlo y creo que en realidad me negaba a soltarlo, quiero decir, a darlo por terminado.

JF.- Con la evolución de la literatura impresa a la digital y los nuevos soportes de lectura y difusión, es más fácil que los textos se diseminen y lleguen a más lectores. ¿Estás abierta a  publicar en formato e-book o crees centrar tu obra sólo en el papel?

MIZ.- Estoy abierta a ese tipo de publicaciones. Es una buena opción para poder ser leído en otros países. Aunque, no sé cómo, lo veo casi un misterio tomando en cuenta la mala distribución que hacen algunas editoriales, pero la literatura, incluso en papel, se abre paso. En una ocasión, hace ya varios años, encontré una traducción al inglés de mi cuento “El último intento”, que le da nombre al libro. Había llegado en la antología A fin de cuentos, hasta la biblioteca de la Brigham Young University, en Provo, Utah, EUA, y Alexander Aldrich, estudiante de un posgrado en traducción, se interesó por mi texto. Luego publicó la traducción en su blog. Raro, pero sucede.

JF.- Solemos escribir mirando hacia el pasado o el presente y con la lectura pasa similar: leemos a los que nos anteceden o a nuestros contemporáneos. ¿Sueles leer a escritores nacidos durante los ochenta o prefieres a los maestros reconocidos por un canon?

MIZ.- Como estudiante de letras hispánicas, pues llevamos también un cierto orden en cuanto a la evolución de la literatura, leí a los clásicos. Pero fuera de ese tipo de lecturas impuestas, algunas muy necesarias, leo lo que va llegando a mis manos. Muchas recomendaciones de amigos como Irad Nieto o el poeta Jesús Ramón Ibarra. O muchas veces, de acuerdo a lo que estoy escribiendo, surgen ciertas inquietudes. Como ahora que me ha dado por buscar literatura erótica. O como en su momento busqué mucha novela y crónica sobre el narco. Pero de mi generación he leído con mucho gusto y admiración a Gabriela Torres Olivares, por ejemplo. A Óscar David López, poeta, narrador y gran amigo. A Hermann Gil Robles. Todos diferentes, pero igual comprometidos con este ejercicio de escribir. De los 70, por ejemplo: Bibiana Camacho, Nadia Villafuerte, Alejandro Almazán, Miguel Tapia Alcaraz, en fin, con algunos de ellos tengo una relación de amistad. 

JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando actualmente?, ¿es otro libro de cuentos o novela?

MIZ.- Una novela con cierta carga erótica. Una adolecente empieza una relación con un hombre mayor, pero a la vez descubre el placer de la lectura con el que tendrá que lidiar toda su vida. Tengo la intención de hacer una especie de homenaje a los clásicos de la literatura erótica, desde los griegos, Lisístrata, por ejemplo, que es una comedia con una carga sexual, hasta textos más contemporáneos que van apareciendo conforme esta adolecente los descubre. 



Para conocer el blog de Mariel Iribe Zenil, da clic aquí.
Para leer la entrevista en La gualdra, aquí.

lunes, 7 de abril de 2014

La literatura no debería ser tan solemne ni grandilocuente [entrevista a Alí Rendón]



Alí Rendón (Celaya, Guanajuato, 1980) es autor del libro de cuentos La realidad con capacidades diferentes (Zacatecas, Pictographia Editorial, 2013). Pero sobre todo es narrador de lo satírico y de hechos extraños que podrían alinearse en el género fantástico. En su libro hay una apuesta por la belleza, en cuanto al abordaje de las historias, los andares de la poesía y la brevedad. Su imaginación, dotada de un sentido del humor fresco, nos invita a asomarnos a los que se conoce como real, bajo la mirada opuesta a lo lógico y predecible, para descubrir capacidades especiales, como la de volverse el destino que logra que los personajes se accidenten con algún milagro o anti-milagro. 
En su libro no sólo hay cuentos, sino realidades con capacidades diferentes de interpretarla: la historia de un hombre que secuestra a personajes de ficción para educar a su hija; la de unos niños que tienen que matar a una señora para proteger a su perro deforme, que no es más que el mejor amigo del hombre; la de un tipo que descubrió el sexo oral para pelear un divorcio; la de la chica que aprovechó un accidente en el tren subterráneo para salvar el futuro de su hijo; la de la esposa que usa la hipnosis como método anticonceptivo; la de un chico que jura haber descubierto hadas diminutas en su departamento; y la de una joven que busca a su amiguita de la infancia (aquella a la que llamaba Osita por padecer del síndrome de los niños lobo), para recuperar la amistad.
En esta entrevista, Alí nos habla de su formación, el cuento, el humor, las políticas editoriales ante la literatura escrita por jóvenes, los nuevos espacios que brinda la Web 2.0 para publicar, los talleres literarios, el Bookcrossing, los prejuicios del lector común ante el mainstream y la literatura de sus contemporáneos y más.

Joel Flores.- Hay una pregunta de rigor que suelo hacerle a todos los escritores que aceptan ser entrevistados: ¿cómo fueron tus primeros encuentros con la literatura?, ¿qué autores y personas te encaminaron como cuentista y tienen que ver con este libro?

Alí Rendón.- De niños, el primero que se enseñó a leer fue mi hermano Sinhué y me dramatizaba los diálogos de revistas como Novelas Inmortales, Hombres y Héroes y otras adaptaciones en formato historieta. Luego leí por mi cuenta ejemplares que mis papás nos dejaban a la mano, de autores como Edgar Allan Poe, M. Shelley, Julio Verne e Issac Asimov. En ese tiempo mi hermano y yo escribíamos “guiones” para nuestras propias historietas que dibujábamos a lápiz en hojas dobladas. También jugábamos con figuras de acción, porque tratábamos de imitar la estructura narrativa de los episodios de las caricaturas. Ya como adulto intervinieron los compañeros del Taller de Escritura Tormenta, narradores y poetas que fui conociendo en persona.

JF.- Me gusta conocer cómo definen los escritores el género que los ocupa. ¿Cómo definirías el cuento?
AR.- Como un sabotaje a nuestra capacidad de percepción de la realidad, por medio de un hecho narrado que nos acerca a la Condición Humana de forma estética. Imagina despertar de pronto bajo los párpados de otro, no importando si están abiertos o cerrados, si son de un humano o de otra especie viva.

JF.- La realidad con capacidades diferentes está urdido por tres secciones o capacidades de la realidad, que en apariencia ofrecen también a tres imaginarios: uno que apuesta por la imaginación, otro por el humor y otro por lo público. ¿Cómo se fraguó el libro?

AR.- Quise darle cierto hilo conductor a un proceso de creación. En un inicio pensé crear un catálogo de cuentos de ciertos subgéneros como: erótico, fantástico, humorístico, realista; subgéneros que encajaban con el color de las experiencias y obsesiones que impulsaban el libro. El último año de revisión sentí que ese hilo conductor se accidentaba unas veces y otras parecía llevarme a ciertos lugares nuevos en mi narrativa, como si se tratara de alguien que sufre un canje involuntario de alguna de sus capacidades, por otras que lo harán diferente. Unos cuentos están basados en experiencias mías, otros en ajenas y otros son totalmente ficción

JF.- Finalicé tu libro en el aeropuerto, mientras hacía escala en Distrito Federal. Tus cuentos me aligeraron la trasnochada, gracias al humor que destilan. ¿Crees que si los escritores apostaran más por el humor en su literatura, habría más lectores en México?

AR.- En realidad no sé si el humor ayude a atraer lectores y conservarlos. Quizá ayudaría más que los esfuerzos que tratan de invitar a la lectura, estimulando económicamente sólo a los escritores, sin difundir sus obras, o celebrando ferias con los autores estrellas que todos conocemos, en vez de incentivar también a los lectores con clubes del libro, becas para leer, más y mejores bibliotecas, lecturas públicas, entre otras iniciativas. El humor es algo que como lector agradezco mucho a escritores como José Agustín, Gerardo Deniz, Guillermo Samperio, Ríus, David Toscana. Un texto divertido circula más que uno sesudo en un círculo ya establecido de lectores La literatura no debería ser tan solemne ni grandilocuente en estos tiempos, como tampoco los lectores.

JF.- La realidad con capacidades diferentes se publicó tras la convocatoria que Pictographia Editorial lanzó para promover a los escritores jóvenes de Centro Occidente, ¿qué opinas de las políticas editoriales que suelen apostar poco por la literatura joven? ¿Alguna vez rechazaron alguna propuesta tuya?

AR.- Esas políticas obedecen a la necesidad de jugar sobre una "cancha segura" para las ventas. Un corpus de lectores ya establecido se interesa más por un autor de mainstream que por un libro escrito por alguien que no suena ni en la radio, que no se lee, más si es un autor joven. En México juventud es sinónimo de inmadurez. Esto nos invita a preguntarnos si tu lector potencial debe haber leído antes tu nombre por ahí para motivarse por tu obra con el interés de leerla. Por otro lado, claro que me han rechazado propuestas, incluso en fanzines online. Pero los rechazos ayudan a cuestionarte como creador. Son parte de la crítica que uno debe ir asimilando y te ayuda a entender que no necesariamente significan que estés haciendo algo mal, sino que la línea editorial de ciertas editoriales van dirección opuesta a tus textos, o simplemente otros escritores remitieron mejores trabajos que el tuyo.

JF.- En esta nueva era digital, acompañada por la Sociedad del Conocimiento y la Información, autores jóvenes apuestan más por publicar sus obras en e-book, por el alcance que pueden tener, en lugar de darle gran parte de los derechos de su obra a una editorial, que pocas veces maneja estrategias de difusión pertinentes. ¿Tienes pensando publicar alguno de tus proyectos en e-book, abrir un blog para diseminar tu trabajo en la Web?

AR.- Me gustaría hacerlo, más por la difusión. Sin embargo, la autoedición se une al peligro de brincarse pasos importantes del proceso tradicional, como el de la lectura y dictamen crítico de un consejo editorial formado por lectores agudos y curtidos. Cualquiera puede publicar en blogs y libros electrónicos y eso también aumenta una oferta que puede desencantar al lector de medios digitales. Hay muchas ansias por publicar y pocas por aprender. Uno debe dejar reposar los textos el tiempo suficiente para abordarlos de nuevo y corregirlos, para ver si superan la prueba del tiempo, del gusto personal del autor.

En 2011 participé en Parto de Máscaras, antología de cuento y poesía. Ese libro lo llevé a Valencia, España, con el apoyo del poeta veracruzano, autoexiliado en Barcelona, Orlando Guillén. Lo distribuimos gratis y en formato impreso. Usamos el sistema de liberación de libros Bookcrossing de allá, algo que no es nuevo, pero que me parece fabuloso y aterrador, porque dejas libros en la calle, en cafeterías, en parques o salas de espera para que la gente se los lleve y en algunos casos los devuelva para su recirculación. Otros ejemplares los entregamos en mano a los lectores. Acá en Celaya apenas se comienza con pequeños intentos de intercambio de libros. 

JF.- Existen escritores que opinan que los talleres literarios son un buen lugar para formar aprendices y lectores. Otros, que los talleres literarios son un laboratorio de clones del coordinador. Tú eres tallerista, y veo que tus cuentos fueron trabajados bajo la crítica que se genera en uno. ¿Qué opinión tienes sobre ellos? ¿Son un buen lugar para forjar escritores?

AR.- Ambas son verdades a medias y uno siempre tiene varias influencias.  ¿Qué más daría que una de ellas fuera la del coordinador de un taller? La crítica nunca cae tan mal como la falta de ella. En el Taller Tormenta, donde más tiempo he estado, no tenemos un coordinador, tratamos de seguir lo que sentimos fresco y con aires de vanguardia, siempre y cuando proponga la búsqueda verdadera de una experiencia estética, se aproxime a mostrarnos la Condición Humana y aparte nos inquiete de alguna forma que podría definir como poética. Como lectores y escritores debemos acercarnos a los demás, sobre todo si prestan libros y fomentan el intercambio de opiniones. El otro taller que me ha dejado provecho y buenas discusiones es el que coordina Alberto Chimal en Distrito Federal. Lo que no recomiendo es entrar a esos clubes o grupos de Internet que son de paga. Se corre el riesgo de recibir lisonjas y alabanzas en vez de crítica verdadera y constructiva.

JF.- Cambiemos de dinámica, diré una palabra y tú me respondes lo primero que pienses.

México: tragedia con pequeñas pausas
Cuento: asombro
Imaginación: sabor
Celaya: indolencia
Realidad: hambre
Dinero: materia

JF.- No se sabe del todo si los escritores jóvenes leen a sus contemporáneos, si se conocen entre sí o simplemente prefieren leer a los clásico y mirar a otras tradiciones literarias. ¿Sueles leer a escritores nacidos durante la década del 80 o prefieres a los maestros del pasado?

AR.- Comulgo con la opinión de Geney Beltrán Félix: los escritores de una misma generación no se leen… se vigilan. Leo a escritores (y vigilo a unos pocos) de esa década. Disfruto leer al tremendo Édgar Omar Avilés. Hay muchos escritores de la generación 80 que me parecen buenos y sobresalientes. Tu Rojo semidesierto me impactó mucho y me dejó una inquietud por hacer del papel ese otro nervio que patenta el dolor, pero al mismo tiempo la belleza y la complejidad de la actual realidad mexicana. Otros autores jóvenes que hay son: Isadora Montelongo (Las chicas sólo quieren plástico, Plaza & Janes, 2012), y a los que están en la colección de Poéticas Contemporáneas, de editorial Pictographia, no hay que perderlos de vista.

JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando actualmente?

AR.- Traigo una novela que avanza lenta, trata sobre el amor y creo que es mi reto más grande porque intenta hibridar el “género” maldito de la “superación personal” con el del realismo sucio. Se llama, por ahora, “El interventor de latidos fatales” y su protagonista se hace llamar Valentín Cansino, un “coach personal a la mexicana” que intenta probar que el amor sí es dulce y que además tienes que dejar de ser un pusilánime para conservarlo. También trabajo cuentos, sobre todo minificciones, algunos para volver a un proyecto que me llevó a Polonia y a España en años recientes, y un proyecto de arte urbano que ya está en algunas calles de Celaya de manera anónima y que busca dignificar, mediante la poesía y la imagen, a los indigentes que padecen de sus facultades mentales. También participo todos los jueves en Al aire libro, un programa de radio que transmitimos los compañeros del Taller Tormenta, todos los jueves en la estación cultural Radio Tecnológico de Celaya y que pronto espero estará en Internet.


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