Cuando escribimos, pasamos por alto cómo son los procesos creativos de nuestros homólogos, cómo ha
sido su formación y con qué suerte ha corrido su talento y sus libros ante las
editoriales. Poco nos apura quién los formó o los forma, cómo definen los
géneros que los ocupan, cómo miran su país, desde dónde escriben y qué los impulsa
a hacer literatura. Cuando escribimos, parece, lo hacemos sólo para nosotros y
un lector virtual: esa proyección personal que busca llenar el hueco del lector
ideal. Con este proyecto de entrevistas a escritores nacidos durante el ochenta
(que inició en enero de 2014), pretendo responder esas preguntas y crear un
diálogo con aquellos que escriben, como muchos otros, desde sus trincheras y
sólo nos llegan noticias de ellos gracias a sus libros, las redes sociales o
sus bitácoras personales.
En esta ocasión
dialogamos con Mariel Iribe Zenil (Chicontepec, Veracruz, 1983), escritora
afincada en Culiacán desde hace más de once años, que se ha abierto camino como
periodista, gracias a la redacción de la nota roja en una de las zonas más
calientes de México y como cuentista. Su obra se ha publicado en las antologías
A fin de cuentas (Instituto Municipal de
Cultura, 2007), Cuadernos de periodismo Gonzo (Editorial Almadía, 2011) y Lados B (Editorial Nitro Press, 2011). Su libro El último intento (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013) es una compilación de nueve
historias imbricadas por la violencia psicológica en los matrimonios jóvenes,
“chapados a la antigua,” del Sur de México.
Escritos con un lenguaje
bien calibrado, las piezas de este libro fungen como un escenario doméstico o
rural donde los demonios más íntimos de las parejas se destapan y detonan el
conflicto: un matrimonio roto, que no halla el equilibrio tras la madurez y
vuelo de sus hijos, intenta llenar ese vacío remodelando su casa para
heredárselas, pero lo que edifican son paredes que los desunen; una joven
pareja no puede tener hijos y acuden a todos los remedios caseros que se
recomiendan en la comunidad en la que viven, hasta que la intromisión de un
futuro compadre les da una "ayudadita"; un hombre y una mujer que ya no se
toleran ni en la cama, convierten su lecho matrimonial en un duro campo de
batalla; una joven pareja busca romper la monotonía creando celos entre sí
valiéndose imaginariamente de los vecinos.
Si gran parte de la narrativa
joven, que se escribe en las ciudades que unen el triángulo dorado, se inclina por
retratar el fenómeno de la violencia en manos del narco, sus pistoleros,
milicos y federales, dar con El último intento de Iribe Zenil es un hallazgo. Este libro gira la tuerca al
tema de la violencia y la explora desde el terreno de lo psicológico, desde lo
más íntimo, lo más privado, desde donde nace y se conforma la
familia: el hogar.
Joel Flores.- Hay escritores y escritoras nacidos durante los
ochenta que se están formando en talleres literarios, maestrías en creative writing en México, España o
Estados Unidos, o de forma autodidacta. ¿Desde qué edad comenzaste a escribir y
por qué? ¿Cómo ha sido tu formación?
Mariel Iribe Zenil.- Desde siempre me ha gustado la lectura, pero fue
hasta la secundaria y prepa cuando empecé a leer con un gusto que opacaba
cualquier otra actividad, incluso el basquetbol, que para mi hermana y para mí
fue muy importante. Leía, sobre todo, sugerencias, algunas muy buenas que me
hacían mis maestros. En ese tiempo conocí casi todo García Márquez, por
ejemplo, también algunas cosas de Vargas Llosa que no entendía muy bien, pero
me gustaban, y otras menos complicadas, como ¿Quién mató a Palomino Molero?,
una novela de la que casi nadie habla. Como quería ser poeta, me leí los
cuentos y novelas de Benedetti y muchos poemas de Neruda y Octavio Paz.
Cuando entré a la universidad, fui a un taller de
poesía con Rocío Cerón. Ahí me dijeron que a lo mejor, como siempre escribía
poemas en prosa que contaban algo, encajaría más en la narrativa. Así llegué al
taller de Élmer Mendoza, donde hicimos un grupo muy sólido con varios de los
integrantes. A la fecha sólo sobrevivimos dos que seguimos leyéndonos y
trabajando nuestros proyectos. Y de manera formal, con una beca estatal, en
aquel tiempo FOECA, empecé en 2006 mi libro de cuentos El último intento.
JF.- ¿Crees que las becas ayudan a fortalecer la pericia
de los escritores y su formación?
MIZ.- Hay de casos a casos. A mí me han ayudado mucho a ser
disciplinada, tanto en mis lecturas como en los proyectos que trabajo. Como en
las becas se escribe con tiempos establecidos, si uno pretende cumplir, más
allá de una formalidad, entonces debe hacer la talacha. Y aquí es en donde entra lo económico: para escribir y
rescribir se necesita tiempo y con una beca podemos centrar todo el esfuerzo
intelectual y de investigación en la escritura.
JF.- La mayoría de las historias de El último intento son anticlimáticas: dos personajes urden su
propia trampa que termina resuelta o complicada por un final suspendido o
abierto, que genera ambigüedad, una interrogante para el lector. ¿Cómo concibes
el cuento?
MIZ.- Siempre he creído que el cuento es un breve instante
en la vida de las personas. Un instante que guarda cierta magia y algo oscuro
que puede o no revelarse al final. Siempre que escribo o que estoy pensando en
una idea que me da vueltas en la cabeza, no puedo evitar pensar en la teoría de
Hemingway, en la que compara este género con un iceberg. En el cuento solo se
revela de manera parcial la vida de una persona, y todo lo que está debajo lo
sabe el autor, pero no lo revela. Y ahí, en esa línea tan delgada en donde se
establece el límite de lo que se dice y lo que no, está el arte o la habilidad
para construir un cuento.
JF.- Tu libro se fragua con base a la fórmula: mujer más
hombre, igual a lucha constante por encontrarse o separarse, como si el
matrimonio fuera sinónimo de inmolación.
MIZ.- Tienes razón. Este libro me tomó mucho tiempo. Es un
libro con el que he aprendido. Lo empecé en 2006 (por supuesto que era una
versión muy diferente) y lo finalicé en 2012. Los cuentos pasaron por muchos
procesos, incluso algunos ya los había descartado. Pero al volver a leerlos
tiempo después, encontré en ellos algo que pude rescatar y retrabajar. Otros
quedaron definitivamente fuera. "El juego", por ejemplo, lo escribí ese mismo
año, mientras mi hija de días de nacida dormía en su cuna. Después me di cuenta
de que casi todos tenían la misma línea temática: historias de parejas
disfuncionales, por llamarlas de alguna manera, o como leí hace un momento:
historias de personas que creen que amor es tener la capacidad de arruinarse la
vida; historias de la vida cotidiana. “Aman los puercos. No puede haber más
excelente prueba de que el amor no es cosa tan extraordinaria”, Eduardo Lizalde
dixit.
JF.- Una parte considerable de la literatura que escriben
jóvenes en el Norte de México parte del realismo social, busca enunciar o
responder cómo lo público invade lo privado, la violencia estructural, el narco
y sus daños. En tu libro, en cambio, hay un apuro por explorar la violencia
psicológica, entre matrimonios, en su mayoría jóvenes, afincados en comunidades
o rancherías del Sur. ¿Por qué escribir sobre la violencia en lo privado y no
sobre los recientes conflictos sociales que vive México?
MIZ.- Por las marcas de la infancia, sin duda. Yo crecí en
un rancho de la Huasteca veracruzana, conocido como El Tecomate Zenil. Algunos
de mis cuentos bien podrían ubicarse en ese espacio, porque ese es el espacio
en el que viví. Y bueno, siempre me ha preocupado y me ha llamado mucho la
atención la capacidad que tenemos los seres humanos para hacernos daño, no sólo
físicamente, sino de manera psicológica: con acciones y con el peso que tienen
las palabras. Llegué a vivir a Culiacán a los 11 años y conocí una forma
diferente de vivir, sobre todo de vivir con miedo por esa violencia del
narcotráfico que mencionas. Sin embargo, ya había vivido la experiencia un
tanto borrosa del secuestro. Tendría unos ocho años cuando unos hombres
entraron a la casa y secuestraron a mi abuelo por uno o dos días. En fin,
resultó ser un malentendido, pero también me ha tocado conocer esa violencia,
sobre todo cuando cubrí la nota roja en Culiacán. Tengo un proyecto de novela, llamado por ahora "Bajo tierra", que he estado trabajando desde 2011. Precisamente la inicié con la
beca del FONCA. Este proyecto habla de esa violencia física que trae consigo el
narcotráfico, fenómeno inmerso en casi todo el país y difícil huir de él como
ciudadano, incluso como creador.
JF.- Voy a decirte un par de palabras y tú me contestas lo
que se te venga a la mente.
Norte: No pude evitarlo: violencia. Cambio. Descubrimiento.
Literatura: Escritura. Escape. Placer.
Amor: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la
vida”, Neruda dixit.
Cuento: Fuerte. Perturbador. Complicado. Chéjov. Hemingway.
El último intento: Una parte
de mí con ese aroma a encinos y tierra mojada.
México: Riqueza, tradiciones entrañables, rituales de la Huasteca veracruzana,
misticismo, una canción que siempre resuena en mi cabeza con la voz de mis
abuelos: “Xihualacan huan poyohuan /Ti paxalo ce María /Timiyehualotzan, huan
Tonantzin/ Santa María Guadalupe”. Un país lastimado, violencia, delincuencia
organizada y narcotráfico trasminado en casi todo el país.
Sur: Infancia: Chalaguites, jobos, palmito, coyoles. Frutos míticos y
desconocidos para el Norte de México.
JF.- Escribir un libro es complicado. Sin embargo, a veces
es más complicado publicarlo. Las políticas de las editoriales comerciales no
siempre suelen tener las puertas cerradas a propuestas jóvenes. ¿Qué fue más
complicado para ti, escribir o publicar tu libro? ¿Alguna vez tu trabajo ha
sido rechazado en alguna editorial?
MIZ.- Mucho más complicado es escribir. Le dediqué muchos
años a este libro y mi mente estuvo ocupada en él. En un libro se dejan las
fuerzas y un pedazo de vida. Me sucedió lo contrario con la publicación.
Recuerdo que llamé a Tierra Adentro para preguntar si podía mandar mi libro y
me dijeron que lo iban a mandar a dictamen. Esperé unos seis meses y me
llamaron para decirme que había salido positivo y esperé, creo, otros seis
meses para su publicación. No busqué mucho para publicarlo y creo que en realidad
me negaba a soltarlo, quiero decir, a darlo por terminado.
JF.- Con la evolución de la literatura impresa a la
digital y los nuevos soportes de lectura y difusión, es más fácil que los
textos se diseminen y lleguen a más lectores. ¿Estás abierta a publicar en formato e-book o crees centrar tu obra sólo en el papel?
MIZ.- Estoy abierta a ese tipo de publicaciones. Es una
buena opción para poder ser leído en otros países. Aunque, no sé cómo, lo veo
casi un misterio tomando en cuenta la mala distribución que hacen algunas
editoriales, pero la literatura, incluso en papel, se abre paso. En una
ocasión, hace ya varios años, encontré una traducción al inglés de mi cuento
“El último intento”, que le da nombre al libro. Había llegado en la antología A
fin de cuentos, hasta la biblioteca de la Brigham Young University, en Provo,
Utah, EUA, y Alexander Aldrich, estudiante de un posgrado en traducción, se
interesó por mi texto. Luego publicó la traducción en su blog. Raro, pero
sucede.
JF.- Solemos escribir mirando hacia el pasado o el
presente y con la lectura pasa similar: leemos a los que nos anteceden o a
nuestros contemporáneos. ¿Sueles leer a escritores nacidos durante los ochenta
o prefieres a los maestros reconocidos por un canon?
MIZ.- Como estudiante de letras hispánicas, pues llevamos
también un cierto orden en cuanto a la evolución de la literatura, leí a los
clásicos. Pero fuera de ese tipo de lecturas impuestas, algunas muy necesarias,
leo lo que va llegando a mis manos. Muchas recomendaciones de amigos como Irad
Nieto o el poeta Jesús Ramón Ibarra. O muchas veces, de acuerdo a lo que estoy
escribiendo, surgen ciertas inquietudes. Como ahora que me ha dado por buscar
literatura erótica. O como en su momento busqué mucha novela y crónica sobre el
narco. Pero de mi generación he leído con mucho gusto y admiración a Gabriela
Torres Olivares, por ejemplo. A Óscar David López, poeta, narrador y gran
amigo. A Hermann Gil Robles. Todos diferentes, pero igual comprometidos con
este ejercicio de escribir. De los 70, por ejemplo: Bibiana Camacho, Nadia
Villafuerte, Alejandro Almazán, Miguel Tapia Alcaraz, en fin, con algunos de
ellos tengo una relación de amistad.
JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando
actualmente?, ¿es otro libro de cuentos o novela?
MIZ.- Una novela con cierta carga erótica. Una adolecente
empieza una relación con un hombre mayor, pero a la vez descubre el placer de
la lectura con el que tendrá que lidiar toda su vida. Tengo la intención de
hacer una especie de homenaje a los clásicos de la literatura erótica, desde
los griegos, Lisístrata, por ejemplo,
que es una comedia con una carga sexual, hasta textos más contemporáneos que
van apareciendo conforme esta adolecente los descubre.