Corría el año 2007 y yo estaba muy apurado por escribir cuentos que no
se parecieran a los que escribían los maestros del boom latinoamericano. A mis
manos llegó Short cuts de Raymond
Carver, un autor del que había escuchado mucho y leído poco, y del que muchos
cuentistas presumían haber aprendido todo lo que saben sobre cómo escribir
cuento. Recuerdo que leí en pocos días Short
cuts y lo que más me interesó entonces eran las interconexiones o los
vínculos que los protagonistas y coprotagonistas de esas historias tenían entre
sí, de modo que si un cuento trataba sobre un matrimonio disfuncional, el otro,
el que estaba en la siguiente página, trataba sobre algún conflicto del hijo de
los vecinos de aquel matrimonio en problemas, y ese elemento de unión o serie
se hallaba en otros cuentos más, al punto de que el libro o las historias del
libro eran una suerte de estructura explosiva interconectada por líneas muy
sutiles, y el lector lo que hallaba en su lectura eran las historias de
personas que habitan un suburbio.
De Carver aprendí la idea de los cuentos sin centro, es decir, esa
estructura aparentemente circular en la que tres personajes viven y conviven
alrededor de un conflicto silencioso, sugerido, latente, que algunas veces se
asoma y otras se entierra entre las capas de la trama, pero al final termina por
desunir de la forma más cruel o sorpresiva a los personajes; o unirlos bajo una
culpa compartida que los acompañará hasta el final de su existencia. Maestro de
la elipsis y del narrar en realidad es el arte de la sugerencia, muchos podrán
decir que Raymond Carver es el heredero escritor ruso Chejov, y yo me atrevería
casi asegurar que es el abuelo de la mayoría de los escritores jóvenes que
hacen cuento en nuestros días. Pues todas esas habilidades del género que hace
unas líneas esbozaba, fueron aprendidas por el mismo Carver en Iowa, gracias a
la enseñanza que John Gardner llegó a ofrecer a sus alumnos de escritura
creativa, donde por accidentes del tiempo o el destino el autor de Catedral estuvo. Dentro de aquella
amistad Gardner-Carver (se puede leer más en Para ser un novelista, libro que el mismo Raymond prologa con un
texto confesional sobre su formación con Gardner), hay un rumor que quiero
destacar y es uno con el cual crecimos los seguidores del autor Hazme el favor de callarte, por favor:
se dice que Carver, al terminar un cuento, se lo mostraba a Gardner para
conocer su opinión, pues con el tiempo no sólo se fue convirtiendo en su lector
modelo, sino en su editor. Y que el truco que en realidad le enseñó el maestro
al alumno fue la de quitarle el centro a los cuentos, es decir, la explicación
directa del conflicto, al punto de dejarlo como supresión, que en palabras de
la narratología es elipsis. Esa falta de centro la agradece el lector
entendido, pues no es más que la eliminación de la “explicativitis” de la trama
misma, es decir, la explicación de lo que hizo que los personajes se desunieran
o vivieran juntos pero con culpa.
Una de las mejores muestras de la herencia Gardner-Carver se encuentra
en la serie Easy, recién lanzada sin
mucha promoción por Netflix hace un par de días. Se trata de 8 episodios o
historias autónomas e individuales de ciudadanos de Chicago, todos en la línea
fronteriza entre la juventud tardía y la etapa adulta, que temen o se niegan a
dar el paso hacia adelante por temor a perder su individualidad y lo que han
logrado hasta el momento, o bien, por temor a convertirse en adultos que viven
bajo la inercia de las responsabilidades y la aparente presión de la paternidad
y la familia. La mayoría de las historias están unidas sutilmente, de manera que
un personaje aparece de pronto como protagonista en una historia y más tarde no
es más que el amigo del principal o el vecino fugaz.
En esta serie hay también una intromisión de las nuevas tecnologías y
los dispositivos tecnológicos como elementos de desunión de las parejas o la
materia prima de las paradojas de la creación artística. Vemos, por ejemplo, la
historia de una pareja que tienen años sin tener buen sexo, ya fuera por el
estrés que provoca la ciudad, los hijos, el trabajo. Y, al planear y
encontrarse el momento adecuado, los timbres de los celulares sonando cada tres
minutos se los impiden y vuelven a caer en la rutina. Otra historia es la de un
novelista gráfico que utiliza sus relaciones interpersonales como la materia
prima de los libros que publica, al punto de ridiculizar a las mujeres y él
quedar como la víctima de una relación desequilibrada y desigual. Pero una
seguidora, que al principio se nos maneja como groupie, pero más tarde la reconocemos como una cazadora de
historias mostradas en sus fotografías, le da una cucharada de su propia
fórmula de creación artística al tener sexo con él y fotografiarlo para después
montar esa fotografía en una exposición donde acuden un buen número de jóvenes armados
con sus cámaras de celular. El novelista se encoleriza y pide que retiren esa
foto porque está siendo ridiculizado y fue montada allí sin su consentimiento.
Existe otra historia también (y quizá sea mi favorita) donde una pareja de
latinos, tras conseguir una vida próspera y cómoda en Chicago, decide formar
una familia comprando un sillón para la sala de su departamento, donde se
esforzarán para embarazarse. Sin embargo esa búsqueda de felicidad se ve
truncada tras la aparición de un tercero en discordia, que no es más que la
visita del mejor amigo y ex novio de la chica. Al mezclarse esa triada novio,
novia y ex, los sentimientos que otrora se creían desaparecidos, renacen entre
los ex, y el sillón cumple su función pero no con los personajes que
esperábamos en un principio de la historia. Hay más episodios, como la de unos
hermanos que montan, mientras una de las esposas está por alumbrar, una fábrica
de cerveza artesanal como una válvula de escape hacia su época dorada con su
hermano. Hay otra, y quizá esta interese a los consumidores de Hollywood,
protagonizada por Orlando Bloom, donde el mismo Elfo del Señor de los anillos aparece semidesnudo y cargando un bebé.
Easy está escrita y
producida por Joe Swanberg,
un guionista y actor de Detroit que ya alguna vez colaboró para la serie Love, también proyectada por Netflix,
que se ha hecho de una buena reputación a sus escasos treinta y algo años,
explorando como tema en su trabajo las relaciones interpersonales jóvenes, los
sentimientos que los unen y desunen y también esa línea fronteriza que existe
entre la adolescencia tardía y la etapa adulta, sin dejar de lado, por
supuesto, la injerencia que tiene en el comportamiento humano las nuevas tecnologías
de la comunicación, como las redes sociales.