martes, 28 de febrero de 2006

who's in a bunker? who's in a bunker? i have seen too much yeah i've seen a lot you haven't seen enough i'll laugh until my head comes off.

.ladrón de ejemplares: crónica de cómo un prematuro sufrió para encontrarse con la literatura y su extraña manía a destrozar su vida.

Desde niño supe que gozaba de un don que ningún otra persona gozaba y eso me diferenciaba de los demás. Era un verdadero mago de la cleptomanía: desaparecía cualquier cosa ajena que me llenara el ojo. Las partes de mi cuerpo fungían como bolsas y espacios donde podía ocultar cualquier objeto sin importar su dimensión. Hacía creer a mis amigos y parientes que eran los seres más distraídos y desordenadas del mundo, puesto que perdían sus propiedades y su dinero a primera instancia. Era un genio, un mago, un David Coperfield de la primaria. Yo no quería ser bombero, astronauta o piloto aviador como otros. De haber existido la licenciatura en robo, no hubiera dudado en optar por esa profesión y titularme con honores. Si mis padres hubieran sido más inteligentes hubieran lucrado con mi don hasta hacerse millonarios, hasta ganar fama. No me hubiera molestado que rentaran mis servicios a terceros. Inútil esa idea. Ellos veían mi don como un defecto, como una enfermedad demoníaca, como una violación a los derechos humanos y la hermandad. Para ellos robar era como secuestrar a una persona, rebajar mi educación al subsuelo, manchar su nombre. Si descubrían mi recámara llena de juguetes o de dinero ajeno me castigaban semanas enteras en el baño, me encerraban en ese lugar como si fuera un delincuente que merece ser internado en una mazmorra fría y húmeda llena de hongos hasta que memorizara las tablas de multiplicar y jurara que no volvería a utilizar esas artimañas. Pero el don era una parte de mi persona. Era un don que tenía que alimentarlo con cada robo. Robaba y deseaba más.

Yo sabía, aunque todo el mundo pensaba lo contrario, aunque todo el mundo me rechazaba y hablaba mal a mis espaldas, aunque las madres del colegio me ponían en ridículo cuando descubrían que yo era el ladrón del aula y me dieran de reglazos de madera en las manos y en las nalgas sentenciando que Dios me correría a punta de patadas en la puerta del cielo para evitar robos en el paraíso, aunque asistí a un sin fin de sesiones con sicoterapeutas infantiles, aunque me llevaron a la fuerza con curanderas para que exorcizaran el supuesto demonio que portaba, aunque mi padre me sometiera a los castigos más zafios para despojarme de mi don, yo sabía, créanme, que mi cleptomanía era una oposición a toda lo impuesto, a las reglas, a los modos de vida, era un manifiesto a la tortura de mis padres, a su ausencia, era una manera de levantar la voz, era algo puro, natural, algo que me ayudaría a convertirla oscuridad en luz.

Gracias a los comerciales de juguetes nuevos. Internet. Nintendo. Te acostumbras a tener todo al instante. Rápido, como si consiguieras las cosas apretando un tecla. Roba el juguete y vete, me decía antes de poner en práctica mi don. Robé supermercados, la sección de los Micromachine, la cooperativa del colegio, después la de la secundaría, el monedero de mamá, tiendas de discos, carteras de amigos.

También sabía llamar la atención. Todos los adultos llegaron a sorprenderse por mi capacidad de hacerlo. Les hacía creer lo que yo quería, formulaba frases atractivas, conmovedoras. Mentiras. Mentiras. Mentiras. Algunas veces llegué ha escuchar a los adultos criticar mi ingenuidad en silencio: Pobre niño, el mundo es tan vil y descarnado que no sabe lo que le espera, el mundo terminara por tragárselo cuando abra los ojos. Así crecí yo, nueve años, diez años, doce años, trece. Crecí en la oscuridad y frente a la televisión como si fuera mi mejor amiga, creyendo en los Thundercats y Bumpety Boo y lloraba junto a Remi y aborrecía la voz de Candy Candy. La oscuridad era un refugio. Aunque no conocía con exactitud el significado de esa palabra me parecía idónea para decir en qué lugar habitaba.

Como no me gustaba el mundo en el que vivía me convertí en un mago que hace verosímil la mentira. Sabía hacer llorar a mi progenitora cuando le informaba del maltrato al que me sometía mi padre y a mi padre lo hacía sentir la persona más infrahumana del mundo hasta que exigió el divorcio. Se fue de casa y dejó de implantarme sus sanciones que en lugar de enderezar mis mañas las hacían inalterables. Otro castigo: me ayudaba a estudiar matemáticas y mi ineptitud lo orillaba a torturarme mientras resolvía multiplicaciones frente a una pizarra. Él tenía el televisor trasmitiendo el canal de las caricaturas, daba diez risotadas por minuto y yo no podía poner en orden mi cerebro. Decía que era el mejor método para aprender a trabajar bajo presión. Si descubría que veía el televisor unos segundos jalaba de mis patillas hasta hacerme caer en llanto. Otro más: le encantaba hacer crecer mis orejas. Cuando firmaba mis calificaciones bajas frente a todos los padres de familia y mis condiscípulos le decía a la madre para verse como un progenitor ejemplar: Debo ponerlo a estudiar y enseñarle disciplina. La disciplina se aprende a golpes, se rascaba los testículos, se olía la mano y estiraba y estiraba mis orejas hasta que me hacía alejar mis píes unos centímetros del suelo. Caía en llanto y toda la semana mis compañeros me veían como el que es golpeado por su padre porque no sabe multiplicar.

También sabía hacer sentir bien a la gente como cualquier cómico, los hacía reír, compadecerse de mí como si fuera un animalito indefenso o una marioneta como Pinocho. Era desgarbado, simple, un chico de paso histriónico, sin ninguna cualidad física, sólo la nariz algo grande y las cejas tupidas de bello. Me recuerdo a los diez años: festival del día de muertos en la primaria. Mamá no tiene dinero. Sentada en la mesa esculca con nervios entre sus ahorros para ver si ajusta rentar un disfraz. Nada. A falta de dinero me pone un traje de mi padre, de tela raída, negra mate. Me pinta un bigotito, me consigue un bastón. Todo arreglado, salí de Chaplin. En la escuela varios alumnos no dejaron de preguntarme dónde saqué mi disfraz. Mentí. De niño uno es tan ingenuo que las mentiras que crea termina por sentirlas ciertas. Me invitaron a trabajar, les respondí, en un programa de comedia en la televisión y me dieron este traje. Y los chicos se me acercaron a pedirme autógrafos. Quizá por eso también quería ser cómico y que todo el mundo pronunciara mi nombre, que se estamparan playeras con mi nombre, que se anunciara el la televisión mi nombre y que mi show también llevara mi nombre. Y ¿por qué no?, que se hiciera una película sobre mi vida, aunque fuera totalmente intrascendental y mentirosa, infantil e inatractiva. Todo el mundo debería verme y escuchar mis falsedades. Yo sería el próximo cómico que todo México esperaba.

Quince años y nadie sabía de mí. Un completo desconocido. Como pinocho, vivía dentro de mi mundo, dentro de la ballena. Quince años y los cambios de adolescencia me pesaban como si fueran yunques sobre mi espalda. Cambiaba cada quince minutos de humor y sentía que todo el mundo debía escuchar lo que pensaba, hasta la más fina estupidez. Virgen, aún virgen y totalmente fiel al monólogo solitario, a los cariños propios y sinceros, a pensar en tantas mujeres y tantas actrices y tantos sueños. Dieciséis años. Siempre golpeando los muros de la ballena para ver si podía derribarlos y salir a la luz. Otro recuerdo: mi vida nocturna dentro del graffiti. Hice vomitar a la fuerza a la ballena y salí a la luz junto con su basca. Válvulas Fat cat punto 5. Daim y el crew FX alemán. Válvulas Fat Cat para flamear firmas. Válvulas Fat cat para hacer bordes gruesos y quemarles el rostro a los policías cuando intentaban apresarnos (los quemábamos poniendo el fuego de un encendedor en la punta del aerosol). Reprobé el primer semestre de preparatoria. No se lo dije a mamá. Le mentí y me creció la nariz. El dinero que me daba a diario para ir a la escuela lo invertía en latas. Era todo un hallazgo rayarparedes, burlar a la policía durante la madrugada y hacerse popular en la ciudad.

Pleitos con otros crews. Firmar en el lugar donde se juntaban otros rayadores era como defecar en su territorio y yo solía desafiarlos continuamente. Aún me veo ahí, en medio de una calle, nervioso, viendo la barda de un banco donde hacíamos un mural 3.D, como si fuera el vacío, o un paraíso dentro de ese vacío. Una banda de orcos se acerca para ajustar cuentas, para limpiar su nombre, enojados (música de Western de fondo). Los píes me tiemblan, relajo mis brazos y espero el primer contacto. Un chico, cuyo cuerpo puede ser comparado al de un minotauro con un tatuaje de un Bull dog en el hombro, me tumba al suelo de un puñetazo, me da de patadas en el rostro hasta romperme un diente, me enchueca la nariz. Grito. Grito tanto y mis gritos hacen que mi agresor deje de vapulearme. Pienso que es por lástima. Con dificultad vuelvo a estar de píe. Empuño mis manos. Todos pelean. Todos mis amigos derribados. Somos minoría. Hay sangre donde piso. Mis Vans llenos de sangre. Mi playera roja. No siento la nariz. Respiro con dificultad. Mi agresor no me dejó de golpear por lástima. Un amigo fue a mi rescate, poco faltaba para que me noquearan. Un envase de cerveza en el aire. Dos decisiones a la vez: busco a dónde correr o mejor la hermandad, la ley de la manada. Busco un arma para defenderme y esquivo cuerpos. El envase de cerveza se embarra en la cara de uno de mis compañeros de crew, del que evitó que el minotauro siguiera arrastrándome. Explota. Liquido. Un efluvio a cebada con sangre pende entre nosotros. Todo se congela. Vidrios. Un sin fin de vidrios salen disparados a todas direcciones. Ahora no siento mi rostro. En él habrá dos cicatrices que me recordarán los aerosoles y los murales y esa golpiza de por vida.

Policías. Llegan derrapando cuatro camionetas de uniformados. Soy el más enclenque, me suben de un aventón a la caja de la patrulla. Los de la otra banda junto con algunos de mi crew corren hasta salvarse. Nos llevan a mi amigo ensangrentado y a mí a la estación de policía. En el viaje los uniformados nos hacen un sin fin de bromas, se burlan de mi nariz y a mi compañero lo vuelven a golpear porque no deja de sangrar. Pienso en mamá, en decir una mentira que me libere de ese dislate. Pienso en mamá y la tibieza de sus cariños. Llegamos a la estación de policía. Nos encierran junto a otros tres delincuentes. Uno estaba ahí porque lo descubrieron vendiendo cocaína, otro porque había golpeado a la esposa de su hermano, otro porque estaba implicado en la violación de una niña de cinco años. Ahí estaba yo, en un cuarto de 3 metros x 3 metros. El delincuente joven. Ahora por lo menos figuraría mi nombre en el registro de daños públicos. La juez tomó nota de nuestro testimonio. Dentro del cuartillo nadie habla. El golpeador de cuñadas se me acerca, aunque he perdido algo de mi sentido del olfato, ligeramente percibo que olía a humedad o a calabazas cocidas o a cebolla. Le saludo. No responde. Acaricia mis cabellos con ternura, los acaricia como si estuviera acicalando a un ejemplar extraño. Suelta una risotada. Me hago a un lado. Mi compañero sólo nos ve, se encuentra deteniendo la hemorragia con su playera. El botellazo le partió la frente. Estoy solo. Ni mis mentiras, ni mi don de robar me sacaran de ahí. El golpeador desabrocha su cinturón y baja el cierre del pantalón, comienza a entrevérsele el pubis. Quiero regresar a la ballena y no volver a salir nunca. Quiero la oscuridad, los Thundercats, llorar con Remi y no volver a la luz. El golpeador me toma de mi brazo y me resisto, lucho, grito como si quisiera que mi voz rompiera los muros de la celda. Sólo hay miradas, forcejeo, risas. Por último una caída y golpes y más sangre y lágrimas. Mi amigo tomó al golpeador por la espalda, porfían. En el uno a uno nadie ha caído, en el uno a uno hay desventaja: a uno de ellos lo ciega la sangre que baja de su frente. El otro entrenó su puño golpeando mujeres. Rezo, aunque no creo en Dios por culpa del colegio y de las monjas sigo rezando. Ahora creo en él, le ofrezco mi vida, mi nariz con tal de que baje y ponga orden en esa estación de policía, con tal de que le dé más fuerzas a mi compañero para defenderse. Pero no, es derribado y su contrincante se sube encima de él como un gusano. Sigo rezando, ofrezco no volver a robar y decirle a mi padre que regrese a casa, toleraré sus castigos, volveré a la escuela, seré un niño sincero, seré bien portado, limpiaré todas las paredes de la ciudad. Los quejidos de mi amigo son agudos como los de un gato, estos tampoco derriban los muros de la celda, pero retumban dentro de mi pecho, rompen mis costillas. Ese día Dios pensó que todo, absolutamente todo lo que decía Pinocho, eran mentiras.




Mamá descubre que no estudio. Me han crecido orejas de burro, me han reparado la nariz, llevo durante una semana una gasa. Una complacencia: como me gusta rayar paredes y jugar con pintura mi progenitora consigue que trabajé en una empresa de rótulos. Duro trabajando ahí hasta que me despiden. Hago amigos. Mi primer contacto con el tiner. Diario salgo con la mente en blanco porque limpio acrílico y lonas con esa sustancia y pinto metales con compresor. Las compañeras de la escuela no me saludan porque llevo la camisola de un obrero. Entiendo que se siente entregar tu vida al trabajo, ser esclavo. Me despierto a las ocho. A las nueve estoy en la empresa. Tomo la comida ahí mismo a las cuatro. Y salgo alas nueve de la noche, cuando el centro de la ciudad está lleno y yo sólo quiero desintoxicarme del tiner para no tener sueños tétricos. La misma jornada el siguiente día y el siguiente. He perdido mis dones. Casi no hablo, sólo con Imamura, un chico de ascendencia asiática, siete años mayor que yo. Imamura colecciona todos los “casting” de Private. Trabaja sólo para comprar pornografía. Me presta una película que veo sólo unos segundos a escondidas, en la sala de mi casa. Primera escena: una latina embarazada tiene relaciones con un pepino. Me sorprendo y quito la cinta. Esa escena duró en mi cabeza todo una semana. Trabajo en el área de Imamura porque es el más paciente de todos. Soy su chalán. Cuando no tengo dinero él invita a comer. Diario hablamos de mujeres. Él, al igual que yo, nunca ha tenido sexo. Me enseña a instalar balastras, a soldar estructuras metálicas, a tensar lonas, a instalar anuncios luminosos, a subir a los andamios de diez metros y limpiar el anuncio con tiner y no perder el equilibrio cuando veo hacia abajo. Me despiden. Un día tomo mal el cuter mientras corto acrílico y me devano una parte del dedo, un pedacillo de carne cuelga de él. Imamura no se encuentra, mancho la lona de sangre y salgo a toda prisa de la bodega para preguntarles a los demás trabajadores qué me pongo para calmar el sangrado. Uno de ellos me toma de la mano, me pide que cierre los ojos y muerda un pedazo de estopa. Lo hago y siento, como si colocaran mi dedo dentro de lava volcánica, que ardo. Un dolor nace en mis entrañas. Se burlan como cuervos. Abro los ojos y descubro mi mano dentro del garrafón de tiner. Le comento a Imamura mi hallazgo, mi voz delata un entusiasmo iluso al decir que mi cuerpo aguantó aquella sustancia. Imamura se enfurece. Se queja con el gerente de la empresa y me piden de manera amable que mejor siga estudiando. Imamura no quería que fuera el títere de los demás trabajadores.



Legalmente sin trabajo regresé a casa. Mamá no quería verme. La mañana siguiente me desperté azorado. Tuve un sueño trágico: gente desconocida organizaba un complot en mi contra y quemaban mi pasado escolar para regresarme a la guardería a tomar clases con maestros de mi edad. Me vestí para ir hacía la biblioteca y leer el periódico y conseguir otro trabajo. En el espacio de empleos podía leerse: “Empresa prestigiada requiere jóvenes emprendedores dispuestos a trabajar ocho horas en área de ventas a domicilio”. Otro: “Empresa elegante solicita mujeres de 18 a 28 años dispuestas a trabajar de masajistas y cambiar de residencia. ‘Horario nocturno’”. Otro más: “Empresa de seguridad privada requiere personal experto en vigilancia y protección civil. Interesados comunicarse a oficinas de Seguridad Omega...” El que me interesó: “Anciano de sesenta años, paralítico, necesita joven estudiante que cuide de él por las tardes. ‘Horario de 3 AM a 9 PM’”. En el anuncio estaba el teléfono. Hablé de un público y me contestó una voz ronca, seguro era el viejo que necesitaba cuidados. Le pregunté por el trabajo y me dijo, de forma cortante, que ya había conseguido al joven que necesitaba, hoy le haría la entrevista. Quedamos que si le fallaba la otra persona telefonearía a mi casa. Colgó. Toda la tarde me la pasé frente al teléfono de monedas que estaba fuera de la biblioteca marcando a empresas y puestos que requerían empleados. No conseguí nada. Alguien no quería que trabajara. Tal parecía que estaba destinado a ser un fracaso. Un ser supremo que me había dado la espalda cuando decidí dejar mis embustes de lado y enderezar mi vida comenzó a manipular mi destino para hundirme en el fango del fracasado. Se trataba, ni más ni menos, me había convertido mejor dicho, en un escuincle que comenzaba a conocer el arrepentimiento. La peor decisión que había tomado en mi prematura y chaquetera vida fue haber salido de la ballena. Entré nuevamente a la biblioteca y me senté en una la sala sin lectores. Los anaqueles que figuraban en ese lugar estaban acomodados uno a uno en círculo, como espirales, o tripas. Me senté frente a un anaquel que decía: “LITERATURA”. Hice, como si todo estuviera por terminar, un recuento de lo que había hecho, de mis idioteces, de mi conducta. Recuerdos. Recuerdos. Recuerdos como navajas. Tenía mi cabeza apoyada en el escritorio de lectura como si fuera un dado y la dejaba caer cada segundo. Luego un ruido extraño me hizo enderezarme y volver en mí. Se cayó, como si alguien lo hubiera desacomodado del anaquel, un libro que alcancé a leer mal: Quiero escribir pero me sale esperma. Aquella confusión, leer mal el nombre, me había reanudado el ánimo. Volví a leer y corregí: espuma, de Gustavo Sainz. Abrí donde comenzaba la historia. Las primeras líneas me hicieron reír. Luego, como si todo estuviera destinado, como si ese ser supremo que solía darme la espalda decidía despejar el cielo de sus nubes para apuntarme con su índice y devolverme mis dones, recordé: roba el libro y corre a casa. Corre para que no seas alcanzado por nadie, por nadie. Pero bien sabes que esto es el principio, siempre habrá un siguiente, un siguiente y lo demás es ficción.

.convocatoria para toda la banda que quiera ir a un taller en Guanajuato

Compas, aquí les pongo esta convocatoria para quién se quiera ajuarear yendo a Guanajuato a tomar algunas sesiones literarias junto a otra banda de otros Estados. Es para cuentistas y poemistas. Los compas invitados para moderar las sesiones son banda reconocida. Al terminar las sesiones se escogen los cuentos y poemas más cachichurris para
publicar un libro como memorias del encuentro.
Taller Universitario de Creación Literaria:
altaller

que se realizará en la Universidad de Guanajuato
los días 29, 30 y 31 de marzo, (2006)
ponemos a su disposición nuestras direcciones electrónicas
para información e inscripciones.

Atentamente:

Juan José de Giovannini
editorial@quijote.ugto.mx
y/o

A. J. Aragón
eloficiodeesperar@hotmail.com

miércoles, 22 de febrero de 2006

.un escritor joven siempre debe buscar espacios. no el silencio. debe abrirse paso por el sinuoso y hasta empuercado camino literario para hacer pública su voz. su voz debe ser escuchada. pertenezco a una ciudad donde todavía existe la censura. los círculos literarios viciados. el compadrazgo y la crítica sometida a una de las bellas artes del lavadero: el chisme. en esta primer entrega del bUNKER encontraran chisme literarios. silencios obligados. posturas ante ese vicio. nombres conocidos. encuentros amistosos. recomendaciones de libros y hasta enojo. ¿razones del contenido? soy un escritor en ciernes en contra de la escritura al servicio de intereses políticos lucrativos. en contra del elitismo. en contra de todo mal que afecta a la literatura y quien lo crea. ¿neurótico? todo escritor es neurótico. escribo porque la literatura es un paliativo que logra calmar ese mal. abro este bUNKER para habitar en él y exorcizar mi neurosis dentro de él. abro este bUNKER para alejarme del mundo, de mi ciudad y a la vez estar cerca de ella. abro sus puertas a todos. el bUNKER es de todos. un lugar en el vacío de la red cyber-espacial. un lugar --posiblemente-- construido entre las capas tectónicas del suelo zacatecano. este bUNKER --su bUNKER-- guardará y protegerá dentro de sus cuatro aceradas paredes mis ideas, mis ejercicios narrativos, mis gustos, y por qué no, también los tuyos.
.bienvenido al refugio.
.una leve nota a un artículo de Allan Psicobyte que publicó en el New York Times. en él se pitorrea de toda la banda que ve la censura como la mejor arma para hacer que la banda cierre la boquita.
--La fiebre de censurar siempre está presente en aquellas personas que se consideran superiores a los demás y poseedores de la verdad absoluta; que creen que sus convicciones políticas, religiosas éticas y morales deben regir no sólo su comportamiento, sino también el de todos los demás humanos. "Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír". Esta cita de George Orwell encabeza el artículo "Contra la censura" de Allan Psicobyte que, ante el veneno de la censura, recomienda el mejor antídoto: la tolerancia--

.dos coincidencias con Javier Marín.




Como el año pasado estuve becado por el FECAZ, los integrantes de la revista La cabeza del moro (creación literaria del instituto de cultura de Zacatecas) me invitó a rolarles un cuentillo de mi proyecto Un lugar mejor que éste que trabajé en mi periodo de becario. Hoy fui a recoger la revista y encontré una buena sorpresa: nuevamente compartí espacio público con el escultor Javier Marín. En la revista le dedican una sección a su obra. Y yo publiqué mi cuentillo "Fin del viaje": una ácida historia sobre cómo se prepara la droga el cristal para después consumirla y despegar a otro mundo. La primera coincidencia con Marín la tuve de manera aún más cercana. Hace dos años cuando yo colaboraba con frecuencia para La voz de Michoacán, en Acento el escultor ilustró uno de mis cuentos, en él narro la historia de un personaje que encuentra en su cubo de basura un cadáver ensangrentado. Qué loco! Mi cuento acaparó varios lectores gracias a las fotos que mostraban las esculturas soberbias de Marín, según recuerdo, son las misma que expuso en Retrospectiva. Cuando estuvo aquí en Zac. no pudimos cotorrear, sin embargo, espero que volvamos a coincidir en otro espacio. Saludos desde el bUNKER al escultor y venga el cincelazo.

.nuestros narradores jóvenes y el costo de hablar de ellos.

El año pasado, en noviembre, abrí mi columna “kid a” (que pronto llegaría a su desaparición) en el suplemento del Sol de Zacatecas. Tenía meditado dedicarla a promover las novedades literarias tanto nacionales, internacionales y de nuestro pueblo. En realidad quería hablar de mis libros favoritos y los no favoritos. Para inaugurar la columna publiqué el artículo que leerán después de esta introducción, luego publiqué otros más, leí mucho y fui feliz, relativamente. Llegado el 2006 (tenía muchos planes y quería seguir siendo feliz), pero entre otras cosas, llegaron al periódico varias cartas firmadas con seudónimo en mi contra que polemizaban con este texto y terminaron con mi felicidad (esto también es relativo), lo de la felicidad aclaro. Sería bueno, para que tuvieran la nota completa, darles espacio en el bUNKER pero las perdí. Pero aquí no termina la historia, apenas comienza. Mejor reproduzco el artículo y ustedes juzguen por sí mismos. Tienen todo el derecho. El desenlace de esta maraña lo encontrarán un artículo más abajo, que, les adelanto, me costó varias enemistades, una pelea en un camión de la ruta 14, otro en una biblioteca pública y mi empleo como columnista.

Literatura inconsecuente

Es difícil decir que la narrativa zacatecana goza de una tradición literaria. La pequeña cantidad de libros que se han publicado en estos años (hablo de compendios de cuentos de jóvenes narradores), delata la ausencia de originalidad. Y la búsqueda por encontrar un estilo propio. La literatura contemporánea se ha caracterizado por su renovación. Retoma el pasado para reafirmarlo con el carácter de lo nuevo. La manera de lograrlo es seguir los siguientes parámetros: la lectura de nuestros escritores de cabecera en la individualidad para encontrar una influencia y la autonomía. Si leemos a la narrativa joven zacatecana bajo esta afirmación, no encontramos una autonomía que la caracterice. Sólo estos rasgos: experimentos, espejismos, ecos, no bien logrados, de otros libros.
¿Se está creando una tradición literaria en esta ciudad? ¿Podemos encontrar un estilo definido? Hace tres años se publicó Temas y Variaciones, de Tryno Maldonado. En él se afirma que no hace falta una tradición literaria local para ser escritor. Sino crear un imaginario fuera de su entorno. El merito de Tryno en relegar los regionalismo tuvo agradables consecuencias: acaba de publicar su Viena roja en una editorial comercial, y por su calidad se sitúa en el centro del país. En sus manos se encuentra una narrativa autónoma. Y se lo aplaudimos todos, sin dejar atrás cierto recelo. Pero en Tryno no se encuentra el inicio de una tradición. Sólo un gesto novedoso, quizá un principio. Pero no una tradición.
¿En la licenciatura de Letras existen guías para los escritores jóvenes? Es un error. No existen talleres optativos de creación literaria, de guión cinematográfico, de ensayo o corrección de estilo. Mucho menos gruías para crear escritores jóvenes. Sólo es una carrera. Crea críticos que escriben iluminaciones sobre las formas narrativas, estudios de obras literarias de manera repensada. Y con esa formación nacen libros de cuentos como Quién escribe (paisajista), de Sergio Aguillón-Mata.
Sergio es un escritor de la escritura misma. De la indagación a base de rudimentos ensayisticos sobre la realidad. Es un especulador del sentido de la ficción. Usa artificios metatextuales, repite ideas de Elizondo y Bioy Casares. Es novedoso, si se le quiere llamar así. Sin embargo, un incómodo síntoma se nos presenta al leerlo: los monólogos de sus personajes, o su excesiva dimensión “culta”, “inteligente”, “renombrada, y snob”, termina por hacerlos pretenciosos, acartonados. Los monólogos inmovilizan el hilo narrativo de la historias, y retardan, de manera innecesaria, la contingencia de la acción. El peligro de estos síntomas lo convierten en un escritor menor. Dejan entrever el ego que atosiga a muchos escritores y ensayistas universitarios: presumir un conocimiento escolar a la primera oportunidad. Javier Cercas ya lo dijo, y muchos aún no lo han escuchado: “Quiero decir que los silencios son más elocuentes que las palabras y que todo el arte del narrador consiste en saber callarse a tiempo”.
Otro egresado de la escuela de Letras es Iván R. Montes. En su El inconcluso decaedro y otros relatos el titulo puede molestarnos, pero en él se rescata la intención de fraguar historias sin recurrir a indagaciones y largos monólogos como Sergio. No cabe duda que encontró pericia mientras urdió los conflictos de sus personajes guiándose, en uno de sus cuentos, en un mito azteca, y en otro, en un acróstico impredecible. Los finales de ambos relatos son sorpresivos. Pero por ciertos tics ornamentales vuelve su discurso lento y abrumador. Obligan al lector leer con diccionario en mano si quiere entender lo que se dice en la historia. Alguien alguna vez dijo: “El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Algunos pasajes de El inconcluso decaedro... no están muertos, sino grises.
Estos dos libros pueden ser atractivos, si hablamos de experimentos con la estructura narrativa, de sus reflexiones teóricas, de sus adornos en el lenguaje. Pero no trasmiten sensibilidad. Son estériles. No conmueven. Son sobrios. No trastocan la visión del lector ante el mundo. Pueden discutirse en un aula universitaria. Analizarse y ver como un museo donde se encuentran ideas de otros escritores. Pero no descubrimos en ellos emotividad. Imaginación. Contagio. No enuncian una realidad. La desgastan.
En la narrativa joven zacatecana hay cosas distintas, también. Cosas que se hacen fuera de una escuela y fuera de las instituciones. El cuadernillo Ella ama lo puerco que soy, de Óscar E. López, es una escritura extrovertida. Disímil a la de los libros antes mencionados. Es una anomalía. Explota temas comerciales, nuevos en cierta medida: la figura raída del escritor sin compromiso literario, el alcoholismo, el onanismo, la tristeza juvenil. Sus cuentos son desenfadados, absurdos. Reflejan una realidad inmediata con nuestra realidad amedrentada. Nos conectan con ella gracias a una viva imaginación. Pero todo esto se disloca al descubrir, con dolor, un vicio muy de moda: la escritura influida por el Realismo sucio. No por Carver o Fante. Sino por el abúlico Bukowski. No es que el Realismo sucio sean un error. No. El error es que dejemos que las influencias escriban por nosotros. Y eso ya tiene fecha de caducidad. El valemadrismo Bukowskiano es contagioso, pero ha caducado y muchos se niegan a verlo, como se niegan a ver que hay más allá de la literatura universitaria, analista y repensada.
He aquí una parte de nuestra escritura joven. Es entristecedor verla como cuerpos sin vida que yacen en las camas metálicas de la morgue. Y despotricar en contra de ella (si se nos acomoda la palabra) por su nimiedad. Son pocos los aquí nombrados. No son todos. Son apenas unos libros, no el total. Son un guiño, no un rostro definido. ¿Tendrá un futuro? ¿Una autonomía? Aún no se sabe. Yo espero sea enorme, productiva. Y con ella poder formar una tradición literaria consecuente.


.Joel Flores. 2005.

.crónica de la crítica convertida en chisme y un silencio obligado.




El paparrín Trumana Capote, además de crear novelas divertidas y bailar en sus noches libres con la Monroe y tener encuentros cercanos con el Warhol, escribió: “La literatura es chisme”, y es cierto. Ningún escritorzuelo lo va negar. Es un descomunal chisme. Todos hablan de todos, todos cuchichean de todos, pero lo que es peor: a sus espaldas y quieren arreglar las diferencias políticas y literarias a punta de moquetazos. Llegadas las cartas que aseguraban hasta de lo que me iba a morir y las enfermedades mentales que padecía, la directora del suplemento platicó conmigo tendidamente y advirtió: La crítica de esta ciudad no es buena: está acostumbrada a cortar cabezas, y en este caso, si publico las cartas en tu contra terminarás degollado. La convencí de que lo hiciera y no alimentara la censura, y yo, siendo aún una voz que apenas comenzaba, me sacrificaría. Al día siguiente llegó un ensayo que, más que polemizar con mi artículo, mostraba un enfado tremendo contra mi persona, lo que estudio, mis juicios y hasta contra mis amistades. El polemista era ni más ni menos que Oliver López. Como el autor si daba la cara y no había recurrido al seudónimo, la directora del periódico me informó que sólo publicaría el ensayo de López y que me fuera preparando con mi réplica. Nuevamente fui feliz. Acababa de comenzar un debate en un suplemento cultural que podría convertirse, más que en un pleito, en un diálogo literario. En la semana siguiente terminé mi réplica, se publicó el ensayo de mi detractor y lo que es peor, fui incitado a dos peleas a puño limpio. Sí, así lo fue. La primera tuvo lugar en un camión de la ruta 14. Era medio día. Tomé asiento ya abordo del transporte y a mi lado estaba un sujeto de poco cabello, piel azabache y vestía una gabardina negra descolorida, si hubiera llevado el cabello largo no hubiera dudado en compararlo con Hailander, el inmortal. El sujeto comenzó a darme codazos en mi brazo puesto que le irritó mi artículo. Me hizo un par de sentencias como: Cuando vayas ha hablar de literatura zacatecana habla de mis amigos, en ellos encontrarás una tradición literaria. La crítica de López está tan bien escrita y te deja en ridículo. Por último amenazó con mandar otra carta que apoyara el texto de López, como si yo estuviera dentro de un tribunal y él fuera atestiguar en mi contra. El segundo pleito aconteció en la biblioteca central, estaba leyendo Música concreta de Amparo Dávila cuando llegó un maestro de Letras diciendo que quería regañarme. Acomodó su enorme barriga para sentarse en mi mesa de trabajo y dijo: Todo el mundillo literario está muy indignado contigo, a mí se me hace que te juntas con T. M y J. R y se ponen de acuerdo para patearnos el pesebre a los escritores. No quise responderle, puesto que en su morbo se entreveía un enojo tremendo que se convertiría en coraje, golpes. Siguió con sus a “mí se me hace” pero enfocados a desdeñar mi persona y mi edad, parecía que sólo hablaba para sacarme de mis casillas o envenenarme la cabeza. Me molestó. Le pregunté que, al grano, cuál era su coraje. Mi artículo no era más que una crítica conciliadora que en algunos párrafos rayaba en lo benevolente. No podía responderle a sus “a mí se me hace”. M réplica, ya estaba archivada en el correo electrónico de mi editora, saldría publicada el siguiente domingo, en ella encontraría mi ideología sobre la literatura zacatecana, no en el chisme. Abandoné la silla para salir de la biblioteca y el peor de sus sarcasmos me detuvo: No me hagas caso, es que somos muy poca cosa para ti, somos unos provincianos, es más, yo no sé por qué razón lees con tanta alegría a Amparo Dávila, no es más que una provinciana, debe ser muy poca cosa para ti, ¿no crees? Como ya me había colmado el ánimo los problemas que desataron mi artículo, le hablé por teléfono a la directora del suplemento para ver si le había llegado mi réplica. Me contestó, algo renuente, que sí, y que no saldría publicada. ¿Las razones?, la cuestioné. Tu artículo no va con la línea del periódico, has otro sobre otro tema, habla sobre pintura, música, qué se yo, de fútbol, si quieres. Debemos calmar los ánimos de los escritores zacatecanos. Enmudecí. Todo el mundillo literario estaba en mi contra, como lo dijo el profesor de Letras, y ahora me hacían guardar silencio, pensé. Joel, me dijo aquella voz al otro lado del auricular, tengo que ver por mis intereses, ¿comprendes? No quiero ganarme enemigos en lugar de lectores publicando tu réplica. No contesté. Y la misma voz preguntó: Joel, ¿estás ahí?. Sí, respondí. ¿Sigues con nosotros o nos dejas?, concluyó la directora del suplemento. Lo siguiente son dolores de cabeza y arcadas por culpa de mi gastritis. Y la bandeja de mi correo electrónico atestada de mensajes que me tachan de cobarde e hipócrita ensalzado. Renuncié al periódico porque mi apuesta crítica no cobija los juicios sedados y el compadrazgo literario. No. No se presta para rencillas personales y pleitos. La crítica también debe alarmar y transgredir, llevarse a lugares propicios, no a los golpes. Pero quién mejor que mi réplica para demostrarlo. Se las transcribo como un obsequio de buena fe y para romper el silencio:

La comunión de los enfermos

Escritores y escritoras, lectores aquí presentes. Me considero culpable de este dislate. Críticos más azuzadas que yo no se colman de elogiar la literatura joven zacatecana y yo disiento, como lo hice en un artículo que ya tenía en el olvido: “Literatura inconsecuente” [“La soldarera” no. 24]. A mis propuestas se opone Oliver E. López. Me demanda con un texto publicado hace dos semanas y para guarecer sus elogios y comulgar con los demás se apoya en uno de sus escritores de cabecera: Carlos Pereda, y a veces (en exceso) deja que hable por él. Créanme estimados lectores, no sabía que tenía que conciliar mis juicios con los de terceros para ganar apego. Aunque, confirmo, luché hasta la fatiga por compartir su entusiasmo ante la narrativa joven zacatecana. Pero no logré apreciar lo mismo. ¿Ineptitud? No: me provocó somnolencia.
La crítica, como cualquier otro género literario, declara una ideología cuando se pone en práctica: una postura: juicios personales. Y yo, al sugerir ver la literatura de nuestra región con otra ideología, relegaron mi postura. (Me llamaron arrogante). Como principio me hizo soltar una risotada. Luego no dejó de rondar por mi cabeza la pregunta: ¿cómo un artículo tan sereno provocó tanto odio? ¿Tan sensibles son las personas de esta ciudad? Ante tal demanda no me queda más que defender mi caso.
Escritores y escritoras, público en general, el debate, como Roland Barthes lo demanda, es una manera de abrir un dialogo. Cada sujeto implicado en él debe situarse, marcar una postura intelectual y proponer conciliaciones u objeciones sólidas en la discusión. El debate, por excelencia, es una confrontación de ideas. Sin embargo, la crítica de López es tan sorda que en lugar de derruir la conversación que propongo la evade para desprestigiar mi persona. Una espesa flojera escurre en todo su texto. Su crítica es pobre: somete al ensayo a un perezoso diseño histriónico: le provoca tedio levantar argumentos propios: se esconde tras los argumentos de Carlos pereda: deja que hablen por él para ganar elocuencia. Sería bueno, para marcar posturas ideológicas, enfrentar sus ideas y desplomarlas. Pero en este caso no sé si enfrentar a Pereda por incitar a sus lectores a discriminar a terceros por ser extrovertidos. O desplomar a López por esconderse tras los juicios de Pereda.
Ante sus sentencias pobres sólo se puede escribir (en realidad no se puede escribir nada, escribo para reafirmar mi postura) cosas quisquillosas: no tengo estos defectos, tengo estos otros, mi crítica sobre la narrativa joven zacatecana no es por estos vicios, sino es por estos otros, mis juicios no se prestan, por ejemplo, para obtener favores económicos de la escuela en la que estudio, como se empecina en asegurarlo López. (Si le rindiera honor a la escuela de Letras, aclaro, escribiría poemas de amor, me emborracharía en presentaciones de libros, organizaría lecturas en espacios públicos para obtener fama y enamoraría alumnas con mis versos). ¿Y el dinero? Me da pena informarle a Oliver que en esta ciudad no nos pagan por escribir. Mis juicios van encaminados a subrayar ausencias e interrogativas.
Subrayo: la falta de talleres optativos de creación literaria y cinematográfica en la Licenciatura en Letras. Cuestionó: ¿qué tipo de formación está brindando esa escuela a los jóvenes creadores de cuento?
La táctica de López es usual: no derruye nada que no haya sido previamente tergiversado. Si bien, dedica la mayor parte de su ensayo a citar mis argumentos, a falsearlos mientras los cita y a empobrecerlos mientras los falsea: que dije esto, que cómo lo dije, que leo, que no sé leer, que discuto, que no discuto. Lo que si discuto (prometo no recurrir a citarme) fue que la literatura zacatecana joven, como todo el arte, debe comunicar, conmover. Mejor aún: evocar sensibilidad. El fin de toda literatura es trastocar la visión del lector ante el mundo. No repensar, ni proyectar ecos y espejismos mal logrados de otros escritores mientras se escribe.
Mi debate habla sobre la ausencia de originalidad en la narrativa joven zacatecana. Y como no lo he olvidado esbozo estas preguntas: ¿dónde termina el experimento de jugar con las influencias y dónde comienza a nacer una voz narradora autónoma? ¿Qué tanto daño le hace a un narrador joven la academia cuando quiere someter el cuento al oficio del ensayo? ¿Cuándo no tenemos un pasado literario en nuestra región a qué recurrimos?
Las producciones literarias (creadas en cierta región o Estado) a través del tiempo van creando una red de antecedentes lingüísticos (me refiero al lenguaje literario). Las tradiciones literarias nacen, se consolidan y se fortalecen con los años. Tienen una consecuencia en los escritores del presente: retomar el pasado para renovarlo con el carácter de lo nuevo (nuevo: contemporáneo). No repetirlo, sino configurarlo a nuestra época. Pero esto a López no sólo le pareció una propuesta arrogante, ni tampoco se cansó de desprestigiar mis argumentos, se dio el lujo de hablar por mí: “lo que reclama Joel es lo nuevo. ¡Hay que estar al día, hay que superarse!”. Es raro: ¿Olvidar el pasado y reclamar lo nuevo? ¿Leer para superarse? Por Dios. Cualquier escrito literario, su lector sobre todo, se debe aventurar a no estancarse en el tiempo. La literatura se ocupa, justamente, de captar episodios sucedidos. El mismo T. S. Eliot en uno de sus ensayos magistrales (“Tradición y talento individual”) propone que no es para nada descabellado que en la creación artística se retomen licencias poéticas del pasado para alterarlas en el presente, en esa apuesta se entreve el talento individual.
Tras la sorpresa de López ante mi postura intenta igualar mi crítica con los estudios académicos: “Cualquiera que se digne de ser crítico tendrá nociones de hermenéutica [...] En Joel Flores no hay tal distinción”. Ante esto quisiera (en realidad no quiero sujetarme a definiciones que serán tergiversadas) explicar que no sólo existe la crítica literaria que se imparte en una escuela. Sino también la que crean los narradores fuera de ellas. La crítica que se sacude tranquilamente las influencias académicas, que pretende (como lo hizo en su tiempo Edgar Allan Poe al escribir sobre Hawthorne y el cuento norteamericano, actualmente Ricardo Piglia al analizar a Borges y a las tradiciones literarias) cuestionar.
La crítica no sólo nace en la academia. Los escritores también abren diálogos y debates que nos involucran en la literatura. Esa es la crítica por la que apuesto. Comulgo más con la crítica que se crea no sólo en nuestro Estado sino fuera de él y de México. Comulgo con la crítica que se preocupa por cómo se veía el cuento en el pasado y en el presente. López me reprocha porque estudio Letras. Le informo (y redundo en mi información): Mi compromiso literario no es escolar, sino individual. Intento abrir un dialogo desde las entrañas del problema.
Ante las tesis sordas sospecho demasiado: le molestan más a López mis defectos personales que el tema que propongo. Le molesta más lo que leo que lo que busco con mis juicios. Mis juicios una y otra vez le parecen intolerables. No considera mis comentarios falsos sino arrogantes. Prefiere más golpearme a mí que a mi debate. Aunque quiera disfrazar su ingenuidad citando a tantos escritores no logra engañarnos: lo que le enfada, en realidad, es no poder calmar su miedo a enfrentarse con otro tipo de información literaria. López no soporta (como otros muchos) cierto tipo de crítica. La crítica que se preocupa por configurarse a una época. La crítica que camina junto con el tiempo. A López le molesta no estar al tanto de la crítica que se da fuera de su ciudad y los juicios de terceros. (Si el cuento es, como lo presupone Guillermo Samperio, una renovación constante, la crítica debe caminar junto a esa renovación).
Los epítetos peyorativos y los juicios sordos se resbalan. Lo que no se tolera, en cambio, es que la misma crítica se ocupe de cerrar los debates y los lectores mimemos ese vicio. Lo que no se tolera, y eso me incita a levantar argumentos contra los juicios literarios costumbristas de mi ciudad, es que la crítica se desentienda de lo qué está sucediendo en nuestro presente y detrás de nosotros.
Estimados lectores, ¿soy culpable?
Al negar que no existe una tradición literaria en mi ciudad (aclaro nuevamente: tradición narrativa), implica abrir un diálogo y discernir dónde comienza nuestra tradición, quién la inaugura y quiénes la retoman. Al subrayar esa ausencia, personas como López no entendieron a dónde camina mi diálogo. Explico: los escritores, casi por obligación, deben crear su propia autonomía (un estilo propio que alcance una identidad). Deben preocuparse por la literatura que los antecede en su ciudad de origen. Esta preocupación no nació en el presente. Borges y Lugones, en su tiempo, sintieron la necesidad de reconocerse en una tradición y no sólo el reconocimiento, sino también incorporarse a ella para trabajar con los rudimentos que les brindaba. Borges, por su lado, propone la tradición centrífuga: una tradición que se alimenta de tradiciones creadas por escritores ajenos a su país. Una manera de recolectar la memoria ajena. Lugones propone la tradición centrípeta: tradición muy particular. Se fortalece sólo por la literatura de su región creada en el pasado. Una memoria propia.
¿Nuestra narrativa joven puede rescatar una tradición para encontrar una identidad (recalco: un estilo propio en su escritura)? ¿En qué escritores del pasado podemos encontrar una tradición narrativa? ¿Estamos creando una literatura consecuente que puede ser rescatada en un fututo? Nuestra tradición literaria no nace con Mauricio Magdaleno, ni con la más reciente escritora Amparo Dávila. Por más persuasiva que sea la literatura de Dávila sólo se le recuerda en nuestras instituciones por los reconocimientos o premios que se le otorgan. Nadie ha rescatado su imaginario en esta ciudad. Lo mismo pasa con Magdaleno. El nombre del autor ha superado la propuesta de su obra. Decimos: ¿literatura zacatecana? y recordamos la palabra “poetas”. Pero no recordamos a narradores que puedan retomarse en el presente. Para crear una tradición debemos comenzar por atender qué tipo de literatura tenemos frente a nosotros. Debemos de entender, sobre todo, qué busca en la actualidad la nueva narrativa zacatecana. Y ese, precisamente, es el trabajo de la crítica.
Estimados lectores, de ser ustedes un jurado caminaría a su lugar mientras ofrezco mi defensa, parsimonioso, acomodando el cuello de mi camisa y soltando un suspiro como si estuviera fatigado. Harto. Diría: Críticos y no críticos, no abjuro contra la narrativa joven zacatecana por la que López ofrece argumentos justificados, sosegados, protectores. No. Lo poco que he leído de este autor han sido textos monótonos, con poca vitalidad en sus cuestionamientos. Se delata en ellos una crítica fofa, al servicio de los libros. Pero no toda la culpa la carga él: una extraña manía de la crítica en nuestra ciudad lo antecede: la crítica con poco interés en abrir diálogos. Abjuro lectoras, lectores, y me considero culpable, contra la enfermedad de comulgar con los demás.


.Joel Flores. 2006.

.una minita de libros y rodajes para alimentar el monólogo solitario.

Banda, aviso importante. El lunes al medio día me di una vuelta a la biblioteca de Historia con la idea de conseguir los libros que me faltan de Amparo Dávila. El encargado de la Biblioteca Central me aseguró que los tenían en ese lugar. Mientras subía por la montañita que lleva al doctorado me topé con la farandulera de la Ana, se dirigía con urgencia a una rueda de prensa en no recuerdo dónde. Interrumpí sus planes pediéndole me acompañara: Mejor vamos a cotorrear con los muertos, le propuse. No me disponía a matarla, no soy un asesino, claro está. Me refería sobre todo a aquella frase del buen Borges que supone que la actividad de la lectura es cotorrear con los muertos. En fin, se me acopló. Al llegar ambos a nuestro destino descubrimos (súper ajuareados) que los compas de ese sitio gozan de un surtido rico de todo tipo de libros. No lo van a creer: tranquilamente se opacan a la colección rascuacha de Letras, la cual, según recuerda mi orgullosa memoria, es cuidada por los alumnos de ese manicomio con tanta envidia que pocos tiene acceso a ella. En uno de los sencillos anaqueles que adornan la biblioteca del doctorado me topé con Pastoral americana y La mancha humana del Philip Roth, Jackob Von Gunten del Walser, Ensayos escogidos del Eliot, El artista serio de Pound, Ante el dolor de los demás de Sontag, los tres volúmenes que reúne la obra crítica de Jorge Cuesta, toda la obra del Freud, un chingazo de libros de teoría literaria desde los formalistas rusos y la nueva crítica contemporánea. Chale, hasta temblamos de la emoción. Ana, que sólo me iba a acompañar y que perdió su rueda de prensa, salió con el bolso repleto de enlomados y abrazándome por haberla llevado ahí. También vi libros de sociología, cabe mencionar, de cine, pintura, retórica, películas sobre arte, y según me comunicó el buen RECortés (el dependiente de esa minita) están esperando un compendió de películas xxx de la mejor calidad. Ajá! Cómo les quedó el ojo? Las películas estarán disponibles para la comunidad estudiantil. Felicito a los encargados del centro de docencia superior por ofrecernos esa información y por tener actualizada su biblioteca. Salud y viva el porno.

.lecturas para matar el tiempo mientras me rebelo contra el sistema escolar.

Ensayos escogidos de T.S. Eliot
Afinidades vieneses de Jospe Casals
Paranoia y neurosis obsesiva de Sigmund Freud
Expiación de Ian McEwan
Chicos prodigiosos de Michael Chabon
El libro de las ilusiones de Paul Auster
Los hermosos años de castigo y Proleterka de Fleur Jaeggy
Imposturas de John Banville

.agradecimientos.

.el autor del bUNKER muestra su aprecio a tryno maldonado (su cuatacho) por el préstamo de algunos libros citados en la ventana anterior. a juan carlos landeros (su tío) por las clases de html. a mario y susana (sus carnales y cuñados) por soportar las lecciones de vértigo.
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