lunes, 27 de agosto de 2007

.146.




Mascarada, el sexo como un juego trivial
Javier Munguía, Mascarada, Instituto Sonorense de Cultura,
Hermosillo, 2007, 117 pp.







01: El mecanismo de este texto

Durante años me he preguntado qué es lo que hace de un libro de cuentos novedoso. ¿El lenguaje o la temática? Para resolver este problema (es casi inevitable) se tiene que acudir a los tres niveles básicos de la crítica del cuento: qué, cómo y por qué nos lo dice. En el primer nivel se enfoca a delimitar las historias, su dominante, y a extraer los argumentos. El segundo al lenguaje, las fórmulas, los giros, las piruetas verbales y cómo están acomodados los acontecimientos narrativos dentro del cuento. Y el tercero a sacar hipótesis sobre las circunstancias, los aspectos sociales, creativos y las tendencias literarias que motivaron al creador a escribir ese cuento.
Estos tres niveles precisan conectarse uno con otro para que un cuento en particular, o varios cuentos en conjunto, funcionen; uno tiene que enganchar al otro para que sus mecanismos, poleas y resortes no terminen descolocados.
Tres niveles que deben ser, en una sola palabra, indivisibles.

02: Viñetas o cuentos cortos/revelación

El libro de cuentos Mascarada, de Javier Munguía, está integrado por treinta y nueve cuentos. Algunos logran configurarse en estos tres niveles, pero también hay cuentos que no logran definirse dentro de lo mencionado: son esbozos de cuentos; conflictos puestos sobre la mesa, sin resolución alguna. Mascarada está construido por cuentos cortos, que delatan que el autor no se inclina por los artificios narrativos y no muestra pretensión de innovar mientras escribe. Un gran acierto: el gesto ágil y conciso vale más que las piruetas verbales.
Pero este tino no logra consolidarse dentro de Mascarada. La prosa de Munguía propone al lenguaje como una cuestión de segundo plano; sus cuentos nos hacen suponer que para él tiene más peso el contenido que la forma.
La forma y técnica del cuento corto es antiquísima y quizá una de las más difíciles de trabajar por la concisión y exactitud expresiva que demanda. Chéjov, en sus cartas a Gorki, definió, con estas u otras palabras, así este género: “El cuento es como una cuenca de vidrio que sólo debe capturar un reflejo lo más definido y fiel posible, ni un destello que sobre, ni uno que falte”.
En los cuentos de Munguía existe un hilo muy delgado que los hace estar dentro y fuera de esta concepción. “Circo porno”, “Amor de emergencia”, “El duelo” y “El consumo del arte” muestran tramas bien planeadas, personajes claros, desenlaces que no logran vislumbrarse, pero que alcanzan dos cometidos: finalizar una historia; fragmentar un episodio temporal.
El cuento corto por antonomasia puede definirse en una metáfora: el destello revelador de luz en plena oscuridad. Munguía lo sabe, pero en buena parte de su compendio no maneja la carta acertada. En “Buenos modales”, “Los amantes”, “Familia de la semana”, “Águila”, “Niños” y “Muerte al alcance de los niños”, por nombrar algunos, son sólo viñetas: el ojo que captura el episodio no está bien definido y soportado. La puesta en escena del argumento que utiliza no da frutos, sólo se presenta como una idea anquilosada: un personaje que habla y habla y un final que se suspende sin dar símbolos que inviten al lector a descifrar los motivos que lo obligaron a entonar su soliloquio.
En la narrativa quien manda es el narrador. Un libro de treinta y nueve piezas puede ser delicioso, si su narrador tiene la facultad y pericia suficiente para captar varios episodios, de un mismo tema, desde distintos ángulos sin forzar la imagen que captura y tener su lente bien pulida. De lo contrario, el libro será una pretensión creativa que caerá en el fallo, en un esbozo de libro.
Mascarada delata un molde repetitivo en la mayoría de los cuentos: ellos están anillados con otros por su temática y por el parentesco no velado entre los personajes y los conflictos en que están inmersos. La mayoría están narrados por el mismo tono de voz:

…Yo me acercaba a ella y le besaba un pecho, con premura; luego, el otro; luego, el animal insomne de su sexo… (Párrafo inicial de “Amor de emergencia”).

…Mientras, uno de los hombres penetraba por la vagina a la mujer, el otro le abandonaba el sexo en su boca… (Párrafo inicial de “Circo porno”).

…Lo primero que me atrajo cuando ocupé un escritorio en el periódico en que ambos trabajábamos como correctores matutinos fueron, para qué negarlo, sus pechos: demasiado grandes para su cuerpo delgado… (Segundo párrafo inicial de “El Duelo”).

…Era pequeña, frágil, de pechos breves… (Inicio de “Rosas para Anita”).



Existe un tema dominante en Mascarada: el cuerpo como vehículo de placer. En el noventa por ciento de Mascarada existe una voz que se apresura a hablarnos de sexo, de senos, de nalgas, de penes, de vaginas. Siempre usando como pretexto los conflictos de pareja, el amor juvenil no correspondido.
En esta colección de cuentos descubrimos una y otra vez las mujeres que no quieren ser penetradas y los hombres que quieren penetrar a cualquier instancia. Siempre hay un interés por parte de Munguía: convertir al sexo en acción, más no en seducción. Los mejores textos sobre el sexo o el cuerpo son los que invitan al lector a deducir o reflexionar sobre el erotismo y sus formas.


03: ¿El filo del metal o el pan dulce?/el sexo como un juego trivial

El asunto anterior nos lleva a ahondar más en el lenguaje. Como lector me pregunto: ¿qué sucede cuando se tiene un argumento que se apuntala para ser escrito y no se tiene a la mano el lenguaje indicado para escribirlo? Este problema es equiparable con el oficio de repostería: el pan, por más fresco y dulce que se encuentre, termina mal rebanado si el filo del cuchillo no está listo. Tema y lenguaje no logran definirse en su totalidad, ni intercalarse en los cuentos de Mascarada. Todo escritor, para dar noticias de su mundo con la escritura, debe afinar hasta el mango su lenguaje; pulir los adverbios y matar las rimas y repeticiones que habiten su estudio.
Todo el oficio del narrador se reduce a la orfebrería: limpiar, pulir, limpiar, pulir. El lenguaje en Mascarada siempre tiene tropezones. Bastaría con leer el inicio del cuento “Los amantes” para hacer hincapié en el asunto:

“Le dije a Jovana, una tarde en que, mis manos en sus caderas y las suyas en mis hombros, reía hermosa y limpiamente de pura felicidad o tontería, o de la feliz tontería que era estar juntos, riéndonos, que extrañaba su risa de otros tiempos: aquella risa de otros tiempos…”

Raymond Carver, uno de los escritores que ha actualizado el cuento corto, estableció que todo cuento con esta tendencia estética debe enfocarse así en el lenguaje:
“Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.” El cuento corto siempre debe ser ágil, veloz, conciso, individual y debe evocar las imágenes indispensables de principio a fin.
No cabe duda que algunos cuentos de Mascarada nos hacen soltar una risotada y nos mantienen en el filo de la silla esperando qué sucederá, pero sus desenlaces y tratamientos narrativos son algo comodinos: se apresuran a decirnos mucho y a vislumbrarnos poco, a repetir el mismo tema, a cortarlo siempre con el mismo lenguaje, a retomar siempre personajes jóvenes, a narrarlos todos con la misma voz.
Al terminar de leer este compendio de cuentos me percaté de que hace falta más que eso para ser inmoral, irreverente. Más de una vez descubrí que a Munguía se le escapó, consciente o inconscientemente, el adolescente precoz que todos llevamos dentro. El adolescente cuyo único tema de conversación es el deseo del cuerpo femenino:

…Me encantaba besar los pezones grandes, oscuros y erectos de Laura, su cabello negro, intenso, su delicado cuello, su sombreado y generoso pubis, sus piernas rotundas, sus nalgas. Lo único que empeñaba mi felicidad era pensar que, mientras yo la besaba y después, cuando ella me retribuía el gesto, Laura debía mirar y luego besar un cuerpo anodino como el mío… (Fragmento de “Cuerpos”).

La contención, la variedad de temáticas y una claridad estilística siempre son factores que deben ofrecer un libro terminado. Una imagen bien delineada y limpia vale más que mil palabras. Como lector, me entrego más a un libro erótico que desde su inicio ofrezca un erotismo oculto, silencioso como la imagen de una mujer desnuda sentándose en un plato de leche sin ceder a la penetración apresurada (Simone, personaje de Historia del ojo, de Georges Bataille) que a colecciones de historias tratadas por un lenguaje que no da oportunidad al lector de indagar en el erotismo como el objeto de una búsqueda sicológica.







martes, 21 de agosto de 2007

.145.







Estos últimos días he estado releyendo a uno de los escritores más talentosos de México y con el que se puede contar cuando uno se siente perdido en su círculo de lecturas y no sabe con quién correr. Hipotermia, libro de cuentos de Álvaro Enrigue (1969), tiene un cuento, perfectamente estructurado y ilustrativo, donde podemos hallar la poética del autor ejemplificada con la historia sobre Ishi, un indio yaqui de Oroville, último de su especie y digno de habitar un museo aunque haya traicionado a su tribu. No me gustaría regalarles la trama. Prefiero invitarlos a que acudan a este compendio de cuentos y en especial al cuento que menciono: “La muerte del autor”. En él se hallan varias explicaciones sobre la literalidad dentro de un cuento, que significa, a palabras de Enrigue: “quiere decir lo que quiere decir y no lo que yo quiero que diga”. Una suerte de inferencias que muestra todo buen cuento a un lector y que va en contra de toda explicación sobrante y descolocada dentro de cualquier cuento. Les dejo un par de frases que extraje de esta pieza:

00: “elaborar metáforas de una historia que significa por sí misma es como amar el amor: por intensillo que parezca al principio, siempre acaba mal.” (129)
01: “tanta literalidad puede acabar siendo nociva, aunque no sé para qué.” (p. 130)
02: “leer un cuento, o un pedazo de novela en público es casi siempre una lección sobre por qué no hay que ser escritor si a lo que se aspira es a la fama.” (p. 130)
03: “hay una historia, ésa sí muy buena, que cuenta Bernardo Atxaga. Dice que un día, caminando por un pueblo de su región natal en el País Vasco, se encontró de pronto junto a una puerta con un agujero y un viejo. Hablaron un poco y al final el viejo le preguntó que si sabía por qué había un hoyo en la puerta. Será para el gato, dice Atxaga que respondió. No, le dijo el hombre, lo hicieron hace años, para darle de comer al niño que se convirtió en perro después de que lo mordió un perro.” (p. 134-135)
04: “los cuento que me gustan, los que me vuelven loco de ganas y envidia de escribir así, tienen la lógica deslumbrante del viejo vasco: les falta un pedazo y esa falta los transforma en una mitología, apelan al mínimo común denominador que nos hace a todos más o menos iguales.” (p. 135)
05: “a veces escribir es un trabajo: trazar oblicuamente el camino de ciertas ideas que nos parece indispensable poner en la mesa.” (p. 137)

domingo, 19 de agosto de 2007

.144.



Hace un año, entre la canción Loser, de Beck, dentro del bar Iguana, platiqué con Omar Pimienta sobre la frontera y la escritura. Horas antes de esto lo escuché leer un par de poemas sueltos en el Teatro Metropolitano. Hablamos de la sugestión que provocó en mí un verso suyo. Según mi mala memoria, decía esto: Tijuana ha tragado mi lengua”. Desde antes yo había visto Tijuana como una ciudad exótica, donde dos culturas no se funden sino chocan, donde los habitantes tienen más privilegios tan culturales como tecnológicos porque hablan dos idiomas y tiene a un país primermundista a su lado. Pero a la vez, y es lo inconcebible, corren el riesgo de ser tragados por ese otro. Esto me hizo admirar aún más a los escritores de la frontera, porque no se limitan a escribir sobre la plataforma en la que escriben, porque no se contienen a hablar de Tijuana una y otra vez mientras escriben. Yo aún no puedo hablar de Zacatecas. Entre la plática y las cervezas Tecate, Omar me contó una historia que me sugestionó aún más:



“de niños jugábamos al fútbol frente al muro. cuando se volaba el balón nadie quería saltar por ellos porque sabía que no iba a regresar. Muchos balones se nos perdieron en la niñez.”



Esa noche terminamos, Tryno, Gaby, la poeta Caballero, Omar y yo en un bar Heavy Metal tomando más cerveza Tecate. El día siguiente yo partí para Zacatecas y la charla se quedó pendida en la memoria.



Hace una semana volví a ver a Omar en Monterrey. Platicamos en un restaurante junto a otros compañeros del encuentro de escritores. Entré la charla me dijo algo que hoy, más que nunca, se me presenta mientras leo su último libro de poemas:



“leo los poemas en voz alta, una, dos, tres veces con detenimiento. al final reduzco el poema sólo a la frase que quedó en mi memoria”



Terminamos de comer y me despedí de Omar, puesto que me tocaba leer en la siguiente mesa del encuentro y necesitaba ir por mi carpeta a la habitación del hotel. Al finalizar mi mesa, Omar me regaló su libro de poemas La libertad: ciudad de paso (CONACULTA/CECUT). Y lo he terminado de leer hace unos momentos. Gracias, Omar. Me gustaría decirles dónde se puede hallar este ejemplar, pero no lo sé. Les dejo un par de sueltos que vienen en el libro para que conozcan una parte de él y se animen a conseguirlo.



VII



El Vale cruzaba mota para estrenar Air Jordan’s en los partidos.
Al último juego de las finales simplemente no llegó.
Le dieron un día por cada libra.

Ganamos de cualquier forma
el Pato andaba ON FIRE.



De regreso



Tijuana me fue a recoger al aeropuerto, la encontré fea;
camino a casa me habló seca, de golpe.

Me preguntó sobre el viaje (encendía un cigarro);
pensaba en todo menos en mí

Me volví a enamorar como un armadillo cruzando la carretera;
consciente que del otro lado sólo hay más desierto.



Calle Once y ferrocarril

Quedarme quieto.
Pasa el tren por las calles de La Libertad

Los durmientes son barrotes que sostienen el mundo.
Deberíamos ser durmientes, como vías nos hemos perdido;
como vagones descarrilado.

El metal que gira grita con el metal que me guía.
Los carros se enojan.
Me tapo los oídos y recuerdo el zapato de un niño atropellado,
monedas aplastadas sobre la vía…







martes, 7 de agosto de 2007

.143.

III Encuentro de Jóvenes Escritores del Norte y Sur de Estados Unidos











Después de una semana de chamba y desveladas, parto para Monterrey al III Encuentro Jóvenes Escritores del Norte. Estaré allá el 8,9,10 y 11 de Agosto. Este año me volvió a tocar leer obra. Así que llevaré uno de esos cuentillos cortos pero poderosos y expansivos. Ayer me compré un caballo para llevármelo al encuentro. El evento se efectuará en el Teatro metropolitano, muy cerca del Barrio antiguo. Para saber más denle clik a la imagen. Un abrazo a tod@s, nos vemos en el norte.







viernes, 3 de agosto de 2007

.142.

.Cristal.





Primero, hay que remover la rosquilla metálica de un foco, vaciar un poco de polvo, prender el encendedor ubicando la flama en la concavidad de la bombilla. Soltar un suspiro. Oler. Oler la combustión del cristal, lo absurdo de las sustancias. Silencio. La marcha del tiempo mengua. Debes capturar el humo con parsimonia.
Segundo, ve a tu acompañante chasqueando algunas palabras. Emite una risa mentirosa. Se levanta de la silla con torpeza, se dirige al estéreo, pone algo de acid jazz. Vuelve a sentarse frente a ti, habla de Burroughs, de Wells, sobre sus manías y las drogas duras consumibles en los años sesentas. Sientes la conversión del humo en infinidad de vías lácteas, tu cuerpo como una estela desorbitada, las palabras como quien ve constelaciones luminosas. No distingues la forma de los objetos. Los personajes o aptitudes que adoptas a diario te asaltan como múltiples yo. Te trasladas a un circo en el que domas fieras con ansia de una conversación. El tiempo sigue su marcha.
Pegas de nuevo la boca en la bombilla para evitar el sopor. Hay un punto, un centro en el mundo, ahora estás en él, no hay movimiento, ni aire, nada. Olvidas el circo. Descubres que estás despegando con lentitud. Vuelves a absorber el humo. El foco es el seno, el atractivo de Cristy, la hermana de tu compañero de viaje. Las miles de ideas que te rodean se disipan. Deseas sexo, sexo gritan varías voces dentro de ti. No te importan para nada los libros de tu alrededor. La biblioteca se ha convertido en un cuarto oscuro con miles de anuncios luminosos. Las Vegas. La música aumenta su volumen. Sigues deseando sexo. Se abre la puerta del estudio, entra Cristy, da un beso en la resequedad de tus labios y pregunta si aún hay más cristal. Pasas la lengua por tus dientes para sentir la caries. Contemplas sus piernas, sus circulares y diminutos senos. Sus ojos se ven como dos lunas resplandecientes. Su rostro se ve ahíto por el influjo de los químicos. Lleva puesto el uniforme escolar y en tu cabeza ha permanecido el deseo de penetrarla con esa ropa. No respondes su pregunta. La tomas de la nuca, inclinas su cuerpo en tus piernas y bajas tu pantalón hasta las rodillas. Su hermano no se opone. La cambió por un poco de ácido. Cristy acomoda su cabello a un lado y apunta los labios a tu miembro, lo introduce de manera cariñosa a su boca. Tu pene se convierte en una hidra y la saliva de Cristy está compuesta por microsanguijuelas que se clavan en tu piel. Comienza a apretar tus muslos con sus manos, acaricia tu abdomen, te hace cosquillas en el glande con su lengua. Un sol rasga tu piel. El inmenso sistema solar levita dentro de la biblioteca. Lo construido por la droga se paraliza. Uno de aquellos leones de circo se desploma. No hay Cristy. El estéreo toca Glory Box y tu interlocutor habla y habla sin despegar su boca de la bombilla. La combustión danza cerca de sus sienes. No entiendes nada. Su balbuceo son golpes que te provocan un knockout. Giras tu cabeza para buscar el pasado y construir el presente con él. Preguntas por su hermana, dónde está. ‘Mi hermana no, mi hermano sí. Cristy no, sí Cristy sí, el hombre delgadito, hosco, incomprendido no, transformado sí, no hay pierde es tuya no, todo tuyo sí’. Ríes, ríes como un ebrio. Sabes que es una broma. Después habla de cambio de sexo: ‘Sufrió como el jorobado, es el jorobado, lo encerramos en su recámara y lo dejamos salir hasta que aceptara su monstruosidad’. Te carcajeas. Su risa te confunde. Agrega que tiene los comprobantes y las fotos de la operación. Que todos los novios de Cristy han caído en la trampa. Vuelves a carcajear, ahora te atragantas con tu saliva. Tus ideas se encuentran perdidas. Tu compañero sigue aferrado con su soliloquio. Intentas seguir los pasos de su viaje. Suena estúpido que Cristy sea un transexual, un engaño. Brota tu aversión, el odio, el trauma hacia todos aquellos afeminados que caminan con ademanes idiotas. Te causa asco. Crees que te han visto la cara. La droga desperdiciada en este par de avionetazos no es más que una estrategia para llevarte a un aterrizaje forzoso.Inicia otro desdoblamiento. Aceptas sin reparar en nada. Le pides que te lleve a ver a Cristy. Tu estómago comienza a revolverse. Náuseas. Los síntomas del cristal no reducen su ímpetu. Te pegas a la bombilla mientras tu interlocutor cruza la puerta de la biblioteca. Lo sigues con el foco en la mano. Toma dos vasos y sirve un poco de agua, te da el tuyo. Ambos beben, terminan rápido. Tararean una melodía, no saben bien cuál es. Dejan los trastos en el fregadero. Vuelves a seguirlo, ahora hasta la recámara de Cristy. Antes hay un par de escaleras, las suben, siguen tarareando la canción. Termina el desdoblamiento y piensas que todo puede ser una mentira y seguirán quemando el cristal.Un extraño silencio te estremece. Tienes un mal augurio. Faltan dos pasos para que entres a la recámara de Cristy. Tu compañero se detiene, te quita la bombilla y dice con palabras entorpecidas: ‘Pásele, señorita, las damas siempre son primero’. Al cruzar la puerta enfocas tus ojos a una cama, ahí se encuentra Cristy, desnuda, con su pelo grifo y su sonrisa infantil.Te sientes tranquilo. Ella te espera.Das tres pasos más para abrazarla. Cristy sonríe, se para y camina como si fuera una modelo de pasarela: mueve sus caderas, alinea su rostro hacia el tuyo, sus manos las mantiene detrás del culo como si ocultara un regalo. Corres hacia ella para tumbarla en la cama. Sientes un tirón en tu espalda. El hermano te jala la camisa con violencia, te amaga. No puedes hacer nada contra esos músculos. Gritas que te suelte, así no había sido el trato. Gritas que si no lo hace no habrá drogas. Volteas hacia Cristy, hacia su rostro en pequeños close-up. Ella comienza a reír y alza sus manos para descubrir un revólver que guarda tras su culo. Lo apunta a tu frente. Su hermano te amaga para extraer la metanfetamina que llevas en el bolsillo de tu camisa. Ves el cañón de la pistola en medio de tus cejas. Cristy agrega más presión, grita que si ya todo está bien, sonríe como un demonio, sus manos tiemblan, el revólver cascabelea. Le dices que esto no puede ser, que es un juego, un mal juego y que no puede ser así. Todo lo que tienes será de ellos, repites, gritas. Pero un rugido suena desde las entrañas del revólver…




También puedes leer este texto en Homines, portal de arte y cultura.

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