jueves, 24 de octubre de 2013

"Escribir un libro es una decisión de vida" (entrevista realizada por Lola Ancira para La Jornada)


Joel Flores es un escritor zacatecano que a sus 29 años de edad ha tenido una trayectoria encomiable. Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en 2007 y residente de la prestigiosa Fundación Antonio Gala en 2009 -casa que acoge a artistas de todo el mundo-, vive actualmente en la zona restaurantera de Tijuana, imparte clases de Literatura y Comunicación Avanzada en Español a universitarios en CETyS Universidad y ha publicado dos libros de cuento: El amor nos dio cocodrilos, e-book que puede conseguirse en Amazon gracias a la editorial VozEd; y Rojo semidesierto (FOEM), con el que fue galardonado en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012, por los jurados Beatriz Espejo, Alberto Chimal y Eraclio Zepeda. Entre sus temas predilectos está contraponer el género fantástico con el realismo sucio, gracias a la violencia y los daños colaterales que provoca la guerra del gobierno federal contra el crimen organizado
Conocí a Joel gracias a los accidentes del ciberespacio y a su imbricada red de etiquetas que te ofrece Google al buscar el nombre de Amparo Dávila, pues el primer resultado al googlear a la escritora de Pinos Zacatecas es el cuento Amparo Dávila en la memoria ajena, una especie de homenaje a la imaginación de la narradora publicado en el blog Bunker 84 del joven escritor. Lo leí y el placer estético me orilló a escribirle al autor a través de Facebook. Esa acción detonó un diálogo creativo generacional: me convertí en lectora y reseñista de sus dos libros y uno más por salir bajo el sello de la Editorial Germinal de Costa Rica. En esta entrevista, hecha a distancia gracias al correo electrónico y a Facebook, busco entablar una conversación con Joel para que nos hable de su literatura, del cuento y su creación, de sus temas predilectos, sus lecturas, en qué se encuentra trabajando ahora y, sobre todo, de su libro Rojo semidesierto.

 Lola Ancira: ¿Por qué escribir o, mejor dicho, por qué ser escritor?
Joel Flores: Supongo que porque no existe para mí otro oficio. Es lo único que sé hacer, aparte de enseñar literatura. Al principio creía que porque había sido una especie de elegido por alguna terquedad divina o accidente, pero con el tiempo he aprendido que mi oficio se reduce a una decisión: escribo porque no he encontrado una mejor manera de comunicarme con el mundo e interpretarlo. Y todo ello nació cuando estaba pequeño y mi madre llevó una computadora de escritorio a la casa. Se trataba de una Hp pesadísima, un dinosaurio en comparación con los ordenadores que usamos hoy en día. Cuando la vi, supe que ese mamotreto me serviría para escribir. Allí, en el estudio-habitación que improvisamos mi hermano y yo, llegué a pasar las noches escribiendo una especie de diario que nadie conocía más que yo. Se trataba de un confesionario amortiguado por una escritura honesta e inocente, ilusa y sin visión, que lo mejor que le pudo haber pasado fue desaparecer junto a la vieja Hp. 

Con el tiempo y las lecturas empecé a tomar esto en serio, fue en la preparatoria, como ya lo he dicho en otras entrevistas, gracias a la amistad que tuve con Javier Báez, un narrador potosino del que ahora se sabe poco fuera de Zacatecas. Él me enseñó que, para ser un escritor de verdad, primero hay que ser un lector comprometido con la literatura. Para Javier la lectura es la esencia de todo: la escases de lecturas literarias en un escritor se reduce a una mirada sesgada del mundo y a un estilo limitado. 

Años después mis ganas de escribir un libro con la ayuda de una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes me llevó a sesionar con David Ojeda, quien solía decirnos que no hay literatura sin experiencias de vida. Escritor que no ha vivido y quiere hacer literatura está siendo un impostor, al menos yo así lo pensaba entonces. En España, sin embargo, fue determinante mi amistad con Juan Gómez Bárcena dentro de la Fundación Antonio Gala. En ese recinto, gracias a la biblioteca pública de Córdoba, leí a escritores como Junot Díaz, John Cheever, Raymound Carver, Truman Capote, Sallinger, Hemingway y Tobias Wolf. Fue entonces cuando conocí el sentimiento de la hermandad literaria y empecé a leer y escribir como si respirara.

LA: ¿Cómo nace Rojo semidesierto?, leo al final de todos los cuentos, en la parte de los agradecimientos, que fue escrito en tres etapas, una en Distrito Federal, otra en España y una más en Tijuana, durante cuatro años.

Joel Flores: En realidad fue un libro escrito en pausas, con muchas reestructuraciones. Para concluirlo entraron y salieron muchos cuentos. Siempre ha sido así mi sistema de creación, escribo, reescribo, borro, elimino, retomo, engarzo. Muchos amigos me han recomendado, incluso yo suelo hacerlo en mis clases de Metodología de la Investigación, que primer se trace un mapa de lo que se quiere escribir, antes de sentarse a teclear en la computadora. Sin embargo, yo no suelo seguir mis consejos, al menos no en esto. Primero escribo y después acomodo con más visión del material. Quizá en el libro siguiente use un sistema opuesto, pues cada libro exige el propio. Por otro lado, a pesar de que Rojo semidesierto es un libro de no más de 120 páginas, tardé cuatro años en finalizarlo porque lo inicié fuera de México, bajo una preocupación por mi país, mi estado, que jamás había sentido antes. Cuando llegué a Córdoba, durante el sexenio calderonista, pasó de todo: la gripe porcina, la invasión del crimen organizado a Zacatecas, secuestros, balaceras, desaparecidos, corrupción, y yo veía todo eso desde lejos, como rumores escuchados detrás de una puerta de hierro. Fue entonces cuando el libro que propuse para escribir a la Fundación Antonio Gala dio un giro abrupto. En esas fechas me encontraba viajando por Barcelona y tuve la oportunidad de cenar en la casa de unos catalanes pura cepa que estaban en contra del independentismo. Uno de ellos me regaló un libro llamado Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu, que me alumbró en muchos aspectos qué buscaba como escritor. Tras mi regreso a la Fundación, empecé a escribir sobre los daños colaterales que provoca la guerra entre el crimen organizado contra la federación. Me ayudó mucho una serie de contactos que entablé gracias a Facebook y el correo electrónico con personas que, de cierta manera, habían sufrido o habían tenido que ver con esta catástrofe y tragedia; sus historias o rumores, así como las notas periodísticas, me sirvieron para ir estructurando algunos cuentos. Recuerdo que la versión final era de 100 páginas escritas a contra reloj durante 5 meses. Luego regresé a Zacatecas y escribí uno que otro cuento, empecé una novela y olvidé el libro. Me fui al Distrito Federal a buscar oportunidades como escritor y cerré parte del proyecto con la ayuda de Juan Gómez Bárcena, a quien le habían dado una residencia el FONCA ese año para extranjeros. Después regresé a Zacatecas, conseguí empleo en un periódico como editor y con las noticias que fui acumulando en su sala de redacción me di cuenta que lo que llevaba de ese libro eran rumores carentes de verosimilitud, hacía falta contraponer lo escrito, es decir la ficción, con más hechos reales, verdaderos. Trabajar en ese periódico fue determinante para mi escritura, nos llegaban de primera mano noticias sobre balaceras, secuestros, asesinatos, el empleo informal y más. Tras mudarme a Tijuana, tuve tiempo de terminarlo con todas las experiencias y apuntes que acumulé. Esta ciudad fronteriza me dio la tranquilidad y la visión para reescribir, detallar y engarzar un cuento o personaje con otros, para que el libro estuviera urdido por historias seriadas que hacen una unidad total, pero que puede leerse cada cuento como independiente, si lo sacamos del libro.

LA: Recurres en tus cuentos al tema de los daños colaterales, donde verdugo y víctima son igualados por la catástrofe. Recuerdo, por ejemplo, esos cuentos donde una mujer se crea un embarazo psicológico luego de haber perdido a su hija por culpa del crimen organizado o aquel hombre que sufre de estrés postraumático diciendo todas las noches que el baño de su casa ha desaparecido, luego de haber sufrido un secuestro. ¿Por qué escribir sobre ese registro de la realidad inmediata y no por el género fantástico, como en tu primer libro El amor nos dio cocodrilos?

JF: Cuando empecé este libro quise hacer lo opuesto a El amor nos dio cocodrilos, quise escribir historias más humanas, inmediatas, como tú lo nombras, pero no apelar directamente a la palabra narcotráfico, que está compenetrado en el imaginario colectivo de los mexicanos. No me gustaría que ligaran mi obra en un futuro con el narcorrealismo, pues jamás con Rojo semidesierto busqué aliarme a sus filas. Respeto esta corriente literaria y admiro incluso a sus padres, pero yo busqué emular el imaginario de Juan Rulfo o José Revueltas, donde el terruño se convierte en un lugar universal, que puede ser comprendido por cualquier lector de cualquier parte del mundo y donde los desbarajustes de la vida, de un país, son la materia prima para hacer literatura.Sería tajante decir que no hay rasgos fantásticos en mi libro, pues el lector podrá encontrarlos pero representados como símbolos justificados o ligados a un aspecto real. El sólo hecho de renombrar a los malos, al crimen organizado, como La Compañía, como un símbolo casi metafísico de amenaza por sus acciones, bien podría leerse como el mismo símbolo del visitante del cuento de Amparo Dávila, la muerte roja de Poe o la energía que desalojó de su propia casa a los jóvenes del cuento “Casa tomada” de Julio Cortázar. El embarazo psicológico de esa personaje, no es más que el símbolo de esperanza de los personajes que, ante la tragedia, buscan una solución rápida para seguir hacia adelante, aunque esa esperanza sea ilusoria, vacilante, como lo propio en el género fantástico. En cuanto a la prosa, traté de que fuera más flexible y menos golpeada, incluso por esas razones acudí a la teoría del narrador indirecto libre, donde la voz narrativa del narrador se funde con la de los personajes. Esto apuesta va encaminada, supongo, a una madurez creativa, a una búsqueda personal del uso de nuevas herramientas para hacer literatura y no repetir los esquemas, los retos de siempre. En cuanto al espacio y lugar, en Rojo semidesierto quise anclar todas las historias a una entidad federativa de México, salen espacios como Tijuana, Mexicali y sobre todo Zacatecas, incluso colonias nuevas y viejas.

LA: Hablas de Julio Cortázar, Rulfo y Revueltas como referencias de este libro. ¿Cómo influyen en Rojo semidesierto? ¿Son los únicos escritores que fungieron como influencia para ti a la hora de escribir estos cuentos?

JF: En realidad fueron referencias de forma inconsciente, las nombro como prueba de que, tal como dice Juan Villoro, uno debe ser lector antes que escritor. Bajo esa fórmula se aprende infinidad de herramientas narrativas, se crea uno su propio taller y cuelga allí esas herramientas, pero no suele usarlas del todo o las usa a medias cuando uno escribe. Rulfo es y será un referente de la literatura nacional que a muchos nos ha servido como un tesoro de influencias, al igual que José Revueltas. Sin embargo, no tenía a estos escritores al lado cuando escribí cada uno de los cuentos de este libro. Tenía a otros, como Cheever, Capote o el mismo Junot Díaz, pero quise tropicalizar la estructura que ellos proponen en los míos, no imitándolos, no emulándolos, y allí vaciar los conflictos latentes de un país, una ciudad en específico, que es Zacatecas. Ahora que leo el libro con la distancia, veo que ningún cuento se parece a alguno de los escritores que nombro. Todo lo contrario, hay una propuesta personal, un estilo propio, desde la estructura particular hasta la total.

martes, 15 de octubre de 2013

Rojo semidesierto


Rojo semidesierto es la voz de una generación mutilada por la violencia. Un aterrador registro coral de las verdaderas víctimas de la guerra contra el narcotráfico, que no son sólo los muertos, sino también aquellos que vieron a sus familiares y amigos desaparecer, y el país que amaron teñirse de sangre. Hombres y mujeres que luchan cada día por sobrevivir en la intemperie de ese semidesierto que no es sólo un lugar físico, sino el paisaje desolado de sus propios sueños.
Con este libro, Joel Flores (Zacatecas, 1984) da un magistral testimonio de esta tragedia cotidiana. Su prosa conmueve, sacude y a veces indigna; abrasa nuestra conciencia y nos golpea contra el árido suelo de la realidad. La voz del narrador está tallada por el dolor y agujereada por innumerables silencios en los que se cuenta la vida de catorce personajes, y con ella el destino de toda una nación. Dos vecinos que prefieren no saber lo que ocurre al otro lado de la cancela de su jardín. Un marido que se viste con las ropas de su esposa muerta. Un niño que reza estérilmente en una habitación de hospital. Y también un joven que trata de cruzar la frontera, de olvidar el país en que nació, como si no supiera que el rojo semidesierto se lleva dentro.


lunes, 14 de octubre de 2013



Pertenecer o no a una generación es uno de los temas de menos interés entre los escritores. En la mayoría de los casos es la crítica, los periodistas o los académicos quienes hacen esos cortes generacionales agrupando a una serie de autores que coinciden en año de nacimiento, región o fecha de publicación de sus libros. De esa manera se distinguen tendencias en cuanto a forma, estructuras o temas de interés.
¿Cuál es el riesgo de precipitar opiniones en cuanto a autores jóvenes que están en la frontera de los treinta años?, ¿qué pueden decir estos escritores acerca de sus contemporáneos?, ¿se leerán entre sí?, ¿distinguirán posibles aportes de su generación?
La casa de Viena toma ese riesgo y entrevista a una serie de escritores mexicanos (Javier Caravantes, Carlos Iván Córdova, Edgar Omar Avilés)  nacidos en la década de 1980 para hablar sobre sus primeros libros y la manera en que visualizan a su generación.
Joel Flores nació en 1984 en Zacatecas. Ha obtenido las becas FONCA y FECAZ en las emisiones 2004-2005, 2007-2008 y 2009-2010, en la categoría Jóvenes Creadores. En 2008-2009 disfrutó de una residencia en España patrocinado por la Fundación Antonio Gala. Su libro El amor nos dio cocodrilos (cuento) ha sido publicado por Vozed, editorial digital. Y con Rojo semidesierto (cuento) fue galardonado con el Certamen Internacional de Literatura Sor Juan Inés de la Cruz 2012. Actualmente vive en Tijuana, Baja California.

Josué Barrera: ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes en relación con la literatura?, ¿cómo te acercas a ella?

Joel Flores: Tuve la suerte de encontrar, en mi estadía en la preparatoria, un taller literario cuyo coordinador perteneció a la escuela de escritores oriundos de distintos estados que formó el ecuatoriano Donoso Pareja en la década de los ochentas, en San Luis Potosí. Me refiero al novelista Javier Báez, un escritor que en sesiones y en su obra apostaba por la trama como artificio y la sonoridad de las palabras como la musicalidad del discurso, una mirada formalista, sklovskiana, de ver la narrativa. Duré poco tiempo en ese taller, un año y medio o menos; lo suficiente para que decidiera explorar el género cuento y emprender mi carrera como escritor, que entonces no sabía cuál sería su futuro. Recordar esa etapa significa pensar en La onda, El boom, Roland Barthes, Generación de Medio Siglo, Amparo Dávila, Francisco Tario.

            Luego vino el año de creación literaria patrocinado por el Fondo Nacional para Jóvenes Creadores, en el 2006-2007, en la categoría cuento. Allí conocí a otro potosino, a David Ojeda, quien compartió con otros cinco becarios y yo su forma de ver la literatura y la vida (que en el fondo viene siendo lo mismo), pero sobre todo su manera de ver el cuento, desde su estructura y las formas de empezarlo y darle fin. En aquellas pláticas con sabor a mezcal y cerveza, en ciudades como San Luis Potosí y Guanajuato, descubrí que el oficio del cuentista es, quizá, el más complicado y difícil de llevar. Pues la pura estructura de ese género demanda el dominio de las palabras, su uso exacto, no decir el mundo, sino sugerirlo. El artificio está en saber urdir una trama como si se estuviera preparando una celada, más no dejar a la suerte un buen cierre, es decir, un final que en lugar de que revele algo al lector lo invite a que inaugure más interrogantes conforme interpreta los acontecimientos diseminados en la historia. Ojeda es uno de los pocos que quedan de esa generación que formó en gran medida a escritores jóvenes gracias a los talleres literarios. Un maestro. Alguien que ha dejado una herencia a quienes tuvimos la suerte de trabajar con él.

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