El lector como un relato en continúa modificación
(sueltos sobre El último lector, de Ricardo Piglia)
(sueltos sobre El último lector, de Ricardo Piglia)
Leer es un acto individual, es crearse una historia íntima, en un espacio imaginario donde sólo cabe una persona, un romper la retahíla de mecanismos que imperan nuestro orden social de forma aislada. Cuando se lee, la vida no se detiene; sólo el que lleva a cabo esta actividad se retira del tiempo, ignora su sometimiento real, ignora lo que está a su lado. Lo que sí existe cuando se lee es el espacio, siempre en modificación y construido por libros interconectados, ladrillos unidos que conforman una pared, vampiros refugiados entre la oscuridad de los estantes, lámparas adormiladas, palabras que te llevan a otras palabras, citas y nombres que se tienen que memorizar y reflexionar a solas. El lector como un arácnido siempre en movimiento y construyendo una tela de signos; planea antes de dar un paso adelante, piensa cómo llevar cada vez más libros a su tejido. El lector es un personaje que habita muchos mundos. La lectura es, a la vez, la construcción de un propio universo interconectado con otros universos, un refugio ante las hostilidades del mundo. El lector siempre está en continúa modificación.
Los Formalista proponían ver cómo se construye un texto, reconstruirlo cada vez que se lee, poner parte de uno mismo para finalizar lo que al texto le faltó decir. “La ficción no depende de quien la construye, sino también de quien la lee”.
Volvamos sobre nuestros pasos.
Uno mismo. Un lector, siempre se crea su universo, su Ítaca, su Estado. El lector siempre visto a solas, espiando el mundo detrás de la ventana, lejos, muy lejos de la sociedad. La torre de marfil de Montaigne, es el mejor ejemplo de esto; un espacio en alto, muy cercano al cielo, donde las ideas fluyen mientras se conversa con los otros, con los libros. Aunque para ese lector sólo existen los libros y la razón, no olvidemos que escogió esa torre para ver a los hombres desde lo alto, como un Dios que espía y estudia lo que espía. Si Dios tuviera un libro bajo el brazo, quizá sería más misericordioso; quizá comprendería mejor los actos humanos y se pondría en el lugar del otro. Escribir no sólo es un acto que se fija como fin la otredad. Leer también es ponerse en el lugar del otro, dejar este mundo con la ayuda de la imaginación.
La torre de marfil es, aparte del mejor ejemplo de aislamiento, la idea del escritor ausente. Se dice que Montaigne escribía y tiraba notas desde la última ventana de su torre, como si las ideas fueran recién nacidos en busca de una madre.
Hablemos de algunas actividades mientras se lee.
Un escritor, para Duras, nunca deja de escribir. Mientras vive, escribe. Mientras lee, escribe. Un texto, por más redondo que se piense, nunca está finalizado. El lector siempre escribirá encima de él.
Alusión a las palabras de Piglia: “La lectura es reconstrucción: se diálogo con el texto, se negocia, se le reconstruye la parte o partes que le faltan o las palabras que quiso callar. Leer es crear. La lectura construye un espacio entre lo imaginario y lo real, deforma la clásica oposición binaria ilusión y realidad. El texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión”.
Leemos, escribimos, leemos, escribimos. Una dicotomía indivisible.
El lector en movimiento, activo, entregado a la búsqueda incesante de algo que desea ver o escuchar.
Leemos para estar solos, para alejarnos de las palabras huecas de los demás, de los reales, para crearnos un caparazón enorme que nos hace ver la realidad de otro modo; teñida por los colores de la ficción. Para Nabokov un lector puro es aquel que, mientras lee, se pone en el lugar de quien escribió el texto. Dialogar con el creador para entender las razones que lo llevaron a escribir. Para Tournier no es bueno leer y creerse los personajes, actuar como los personajes. Siempre hay que cuestionarnos por qué suceden las cosas dentro de un texto. Ambos juicios no son desdeñables, ni arbitrarios. Ambos nos conducen a un placer individual, de colectividad. Pero no olvidemos las emociones iniciáticas que nos llevaron ser lectores. En la lectura todo se reduce al romance. Seguimos leyendo porque queremos evocar o volver a sentir lo que sentimos la primera vez que un texto nos trastoco nuestra visión del mundo: los personajes entrañables nunca se olvidan.
Abramos algunas distorsiones.
“Leer de otro modo es leer con libertad y suspiro; es utilizar o usar el texto, disponer de él”. “Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer no siempre el que tiene la mejor vista lee mejor.”
La actividad lectora cada vez más parecida a recorrer un sinfín de pasillos con un sinfín de puertas. Ninguna es la correcta, todas son válidas de existir y deben abrirse.
No hay mejor lector que el miope; el que ve dobles sentidos, espejismos y alucinaciones donde hay puntos o ideas fijas.
“No se trata de de interpretar (porque ya se sabe todo), sino de revivir”.
Algunos personajes celebres para Piglia.
Lector moderno: vive en un mundo de signos; está rodeado de palabras impresas.
Lector adicto: el que no puede dejar de leer, al igual que el lector insomne, el que está siempre despierto; ambos son presentaciones extremas de lo que significa leer un texto. Ambos practican la literatura como una forma de vida.
El lector como héroe trágico: tiene mucho que ver con el lector que lee mal. Un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrar sentido.
Lector visionario: el que lee para saber cómo vivir.
Los Formalista proponían ver cómo se construye un texto, reconstruirlo cada vez que se lee, poner parte de uno mismo para finalizar lo que al texto le faltó decir. “La ficción no depende de quien la construye, sino también de quien la lee”.
Volvamos sobre nuestros pasos.
Uno mismo. Un lector, siempre se crea su universo, su Ítaca, su Estado. El lector siempre visto a solas, espiando el mundo detrás de la ventana, lejos, muy lejos de la sociedad. La torre de marfil de Montaigne, es el mejor ejemplo de esto; un espacio en alto, muy cercano al cielo, donde las ideas fluyen mientras se conversa con los otros, con los libros. Aunque para ese lector sólo existen los libros y la razón, no olvidemos que escogió esa torre para ver a los hombres desde lo alto, como un Dios que espía y estudia lo que espía. Si Dios tuviera un libro bajo el brazo, quizá sería más misericordioso; quizá comprendería mejor los actos humanos y se pondría en el lugar del otro. Escribir no sólo es un acto que se fija como fin la otredad. Leer también es ponerse en el lugar del otro, dejar este mundo con la ayuda de la imaginación.
La torre de marfil es, aparte del mejor ejemplo de aislamiento, la idea del escritor ausente. Se dice que Montaigne escribía y tiraba notas desde la última ventana de su torre, como si las ideas fueran recién nacidos en busca de una madre.
Hablemos de algunas actividades mientras se lee.
Un escritor, para Duras, nunca deja de escribir. Mientras vive, escribe. Mientras lee, escribe. Un texto, por más redondo que se piense, nunca está finalizado. El lector siempre escribirá encima de él.
Alusión a las palabras de Piglia: “La lectura es reconstrucción: se diálogo con el texto, se negocia, se le reconstruye la parte o partes que le faltan o las palabras que quiso callar. Leer es crear. La lectura construye un espacio entre lo imaginario y lo real, deforma la clásica oposición binaria ilusión y realidad. El texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión”.
Leemos, escribimos, leemos, escribimos. Una dicotomía indivisible.
El lector en movimiento, activo, entregado a la búsqueda incesante de algo que desea ver o escuchar.
Leemos para estar solos, para alejarnos de las palabras huecas de los demás, de los reales, para crearnos un caparazón enorme que nos hace ver la realidad de otro modo; teñida por los colores de la ficción. Para Nabokov un lector puro es aquel que, mientras lee, se pone en el lugar de quien escribió el texto. Dialogar con el creador para entender las razones que lo llevaron a escribir. Para Tournier no es bueno leer y creerse los personajes, actuar como los personajes. Siempre hay que cuestionarnos por qué suceden las cosas dentro de un texto. Ambos juicios no son desdeñables, ni arbitrarios. Ambos nos conducen a un placer individual, de colectividad. Pero no olvidemos las emociones iniciáticas que nos llevaron ser lectores. En la lectura todo se reduce al romance. Seguimos leyendo porque queremos evocar o volver a sentir lo que sentimos la primera vez que un texto nos trastoco nuestra visión del mundo: los personajes entrañables nunca se olvidan.
Abramos algunas distorsiones.
“Leer de otro modo es leer con libertad y suspiro; es utilizar o usar el texto, disponer de él”. “Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer no siempre el que tiene la mejor vista lee mejor.”
La actividad lectora cada vez más parecida a recorrer un sinfín de pasillos con un sinfín de puertas. Ninguna es la correcta, todas son válidas de existir y deben abrirse.
No hay mejor lector que el miope; el que ve dobles sentidos, espejismos y alucinaciones donde hay puntos o ideas fijas.
“No se trata de de interpretar (porque ya se sabe todo), sino de revivir”.
Algunos personajes celebres para Piglia.
Lector moderno: vive en un mundo de signos; está rodeado de palabras impresas.
Lector adicto: el que no puede dejar de leer, al igual que el lector insomne, el que está siempre despierto; ambos son presentaciones extremas de lo que significa leer un texto. Ambos practican la literatura como una forma de vida.
El lector como héroe trágico: tiene mucho que ver con el lector que lee mal. Un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrar sentido.
Lector visionario: el que lee para saber cómo vivir.
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