En la historia de la literatura las novelas intimistas o sobre la familia abundan. Hay aquellas que enuncian el amor que se le tiene al padre, como La invención de la soledad, de Paul Auster, El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince y Patrimonio, de Philip Roth. Pero también hay aquellas que abjuran contra la imagen paterna con toda la pasión que provoca su ausencia, su falta de cariño, el abrazo jamás recibido. Signos vitales (Tierra Adentro, 2013) es una carta de amor a papá, una carta tierna, femenina, escrita con odio y rencor y cariño, memoria y vísceras.
Con una prosa que apuesta por las imágenes poéticas y un trama que se plantea como una pregunta sin respuesta aparente, Vanessa Téllez (Acapulco, Guerrero, 1981) crea a Zoé como una herida que supura episodios amargos de una niñez sin padre, donde la falta de ese cariño la convierten en testigo de hechos que construyen una ciudad, dimensionan una retahíla de personajes y sus historias que se imbrican con lo que significa el progenitor ausente: la muerte repentina de la madre; la abuela que suele coleccionar fotografías, como si deseara mitigar su soledad con anécdotas de vidas que no le pertenecen; Aura, la iniciación sexual y los placeres del cuerpo en un remoto burdel con un cliente de testigo; Ester, la mujer que vive encerrada en un cuerpo de niña a causa de una enfermedad misteriosa; y la palabra papá como una búsqueda parsimoniosa.
Vanessa Téllez también es periodista e integrante del comité organizador del Encuentro de Jóvenes Escritores Acapulco barco de libros. En esta entrevista, la autora nos ofrece una mirada fresca a este diálogo que hemos emprendido desde hace un par de meses con otros escritores, y nos habla de Signos vitales, su formación como escritora y lectora, la poesía sobre la prosa, sus contemporáneos, escribir o no sobre las heridas que deja el crimen organizado, el proceso de escritura, el e-book y literatura digital.
Joel Flores: En la literatura mexicana siempre son más los
escritores que las escritoras. Sin embargo esas pocas nos han heredado grandes
novelas y una biografía amplia, rica, persuasiva. Pienso en Nellie Campobello y
Cartucho. Pienso en Elena Garro y su
doble vida durante el movimiento estudiantil del 68. Pienso en ti y me pregunto
¿cómo ha sido tu formación?
Vanessa Téllez: No creo que exista una cantidad mayor de escritores
que escritoras, lo que me parece que existe y sucede en muchos otros gremios,
es más bien una apabullante desigualdad de género. Comenzando con los libros de
texto en los que apenas se citan escritoras como referentes literarios y
sociales, la edificación de la imagen de un escritor no ha evolucionado desde
el referente clásico de un escritor dedicado absolutamente a escribir
cómodamente desde su escritorio, no
parece interesarnos qué ocurre fuera de esa escena y preguntarnos si existe en
ese mismo cuarto una escritora que acaba de sentarse frente al ordenador
después de preparar la cena y meter a los hijos a dormir. Como mujeres
escritoras la tarea suele tener dos horarios, el trabajo en casa o fuera de
ella no es el mismo que el de un hombre, sea o no escritor. A esto, podríamos
agregar decenas de prejuicios, la historia avala el tácito rencor con que se suele
abrazar la figura de una escriba. Aun
cuando los contextos sociales cambian, seguimos habitando en un país que
atiende con devoción las estructuras de sometimiento de género.
En cuanto a mi formación, diría que fue un proceso
natural. Mi primera escuela fueron los argumentos por ejemplo, de Delia Fiallo,
Liliana Abud o Caridad Bravo Adams, historias de disección muy precisa y
personajes básicos. Es decir, me educó mucho
la televisión en ese sentido. No sabía bien qué buscar, pero sabía qué
definitivamente no quería leer. A la televisión se agregaron revistas cuya
factura era por llamarlo, mucho más profunda, temas de cine o moda comandaron
ese inicial apetito literario. En la preparatoria comencé haciendo pequeños y
sencillos guiones de radio. Aun así, me interesaba más el diseño de modas, la manufactura
de un vestido. Aspectos más gráficos que teóricos. Pero al mismo tiempo, comencé a escribir por cuenta propia, sin
educación al respecto. Entré en
contacto con la literatura hasta los 25 años. Entonces ya había trabajado
en radio y prensa, quizá la escritura fue el paso siguiente a ese búsqueda que
me alejaba cada vez más del diseño. No fue difícil el proceso formativo, pero
sí ecléctico, incluso algo confuso.
JF: Los signos vitales son el último suspiro, movimiento,
parpadear de alguien que está por irse de este mundo. Es la historia de la
búsqueda del padre y el parricidio. ¿Por qué escribir novela y no cuento?,
¿cómo se fraguó?
VT: La historia como tal, sucedió hace 15 años y comenzó
como un fotomontaje. Siempre que algo, un tema, una pregunta interrumpe en mi
cabeza, es como si creara una especie de largometraje del que no puedo escapar.
Esta historia en particular surgió como un planteamiento que me sedujo y otro
tanto ante la imposibilidad de escribir otra historia. Fue como si el recuerdo
de hace 15 años se impusiera y la pregunta que no quise contestar se
manifestara en cada cuartilla. No
escribo para contestar mis preguntas, escribo para formular mejor mis
respuestas. SV era extender la interrogante, alargar la duda, y con suerte,
muchísima suerte, encontrar el destello
del eslabón perdido sobre esa conexión y mecanismos de relación entre padres e
hijos cuya comunicación es nula o casi inexistente. Y debo decir que la
muerte es un tema que siempre irradia mis temas, no siempre como el eje, pero
sí como un sesgo que me provoca ensayar oraciones.
JF: Pocos son los narradores en México que recurren al
tema del papá o la mamá en sus proyectos literarios, ¿por qué escribir sobre la
imagen paterna y no sobre los defectos del Estado y sus leyes: la violencia
estructural, el narcotráfico, sus víctimas?
VT: He escrito cuentos y textos sobre la violencia que
aqueja a Guerrero, particularmente a Acapulco. Es un tema ineludible cuya cercanía pasó por decir, de los 6 grados de
separación. Incluso diría que, no
hacer ese propio registro sería atentar contra la naturaleza del escritor, en
quien creo, existe una obligación por registrar su entorno. No es que no
encontrara el tema, o la espina que sangrara esa historia, creo que la excusa,
por así decirla, es que no he encontrado el momento en el que pueda desarmarme
sin fracasar. Creo que si algo se le
debe a este país es lealtad con su historia, con las víctimas de esta guerra,
con los que morirán dos veces porque nadie les hará justicia. Creo que los
libros sobre el narcotráfico tienen esas dos lecturas, o deberían. Al final,
habremos de ver cuántas de esas novelas o libros sobre el narcotráfico,
revelaron o extendieron mejor la oscuridad para aprender cómo y dónde se
encuentra el encendedor. Creo que en los
libros debemos encontrar algo más que el papeleo burocrático que arroja la
violencia y su entorno.
SV coincidió también con la lectura a Paul Auster y a Nothomb. El extrañamiento de Amelie por su origen y la identificación geográfica me deslumbraron, era verme en parte reflejada en ese extravío. Nacer en DF pero vivir en Acapulco desde el primer año, siempre ha representado un poco también, cierta orfandad. Hace ocho años intenté vivir en DF y no pude, simplemente fue imposible conectar con la ciudad. Por otra parte, la familia siempre me parece un misterio de descifrar. Encontrar o no similitudes entre quienes crecimos y compartir las diferencias sin entablar una distancia absoluta, es impresionante. Todavía no me explico cómo es que uno nombra hogar o patria a una ciudad, y cómo lo amamos desde la aparente nada, desde el total desconocimiento.
SV coincidió también con la lectura a Paul Auster y a Nothomb. El extrañamiento de Amelie por su origen y la identificación geográfica me deslumbraron, era verme en parte reflejada en ese extravío. Nacer en DF pero vivir en Acapulco desde el primer año, siempre ha representado un poco también, cierta orfandad. Hace ocho años intenté vivir en DF y no pude, simplemente fue imposible conectar con la ciudad. Por otra parte, la familia siempre me parece un misterio de descifrar. Encontrar o no similitudes entre quienes crecimos y compartir las diferencias sin entablar una distancia absoluta, es impresionante. Todavía no me explico cómo es que uno nombra hogar o patria a una ciudad, y cómo lo amamos desde la aparente nada, desde el total desconocimiento.
JF: La búsqueda de Zoé, la protagonista de Signos vitales, es encontrar las
palabras exactas para retratarnos a su padre. Sin embargo, su viaje toma otros
rumbos y la premisa de la novela se convierte en un pretexto para narrar otras
historias. Dime, ¿la estructura fue cambiando mientras la escribías, o el
enunciar a otros personajes funge como un espejo que dimensiona a la protagonista
y su anhelo?
VT: Fue un poco de todo. Quizá con el tiempo vea en SV mi propio laboratorio textual. Al
inicio lo pensaba como un monologo. No quería nombres, o especificaciones
demasiado reveladoras. Quería que la historia cogiera su propio rumbo sin perder
el puerto. Conforme las cuartillas crecieron, encontré varias necesidades qué
afrontar. La imagen del padre era el principal espejo de Zoé. La historia tomó
la estructura de un cuarto. Cada personaje era una pared, así todo giraba o
encerraba un sólo personaje. Zoé es el pivote que da cuerda a la historia.
Mientras vienen y desaparecen personajes, Zoé parece permanecer en el mismo
lugar, pero se ha movido desde el principio.
JF: En tu novela suele privilegiarse el sonido de las
palabras y las imágenes que evocan, al punto que la trama se convierte en un
hilo congelado, al servicio de lo poético. ¿Qué tanta influencia de la poesía
hay detrás de Signos vitales? ¿Crees
que para lograr un lenguaje equilibrado, un narrador deba leer más poesía que
narrativa?
VT: Debo admitir que leía poca poesía. Comencé a leer más
libros de poesía después de terminar SV, y fue tanto como saltar en paracaídas,
totalmente al azar. La influencia de Anna
Becciu, Max Rojas, Carlos Pellicer, Pizarnik, Plath o Francisco Hernández me
revelaron todo un mundo con el que podía identificarme, porque básicamente entendía
de lo que estaban hablando. Quizá la
estructura de las imágenes se deba a mi necesidad por escuchar música mientras
escribo, y generalmente, ésta debe sintonizar con el tono que busco. Creo que
he soñado musicalizar con pausas, con las palabras adecuadas cada historia que
escribo. Me preocupa la forma, el vestido con que se presenta un texto. No sé
si se deba leer más poesía que narrativa. Pero en lo personal, encontrar poesía, maravillosa poesía de
gente joven como Sara Uribe, ha potenciado áreas donde la funcionalidad o
practicidad gobernaban la prosa. Creo que la poesía refresca y provoca
rizomas en el lenguaje narrativo con mejor fluidez, la viste mejor sin duda.
JF: Cambiemos la dinámica, diré una palabra y tú me
respondes lo primero que pienses:
Padre: Soledad
Poesía: Belleza
Novela: Dolor
Acapulco: Mar/Catarsis/Dios
Escritura: Pasión
Signos vitales: Ciclo/Hastío
JF: ¿Qué opinas de las políticas de las editoriales
comerciales? ¿Te fue complicado publicar en Tierra Adentro?
VT: He escrito antes de SV cuatro novelas. Malísimas,
creo. Antes mis historias tenían otros temas, mucho más adolescentes, quizá.
Las búsquedas cambian, maduran, gesticulan nuevas formas de dimensionar al
mundo, o lo que conocemos como tal. Antes de SV terminé una novela más cercana
a mi realidad, novela que mandé a TA antes que SV y que, afortunadamente no se
publicó. Fue una novela que exteriorizó el apasionamiento hasta entonces
contenido en la lap y el pequeño
mundillo de letras que conocía. Supe de TA cuando era reportera, causalmente.
En aquellos años, hace 7, mis referentes literarios eran columnistas y críticos
de revistas sobre cine o moda. Pero ese mundo que descubrían, aunque apenas
dimensionado en revistas mensuales, me permitió coquetear con la posibilidad de
escribir.
Fui rechazada por una editorial independiente, no puedo decir que fuera
su culpa y que apostar por escritores desconocidos sea impensable, también creo
que aquella novela era malísima. Creo que influyen muchísimas cosas, puede ser una mala historia, un mal
tratamiento, numerosos intereses, y es válido. Lo que no es válido es dejar de escribir por ello.
JF: Tienes un blog y eres constante en su actualización,
¿publicarías alguno de tus proyectos en e-book?,
¿crees que llegarían a más lectores gracias a la nueva cultura de la
información?
VT: Soy de la vieja escuela, aún persiste mi intención
por hacer del blog mi mejor casa. Lo comencé cuando dejé el periodismo, primero
para obligarme a escribir semanalmente. Luego, para anotar fijaciones y
agradecimientos literarios. Ahora es el
único lugar de la vorágine cibernética donde me siento más a gusto. Desde
que vivo en DF, el blog se ha vuelto más una bitácora fotográfica de las calles
que voy conociendo y de la ciudad donde nací. La relación con el DF ha sido más
de reapropiación en espacio y forma; de ello, da fe el blog.
Claro que publicaría en e-book, la escritura no sólo
está vinculada al papel. Hay todo un recinto cibernético de escritores que
consumen e-books, a veces me parece que con más pasión que aquellos, me cuento,
que buscamos la representación física del libro. No creo que el libro y el e-book peleen por lectores. En todo
caso, se los van a repartir. Lo que debería preocuparnos sería no crear más
herramientas para el consumo de libros, simplemente de escritura, financiar
mejores espacios. Arrendar computadoras, kindles.
Existe una sobre preocupación por el e-book y por vender libros, pero no precisamente por desarrollar programas
para el financiamiento de lecturas.
JF: Se dice que los escritores jóvenes tenemos un apuro
por publicar y poca preocupación por lo que escriben nuestros contemporáneos,
¿sueles leer a escritores o escritoras nacidas durante la década de los ochenta
o prefieres a los clásicos, a los que nos anteceden?
VT: Es cierto, pero creo que es un mito. Soy curiosa y
muy desordenada para leer. Así que leo de lo que voy escuchando, de lo que se
comenta y de lo que siempre me ha interesado; esos temas que se van moviendo
pero persisten. Me gusta saber de qué
van los escritores de mi edad. Es interesante hacer correlaciones de una
generación porque, aunque tengamos la misma edad, nuestros referentes son distintos,
empezando por la ubicación geográfica. Recientemente trato de ligarme con
los de mi edad por empatía generacional, y claro, los clásicos son la escuela
de la que venimos aprendiendo y a quien acudimos como santidad divina para
replantear lo que decimos en otro lenguaje, en otro tono, en otro folclor. Me gusta mucho la poesía de gente como Ingrid
Valencia, Sara Uribe, Manuel Parra y narradores como Iliana Vargas, Federico
Vite, Javier Caravantes, gente que no necesariamente coincide en edad o temas. Dirigir mis apetitos literarios en función
de la edad, sería algo castrante.
JF: ¿En qué proyecto te encuentras trabajando?, ¿es otra novela?
VT: Llevo trabajando en la misma novela desde hace 3
años. Pero parece una relación abierta porque mientras la escribo, terminé una
noveleta y un par de cuentos. Así que el tiempo literario se divide entre
corregir y escribir una novela que alimento leyendo libros sobre el tema y
realizando investigación afín. La
escritura es también recesos para leer y vacilar con las influencias de otras
disciplinas. El cine y la pintura ayudan mucho cuando la música literaria
se detiene. Estas formas plásticas me han permitido por ejemplo, replantear
mucho de lo ya escrito y conformar imágenes más amplias, tridimensionar lo
estático, lo que parece no salirse de un recuadro. El cine, leer historias en
la pantalla es renovar el contrato con la lap,
saber que las hechuras podrían disfrutarse si están bien cortadas.
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