lunes, 31 de marzo de 2014

Samir y Yonatan, de Daniella Carmi


De niño nunca fui lector voraz. A decir verdad, jamás hubo libros en mi casa. Mi madre me entregaba al colegio como lo hace cualquier madre mexicana: tenía la esperanza de que allí me convirtieran en un chico con futuro. Muy tarde conocí la literatura juvenil en la preparatoria. Y si no fuera por ese tiempo, quizás ahora sería incapaz de formularme preguntas que la literatura misma genera: ¿qué me forma como ser humano y cuáles son los valores que me unen con mis semejantes? Puedo escribir que los libros son el vehículo más adecuado para acercarnos al conocimiento y seguro otros articulistas están escribiendo lo mismo, en sus respectivos idiomas, al querer responderse qué valor ha tenido la literatura para ellos. Sin embargo cabría preguntarnos: ¿sobre qué se debe escribir para atraer a los niños y jóvenes a la literatura? ¿Y cómo hacer para impedir que crezcan con una visión poco aguda sobre el mundo?
El trabajo que realiza Ediciones Castillo, del Grupo MacMillan, en publicar libros orientados a chicos de secundaria y bachillerato da una oportuna respuesta. Con una edición de bolsillo, papel ligero e ilustraciones atractivas, ofrecen títulos que dan noticias de los conflictos sociales que viven otros países y cómo su juventud, que busca un futuro con el presente que los forja, los enfrenta. Un ejemplo es Samir y Yonatan (2013), de Daniella Carmi (Tel Aviv, 1956), obra que ha sido traducida a más de 10 idiomas y que aparece por primera vez en México. La novela narra la historia de un chico palestino que sufre, junto a su familia, las secuelas que ha venido dejando el conflicto entre Israel y Palestina, en zonas que bien podrían ser la Franja de Gaza y Cisjordania, y cómo en un hospital encuentra la tranquilidad y la hermandad que sus antepasados se han empeñado a torcer por razones ideológicas y de territorio.
Samir se ha roto la pierna en su bicicleta, antes del toque de queda. Días después lo llevan, contra su voluntad, al hospital de los judíos para que un médico norteamericano lo opere. En ese viaje descubrimos por medio de un lenguaje sugerente, persuasivo, algunas veces agujereado por las supresiones de tiempo y los recuerdos que mortifican a Samir, que ha perdido a su hermano menor, así como ciertos vecinos han perdido una mascota a causa del gas lacrimógeno, que su abuelo es ciego y sale corriendo de casa cada que escucha disparos, que su hermana mayor jamás se casó porque desapareció su novio y que su madre y padre ya no son los mismos desde que se vieron tocados por la tragedia. 
Sin embargo, si detrás de todas las novelas hay una pregunta que las concibe, la de Samir y Yonatan podría ser ¿qué haríamos si nos dieran la oportunidad de crear un mundo alterno, en un planeta conocido, donde no existiera la rivalidad política, religiosa, territorial ni racial, y sí la amistad? Es en el hospital, sitio de terror para muchos niños, donde Samir aprende qué lo hace igual a sus semejantes y crea un eslabón invisible con niños que han estado distanciados de sus padres a causa de lo complicado que es vivir en una zona en conflicto.
El mundo desolado que vivía Samir se troca en un planeta Marte lleno de posibilidades gracias a la compañía de Tzaji, el hermano de un soldado judío que se filtra como pesadilla en sus sueños, la belleza silenciosa de Ludmila, el desapego de Razia a su padre, que más tarde se convierte en perdón, y la amistad de Yonatan, el niño que cuenta hallazgos de los astrónomos sobre el universo como si en el cosmos y el polvo estelar estuvieran las soluciones a los problemas actuales del hombre: “lo que me parece increíble”, explica cuando se adueñan de la computadora que les dará oportunidad de volar al espacio, “es que las leyes de la física sean las mismas en todo el universo y que ocurra igual con la química. Las estrellas y nosotros estamos hechos de la misma materia”
Debajo de esas palabras, la novela de Daniella Carmi esconde un secreto que brilla como vía láctea, un mensaje que puede comprenderse en cualquier país disfuncional: ante las pérdidas que se han sufrido por causas ajenas, la amistad puede ser eterna y vasta como el espacio, “pues las estrellas no desaparecen cuando hay toque de queda, cuando hay tiempos difíciles”.


La reseña también se puede leer aquí.

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