De
niño nunca fui lector voraz. A decir verdad, jamás hubo libros en mi casa.
Mi madre me entregaba al colegio como lo hace cualquier madre mexicana: tenía la esperanza de que allí me convirtieran en un chico con
futuro. Muy tarde conocí la literatura juvenil en la preparatoria. Y si no fuera por ese
tiempo, quizás ahora sería incapaz de formularme preguntas que la
literatura misma genera: ¿qué me forma como ser humano y cuáles son los valores
que me unen con mis semejantes? Puedo escribir que los libros son el vehículo
más adecuado para acercarnos al conocimiento y seguro otros articulistas están
escribiendo lo mismo, en sus respectivos idiomas, al querer responderse qué
valor ha tenido la literatura para ellos. Sin embargo cabría preguntarnos: ¿sobre qué se debe escribir para atraer a los niños y jóvenes a la literatura?
¿Y cómo hacer para impedir que crezcan con una visión poco aguda sobre el
mundo?
El
trabajo que realiza Ediciones Castillo, del Grupo MacMillan, en publicar libros
orientados a chicos de secundaria y bachillerato da una oportuna respuesta. Con
una edición de bolsillo, papel ligero e ilustraciones atractivas, ofrecen
títulos que dan noticias de los conflictos sociales que viven otros países y
cómo su juventud, que busca un futuro con el presente que los
forja, los enfrenta. Un ejemplo es Samir y Yonatan (2013), de Daniella Carmi (Tel Aviv, 1956), obra que ha sido traducida a más de 10 idiomas y que
aparece por primera vez en México. La novela narra la historia de un
chico palestino que sufre, junto a su familia, las secuelas que ha venido
dejando el conflicto entre Israel y Palestina, en zonas que bien podrían ser la
Franja de Gaza y Cisjordania, y cómo en un hospital encuentra la tranquilidad y
la hermandad que sus antepasados se han empeñado a torcer por razones
ideológicas y de territorio.
Samir
se ha roto la pierna en su bicicleta, antes del toque de queda. Días después lo
llevan, contra su voluntad, al hospital de los judíos para que un médico
norteamericano lo opere. En ese viaje descubrimos por medio de un lenguaje
sugerente, persuasivo, algunas veces agujereado por las supresiones de tiempo y
los recuerdos que mortifican a Samir, que ha perdido a su hermano menor, así
como ciertos vecinos han perdido una mascota a causa del gas lacrimógeno, que
su abuelo es ciego y sale corriendo de casa cada que escucha disparos, que su
hermana mayor jamás se casó porque desapareció su novio y que su madre y padre
ya no son los mismos desde que se vieron tocados por la tragedia.
Sin
embargo, si detrás de todas las novelas hay una pregunta que las concibe, la de Samir
y Yonatan podría ser ¿qué haríamos si nos dieran la oportunidad de
crear un mundo alterno, en un planeta conocido, donde no existiera la rivalidad
política, religiosa, territorial ni racial, y sí la amistad? Es en el hospital,
sitio de terror para muchos niños, donde Samir aprende qué lo hace igual a sus
semejantes y crea un eslabón invisible con niños que han estado distanciados de
sus padres a causa de lo complicado que es vivir en una zona en conflicto.
El mundo desolado que vivía Samir se troca en un planeta Marte lleno de
posibilidades gracias a la compañía de Tzaji, el hermano de un soldado judío
que se filtra como pesadilla en sus sueños, la belleza silenciosa de
Ludmila, el desapego de Razia a su padre, que más tarde se convierte en perdón,
y la amistad de Yonatan, el niño que cuenta hallazgos de los astrónomos sobre
el universo como si en el cosmos y el polvo estelar estuvieran las soluciones a
los problemas actuales del hombre: “lo que me parece increíble”, explica cuando
se adueñan de la computadora que les dará oportunidad de volar al espacio, “es
que las leyes de la física sean las mismas en todo el universo y que ocurra
igual con la química. Las estrellas y nosotros estamos hechos de la misma
materia”.
Debajo
de esas palabras, la novela de Daniella Carmi esconde un secreto que brilla
como vía láctea, un mensaje que puede comprenderse en cualquier país disfuncional: ante las pérdidas que se han sufrido por causas ajenas, la
amistad puede ser eterna y vasta como el espacio, “pues las estrellas no
desaparecen cuando hay toque de queda, cuando hay tiempos difíciles”.
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