Alfonso López Corral (Navojoa 1979) es cuentista. Y esa palabra encierra oficio y perfección con la trama, con la técnica al fabular. Nos conocimos en Monterrey, en un encuentro de escritores jóvenes norteños. Entonces sus preocupaciones literarias oscilaban entre educar el oído con los corridos que mitifican aquellos juglares del acordeón y rasca tripas (que en unas cuantas estrofas dan noticia de una genealogía de héroes y traidores), y entender la estructura propia del cuento, sus silencios, sus elipsis, el subtexto, una retahíla de cualidades del relato norteamericano y del boom.
Autor de Musiquito del talón, ganador del Premio Nacional Comala 2013, López Corral cristaliza ambas preocupaciones en nueve historias que dan vida a Navojoa y a un villano que bien podría ser símbolo u eco de los que hacen lo mismo en sus regiones, Zacatecas, Tamaulipas, Michoacán, por nombrar pocas.
Sus historias son cuentos cantados por un músico de cantina que descubre que las hazañas de la Revolución han perdido brillo para los parroquianos. Lo de ahora es hablar de pistoleros que matan por matar y luego lloran a sus muertos, de mandamás que veneran su troca como a su vida, de casas que guardan los recuerdos de todos los cárteles, de viudas de héroes traicionados, de los que se van de Navojoa para hallar mejor vida y el destino los termina regresando, de cómo un día el país se convirtió en panteón y nadie sabe por qué fluye la sangre.
En esta entrevista, el escritor nos habla del cuento y su lenguaje, la estructura de su libro, el personaje que lo urde, Navojoa, los premios literarios, el oficio, de Musiquito del talón, literatura.
Joel Flores.- Hablar contigo me recuerda tantas conversaciones
virtuales de hace años, cuando tú escribías tu segundo libro y yo Mi amor nos dio cocodrilos. Éramos
cuentistas, nos interesaban autores parecidos y creíamos en el lenguaje del
cuento, como se cree en una profesión. Me gustaría empezar esta entrevista
preguntándote desde qué edad empezaste a escribirlo, cómo lo concibes y qué
autores te han iluminado.
Alfonso López Corral.- Bueno, quiero pensar que todavía somos cuentistas, que
como lo comentamos muchas veces, el
cuento era y es nuestro género de elección, nuestro modo de pensar y estar en
la literatura, y no sólo una fase o escalón para ensayar y escribir novelas
como suelen acostumbrar muchos escritores. Cuando estaba chamaco comencé
escribiendo poemas y poco a poco fui entendiendo que estos se inclinaban hacia
la narración, contaban historias, y la forma que más se ajustaba a lo que hacía
no era la estrofa ni el verso, sino párrafos que se adecuaban a los modos
narrativos, con inicios, nudos y desenlaces bien marcados. Mis primeros poemas
dieron paso a mis primeros intentos de hacer cuento, de lograr una historia, y
entre lecturas y descubrimiento de cuentistas geniales, comprendí que mi reto
sería explorar los espacios acotados (me refiero a su extensión) pero
inagotables del cuento.
JF.- En tu libro Navojoa es protagonista de historias que son narradas con un
lenguaje coloquial y poético, como si unieras la vena del corrido y la voz de
Juan Rulfo. Tal parece que el protagonista del primer cuento es quien compuso
todas las frases, todas las historias del libro, como si fuera un juglar de las
fechorías del narco. ¿Cómo nace esta preocupación por convertir el habla
popular en literaria? ¿Buscas mitificar lo que toca el crimen organizado?
ALC.- El personaje del Musiquito contador me permitió encontrar el tono narrativo que el proyecto necesitaba cuando planeé cada uno de los cuentos. Aunque sólo aparece en el primer cuento, la intención fue que se notara su voz en el resto. Respecto a tratar de convertir el habla popular en literatura, esto no fue una preocupación en sí. La idea en todo caso era que no hablaran de forma neutra, como personajes de libro traducido, tampoco que reprodujeran tal cual el habla de la región, lo que me parece poco práctico si no que imposible. Las historias ocupaban que los personajes tuvieran su propio lenguaje, su propia forma de expresarse en un rango que iba desde decir sólo lo necesario hasta expresarse sólo con silencios. No estoy seguro de haberlo conseguido por completo, pero al menos parece que sí se distinguen por como hablan. Y claro, en medio también estaba el reto de que personas de otras regiones los comprendieran sin necesidad de un diccionario de regionalismos.
En cuanto a la última pregunta, nunca
fue mi intención mitificar lo que toca el crimen organizado, para eso se bastan
solos los corridos de moda, los periódicos y el gobierno mismo. No quise
hacer ninguna apología del narco ni de la violencia. Es más, te diría que ni
siquiera es un libro que trata del narco: eso no lo define bien y en todo caso
al llamarlo así oculta todos los temas de los que se ocupa. Sin embargo, tengo que decir que su
concepción se debe a que en un momento dado este país se convirtió en un
cementerio, se llenó de muertos, y quise contar las historias de personas
simples paradas sin saber cómo en este moridero. Si hubieran sido
terroristas o guerrilleros, pues los hubiera mencionado, si hubieran sido
banqueros o extraterrestres los causantes de tanta pena, así estarían en el
libro también. Las cosas van por su nombre, qué le hacemos.
JF.- Tu libro, a pesar de estar compuesto por nueve cuentos, 100 páginas, uno
finaliza su lectura y parece haber conocido la vida entera de un lugar y sus habitantes, pues su estructura circular y
sus tramas imbricadas son propias de los libros de cuento seriados, pero el
tuyo roza la novela corta. ¿Cómo lograste esta estructura, fue uno de tus
objetivos desde que iniciaste o cambió con el tiempo?
ALC.- El libro lo pensé de manera que cada uno de sus cuentos fuera
independiente y contuviera su propio universo sin que ocupara de los demás para
ser entendible. Sin embargo, pienso que la ciudad donde transcurren las
historias y la voz que las narra son las que proporcionan esta unidad que hace
que el libro parezca una novela. También es cierto que hay un personaje
recurrente en casi todos los cuentos, Pancho Buitre, una sombra ominosa, pero
aquí la idea era manejarlo como un símbolo de la violencia que nos ha azotado;
más que crear un capo, lo que deseaba era reflejar todas estas ideas que
tenemos de estos asesinos, de estas personas responsables de la violencia por
lo que se cuenta de ellos, que va siempre desde su caricaturización hasta una mitificación
absurda y dañina para nuestra sociedad. Tenemos
la costumbre de volver legión a un sólo hombre que a veces resulta ser más
pobre diablo que nosotros, los ciudadanos de a pie.
JF.- Hace unos meses leía en una entrevista a un escritor mexicano que dice
que los premios literarios en México no son sinónimos de calidad. ¿Es verdad
que los premios no los ganan quien los merece? ¿Escribiste Musiquito del talón
buscando ganar el Premio Comala?
ALC.- Ganar un premio de
literatura, al menos los premios que no están dados de antemano, es cuestión de
suerte, suerte que está relacionada con los gustos del jurado del concurso en
turno (caray, que eso suceda me hace pensar en
conjunciones astrales, paso de cometas, eclipses de sol y demás eventos raros
largos en el tiempo). Por lo mismo se puede decir que no son sinónimo de
calidad, pero también se puede decir que no son sinónimo de mala literatura. Si
aplicamos el mismo argumento para libros que contrató directamente una
editorial comercial, y que tal vez pasó el dictamen de lectores profesionales,
de la misma manera no serían sinónimo de calidad ni de falta de ella. Imagina
que fuera como lo pretenden quienes se quejan de todo (premios, becas y
promociones): las librerías estarían llenas de maravillas. Por otra parte, escribí Musiquito del talón pensando en
alcanzar objetivos literarios personales. Por ejemplo, hallar un balance entre
experimentación con el lenguaje sin que la historia misma quedara corta o se
volviera estéril o un mero chiste anfibológico. Escribí Musiquito, después
me encontré la convocatoria en Internet, mandé el libro pensando que, como
siempre pasa en muchas cosas, no iba a pasar nada. Pero ganó, y ni modo, se
publicó el libro. Ahora los lectores pueden juzgar si tiene o no calidad, si es
o no literatura, si merecía o no el premio.
JF.- Para muchos todo aquel que escribe sobre las atrocidades del crimen
organizado está haciendo narcorrealismo. ¿Te ves parte de esa literatura?
ALC.- No me gustan las etiquetas de los libros porque predisponen al lector. De
manera general busco en cada libro que leo temas que me acerquen más a
comprender al ser humano y la vida, las relaciones de los hombres entre ellos y
el mundo. Ese es un objetivo que todos deberíamos de tener en cuenta siempre.
No entiendo por qué un libro de narcoliteratura no pueda reflejar cabalmente el
dolor de un ser humano que ha perdido a alguien de manera atroz y ponernos en
su lugar al leerlo, que otro que se concentra específicamente en tratar un tema
de duelo o pérdida desde una perspectiva netamente intelectual. Se trate del tema que se trate, en las
páginas de los libros siempre habrá un lugar y un ser humano, el compromiso del escritor es profundizar
en ello lo suficiente de manera que toque algo que nadie más ha tocado. Si
es o no es de tal moda, eso que lo decidan los vendedores.
JF.- Vamos a cambiar de dinámica, diré una serie de palabras y tú me
contestas lo que te provoca al leerlas.
Realismo/ Oportunidad.
Navojoa/ Huída, escape, evitación.
Raymond Carver/
Silencios.
Parra/ Nicanor; Eduardo Antonio.
Corrido/ Cuento.
Cuento/ Vida.
Oficio/ Vocación.
JF.- Aunque perteneces a la generación de los escritores nacidos en la década
de los setentas, yo te sigo viendo como un hermano literario de mi década, dime
¿sueles leer a escritores de tu generación o de los nacidos en los ochenta?
ALC.- Trato de leerlos a todos en la medida que puedo o me hago de los libros.
Pero así como no me gustan las etiquetas de los libros, tampoco las que les
ponen a los escritores por su década de nacimiento o por la región a la que
pertenecen. El libro debe hallar su
propio nicho más allá de fechas o grupos. Un escritor tampoco tiene por qué ser
su libro. Esas relaciones son puro
ocio, humo para el mercado y para gente que tiene mucho tiempo para comentar en
corrillos o en la hechura de tesis de literatura, sociología o historia. Si
lo bonito de la literatura es que ésta me permite tener afinidades con las
obras de escritores de todas las épocas y países. Uno se acalambra cuando al
leer conectamos, por ejemplo, un cuento de Bradbury titulado Aunque siga
brillando la luna (Junio de 2001) y uno de Borges que lleva por título Historia
del guerrero y la cautiva; y uno de Bradbury llamado Ylla (Febrero de 1999) y
casi cualquier cuento de Carver, y es válido preguntar, a pesar de sus fechas
de nacimiento, y de lo disímil de sus obras, ¿quién influyó a quién?, porque
además completamos esa relación hasta que los leemos sin importar el orden ni
los años transcurridos entre que hojeamos uno u otro libro.
JF.- ¿En qué proyecto te encuentras trabajando ahora, es una novela, un libro
de cuentos?
ALC.- En este momento estoy trabajando un cuento largo, aunque me estoy
tomando mi tiempo. No tengo prisa y quiero encontrar al narrador adecuado para
que me permita contar la historia lo mejor que pueda. Es una historia sobre el
hijo de un personaje de uno de los cuentos del libro Musiquito del talón. La idea general es que sea una vuelta a casa,
al hogar, a buscar la cruz que le toca estando vivo. Pero aún no quiero
emocionarme porque puede que se me cebe.
La entrevista también se puede leer en La Gualdra (140) clicando aquí.
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