miércoles, 22 de febrero de 2006

.crónica de la crítica convertida en chisme y un silencio obligado.




El paparrín Trumana Capote, además de crear novelas divertidas y bailar en sus noches libres con la Monroe y tener encuentros cercanos con el Warhol, escribió: “La literatura es chisme”, y es cierto. Ningún escritorzuelo lo va negar. Es un descomunal chisme. Todos hablan de todos, todos cuchichean de todos, pero lo que es peor: a sus espaldas y quieren arreglar las diferencias políticas y literarias a punta de moquetazos. Llegadas las cartas que aseguraban hasta de lo que me iba a morir y las enfermedades mentales que padecía, la directora del suplemento platicó conmigo tendidamente y advirtió: La crítica de esta ciudad no es buena: está acostumbrada a cortar cabezas, y en este caso, si publico las cartas en tu contra terminarás degollado. La convencí de que lo hiciera y no alimentara la censura, y yo, siendo aún una voz que apenas comenzaba, me sacrificaría. Al día siguiente llegó un ensayo que, más que polemizar con mi artículo, mostraba un enfado tremendo contra mi persona, lo que estudio, mis juicios y hasta contra mis amistades. El polemista era ni más ni menos que Oliver López. Como el autor si daba la cara y no había recurrido al seudónimo, la directora del periódico me informó que sólo publicaría el ensayo de López y que me fuera preparando con mi réplica. Nuevamente fui feliz. Acababa de comenzar un debate en un suplemento cultural que podría convertirse, más que en un pleito, en un diálogo literario. En la semana siguiente terminé mi réplica, se publicó el ensayo de mi detractor y lo que es peor, fui incitado a dos peleas a puño limpio. Sí, así lo fue. La primera tuvo lugar en un camión de la ruta 14. Era medio día. Tomé asiento ya abordo del transporte y a mi lado estaba un sujeto de poco cabello, piel azabache y vestía una gabardina negra descolorida, si hubiera llevado el cabello largo no hubiera dudado en compararlo con Hailander, el inmortal. El sujeto comenzó a darme codazos en mi brazo puesto que le irritó mi artículo. Me hizo un par de sentencias como: Cuando vayas ha hablar de literatura zacatecana habla de mis amigos, en ellos encontrarás una tradición literaria. La crítica de López está tan bien escrita y te deja en ridículo. Por último amenazó con mandar otra carta que apoyara el texto de López, como si yo estuviera dentro de un tribunal y él fuera atestiguar en mi contra. El segundo pleito aconteció en la biblioteca central, estaba leyendo Música concreta de Amparo Dávila cuando llegó un maestro de Letras diciendo que quería regañarme. Acomodó su enorme barriga para sentarse en mi mesa de trabajo y dijo: Todo el mundillo literario está muy indignado contigo, a mí se me hace que te juntas con T. M y J. R y se ponen de acuerdo para patearnos el pesebre a los escritores. No quise responderle, puesto que en su morbo se entreveía un enojo tremendo que se convertiría en coraje, golpes. Siguió con sus a “mí se me hace” pero enfocados a desdeñar mi persona y mi edad, parecía que sólo hablaba para sacarme de mis casillas o envenenarme la cabeza. Me molestó. Le pregunté que, al grano, cuál era su coraje. Mi artículo no era más que una crítica conciliadora que en algunos párrafos rayaba en lo benevolente. No podía responderle a sus “a mí se me hace”. M réplica, ya estaba archivada en el correo electrónico de mi editora, saldría publicada el siguiente domingo, en ella encontraría mi ideología sobre la literatura zacatecana, no en el chisme. Abandoné la silla para salir de la biblioteca y el peor de sus sarcasmos me detuvo: No me hagas caso, es que somos muy poca cosa para ti, somos unos provincianos, es más, yo no sé por qué razón lees con tanta alegría a Amparo Dávila, no es más que una provinciana, debe ser muy poca cosa para ti, ¿no crees? Como ya me había colmado el ánimo los problemas que desataron mi artículo, le hablé por teléfono a la directora del suplemento para ver si le había llegado mi réplica. Me contestó, algo renuente, que sí, y que no saldría publicada. ¿Las razones?, la cuestioné. Tu artículo no va con la línea del periódico, has otro sobre otro tema, habla sobre pintura, música, qué se yo, de fútbol, si quieres. Debemos calmar los ánimos de los escritores zacatecanos. Enmudecí. Todo el mundillo literario estaba en mi contra, como lo dijo el profesor de Letras, y ahora me hacían guardar silencio, pensé. Joel, me dijo aquella voz al otro lado del auricular, tengo que ver por mis intereses, ¿comprendes? No quiero ganarme enemigos en lugar de lectores publicando tu réplica. No contesté. Y la misma voz preguntó: Joel, ¿estás ahí?. Sí, respondí. ¿Sigues con nosotros o nos dejas?, concluyó la directora del suplemento. Lo siguiente son dolores de cabeza y arcadas por culpa de mi gastritis. Y la bandeja de mi correo electrónico atestada de mensajes que me tachan de cobarde e hipócrita ensalzado. Renuncié al periódico porque mi apuesta crítica no cobija los juicios sedados y el compadrazgo literario. No. No se presta para rencillas personales y pleitos. La crítica también debe alarmar y transgredir, llevarse a lugares propicios, no a los golpes. Pero quién mejor que mi réplica para demostrarlo. Se las transcribo como un obsequio de buena fe y para romper el silencio:

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