Apuntes: hoy por la mañana
Fui a la recámara, recogí la almohada de la cama, regresé a la sala y la puse en las manos de la Lita.
“Tengo varios días sin dormir bien. Y cuando duermo sueño con cosas raras.”
“¿Qué cosas?”
“No tengo muy claros los recuerdos ahora, pero ayer soñé con que me faltaba la pierna izquierda y me negaba a que me pusieran una prótesis de acrílico. No quería verme como el vecino de al lado, que se va a correr en bermuda al estadio. Hoy soñé con que mi abuelo se escapaba del centro de rehabilitación para alcohólicos y lo atropellaban en la carretera.”
“¡Uyyy!, ¡qué cosas estás soñando!”, dijo la Lita tomando la almohada. Se sentó en el sillón. Tomó las tijeras, las abrió para recortar las puntas de la almohada. Luego separó los holanes y comenzó a sacar toda la felpa. Era una cosa blanca, hilos que formaban una bola de algodón. Sacó más que parecían carlangas tiesas, como las que se les hacen a los perros maltes luego de mojarse.
“Así que esto era”, prosiguió la Lita, mientras yo me servía leche.
“¿Qué es?”
“Pues esto, lo que tengo en mis manos”, me dijo enseñándome las bolas esas como si fueran las hilanderas de mi subconsciente.
“Son tus sueños enmarañados. Hay que acomodarlos para que no sigas teniendo pesadillas. No ves que aquí están hechos nudo, por esa razón sueñas con cosas raras, bueno, aparte de que estoy segura de que los monos rojos que compraste el otro día también te están haciendo daño.”
La Lita se refería a unos arlequines que conseguí a un precio cómodo en una casa que los inquilinos estaban a punto de demoler, muy cerca del centro de la ciudad. Los arlequines son tiernos, por esa razón los tengo apoyados en el buró, al lado de mi cama.
“Creo que así está bien”, me dijo después de haber acomodado la felpa. Formó pequeñas bolitas como algodones de azúcar y las metió a la almohada. Después tomó la aguja y el hilo. Cosió las puntas de la tela.
“Sólo que antes de que la uses dale unos golpecitos a los lados, como si la estuvieras amasando, para que tus sueños se acomoden y tomen forma. Así no volverás a soñar cosas raras. Mira, así”, comenzó a golpear la almohada como si fuera un costal. Luego la puso en mis manos. La revisé, le di vueltas, volví a revisarla. Después la golpeé como ella lo hizo.
“¿Estás segura de que esto servirá? Es que ya no quiero soñar esas cosas raras”
“Pues probemos. Si no sirven metemos patas de conejo entre la felpa, o cambiamos la posición de la cama hacia la ventana, para ver si la luna ayuda un poco”…
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