viernes, 9 de mayo de 2008

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Curiosidad mexicana


No cabe duda que México es uno de los países que más personajes fantásticos ha tenido. Me refiero a fantástico como el género literario lo demanda: “una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo inadmisible en el mundo cotidiano”, Tzvetan Todorov dixit. Hombres que sanan con las manos, santas que curan con la vista, vírgenes que se aparecen en los cerros, indios invisibles que cuidan a los ciudadanos desde la cúspide de una montaña, santas que sanan con bálsamos a los guerrilleros, ciegos que profetizan el fin del mundo y gallos que avisan de las futuras catástrofes con el color de sus plumas son unos cuantos de la larga de las figuras que han marcado la cultura mexicana. En un país donde aparentemente todo es sobrenatural, la magia es un buen refugio.

Entre el catálogo empolvado de estos personajes se encuentra uno que operaba durante las primeras décadas del siglo anterior. Me refiero al santo Fidencio Constantino, joven que daba alivio a cualquier dolencia, males mentales, de sordera, problemas económicos y hasta desilusiones de amor con la ayuda de un leopardo. Sí, un leopardo que tenía encerrado en una habitación. Se cuenta que el niño Fidencio, además de ser uno de los santos travestis (le gustaba vestirse de la virgen María), practicaba como cualquier curandero, en su consultorio, ubicado en Espinazo, Nuevo león. El enfermo iba a solicitar los servicios a su casa, que era una especie de hacienda. El santo lo pasaba a la sala. Lo examinaba. Le hacía un par de preguntas. Luego le pedía que pasara al cuartito donde estaba el leopardo enjaulado. El enfermo tenía que acariciar al felino y tan tán, sus males desaparecían. Sí así como así. Y lo mejor. San Fidencio no cobraba ni un quinto. ¿Por qué? Se dice que luego de hacer sus milagros se ponía a platicar con Dios y esa era su mejor paga. ¿Qué louko, no?

Uno de los pacientes de este personaje fue el mismo presidente Plutarco Elías Calles, que sufría de una enfermedad extraña. El curandero no utilizó el leopardo para sanar la dolencia del presidente. Su método fue más exótico aún. Le pidió al mandatario que se quitara la ropa y lo empapó de miel, luego lo arropó con un cobertor y lo recostó en suelo durante seis horas.

En la actualidad se presume que hay una secta en los desierto de Nuevo León Tanta fue la fe que le secta que le rinde culto a Fidencio.

Escuché de este personaje en el ensayo de Anita Benner “El mesías mexicano”, y al instante sentí la necesidad de escribir un cuento titulado "El niño y su gato", donde el personaje principal sería el milagroso Fidencito. ¿Acaso no es cautivadora la imagen de un joven de dieciocho años de edad vestido con una especie de sotana, mostrando su hermoso rostro y a un imponente leopardo a su lado?


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¿Leemos? ¿Qué leemos?



Sin duda alguna la actividad de la lectura en México no es nuestro fuerte. Sí hay lectores, lo han demostrado algunas encuestas y cifras publicadas en algunos periódicos. ¿Pero qué leen? Las encuestan ha apuntado desde hace cinco años a la fecha que la gente está preocupada por leer más revistas como Eres, , Vogue, El libro vaquero, Tv notas entre otras producciones de contenido poco plausible y algunas veces de baja estofa. Y pocos, aclaran los medios que dan esta información, tienen el hábito de leer libros en forma. ¿A quiénes nos referimos? A los consumidores de la superación personal y trucos para sobrevivir en una sociedad imperada por el individualismo. “Sí, tú eres el futuro del mañana, vamos, supérate, eres la pieza clave que todo el mundo espera”. Anudado a esto, en el Senado de la República, hace más de 4 años, se atrevieron a subir los impuestos de los libros que entraban a México, dando al traste con los precios bajos y perjudicando a los lectores que comprábamos dos libros por semana por tan sólo doscientos pesos. ¿Qué significa esto, servidores públicos? Si antes había fieles lectores, ahora batallamos aún más para conservarnos en pie. Hace un par de meses, el Senado quiere redimirse y aprueba La ley del precio único de libros, pero sin darse cuenta que esto llevará a una “reducción del número de librerías (…) a la reducción de la variedad de los libros presentados al público, a la reducción del número de editoriales y, finalmente, al aumento de los precios en un mercado que se haría menos competitivo, tra­yendo perjuicios para el consumidor", Fabio Sá-Earp y George Kornis dixit.

Pero no sólo esto aumenta las cifras altas de la no lectura en México.

Nuestro sistema tecnócrata de educación cada vez es más obsoleto, batalla en adaptarse a las necesidades de las nuevas generaciones de estudiantes. Mounin lo señaló en Francia años atrás. En México es un cáncer latente. Aceptémoslo, a los jóvenes cada vez les interesa más el Play Station, el Wii y las nuevas series televisivas. No estoy despotricando contra estas actividades. Yo mismo soy un fan de los videojuegos y estoy en contra de aquéllos lelos que nos emboban con sus mensajes moralinos sobre que estos medios de entretenimiento dañan al consumidor. Pero a la vez son factores que engrosan el desinterés por la lectura. Es hora de ponernos realistas. ¿A quién no le llegaron a inyectar aquellas inolvidables vacunas contra la lectura? Libros chonchos como El Quijote de la Mancha, La odisea, Los miserable, entre otros mamotretos que los alumnos sólo los llegaban a utilizar como armas de defensa personal o tabicones para que se emparejara la base de su cama. Y por esa razón preferíamos irnos al cine o tomar los controles de la consola y conectarnos con el mundo de los videojuegos. Cada vez los seres humanos nos vamos convirtiendo, como lo profetizaba Sartori, en una sociedad teledirigida. Pero stop. No soy un purista y alguien que está en contra de los medios como el Internet. Para nada. Comulgo con la idea que pone sobre la mesa de debate Alberto de Cuenca: “La Internet no es más que una sirvienta más de las humanidades”.

Los maestros de primaria, secundaria, y algunas veces en preparatoria, no siempre están capacitados para motivar a sus alumnos a que tomen un libro y descubran por si mismos que hay dentro de él. Son gente que odia la literatura, que sólo ejerce el oficio de maestro para ganar dinero y unirse a un sistema vil muy en boga en México: haces como que trabajas, los alumnos hacen como que aprenden, yo hago como que te pago. Cada vez son más las personas desfamiliarizadas con la literatura y su enseñanza las que se encargan de la educación en México. Abogados que no encontraron trabajo en algún bufete jurídico, médicos que no terminaron la carrera de medicina, psicólogos que no encontraron un buen vademécum ni pacientes para ejercer su profesión. Y con esto nuestro barco se va a pique, hasta al fondo. Kaboomp. Si estas personas para nada están familiarizadas con la literatura, menos con la manera de trasmitirla y activar el sistema sensorial de terceros motivándolos a leer un libro. Porque para contagiar el placer por la lectura se debe tener en cuenta la emotividad (esto entendido como: leer trasmite una experiencia), más que los recursos pedagógicos y académicos que sólo espantan a la gente y la orillan a no leer. Los representantes de nuestra educación aún no han entendido que para que alguien se interese por la literatura, no sólo debe comenzar con los clásicos, sino como alguna vez Sábato lo argumentó frente a Borges: “Hay que leer a los clásicos mientras leemos a los contemporáneos”. O bien: presentarle los libros y dejar que después los mismos encuentren al alumno.

Es triste, casi una daga en la costilla, escuchar a diario más jóvenes esgrimiendo comentarios como: “Leer es de ñoños”, “Leer no es nice, “Es de hueva leer”, “No tengo tiempo para hacerlo”, “Me vas a llevar a misa con todo y tus libritos, sácate, matadito”.

¿Es un síntoma generacional? ¿Un mal que tiene muchos años viviendo con nosotros? ¿Una peste creada por nuestro sistema gobierno para sumir a la sociedad en la ignorancia y la apatía?

jueves, 1 de mayo de 2008

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Nuevas lecciones

Reflexiones agripadas sobre la literatura



01: Esta semana eché andar un experimento bastante plausible y entretenido, al menos para mí. Tomé dos novelas de dos escritores. Uno español, otro mexicano. Las dos novelas ganaron en su momento un concurso de primera novela. La del español por la editorial Lengua de trapo (2005), la del mexicano por la editorial Joaquín Mortiz (1996). No quiero que se suponga que por esto las tomé y por esa razón las presento como obras de calidad. No. Ambas novelas tienen en común un tema: hablan del ambiente cínico, puerco, idiota, nada fiable y servil como lo es el artístico. El escritor español es de la generación del 70, y el mexicano es del 60, aunque en sí nació en el 69. Creo que al mencionar el dato del último saben a quién me refiero. El primero es Pablo Sánchez, su novela se llama Caja negra. El segundo es Álvaro Enrigue, su novela, sobra decirlo, es La muerte de un instalador. El fin de mi experimento no era desmantelar y despotricar en contra de esos ambientes artísticos. No. Sino algo más simple: activar mi sistema sensorial a la hora de leer estas obras. Mejor dicho, buscar con estas novelas sentir algo.


02: Leí las dos novelas a la par, así, sin detenerme. Leí el capítulo de una, luego me pasé al de la otra hasta que llegué al punto de decir: puta madre, estos dos güeyes son unos astros del lenguaje. Saben hacer su chamba. Enrigue es un maestro de la frase. Un calibrador de las palabras. Un tipo que se la rifa con el lenguaje: sabe combinar a la perfección la voz coloquial con la culta. Tiene frases contundentes como: “Aunque me conozco de sobra el cansino puritanismo de los liberales pedorros que han tomado posesión del feudo de la cultura nacional, en esta ocasión fue sorprendido en fuera de juego”. Sánchez no compone mal las suyas. Si bien, Caja negra está construida por un lenguaje más cínico y algunas veces raya en frases entintadas por gotas de academicismo, no deja de sorprendernos con palabras como: “Hay que reivindicar a Avellaneda como el grado cero de los valores literarios. Dejemos de leer durante un tiempo a Cervantes y dediquémonos al Otro; así tendremos una autentica cosmogonía literaria, un antagonismo metafísico que explica la historia de la literatura: el dios Cervantes y el demonio Avellaneda”.


03: En cuanto a la estructura de estas novelas. La muerte de un instalador es perfectita. No le sobra ni le falta una pieza. Los juegos que Enrigue hace con los símbolos ayudan a que los conflictos que tensan las tramas de la novela sean más enigmáticos y que el lector no pare de leerla hasta desvelarlos o sorprenderse porque nunca hubo tales. Uno se las huele al iniciar la segunda parte de la obra que el millonario Brumell está planeando una obra de arte cínica, un cachetadón a esos artistas mediocres que se las gastan de conceptuales y no son más que faramalla narcisista, pero conforme pasan las páginas uno no deja de dudar si en verdad tomará ese rumbo la historia. En fin. Enrigue es un narrador que nos sugiere, mas no interviene con explicaciones que entorpecen la historia, ni se detiene en adornar los símbolos que por sí mismos valen. En Caja negra encontramos una estructura también perfectita, una historia chispeante, un personaje casi vivo y palpable. El escritor Raúl Garay, mismo que en la novela narra su asenso al Parnaso de la literatura española y su descenso como un Dios mitológico traicionado por su suerte. Caja negra es una novela sobre el plagio. Pero es, también, una novela sobre la literatura misma, el fracaso y la invitación a que veamos a los otros, aquéllos que no están dentro de lo que conocemos como canon literario gracias a nuestra academia y a Harold Bloom: los desvirtuados, los sin talento.


04: Pero a lo que iba con este post no es reseñar sucintamente estas obras. Sino mencionar lo que aprendí con mi experimento y tratar, ojalá lo logré del todo, explicar lo que para mí, como simple lector- aficionado-escritor, es la esencia que esconden estas novelas.


05: ¿Qué busca uno con la escritura? O mejor dicho: ¿qué quiere enseñar, construir, mencionar, balbucear, sugerir, instaurar, retomar u obviar cuando uno escribe? Luego de no haberme respondido estas preguntas al cien. O bien, luego de haberme enredado en una discusión retorica, epistemológica, ontológica, de técnica, de originalidad y de la variación sobre el arte de contar historias, decidí mandar varias respuestas al traste y concluir: se escribe para trastocar la visión que el lector tiene sobre las cosas. O también: un escritor escribe haciendo uso de lo único que tiene a su alcance, el lenguaje, la imaginación y lo que le han heredado los libros. Más convincente: “para restituir la realidad alterada” (frase extraída de Caja negra). O mejor dicho: lo que un escritor busca cuando escribe es hacer uso, de la manera más exacta y orgánicamente posible, de los signos lingüísticos para contar algo que para él es importante que no debe quedarse en el limbo y el olvido, algo que vislumbrará a un posible lector. Me refiero a que toda frase que contiene un cuento, una historia, una novela, como lo decía Hemingway: “debe transmitir una experiencia”. O bien, como lo demostró Carver: “hacer que todo lo que está construido con palabras dentro de un cuento brille por cuenta propia”. Nos conmueva.


06: Antes de continuar con esto, debo decir que semanas atrás me enfrasqué en algunas lecturas que no me llevaron a nada. Que leí libros de cuentos, artículos, blogs, reseñas de libros, novelas, ensayos, crónicas que no me hicieron sentir lo que me hicieron sentir estas dos novelas y que, peor aún, no me encaminaron aterrizar y contestarme algunas de las preguntas que escribí en el párrafo anterior. Ciertos escritores se olvidan de que la literatura también debe mostrar personajes entrañables, que den un perfil más humano que robótico. Ciertos escritores cada vez se preocupan más por ellos mismos: terminan escribiendo cosas sistemáticas y estériles en lugar de crear historias o personajes que nos saquen de nuestras casillas, que provoquen. Cada vez hay más gente que se ufana de ser escritores de verdad pero no son más que desperdiciadores de cuartillas, gente que no se plantea retos a la hora de escribir y que sólo escribe bajo una idea: desfogar sus propios traumas, intereses, gustos o para ganar espacios, premios o sus respectivos quince minutos de fama. No me quiero meter aquí con los seudo-escritores lame-botas que no son más que unos serviles que buscan ganar peso gracias al arte del compadrazgo y el chisme. Todo arte, decía un filósofo chileno que ahora se la vive en un cabaret, debe gustar o disgustar. Pero para nada causarle indiferencia al espectador. Cuando una obra de arte o una historia activa el sistema sensorial del lector o espectador ha logrado su cometido. La labor de la buena literatura es hacernos sentir humanos, revivir nuestros miedos, socavar en nuestros sentimientos, arremeter contra nuestros prejuicios. ¿Acaso no se siente uno más vivo cuando ha terminado de leer una novela donde encontró un personaje con el que se identificó? No me estoy refiriendo con esto a que sólo son literatura de buena calidad aquellas obras que nos conmueven con su puesta en escena de sentimientos, atrocidades y demonios. No quiero que se piense que sólo es literatura para mí el joven Werther de Goethe y sus cartas lacrimosas. No, estoy hablando de aquellas novelas que nos muestran un todo: personajes casi vivos, palpables, historias entrañables, temas originales o que muestran guiños que siempre satisfacen a un lector, experimentos con la estructura y el lenguaje. En fin. Lo que Italo Calvino llamó la novela total.


07: Es triste, quizá me estoy convirtiendo en un amargado. O quizá este maldito mundo se estaba cayendo en pedazos y yo apenas me di cuenta hace unas semanas de ello. O quizá nada se está cayendo en pedazos y yo me estoy precipitando a un abismo profundo e irrevocable.

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