lunes, 19 de junio de 2017

Se busca empleada doméstica





La escritura es un oficio un tanto celoso. Uno quiere escribir algo en determinado horario dentro de su rutina cotidiana y siempre aparecen factores o circunstancias ajenas que lo postergan. Una llamada telefónica, una noticia o la ausencia de una persona con la que contabas para cierta tarea, moverá tu tiempo dedicado para escribir. Desde el viernes me propuse redactar esta columna, pues el lunes comenzó una nueva semana y con ello nuevas tareas. Había escogido el tema, se me habían ocurrido las palabras iniciales, un par de párrafos, frases que seguro iban a darle brillo al texto y hasta un posible título y final. Pero uno pone y la vida dispone. Escribir siempre está atado a la experiencia, al ritmo diario y a la libertad que los otros nos dan o, casi como una pelea constante, a la que nosotros nos obligamos a tener para hacer literatura.

A mi computadora no me acerqué sino hasta el día de hoy y llego —si me permiten hacer la confesión— algo cansado. Un problema de humedad que se originó desde el año anterior en la cocina de mi departamento y la poco disposición de un vecino engreído para solucionar el problema en su jardinera, provocó que el fin de semana mi casa se inundara de albañiles. Uno salía y dos entraban con los zapatos enlodados o llenos de yeso. Al final durante dos días repararon el techo de la cocina, el cuarto de servicio y detalles que mi esposa ya me había pedido arreglar, y dejaron el departamento como un campo de guerra

De modo que uno, aunque se haya hecho a la idea de encerrarse en el estudio, no logra escribir porque los trabajadores siempre lo van a consultar y las llamadas por teléfono no dan tregua. Por eso la escritura de este texto la postergué hasta el fin de semana, pero en el fin de semana nacieron nuevos pendientes como el comprar un futon porque tendremos visitas, la ida obligada al supermercado porque “como que el refrigerador va a estar vacío con gente en casa”, según las palabras previsoras de mi esposa; los pormenores para recibir a ciertos amigos escritores que vienen a la Feria del Libro de Tijuana y la preparación de las clases para el seminario de creación literaria y el otro taller de escritura. Al final, a eso de las 11 de la noche de ese viernes, en el departamento ya estábamos sin batería y con ganas de sólo descansar el fin de semana. 

El lunes fue otro cantar. Sí escribí, pero fue un texto ajeno a la columna, o no tan ajeno porque seguro se verá publicado aquí dentro de algunas semanas. Me asignaron presentar el libro de cuentos Desterrados, de Eduardo Antonio Parra en la feria. Lo releí y acabé el texto en dos sentadas. Una al mediodía y otra antes de irnos a correr por la tarde noche. Al estar en la cama de ese lunes ya para dormir, me prometí escribir otro texto más el martes, la presentación de Los jóvenes no pueden volver a casa, de Mario Martz, que también me asignaron. “Total, el departamento está patas para arriba por el trabajo de los albañiles, pero viene doña Mari y hará su magia con la escoba, la jerga, el estropajo y el trapeador”. 

Esa noche dormí como bebé.
Y quizá soñé con un departamento reluciente.

Llegó el martes y la mañana me recibió con la peor de las noticias. A doña Mary se le fue el marido a su pueblo de origen, la mujer estaba desconsolada y no podía trabajar. De modo que, con el corazón destrozado, le era muy complicado hacer su magia con la escoba y la jerga. Además de haberla consolado con un escueto “lo siento mucho”, no pude dejar de pensar que a buena hora y en buen día se le había ocurrido al pelafustán aquel abandonarla, por qué no había elegido el viernes de la otra semana o junio o el otro año. Más resignado que contento, guardé la computadora y me fui, como buen macho del hogar, a tallar la cocina y reacomodar los trastes en los compartimentos. Terminé hasta las 2 de la tarde con las manos jabonosas y las piernas encochambradas. Recordé que debía dar el taller Las entrañas de la ficción a las 5. Lo cambiamos para ese día porque el miércoles, por invitación de Jaime Chaidez, estaría en el Conversatorio #TijuanaHoyEnLaLiteratura, al lado de Daniel Salinas y Roberto Castillo. 

Es complicadísimo obedecer a dos amos y quedar bien con ambos: entonces debía decidir entre la literatura o la limpieza de mi casa.

Y salí corriendo por mi esposa para ir a comer. Me dejó en el trabajo, di clases hasta las 8. Luego ella volvió por mí ya lista con las ropas y los tenis para irnos a correr. Y corrimos hasta las 10 de la noche. Pero el martes no acabó ahí ni los 6 kilómetros corridos la agotaron. Ella llegó muy fresca a la cocina, y se puso a finiquitar la tarea que yo había dejado empezada. No era mucho, pero terminamos hasta las 12 con los músculos adormecidos.

Si hay cosas que me harán enorgullecerme en el futuro, no son las columnas que escriba en este espacio, serán sin duda alguna el acomodo de los trastes en los muebles y limpieza de mi cocina.

El miércoles me levanté a las 9 como si me hubieran despertado con un batazo en la cabeza. Vi mi celular, recordé que tenía muchos pendientes ese día, pero se me olvidó pensar que esa misma mañana debía visitar a una clienta que contrató mis servicios para la supervisión de la escritura de su novela. Me bañé en tiempo récord, me vestí, me peiné, bebí mi café de la mañana y durante el mediodía me dediqué a trabajar con ella. Ya para las 2 estaba en la oficina de correos mandando un paquete y para las 3 me senté a teclear el comentario sobre el libro que me faltaba: 500 palabras en una hora y quizá pudieron ser más, pero a las 5 me detuve para programar el Uber, de lo contrario me podría quedar escribiendo hasta las 6 y la ama de la literatura me castigaría.

A las 6 y algo comenzó el conservatorio y, mientras hablaba, honestamente no dejaba de pensar en lo que quería decir en esta columna, pero también en la limpieza de mi casa y en el marido de doña Mari, qué tal que se había ido con otra y la mujer terminaría más desconsolada y ya no podría hacer su magia en el departamento. Al terminar el conversatorio, saludé, platiqué, firmé un par de libros y la maestra Yvonne Arballo me rescató para darme aventón. Aún faltaba la sala, el comedor y la recámara de huéspedes por acomodar. Pero ya eran las 10 de la noche y el estómago me recordaba que no había comido. 

El día de hoy me desperté a las 7 de la mañana para comenzar a escribir esta columna. Con el ajetreo y trajín de la semana de a tiro se me olvidó el otro texto que quería escribir.  Seguro lo estará escribiendo otro en Cuba, o en Puerto Rico, o en Chetumal o Mulegé. La vida terminó dándome el tiempo para escribir éste y no lo voy a desaprovechar. De lo poco que recuerdo del otro es la invitación amplia y extendida hacia ustedes para que vean el programa de la Feria del Libro en su página web y vayan a disfrutar las presentaciones de libros, talleres, charlas; a conocer autores y preguntarles sobre lo que quieran, pero sobre todo por su literatura. Este año la feria tiene sin duda alguna una de las mejores caras que la representan a nivel nacional, un Comité Literario de selección funcionando como una maquinaria bien engrasada y talleres con profesionales de primera línea. Hubo mucho trabajo de fondo para que se lograra este año con la calidad que se merece y es muy seguro que habrá libros esperándolos con los brazos abiertos.

Por lo pronto me voy a colgar el letrero en la ventana de la entrada que diga: “Se busca empleada doméstica”. Doña Mari me acaba de dar la noticia de que se va a buscar a su marido.


   

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