El número 201 de La gualdra publica mi reseña sobre la nueva novela de Víctor Solorio, un moreliano que conocí gracias a la Sociedad de Escritores Michoacanos durante diciembre de 2014, luego de que presentáramos mi Rojo en aquella bonita tierra. Para leer el texto en versión ISSUU, dar clic aquí.
Artillería nocaut
de Víctor Solorio
En las
recientes búsquedas de los jóvenes escritores al hacer literatura, capturar la
realidad social y política de México es un tema al que se le evade o se le mira
con desprecio: ¿por qué mejor no usar a la literatura como válvula de escape y
no como reflejo de una realidad que nos supera y ciertas ocasiones es
incomprensible? Pareciera un lugar común en el imaginario colectivo del
mexicano decir que el gobierno, en contubernio con las células criminales, es
quien mata y desaparece a los mexicanos, es quién sume en la desesperación y
llanto a sus habitantes. ¿Cómo hacer, entonces, o cómo deben hacer los nuevos
escritores, para que ese lugar común tensado por la realidad del país se
convierta en la materia prima de obras literarias de calidad, que lleguen a las
manos de cualquier tipo de lector, que tiene poco o mucho contacto con la
literatura, y lo trastoque?
Los escritores jóvenes, al sopesar esas preocupaciones, en su primera o
segunda obra ponen sus propias reglas para que la realidad misma sea más atractiva
en el terreno de la ficción y se muestre como un objeto orientado al placer
estético, a cambiarle –al menos por unos instantes– la mirada que el lector tiene
sobre sí mismo y los otros, como si la obra también aspirara a ser objeto de
reflexión. José Revueltas, quien nos heredó portentos sobre cómo escribir sobre
México, influido por una mirada crítica, no se equivocaba al disertar que la
realidad y la ficción son un sistema de contrapesos, donde el suceso es el
detonante y la ficción, o la palabra artística, si es tratada con el poder
poético e imaginación personal, no sólo es material fino para crear una válvula
de escape, sino una realidad literaria de lo que sucede en un país, el
antecedente del ahora y lo que puede leerse un mañana para comprender el pasado.
Las reglas que traza Víctor Solorio en Artillería nocaut (México, Joaquín Mortiz, 2014), obra que ganó el VII
Premio de Novela Negra “Una Vuelta de Tuerca”, son enunciar el narcotráfico,
sus víctimas y triquiñuelas con el Estado, desde el género policíaco, que es el
del misterio y la revelación de los secretos acendrados en la sociedad y las
esferas políticas. Solorio retoma espacios y nombres de un lugar que bien
podría ser Morelia, Zacatecas o Guerrero y escarba en los nombres propios y
originales de los carteles de la droga del Sur, Centro Occidente y Norte, que
han ido evolucionando hasta convertirse casi en una marca registrada repetida
en los programas de televisión y periódicos (La Familia, Los Zetas, Carteles
Unidos) para renombrarlos y, en una intención casi sugerida, desarticular su
poderío bajo el nombre de la Compañía. En ese tenor, Solorio la cimenta con
miembros de partidos políticos, malhechores de la basura, exmilitares gays, juniores
empoderados y suripantas que aspiran a una mejor clase social. Elementos y
aciertos que separan muy bien su novela de lo que surge en mi Rojo semidesierto, donde la Compañía es
el pretexto para hablar de los daños colaterales provocados por el calderonato
y el crimen, cuando los ciudadanos se ven alcanzados e igualados por la
tragedia.
Artillería nocaut no es la convencional novela sobre el detective que
se mete accidentalmente al corazón del narcotráfico, es más bien una novela de
aventuras protagonizada por un viejo boxeador que bien podría representar a la
clase media baja luchona, que vive con los problemas económicos hasta el
cuello, el duelo de la viudez a flor de piel, el fracaso profesional en los
nudillos y un pasado mal construido de conciencia. Experto en dejarse caer a la
lona ante sus contrincantes en los primeros rounds para sacar para la papa, El Detective
es contratado por su ahijada –una veinteañera que le recuerda la belleza en
juventud de su comadre– para resolver la extraña desaparición del papá, Agustín
Correa, un capo de la basura que lleva días desaparecido y nadie sabe si anda
de rey en una banda criminal o si la suerte le rajó las venas.
Influido por la belleza de la ahijada y la idea de que existen las
segundas oportunidades, el Detective cuelga los guantes y atrasa las peleas
arregladas para dedicarse a encontrar los móviles que le quitaron la vida al
compadre. Nos conduce a las vísceras de los sindicatos de los basureros
municipales usados como terreno para desaparecer a las víctimas del crimen
organizado y como pararrayos de todas las investigaciones inclinadas a resolver
el lavado de dinero de los empresarios coludidos con el narco. En Artillería nocaut Solorio nos habla de
la supervivencia, el poder, el dinero y el dominio. Y para ello estructura cada
uno de sus capítulos en una trama serpenteante dividida por dos historias: el
detective que desconoce y el Operador Cíclope, cazador que acecha, miembro de
la Compañía, que va un paso delante de su buscador; el primero es un Odiseo sentimental
que da palos de ciego y todo se lo deja a los puños, intuición y la suerte; y
el otro es un experto criminal que nos evoca al hampón mismo que mata
candidatos en secreto y sabe borrar toda huella que lo incrimine. Brazo
ejecutor, en suma, de un poder secreto y siniestro.
La aventura del viejo boxeador no sólo lo lleva descubrir la encomienda
de la ahijada, quién es la Compañía, quién la maneja y cómo está vinculada con
el gobierno o si es el gobierno mismo; pareciera que lo conduce a desenredar
más bien –y aquí radica uno de los mejores aciertos de la novela– los nudos de
la trama de nuestro propio país, para encontrar una verdad que sabemos todos,
pero de tanto repetírnosla, verla a diario, la aceptamos como otro elemento
común que nos forja: los orígenes podridos de la corrupción nacen en el humano
mismo, al querer estar por encima de los otros en un modus vivendi capitalista y de competencias, donde se mata por el
mero hecho de que somos humanos y queremos estar por encima del otro. Cuesten
las cabezas que cuesten, estamos forjando una patria, que sin duda será
recordada en un mañana por novelas como Artillería
nocaut.
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