martes, 24 de abril de 2007

.116.

.clasificación de libros.









Soy un escritor en ciernes que ha defendido de diferentes formas que el oficio literario es equiparable a cualquier otro oficio. Pero el que más he defendido es el de lector. Llevo cerca de siete años leyendo todo tipo de literatura. Si algo he aprendido de ello es que la literatura misma (tanto en la creación como en la lectura) te desgasta la vida entre más compromiso y tiempo le entregas; mi horario de trabajo lo delata: leer y escribir diez horas diarias, lo que sea, pero hacerlo, ha hecho que enferme de artritis, de gripa, de colitis nerviosa, de conjuntivitis y de estrés. Y ha causado un sinfín de disgustos en mi familia, puesto que ven a los libros como ornamentos, materiales sin sustancia, objetos que le ayudan a su hijo a perder el tiempo de manera cómoda. Para ellos sólo existen los libros que te exige leer la escuela. No me quejo. No escribo esto para hacerme la víctima y espantar a todo lector con mis juicios pueriles. Pero tampoco me engaño. La literatura es tan celosa, tan vil en algunas circunstancias, que engendra en el más creyente el tedio, el rencor, el fastidio y odio. Y sigo entregándome a ella sin saber qué repercusiones pueda tener y convirtiéndome, libro a libro, en un lector más compulsivo y algunas veces olvidadizo. En cada habitación de esta casa tengo uno o dos libros que clasifico de la siguiente manera, más que por su contenido, por su función: libros para defecar reflexionando /los del baño/, libros para pensar antes de comer /los de la cocina/, libros para reír junto a la digestión /los del comedor/, libros para asilenciar el siseo de la música /los de la sala/, libros para soñar antes de dormir /los que están a un lado de la cama/. Por último, (los que me están sirviendo para Simulador y que cargo a diario en mi mochila), /libros para antes y después de escribir/.

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