lunes, 16 de junio de 2008

.179.






El dinero se acabó y por lo tanto hay que salir de casa a buscarlo. Esta semana comenzaron mis vacaciones. Tenía pensado invertirlas en terminar el segundo capítulo de mi tesis. Pero no, hay un mundo afuera y es bueno que le dé el aire a uno. Así que hoy mismo salgo para Pinos, Zacatecas a trabajar como ayudante de restaurador de obras sacras. No es la primera vez que lo hago. Dos años atrás, para ser exactos, me dediqué a lo mismo, pero en Mezquitic, cerca de Jalisco. En ese sitio vi mi primera pelea de burros en el jardín del pueblo, vi cómo se hacen pasar por muertos los tlacuaches para burlar la misma muerte, y gané algo de pericia en hacer calas, rasparle a la piedra, mover la brocha y menearle a la pintura.

Ahora me toca estar en Pinos.

Pinos queda a tres horas de Zacatecas en autobús. En carro se hacen dos horas. Viajaré por la primera vía, hoy por la noche, a las once, para ser más exactos y estaré allá cerca de dos semanas —quizá un mes— encerrado en la iglesia del pueblo. No sé si tenga Internet, por lo tanto, creo que no subiré nada al blog durante esas fechas. Lo que más me mueve y me tiene en cierta medida entusiasmado es que podré conocer la casa donde creció Amparo Dávila. Y por fin podré corroborar si es cierto que, como se lee en las entrevistas y por lo que dicen sus críticos, las atmósferas fantasmales y algunas veces sórdidas que habitan sus cuentos son el registro inmediato encontrado en Pinos. Se dice que Dávila creció ahí cuando éste era un pueblo minero y en sus recintos estaba el único panteón. Se dice, también, que el pueblo tiene una extensa tradición de cosas sobrenaturales, y que los habitantes son reacios —datos que me parecen algo sacados de la manga para darle fama al lugar y a la obra de esta escritora— y que por esas razones Dávila optaba por escribir sobre lo extraño, lo fantasmal y hasta lo terrorífico. En fin, con suerte quizá me tope con ella en el pueblo, sería bueno buscar una charla. Se rumora que anda en Zacatecas y que en vacaciones visita Pinos. Pero no prometo nada. Traeré notas sobre el asunto, nuevas experiencias y quizá un texto sobre la ciudad y si existe o no la posible injerencia que pudo haber tenido el pueblo en la obra de esta escritora.

Un abrazo a todos y que las chelas y las fiestas los acompañen.



sábado, 14 de junio de 2008

.178.




Por fin tengo tiempo de leer este libro de cuentos que desde hace meses compré en el DeFe la última vez que estuve allá. El libro es de Vila-Matas, contiene dieciocho piezas narrativas y un epílogo. Los primeros cuentos me sorprendieron en demasía, sobre todo con el que abre el compendio, que se puede leer como el esbozo de la poética de Vila-Matas y esa lucha del yo contra el otro yo. Una de las cosas que definen la literatura de este escritor es el yo distorsionado: construir una voz entre muchas para alcanzar una propia. O bien, en mi voz están ecos de otras voces. Lo que me sorprendió de esta pieza fue que Vila-Matas se impuso un nuevo reto como escritor: renunciar a sus antiguas gestiones sobre las influencias literarias para comenzar a escribir cuentos sobre personajes que miran al abismo sin despeñarse. Los tres primeros cuentos se pueden leer bajo esta frase: luego de buscar en el todo, nos queda buscar en la nada, en el abismo. En ellos se alcanzan a percibir guiños de Hemingway, como lo es su cuento "Un lugar limpio y bien iluminado", donde el norteamericano nos crea un hueco en el estómago con su oración a la nada. Pero sobre todo, vemos en estas piezas la intención del español en apoderarse del imaginario de Kafka. Adentrarse en un abismo para encontrar las formas que desconocemos o simplemente no encontrar nada.

Leí hace una semana El mal de Montano y me duele haberme desencantado un poco de la obra de Vila-Matas. En ella siempre se descubren narradores empeñados en experimentar con los artificios ficcionales, historias sobre la literatura misma, y una extraña manía porque todos sis personajes sean escritores con unas ganas enormes de presumir sus conocimientos sobre libros y más libros. Luego de esto me llegué a preguntar: ¿Qué pasaría si Vila-Matas deja de recurrir a esos experimentos? ¿En qué se convertiría su literatura? La respuesta no es propicia en estos instantes, puesto que esto es sólo un intro. Mi idea es reseñar el libro en forma para la revista K y prefiero guardarme mis primeras figuraciones y respuestas a las anteriores preguntas. Pero creo que parte de ellas y de lo que vendrá se encuentran en Exploradores del abismo.


.177.







Apuntes: hoy por la mañana



Fui a la recámara, recogí la almohada de la cama, regresé a la sala y la puse en las manos de la Lita.

“Tengo varios días sin dormir bien. Y cuando duermo sueño con cosas raras.”

“¿Qué cosas?”

“No tengo muy claros los recuerdos ahora, pero ayer soñé con que me faltaba la pierna izquierda y me negaba a que me pusieran una prótesis de acrílico. No quería verme como el vecino de al lado, que se va a correr en bermuda al estadio. Hoy soñé con que mi abuelo se escapaba del centro de rehabilitación para alcohólicos y lo atropellaban en la carretera.”

“¡Uyyy!, ¡qué cosas estás soñando!”, dijo la Lita tomando la almohada. Se sentó en el sillón. Tomó las tijeras, las abrió para recortar las puntas de la almohada. Luego separó los holanes y comenzó a sacar toda la felpa. Era una cosa blanca, hilos que formaban una bola de algodón. Sacó más que parecían carlangas tiesas, como las que se les hacen a los perros maltes luego de mojarse.

“Así que esto era”, prosiguió la Lita, mientras yo me servía leche.

“¿Qué es?”

“Pues esto, lo que tengo en mis manos”, me dijo enseñándome las bolas esas como si fueran las hilanderas de mi subconsciente.

“Son tus sueños enmarañados. Hay que acomodarlos para que no sigas teniendo pesadillas. No ves que aquí están hechos nudo, por esa razón sueñas con cosas raras, bueno, aparte de que estoy segura de que los monos rojos que compraste el otro día también te están haciendo daño.”

La Lita se refería a unos arlequines que conseguí a un precio cómodo en una casa que los inquilinos estaban a punto de demoler, muy cerca del centro de la ciudad. Los arlequines son tiernos, por esa razón los tengo apoyados en el buró, al lado de mi cama.

“Creo que así está bien”, me dijo después de haber acomodado la felpa. Formó pequeñas bolitas como algodones de azúcar y las metió a la almohada. Después tomó la aguja y el hilo. Cosió las puntas de la tela.

“Sólo que antes de que la uses dale unos golpecitos a los lados, como si la estuvieras amasando, para que tus sueños se acomoden y tomen forma. Así no volverás a soñar cosas raras. Mira, así”, comenzó a golpear la almohada como si fuera un costal. Luego la puso en mis manos. La revisé, le di vueltas, volví a revisarla. Después la golpeé como ella lo hizo.

“¿Estás segura de que esto servirá? Es que ya no quiero soñar esas cosas raras”

“Pues probemos. Si no sirven metemos patas de conejo entre la felpa, o cambiamos la posición de la cama hacia la ventana, para ver si la luna ayuda un poco”…


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