Alguna vez el escritor centroamericano Sergio Ramírez dijo que las novelas son un proyecto de vida y los cuentos una decisión de meses. Las primeras se escriben como un proyecto personal durante un determinado tiempo y planeación programada y los libros de cuento, en cambio, se arman durante lapsos intermitentes, conforme al escritor se le van ocurriendo los argumentos para escribir cada uno, o cuando los escribe para determinadas revistas o antologías que lo invitan a publicar. De esta forma las novelas se hacen bajo un eje temático, uno tono discursivo y ciertos objetivos que uniforman por entero su trama general. El libro de cuentos, por su lado, vendría siendo un compendio de historias donde el estilo del escritor sea la único unidad o hilo conductor. Así, la diferencia entre la novela y el cuento es que la primera se centra en la longitud larga pero segmentada por capítulos, y el libro de cuentos narra una y otra vez, según el número de piezas, tramas diferentes de personajes disímiles.
Este argumento no sólo campea en el escritorio del narrador que ha forjado un oficio a través de las novelas, sino que las editoriales comerciales o trasnacionales, cada vez más apuradas por el ingreso económico a sus arcas que por la calidad misma, lo adoptan en sus compromisos de venta, tratando de publicar año con año más novelas que libros de cuento y denostando al cuento mismo como uno que poco llama el interés del público lector: el cuento no vende por lo que esconde y la novela vende por lo que enseña.
En este contexto existen dos posibilidades para el narrador. El cuento sólo es cobijado por las editoriales transnacionales si el nombre del autor es conocido y asegura ingresos. O el cuento es publicado por editoriales independientes si el libro apuesta por la literatura misma; es decir, si su escritura es sólida y novedosa.
Una editorial cuyo catálogo cobija a los libros de cuento como si cobijara a una tradición de cuentistas es Ediciones Era, con más de 40 años de historia, han publicado a plumas de primero línea como José Revueltas, Julio Torri, José Emilio Pacheco, Héctor Manjarrez y a Eduardo Antonio Parra, este último uno de los narradores mexicanos que dan la vuelta de tuerca a la marginación del relato y se debe en gran medida a que sus preocupaciones son explorarlo con la misma exigencia y rigor con que se explora la novela, pero con la concreción, sugerencia y musicalidad de la poesía.
Su obra está compuesta por cinco libros de cuento y una compilación de los cuatro primeros en Sombras detrás de la ventana (Ediciones Era, 2013). Sus temáticas centrales rescatan, si me apuran, son la herencia de Juan Rulfo, José Revueltas y Heriberto Frías; esos personajes marginados cuya voz se ancla en el campo, las regiones precarias o devastadas de México, así como la frontera donde destella el sueño americano y nace la pesadilla del migrante, y los campos de batalla mexicanos donde el enemigo no son los inventos del hombre, sino las reacciones de la naturaleza.
Desterrados , libro de cuentos publicado en 2013, es el más reciente del autor nacido en Guanajuato en 1965, y está escrito por un cuentista de largo aliento que experimenta con las estructuras, el acomodo de los acontecimientos en la línea temporal del relato y, sobre todo, se anima a urdir su obra casi bajo la misma preocupación que los novelistas: el orden de los cuentos en el libro obedece al de anécdotas del destierro, la errancia, la promesa de una mejor vida, pero también hay un sólido manejo de la literatura de los sentidos, es decir, lo erótico, desde la psicología de los personajes y las sensaciones.
Parra pose una capacidad ejemplar de la observación y un conocimiento profundo de la cuentística mexicana. Su obra nos ayuda a entender que un escritor de primera línea debe conocer y tener una postura crítica frente a la tradición literaria, sus precursores y hacedores; la evolución y constante del cuento producido en el país donde escribe y de la lengua con que se comunica. Sus cuentos están escritos con una retórica urdida por el lenguaje de la tierra y la musicalidad de los libros, ambas herramientas al servicio de historias que persuaden al lector desde las primeras líneas y lo sueltan desconcertado al final de las mismas, pues cuando creemos que la situación extrema en la que se halla el protagonista llegará a su fin, Parra nos da una nueva sorpresa que nos lleva de la mano hasta el final de sus páginas, para sugerirnos que la literatura bebe de la vida: nunca acaba cuando uno cree, ni reinicia cuando uno desea.
En el nivel de los personajes de Desterrados, tienen la densidad necesaria como para humanizarlos. Muestran odio, esperanza, culpa, amor, deseo. Están construidos por la sicología profunda de quienes viven los dramas nacionales de la clase baja y media mexicana: el migrante o el viajero que busca su hogar, el vagabundo —shivoexpiatorio de la doble moral civil y las corruptelas policíacas—, los pobladores olvidados a las orillas de la carretera, el boxeador que perdió todo en el ring, el hijo que creció sin padre, pero es rescatado por una costurera de procedencia dudosa, las personas mayores que viven el día como si no hubiera mañana, la tensión que se vive en el campo de batalla en un homenaje a Heriberto Frías, el policía alejado que añora a la madre como se añora su tierra, el hombre que vive el amor sexual en su suegra y su esposa, los comensales que se entregan completamente con los sentidos a flor de piel.
Desterrados de su patria, de los otros, de sus cuerpos, de su propia cordura, y hasta de sus deseos, en estos 15 cuentos Eduardo Antonio Parra se reafirma como un maestro de la narración en tercera persona, omnisciente o pequeño dios que tiene conocimiento del todo; un narrador que escribe con el olfato, la mirada, el gusto, el oído y atiende la oscuridad humana, esos pasadizos oscuros que sólo maestros de la literatura han explorado sin defraudarnos, para enseñarnos que el cuento, aunque pudiera ser un género desterrado del marcado editorial y hasta de cierto número de lectores, tiene la forma y la hondura para capturar la bastedad de un país lleno de hombres que se alejan de su patria, de mujeres que los esperan y de hijos que seguirán a sus padres, como si buscaran la tierra prometida.
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