Continuum, una novela sobre Héctor G. Oesterheld, de Edgar Adrián Mora Bautista (Puebla, 1976) trata sobre la vida, legado y desaparición de uno de los más emblemáticos guionistas del cómic e historieta en Latinoamérica. Pero también es una novela corta sobre los desaparecidos durante el periodo de reorganización nacional en la Argentina de 1976 a 1983, fechas en que los nombres de Videla, Massera y Agosti eran famosos y temibles por la cruel dictadura que perpetraron para cercenar, manipulados por los hilos trasparentes de la Guerra Fría norteamericana, la insurrección social contrapuesta al capitalismo.
Mora Bautista, luego de indagar en los documentos que recuperó, como las historietas creadas por el guionista, documentales, biografías especializadas, series de televisión argentinas, su tesis misma de maestría y las conversaciones que otros investigadores han tenido con la familia sobreviviente de Oesterheld (una viuda y dos nietos), cuenta en 83 páginas parte de la existencia de uno de sus escritores favoritos y urde, sin dejar de lado la intuición narrativa —esas suposiciones que algunas veces son más creíbles que la verdad misma—, un perfil que nos acerca y ayuda a entender la militancia política de Oesterheld, la cual originó la desaparición y muerte de sus cuatro hijas; y su visión creativa, es decir su poética como fabulador de historias al crear personajes y anécdotas que se oponían desde una orientación pedagógica y literaria a la dictadura de la época, bajo el argumento de que el escritor debe educar y avispar el sentido crítico de sus lectores, aun ante la amenaza de la muerte, disfrazada como reorganización social, ese eufemismo que encubrió durante mucho tiempo la palabra exterminio en Argentina.
Continuum significa, en el lenguaje de El Eternauta, una de las historietas de Oesterheld, posible espacio paralelo al mundo que vivimos. En esta obra Mora Bautista parece decirnos que continuum significa la vida de Oesterheld que deberíamos, mejor dicho, estamos obligados a conocer, o también, ese espacio metafísico a donde se van los que han desaparecido en este otro espacio que llamamos vida.
La novela esta escrita por un lenguaje calibrado, contenido y sugerente. Sus silencios entre un episodio y otro abren al lector las puertas de las interpretaciones y conjeturas, y hay, también, uno que otro destello de luminosidad como en esas series de televisión donde es fundamental lo que comparte un personaje con otro a través de los diálogos y los posibles presagios que se esconden entre líneas. Estas viñetas circunstanciales no tienen una estructura lineal en la historia misma, se presentan como episodios encadenados por un hilo narrativo en espiral trazado, en apariencia, por un escritor entre la sombras que jamás es nombrado, ni tiene una vida propia, pero que narra influido por la empresa de dar a conocer quién fue Oesterheld y cuál es su legado. El entramado de la novela va de adelante hacia atrás y viceversa, como si Edgar Adrián Mora nos insinuara que cada uno de esos episodios son los recuerdos de un hombre que está esperando, cautivo en un campo de tortura y exterminio, que se le acaben los días en este mundo y lo único que puede hacer es contar sus últimos minutos con vida.
Estas viñetas, o postales episódicas, muestran a Oesterheld en su casa, una noche, como todas las noches, escribiendo a lápiz y libreta como si dictara al mismo Juan Salvo, uno de sus personajes; lo muestran aceptando escribir la biografía del Che, sin temor a que su nombre se escriba en un futuro en la negra y temible lista de personas indeseables para el gobierno, esa misma lista que luego se habría de convertir en la de los desaparecidos; muestran a un guionista recordándonos, con un dejo de humildad y seguridad al mismo tiempo, que tuvo más lectores que Borges, porque el código literario de la historieta, que para muchos es basura o material para analfabetas, fue reconfigurado por Oesterheld bajo el objetivo de que las historietas también pueden poner retos intelectuales a los lectores jóvenes y llegar a donde ningún texto escolar lo ha hecho. Estas viñetas episódicas nos hablan también de un guionista que se le perdona, gracias a la empatía que ha generado ya con el lector, la presunción cuando revela las verdaderas razones del apodo de Ringo Star, el baterista de The Beetles: “Ringo se llama así porque quiso ser uno de mis personajes”. Siempre le gustaron los vaqueros y vestía como si fuera uno. En Inglaterra se lanzó uno de los cómics de Oesterheld, llamado Randall, con el nombre de Ringo. Y de ahí vino su nombre.
En contraposición a esos sucesos, Continuum aborda también la oscuridad de los días de Oesterheld frente a sus verdugos, adultos alineados a las órdenes del dictador (antes niños, antes lectores de sus historietas), en el campo de exterminio y el cómo resistió hasta que esos mismos verdugos, antes sus lectores, dejaron de verlo como el preso etiquetado por un número.
Aunque esta novela maneja un conflicto sucedido cuatro o cinco décadas atrás, hay en ella una vigencia paralela a los sucesos de las personas desaparecidas, o personas no localizadas, otro eufemismo gubernamental, pero éste del México actual, cuya cifra ha superado la de la época de Héctor G. Oesterheld. Edgar Adrián parece decirnos entre líneas que Latinoamérica y Sudamerica está hermanada por la tragedia y que las desapariciones de los hijos de ambas regiones se deben a que nadie se hace responsable de sus propios actos, y se culpa siempre a los tentáculos de la guerra, como si la guerra misma tuviera facultades autónomas para destruir a los seres humanos sin nadie quien la dirija.
“Me gusta pensar como Pike”, nos dice Mora a través de Oesterheld, “que la guerra es la culpable de todo. Pero la guerra no siente, no habla, no mea. Los hombres somos culpables de todo lo que pasa. Nadie es inocente. Pero todos se asumen víctimas de las circunstancias. Una raza de víctimas, eso es el hombre…”.
Somos una raza de víctimas, decimos los lectores al terminar de leer esta novela.
Para conseguir esta novela da clic aquí, la editorial Paraíso Perdido.
Para conocer más del autor, acá, el blog de Édgar Adrián Mora.
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