Después
de ocho años de la primera vez que tuve el Fondo Nacional para la Cultura las
Artes (FONCA), volveré a participar en uno de los encuentros que organiza
CONACULTA para que los becarios, junto a un asesor, trabajen sus proyectos de
libro en tres periodos. En el 2006-2007 me tocó sesionar –como ya otras veces
lo he comentado– con David Ojeda y junto a un grupo de escritores conformado
por Édgar Adrián Mora Bautiza (a quien bautizamos como el decano por la
sabiduría que desbordaba en las horas de trabajo), Carlos Dzul, Glafira Rocha,
Gabriel Vázquez y Alfredo Carrasco Teja. Con ellos aprendí y forjé una amistad
pura: a la fecha Édgar y yo nos hemos bautizado con un sobrenombre que encierra
nuestra camarería y él sigue siendo uno
de los lectores más críticos y prepositivos de lo que escribo; Alfredo me
invitó a su boda hace un par de años en Distrito Federal, pero no fui porque
entonces acababa de mudarme a Tijuana; Carlos me ha mandado sus libros inéditos
de cuento para ofrecerle mi humilde opinión, Gabriel me acaba de mandar su más
reciente novela que tengo muchas ganas de leer; y David Ojeda se ha convertido
en uno de los maestros más entrañables para mí.
Debo
confesar que volver a uno de los encuentros que organiza el FONCA me emociona
porque, por un lado, me hace recordar aquel grupo de cuentistas y, por el otro,
porque la ciudad de reunión será Oaxaca, un sitio que visité justo el mismo año
que fui becario y justo el mismo año que decidí, con sus altas y sus bajas, ser
escritor profesional, es decir, dedicarme de lleno al oficio. Ante esto me
gusta pensar que el tiempo y las actividades se han sincronizado para que de
alguna manera yo vuelva a esa ciudad tal cual como la visité, pero ahora como
escritor de novelas, y acompañado por otros compañeros y otro asesor, personas
que también admiro pero no conozco en persona.
Estaré
en Oaxaca (escribir estar es algo impreciso, pues el programa de actividades
del FONCA sólo cuenta con recesos para las comidas y leves descansos) del
jueves 9 al domingo 12 de abril. Luego me vuelvo al Distrito y por fin a
Tijuana, mi casa. El programa dicta que nos hospedaremos en el Hotel Victoria,
que está a 45 kilómetros del centro histórico de la ciudad y que trabajaremos
en el Centro de las Artes de San Agustín (CASA). Hay más lugares en los que
comeremos y haremos, supongo, amistad con los becarios de otras disciplinas,
pero ellos los iré añadiendo a mi tira de fotografías y a una publicación más
en forma, que escribiré durante el receso o las noches de descanso, tal como lo
escribo ahora.
Debo
confesar que este objetivo no es para nada original, es decir no nace en mí. El
año que conviví con aquellos becarios de cuento, recuerdo que luego de cada
comida o receso, Édgar Adrián, en lugar de beberse una buena cerveza o
acompañar con una cigarrito a sus condiscípulos, prefería huir al salón de
negocios del hotel o al centro de cómputo de donde nos encontrábamos para
escribir unas crónicas pequeñas de lo que pasaba en el FONCA, todas desde el
abordaje de la bitácora. Algunas veces yo llegaba a interrumpirlo burdamente,
pidiéndole la llave de la habitación, pues los encargados de la logística nos
habían puesto como roomies en los tres encuentros. Espero estar a la altura de
aquel cronista de los becarios de aquel año y registrar aquí lo que vaya a
suceder.
Por
lo pronto, escribo esto a las 3:48 de la madrugada, hora Tijuana y 5:48, hora
Distrito Federal. No puedo dormir y mejor me bajé a la cafetería del hotel
Riazor, porque mi compañero, mi nuevo roommate (un escritor de ensayo con el
que hablé y escuché de agujeros negros, ciencia ficción y algunos autores que
me eran desconocidos) está durmiendo y me parece una grosería encender la luz
de la computadora y teclear esto frente a él. Espero que no se haya molestado
porque me desperté a buscar entre la oscuridad mi maleta y mi computadora.
Mi
autobús sale dentro de dos horas.
Seguiremos
informando.
Buenos
días a todos.
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