El ganador del VII Premio de Novela Negra "Una Vuelta de Tuerca", Víctor Solorio, escribe sobre mi Rojo, luego de la presentación que hizo junto a Edgar Omar Avilés en Morelia el pasado 20 de diciembre. Entre sus bondadosas palabras leemos:
Joel Flores está en la punta de lanza de los primeros pasos que ha dado la generación de los ochentas en el terreno de las letras. Terreno que muchos de nosotros estamos explorando y que libros como Rojo semidesierto nos demuestra conquistable.La reseña fue publicada en la revista digital La Hoja de Arena. Doy gracias a Víctor por su lectura y sus palabras, y al consejo editorial de la revista. Para leer la reseña completa en el portal, dar clic aquí o a la imagen de arriba. Si gustan seguir en este sitio, reproduzco la reseña completa a continuación:
Los
catorce cuentos del Rojo semidesierto
Joel
Flores en Rojo Semidesierto teje a través de catorce cuentos, un retrato de la
mexicanidad más reciente, esa que debe de ser entendida desde una óptica
alterada por la violencia, la rapacidad y el desasosiego. La acción de un
cártel ficticio, atinadamente nombrado como el cártel de La Compañía, une y
ecualiza a los personajes que pueblan los relatos del libro. Esta sucinta
descripción bastaría para condenar a Rojo semidesierto a la sección de narco-literatura
en casi cualquier librería. Sin embargo, el libro tiene una profundidad tal que
lo aleja de esta etiqueta facilista. El libro tiene humanidad, una cualidad
elusiva y de difícil trabajo no solamente en la literatura del narcotráfico,
sino en cualquier empresa literaria. Por ello sería un error decir que el autor
habla del narco en sí, más bien retrata los conflictos humanos que han
preocupado a los grandes autores desde el inicio de las historias. Tal es el
acierto más valioso de la obra, que centra a la narrativa en la dimensión
humana de los personajes, efectivamente humanizando a la obra entera y por
extensión, a su lector. Es en este pase de maestría que se descubre un universo
oculto y paralelo al narco, un universo que permite la ternura, el amor e
incluso la esperanza en medio de una hecatombe lenta, muy parecida a la realidad
con su paso taciturno.
El autor nos regala un retrato hermoso y
descarnado de los efectos que tienen las prácticas de ese cártel sobre el
paisaje anímico de los personajes. Ahí están los que lloran, los que se mienten,
los que sobreviven. Todas las historias de los afectados por la violencia, tan
tristemente cercana a la realidad, caben en el libro. Los que se duelen por sus
familiares secuestrados, los que intentan llevar una vida normal después de que
los hijos huyen, los que engordan para tratar de sanar el dolor. Incluso los
milagros de sanación en medio de las balaceras y los burócratas de la muerte
clandestina tienen cabida en el libro. En un trazo de genialidad también están
ahí los integrantes del cártel, víctimas del mismo desasosiego que trae su
actividad delincuencial. Aquí, el autor se mantiene firme a su compromiso de
narrar desde la óptica humanista y se rehúsa a demonizar a esos delincuentes evitando
con ello la visión simplista de la nota roja o de los noticieros con tintes
propagandísticos. Es en esos momentos brillantes de introspección que la
maestría narrativa de Joel Flores logra profundidades que lo habrán de acercar
a los clásicos: nos muestra qué piensa un sicario mientras espera a su víctima,
la calidez paternal con la que realizará su cruento trabajo en aras de proveer
lo mínimo a su niño aún no nacido. Y es ahí, donde nos encontramos ante la
terrible realidad que hace de cualquier guerra un sinsentido; ver a otros
humanos justamente como humanos, nos empuja sin remedio a la empatía. Con ello,
Rojo semidesierto trasciende los límites de la narrativa y se interna en los
terrenos de la denuncia, al mostrarnos de forma sutil y elegante un reclamo
doloroso pero esperanzador, basado claramente en un análisis punzante de la
situación extrema que sufre el país. Sin tapujos nos muestra que el problema no
es la violencia o la deshumanización: esos son meros síntomas de la actualidad
subyacente. Y allí radica una de las cualidades más valiosas de la obra, ir más
allá de la mera narración, logradísima ya de por sí, para además proporcionarnos
con un espejo en el cuál observarnos como nación.
La
nota general del libro es la nostalgia, pero el autor ha descubierto en la
destrucción machacante de la delincuencia, un nuevo tipo de nostalgia. Una que
no está en función del tiempo, sino de los efectos de la agresión. Y como el
cartógrafo que se interna en un nuevo golfo para trazar todas sus aristas, Joel
Flores se sumerge en este nuevo tipo de nostalgia para mostrarla entera, en
todo su horror pero también en toda su belleza. Me parece que la intención
primera del autor fue esa, capturar la belleza en esta vorágine de miedo.
Belleza cincelada excelsamente en las últimas líneas de la carta que envía un
viudo, al procurador de justicia:
Imagine que de pronto esos hijos, su esposa y todo lo que habían construido juntos, mueren en un vuelo por culpa de personas desconocidas que de pronto se convirtieron en sus enemigos. Imagine que desde ese día su casa se transforma en algo a lo que no entra luz ni sonido. Imagine que a diario, a la hora que se despierta siente hundirse en un lugar que no es oscuro ni blanco, ni gris. Un lugar que bien podría ser el muro que separa a los vivos de los muertos.
La
nostalgia funge como vehículo para la belleza en los catorce cuentos.
Igualmente, el narco es una mera justificación para hablar de la naturaleza
humana más profunda. Es esta subversión simbólica la que sustenta a la obra y
la empuja hacia terrenos que comparte con los grandes escritos. Lugar que
ocupa, bien merecido, por el galardón que obtuvo en el Certamen internacional
de literatura “Sor Juana Inés de la Cruz” en 2012. Puedo imaginar a los jurados
del certamen, convencidos por el dechado de buena narrativa que Joel Flores
despliega, al parecer sin esfuerzo alguno, durante las páginas que dan forma al
libro. Quisiera creer que habrán disfrutado como yo con la cátedra de buena
prosa que nos propina en todos los enunciados. Me gustaría pensar que se habrán
sorprendido al saber la corta edad del escritor y su habilidad docta para
esculpir el lenguaje. Joel Flores está en la punta de lanza de los primeros
pasos que ha dado la generación de los ochentas en el terreno de las letras. Terreno
que muchos de nosotros estamos explorando y que libros como Rojo semidesierto nos
demuestra conquistable.
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