miércoles, 22 de enero de 2014

Escribir para mí es traducir el mundo a mi manera [entrevista a Bernardo Araujo]


   
Hablar de Bernardo Araujo es hablar de una amistad de años que iniciamos gracias a la literatura en Zacatecas, aquellos en los que ambos planeamos finalizar nuestros primeros libros y terminamos tirando tantos borradores, porque no eran lo suficientemente maduros como para conformar uno concluido. Desde entonces Bernardo se ha animado a escribir más libros que yo, y en su búsqueda literaria se sugiere la unión entre la poesía, la  minificción y el cuento corto: un viaje entre géneros que busca contar el todo con tan pocas palabras, sin olvidar que existe una realidad, aquella que sentimos e influye la hora de trasladar nuestra visión de las cosas a la literatura.
En su nuevo libro, Toque de queda, incluido en el catálogo de Pictographia Editoral, se halla latente esta apuesta: microrrelatos de corte realista, que indagan en los fragmentos cotidianos, esas horas, episodios que van desflorando el día y que caen en el piso del semidesierto zacatecano como cuencas de vidrio que reflejan una realidad, la realidad pulida por el narrador orfebre que es Bernardo, que habla de niños desnutridos junto a un viejo indigente analfabeta, un manifiesto poético sobre las palabras como dinero, amantes que visitan a la esposa del militar de alto rango que ordenó el toque de queda en una ciudad, maestros que aceptan el salario mínimo por dar una clase como la noticia más noble del día, clasificados a la inversa, donde hombres viudos y vencidos por la vida buscan a delincuente para que les arregle la vida con el deceso, y más.
Bernardo nació en 1981 en Zacatecas, ha escrito los libros Crepuscular (poesía), LLorar el viento  y Las ramas secas del naranjo, ambos de cuento. Sus textos han sido incluidos en las antologías Diez veces (2009) y Puesta en abismo (2010) de la Colección Letras Versales de la Universidad de Guanajuato. En dos ocasiones fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en Zacatecas (2006 y 2009) y es participante del Taller de Narrativa de la Universidad Autónoma de Zacatecas, desde el 2003. También fue miembro del taller residencial que coordinó el escritor cachanilla Daniel Sada, en Aguascalientes durante 2009.
En esta entrevista, llevada a cabo gracias a las bondades de Facebook, Bernardo habla sobre Toque de queda, cuánto tiempo tardó en escribirlo, cómo concibe el cuento, la minificción y la poesía, por qué abogar por ellos en un libro, cómo influye la realidad social cuando se sienta frente al escritorio a escribir y cómo llegó a conformarse Toque de queda, así como su amistad con Alberto Huerta, uno de los narradores clave para entender la literatura zacatecana.  
            
Joel Flores.- Desde que te conozco, he reconocido en ti una apuesta a la Monterroso, tratar de fundir las bondades narrativas del cuento corto con la esencia de las palabras de la poesía, ¿de dónde viene esta preocupación y cómo influyó para crear los textos que conforman Toque de queda?

Bernardo Araujo.- El asunto es que cuando comencé a escribir me interesó de sobremanera la poesía, mis primeras lecturas fueron de este género. Además, mi madre, quien guardaba sus libros desde la primaria (ahora los guardo yo, algunos de ellos), es una gran contadora de historias, supongo que ahí comenzó la confusión entre los géneros. Siendo muy joven, casi niño aún, encontré en los viejos libros de mi madre poemas autores como Manuel Acuña o Manuel M. Flores, que me sacudieron las entrañas, curiosamente, textos que abordan temas que siguen robando mi atención, como son: los mecanismos del amor o el desamor, la muerte, el cuerpo, la relatividad de ser o estar en el mundo y un profundo aprecio por lo cotidiano.
El primer cuento que recuerdo haber leído, también en los libros de “la jefa” inicia así: “En verdad, en verdad os digo que los libros viejos me llenan de una infinita tristeza”… Ya más grandecito y huyendo de las lecturas impuestas en la preparatoria, me interesaron poetas como Sabines, Neruda o Bendetti en lo que al amor respecta, pues ya habían comenzado las decepciones; pero pronto descubrí a los “malditos”, Rimbaud y Valery me impresionaron. Había encontrado otra poesía. Años después terminé un primer librito de poemas, pero… algo faltaba, quería contar, tenía cosas por contar e ingresé al taller que coordina quien desde entonces ha sido mi amigo y maestro de narrativa: Alberto Huerta. Ahí mis lecturas adquirieron orden y sistema, conocí las posibilidades de la narrativa y terminé escribiendo, hasta ahora, tres libros de cuento. Nunca tuve, conscientemente, la intención de abrazar a estos dos géneros como elementos constitutivos de mis textos. Simplemente quise narrar desde lo ordinario para descubrir lo admirable, lo sorprendente y lo sombrío; así el tono poético como las formas breves me resultaron idóneos para lograr mi cometido, aunque en realidad son pocos los textos verdaderamente breves en Toque de queda.

J.F.- La poesía es para un público más selecto, más paciente y entendido, el cuento es para aquellos que buscan historias cortas, que sorprendan, hagan reflexionar y hasta trastocar su visión del mundo; la minificción, en cambio, ¿para qué lector crees que vaya destinada, para que lector escribiste Toque de queda?

B.A.- Me parece que la minificción precisa de un lector más abierto, sin prejuicios y presto a los juegos espontáneos en los que bien puedes sencillamente pasar un buen rato, consumir el tiempo libre de una manera relajada y productiva a la vez. Bajo estos presupuestos, este lector se encuentra situado en un tren que desconoce hacia dónde se dirige y sin embargo le tiene sin cuidado, en estas condiciones no hay aventura deleznable y sí una amplia gama de posibilidades de tener un encuentro luminoso. Por otro lado, la minificción también puede estimular en los lectores aquellas bondades que mencionas sobre la poesía y el cuento, es un reto a la percepción y a la fantasía que se rige por otros mecanismos.

J.F.- Recuerdo que, las pocas veces que hablabámos de nuestros procesos de escritura, tú solías ser bastante crítico con los que escribías, incluso solías repensar tantas veces tus bocetos y a reestructurarlos. Dime, ¿cuánto tiempo te llevó escribir este libro y qué método utilizaste?

B.A.- Toque de queda pasó por al menos dos fases, comenzó siendo una pequeña colección de minificciones y cuentos brevísimos en los que no me interesaba más que explorar otros imaginarios y otras formas narrativas, luego de haber escrito dos libros de cuentos cuya extensión oscila entre 3 y 10 cuartillas y hasta entonces inéditos. Esos primeros textos se quedaron guardados algunos años, puesto que no sabía bien a bien qué hacer con ellos, a dónde pertenecían. Sólo tenía claro que la apuesta era un alto grado de sugerencia en las tramas y de poesía en las acciones, al parecer inexistentes. Esa fue la primera clave (pero en ese momento lo desconocía), narrar un mundo donde no sucede mucho a primera vista y sin embargo lanzar un dardo hacia el imaginario personal del lector y un reto a completar los espacios vacíos en el texto. Algo arriesgado para un autor joven el jueguito, ¿no?
La verdad era un libro en el que no tenía muchas expectativas, por las razones que comento, y los textos se quedaron ahí sin un destino y sin forma específica. Luego sucedió la maravilla. Pasaba yo por un periodo de carencia de imaginación para escribir, pues había terminado la primera versión de una novela que hasta la fecha no me tiene satisfecho. Como ves, continúo con el defecto de ser demasiado escrupuloso con mis textos. Me olvidé por un tiempo de escribir y leía poco. Hice una vida todavía más ordinaria, pues nunca he sido ostentoso ni tengo los medios para pretender serlo. El asunto fue que el observar la vida cotidiana con más detalle sembró en mí una preocupación por captar el espíritu de las cosas ordinarias y recordé a mi maestro Daniel Sada: “la gente hace mucha poesía y no se da cuenta”. Así cobró sentido el libro: la violencia desatada, los fracasos comunes y un deseo por atrapar lo poco que nos queda de humanidad. Pasaron algunos 4 o 5 años para que el libro estuviera listo, tenía muchas dudas.


J.F.- En tus libros publicados se halla una preocupación por el realismo, ¿por qué elegir, en el caso de Toque de queda, el imaginario público o la realidad social, para convertirla en literatura, en lugar del género fantástico para explorar los mismos temas pero de forma indirecta?

B.A.- Como ya comenté, fue un libro que nació a base de provocaciones (sobresaltos) del mundo exterior, a los que quise agregar un ingrediente de ficción, más no de fantasía para hacerlos verosímiles, un tanto universales y alejados del entorno tal como lo vemos en la TV, lo vivimos a diario o lo leemos en la prensa. No quería un libro de notas rojas, sino que, poniendo la navaja en la herida (social) invitara a la reflexión del mundo exterior para encontrar un túnel directo hacia la autocrítica, la intuición y la imaginación. Para mí, literatura y realidad son dos cuerdas que penden en un mismo sentido pero jamás se tocan, y si lo hacen, en algún punto habrán de separarse, obligadamente.

J.F.- La ciudad, los escenarios que fungen como topos en tu libro, ¿son el Zacatecas que nos está tocando vivir? De ser así, ¿cómo influyeron los hechos violentos. acaecidos desde hace un par de años en esa ciudad, en tu forma de ver el mundo y hacer literatura?, ¿crees que el escritor deba comprometer su oficio, lo que escribe, para enfrentar y enunciar o denunciar estos sucesos? 

B.A.- En parte, el Zacatecas de hoy fue un detonante para el libro, más nunca he querido retratar en mis cuentos una realidad y espacio específicos, sino que tomo fragmentos de experiencias vitales (lo que veo, lo que escucho, lo que imagino, lo que me cuentan, lo que leo, lo que me falta, lo que admiro, lo que aborrezco, lo que amo, lo que me duele) como materia prima y comienzo a experimentar posibles narrativos. En mi adolescencia regresaba a casa caminando solo luego de una fiesta y no pasaba nada o casi nada, ahora vivo en una ciudad (en un país) donde hay miedo, muertos y balazos con frecuencia, sin  duda tuve que decirlo de algún modo. Escribir para mí es traducir el mundo a mi manera, pues nunca me ha agradado del todo. Sin que sea una obligación, creo que el escritor debe mostrar, más que demostrar su concepción del mundo, más no vender su trabajo ciegamente a favor de una ideología o una apreciación fija del entorno.

J.F.- Hace unos momentos nombrabas a Alberto Huerta como uno de tus maestros. ¿Cómo ha sido su amistad? ¿Aún suelen trabajar juntos?

B.A.- Huerta fue la persona que me hizo entender y respetar al cuento como género, sus posibilidades imaginarias, lingüísticas y narrativas, así como el grado de dificultad que un buen cuento requiere; puesto que llegué al Taller de Narrativa de la U.A.Z. (fundado y coordinado por Alberto Huerta), con la intención de escribir cuentos. Una de las primeras cosas que me dijo fue “Aquí escribimos libros, no textos sueltos” (obvio, después de ciertas lecturas y ejercicios de escritura). Pasaron cerca de 10 años en los que escribí un cuadernillo y un libro de poesía, tres libros de cuento y el boceto de una novela. Durante todo ese tiempo aprendí, desde cómo hacer un mimógrafo para imprimir a mano, como una infinidad de autores esencialmente narradores y poetas de todas las épocas y latitudes; entre otras cosas hablamos de música, escuetamente de política, problemas públicos y del ambiente literario. Huerta es ante todo, un lector voraz, un hábil narrador inquieto e instruido, y un hombre generoso y consecuente. Seguimos trabajando juntos y es sin duda el primer lector de mis trabajos recientes, consejero y cómplice en el trabajo. “No soy maestro de nada, soy un provocador” ¿Cómo olvidar esas y tantas otras afortunadas frases?

J.F.- Por otro lado, sueles leer a escritoras o escritores de tu generación, es decir, a los nacidos en la década de los ochenta?

B.A.- La verdad no conozco muchos autores contemporáneos a mí. Como es obvio me es más sugestivo e ilustrativo leer a los gigantes de la literatura universal, no por ello desdeño a los autores jóvenes, pues sería como meterme el pié a mí mismo. Leo más a los nuevos poetas y narradores de la región de Zacatecas y sus colindancias, por razones de amistad, coincidencias y oferta editorial, puesto que no es fácil para un autor novel tener impacto muy lejos de sus latitudes, entonces (lamentablemente) desconozco a los escritores de mi generación que están en el norte o sur de la república, de donde me parece interesantísimo averiguar ¿qué están escribiendo?

J.F.- Ya para terminar, ¿qué música sueles escuchar mientras escribes?, ¿qué soundtrack sonaba en tu lugar de trabajo mientras se fraguaban las historias de Toque de queda?

B.A.- Mis gustos musicales se inclinan más por el rock, esencialmente el de “mis años mozos”, es decir, la década de los 90 y principios de este milenio, el grunge, alternativo, algo de hard y ahora el postrock, pero, rara vez escucho algo así cuando escribo, salvo Radio Head o Samashing Pumkins, por ejemplo, son bandas que me transportan a mi paisaje imaginario predilecto, donde hay: espíritu rebelde, cierto hálito de tristeza, nostalgia y belleza. Toque de queda fue escrito con música clásica y/o contemporánea, simplemente porque precisó de la energía contenida ahí, también de algo “que raspara”: blues, boleros o tangos.   

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