jueves, 22 de febrero de 2007

.103.

.talleres literarios.









El segundo día de esta semana, una compañera de la escuela me pidió que leyera uno de sus cuentos, para después, si el tiempo entre clase lo permitía, darle mi opinión sobre él. Lo hice, sobre todo, porque soy muy a fin al apoyo entre amigos y porque siempre he tenido curiosidad por saber qué tipo de historias les gusta escribir a los estudiantes que de un día para otro deciden entrarle al cuento. No me acusen de pedante ni machista, pero es casi previsible saber que los jóvenes que comienzan a tener contacto con este género se dejan ir por temas como: el terror, la noche, los vampiros, el sexo (esto sobre todo en mujeres), el amor (tratado desde el punto televisivo como los casos de Silvia Pinal) y el onanismo, (hijos de Bukowski, si están leyendo esto no me acusen de mojigato).

No voy a negar que me gustara el cuento de mi compañera. Narraba la historia de una joven oficinista que era espiada por las noches, ¿puede decirse de este modo?, por alguien. Sus sospechas la llevaban a pensar que era su vecino; un ciego de cuerpo suculento y carácter solidario, del que la joven estaba enamorada. O de un ladrón y hasta de un fantasma. Esta trama protegía muy bien una historia subterránea: el conflicto provocado por los celos profesionales de su compañera de trabajo, que le hacía la vida imposible dentro y fuera de la oficina. Estos datos desembocarían, el lector lo deduce en las últimas líneas del cuento, en una especie de ambigüedad: la personaje principal descubre a la misma hora en que solía ser espiada al ciego y a su compañera peleándose en su patio.

Me llamó la atención la capacidad de crear una trama de mi compañera y la sinceridad que mostraba su voz narrativa, digna de un liviano elogio. Su cuento era más que potable. Su voz no mostraba ecos de otras voces ya consolidadas dentro del cuento y dejaba entrever la preocupación por construir una historia. Un buen acierto. Le hice un par de comentarios al texto (que eliminara palabras para que fluyera más la historia, ordenar oraciones y quitar y poner acentos), le dije que no dejara de escribir, leer y que si le interesaba la onda de la historia subterránea y ser más concisa con el lenguaje, leyera a Chéjov, Poe, Dahl, entre otros. Uno mismo debe encontrar su idea del cuento dentro de sus lecturas.

El día siguiente regresó algo desconcertada; había llevado su cuento a un taller literario, se lo habían desechó y le habían asesinado despiadadamente las ganas de escribir. Poco o mucho sé de los talleres; durante años formé parte de uno y mi opinión sobre ellos bien puede ser sesgada, positiva o enérgica. Aprendí los rudimentos suficientes y hacer un sanginario con el projimo, hablando en terminos de crítica literaria, y al año deserté.

Deserté, debo aclarar, porque el coordinador consentía los favoritismos y tenía una idea muy cuadrada de lo que es el cuento. Sus teorías sobre el mismo sólo estaban fundamentadas por el boom, el formalismo ruso, el decálogo de Quiroga y algunas veces por la onda. Solía repeler la lectura de escritores contemporáneos y destrozar los cuentos que no encuadraban en sus preferencias. Con esto no quiero decir que estas teorías que aprendí en sesión son un fraude ni que el coordinador debe estar a la vanguardia. Para nada.

Si bien, estas teorías son buenas sólo cuando se apuesta por el cuento tradicional y perfecto, un cuento que no se arriesga por los giros verbales, los trucos con la estructura narrativa y hasta la hibridación con otros géneros (aquí no me refiero a ligar el cuento con el ensayo, como aquellos cuentos aguallonescos que muchas veces critiqué en mi ex-columna del periódico), sino experimentar con el cuento hasta sus últimas consecuencias, con el lenguaje mismo.

El cuento, como el lenguaje y el ser humano lo demandan, no son inmutables ni estáticos. El cuento cambia conforme cambia el hombre y su cultura, su lenguaje y los medios que lo rodean; ideas que olvida continuamente un coordinador de taller. Y para ser un coordinador, creo yo, hay que dejar a un lado lo parcial y el compadrazgo.

Yo le debo mucho a un taller literario en concreto. Le debo también, y lo estoy hasta el cuello, a los libros, a las lecturas en soledad y a mi individualismo. Para otros este juicio es nulo y buscan la enseñanza en círculos literarios o las historias en la vida misma; ideas que no discuto en lo más mínimo, mientras no se metan conmigo a la hora de escribir.

Lo que es triste, debemos de reflexionarlo, fue lo que le escuché decir a mi compañera de clase: no descubrió un impulso por escribir en un taller literario, sino los motivos por los que yo también deserté; un favoritismo por el lado del coordinador hacia sus pupil@s que tienen derecho de antigüedad, la extrema protección hacia ellos, apadrinazgo, deseo de estancarl@s en ideas muy individuales de lo que es el cuento y la teoría sobre el cuento, vicios y más vicios de corrección que mutilaban la esencia del texto. Y esto provoca que los talleristas terminen en algo muy visto: La creación de clones, clones y más clones… y más jóvenes preocupados por el terruño.

Ante esto no me quedó de otra más que decirle a mi compañera: Bienvenida al mundo de lo que aquí se conoce como creación literaria, nena…

7 comentarios:

Elena Méndez dijo...

Joel, estoy de acuerdo con vos sobre tu texto.
Algunas de las críticas más mordaces (y rara vez fundamentadas)
que he recibido en mi incipiente quehacer narrativo han sido en los talleres literarios.
Es lógico que no falte quien se sienta amenazado al ver un joven entusiasta y talentoso queriendo emerger en este oficio.
Dichas actitudes mezquinas no hacen sino bloquear a quienes en realidad merecen un sitio en el ámbito literario, a diferencia de los anodinos favorecidos que acaparan las becas y demás beneficios, muchos de ellos conformes sólo con ser glorias locales.

Anónimo dijo...

triste , muy triste, sobre todo por que usted parece un clon (malo) de Tryno Maldonado, ya creàsela que escribe, no tiene porque imitar a Maldonado. Esto dicho con respeto para ambos.

joel.flores1984@gmail.com dijo...

Que gusto me da leer esto, estimado Osvaldo; si mi actitud ante ello fuera otra, te aseguro que contestaría de manera mordaz y hasta grosera (o simplemente no contestaría), sin derruir para nada tu comentario con bases sólidas, como trabajo, por ejemplo, publicaciones fuera de esta ciudad, que comprueban o comprueben que mi labor en la literatura siempre trata de alejarse de la creación de mis compañeros o de amistades, y sobre todo, marcar un espacio, una postura, una poética. ¿No será que estamos confundiendo las cosas?
Bien o mal, Tryno Maldonado y yo somos amigos, desde años, pero tenemos concepciones distintas de lo qué es la literatura e imaginarios individuales. Nuestra formación también ha sido distinta; yo estudió una licenciatura en Letras y me inclinó más por la crítica que él. Su perfil como novelista me parece interesante, hasta ahí. Comulgo con Maldonado en varios aspectos y lo he hecho público en este espacio y en otros muchos, pero en otras ocasiones (aquí no quisiera ventilar situaciones ajenas) no comulgo con él, y de eso te puedo dar una enumeración larga, muy larga y creo que podríamos entablar una platica fértil sobre ello...
En cuanto a que me debo tomar enserio lo que escribo, ¿qué te puedo decir?, créeme, esa afirmación sí me causó una mueca de enojo, después de furor, por último una risa algo liviana y me animó a escribir esto. Si no me tomara enserio que escribo, en realidad no escribiría, no me estaría devanando el cerebro en el libro de cuentos que estoy escribiendo, no tendría este blog, no estaría manteniendo una beca como creador a nivel nacional, no me hubiera deslindado de esta ciudad por cerrados y elitistas, me la pasaría leyendo sólo por diversión, entretenimiento, sería un alumno con buenas calificaciones en una escuela, universidad, que no propone nada dentro de su creación crítica, más que los modelos histriónicos del ensayo que tanto vemos en clases, no hubiera marcado una crítica cuando tenía mi columna en el periódico y perdido amigos con mis juicios, no defendería ni apostaría por lo que escribo, me graduaría de mi escuela con menciones honorificas con una tesis que terminaría en un archivo descuidado como un nido de ratas, simpatizaría con todos los maestros y personas, y quizá, por qué no, hasta escribiría poemas y con ellos enamoraría mis condiscípulas, créemelo.
¿Qué es para ti escribir enserio, estimado Osvaldo? Quisiera saberlo. ¿Escribir enserio es para ti no levantar críticas, no agredir ni delirar con comentarios y post en este blog? O bien, escribir como nuestros sucesores más cercanos, o creer todavía en la literatura romántica, maldita, creer en ideas renacentistas sobre el arte y no desempolvar nuestro imaginario ni hacerlo que rompa amarras con cosas desgastadas, infértiles. ¿Escribir enserio es ser un agachón, un lame botas, un doble cara? En verdad quisiera saberlo, amigo Osvaldo, te pido que no me tengas con la duda.
¿No se te ha hecho raro que todos, en todas circunstancias somos críticos, en todas circunstancias derruimos lo que hay a nuestro alrededor, pero nunca somos creadores? Esto, si quieres, no me lo contestes.
Veo en ti, camarada Osvaldo, que lees mi blog con continuidad y estás al pendiente de lo que publico, de lo contrario no te hubieras animado a compararme con Maldonado, te invito, sobre todo, que hagamos una reflexión de esto y no caer en suposiciones inanes, exangües y que puedan rayar en un acto sesgado, ¿estás de acuerdo?, esto lo digo con toda la solidaridad del mundo y esperando a abrir un canal de debate, sin escondernos en seudónimos, anónimos o el silencio.

Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

Joel, me ha dado un gusto tremendo el que haya respondido mi crítica, estoy de acuerdo en que no hay que lamer botas ni estar de acuerdo con todo ni con todos. Estoy de acuerdo con usted. Escribí, "creásela" ya que considero, como lector, que Tryno surte demasiada influencia sobre sus textos. Y no es malo que se tenga a alguien por referencia, tampoco que tengamos influencias y a veces no es tan malo tener amigos. No digo que no este comprometido con la escritura, no por nada ha logrado lo que tiene, pero las veces que lo he leído, pareciera ser un texto de taller donde el coordinador es Maldonado. Pronto le mandaré mi respusta a su correo sobre la pregunta que me hizo con respecto a que era escribir en serio, si usted lo considera pertinente la hace pública o la crítica o hace con ella lo que quiera, finalmente cada quien estará convencido de lo suyo aunque esté en un error. Un abrazo.

Elena Méndez dijo...

Como amiga y lectora tanto de Joel como de Tryno, puedo asegurar, que, si bien hay algunas similitudes entre la obra de ambos, éstas son las menos.

El estilo de uno y otro son muy diferentes.

Me consta -ya centrándome en el caso de Joel- lo autocrítico y esforzado que se muestra en su narrativa. Y confío en que tendrá un buen lugar en las letras mexicanas, porque está luchando para ello.

Édgar Adrián Mora dijo...

Los talleres literarios son como irse de putas: regresas con una sonrisa de satisfacción y completamente relajado; o con la sensación de haber sido vilmente estafado.
Buen post.

Y termino acá... Voy a revisar el blog de Tryno Maldonado para ver su posibilidad de clonación.

Saludos...

Anónimo dijo...

ya dejense ahí señores, que clon, que becas, que talleres, sólo encuentro apatía y ego desbordado, por favor ya
maduren cabrones. Recuerden que el arte está en procesos de homogenización, como el resto de las actividades del ser humano, elaboremos y pulamos un discurso critico que no tenga pendientes con un curocrata amor por la geografía ni de ciudades ni de cuerpos; que se comunique con los demás y que esté en camnino de nutrir un bagaje multicultural alejado de totalitarismos y ridiculas trabas.
no sólo existe lo malo lo bueno, ya por favor dejen a don bukowsky... no sólo es chaquetas y degenere, acuerdense de Levi straus y el mundo cifrado. No chinguen, ya no perdamos el tiempo en chismes ¿o qué? .........y lo dice un chismoso.

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