Siempre he pensado que es trabajo de los críticos decir dónde y con quién comienza una generación literaria. Aunque muchos son los escritores que al querer ser reconocidos o asemejados con alguna corriente, se configuran, de manera precipitada y para llenar los supuestos recovecos que hay en la historia, a una generación, ya sea con sus contemporáneos o antecesores, para alimentar sus esperanzas de ruptura o darle seguimiento a alguna tradición literaria descontinuada.
Gracias a la crítica las generaciones nacen, se agrupan, se consolidan y proponen nuevas poéticas en el ámbito literario. La crítica juzga, la crítica literaria siempre estará ahí. Y las editoriales sólo se encargan de agrupar a los escritores en antologías para mostrar el panorama de la nueva literatura joven que se crea en su país de origen, en cierto país de origen. Compilan los cuentos de los escritores más prometedores o reconocidos para ofrecer a los lectores un mapa literario. Un: “aquí tienes este libro, es lo nuevo, es lo más reciente y prometedor de nuestra literatura”. No voy a negarlo, las antologías son la brújula de todo lector. La que le da ayuda cuando se encuentra perdido entre la tormentosa y enorme selva que es la producción literaria.
Como lector de cuentos, según mi gusto, hay dos caminos potables para leer buena literatura.
Uno: chutarte la literatura gringa. En ella encontramos a los padres del cuento, sin subestimar a Chéjov, ni a Gogol, pero esa es otra historia.
Dos: chutarte a todos los cuentistas argentinos.
Hace unos días hallé en la red esta novedad. Esta antología de nuevos narradores jóvenes argentinos y cómo los recibió la crítica. Les dejo la reseña de Ariel Bustos para que se den un quemón.
La joven guardia, compilado por Maximiliano Tomas – 1ª ed. –
Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2005. 264 p.; 14 x 21 cm. ISBN 987-545-232-7
Vientos de Cambio
“Yo creo que la cuestión central no pasa por comprar un cuchillo capaz de cortar una lata o un zapato de cuero, sino por cambiar de carnicería y conseguir carne más suave para comer. No compres tanta pezuña de caballo” supo decir el comediante norteamericano Jerry Seinfeld en uno de sus monólogos. Hace meses que, con el impulso del suplemento cultural 'Ñ', el ambiente literario argentino se ve sacudido en la búsqueda de generar polémicas estéticas.
El proyecto no sólo fracasa porque los involucrados no están a la altura sino porque desvía la atención del verdadero problema cuya resolución daría pleno derecho al debate: sin la asistencia de concursos, padrinazgos, subsidios estatales o privados los escritores en las sombras no tienen muchas chances de saltar al centro de la escena.En este páramo poblado por vulgares rencillas personales, pedantería, tiránicas imposiciones de los autores que hay que leer y egoísmos de toda clase, la aparición del libro La joven guardia reacomoda las fichas con la renovación de autores. Recientemente editado por Norma, con selección y prólogo de Maximiliano Tomas y prefacio de Abelardo Castillo, presenta veinte cuentos de escritores de entre 25 y 35 años, marginales y académicos, reconocidos y ninguneados, promesas a punto de consolidarse, realidades incuestionables y huecas muñecas de porcelana.
Considerando que esta antología presenta un panorama de las diferentes preocupaciones estéticas de la nueva generación es apropiado dividir el análisis en bloques. En “Argentinidad” Diego Grillo Trubba logró una muy sutil, aguda, humorística y definitiva meditación sobre el ser nacional, la viveza criolla y nuestra tragedia como sociedad: un exiliado en Berlín tras los hechos de diciembre de 2001 sobrevive dictando un curso a jóvenes alemanes sobre cómo actuar a lo argentino, según nuestros modos más míseros. Con mucho humor crea un estado idílico perfecto y una empatía total con el piola de su protagonista. Por lejos el punto máximo del libro.
“La edad de la razón” de Romina Doval, y “El aljibe” de Mariana Enriquez están atravesados por la conciencia del mal como ley suprema que supera los lazos de sangre, y son el tramo más intenso de la antología. En el primer cuento, el nacimiento de la hermana de la pequeña Carolina, narrado por una tercera persona que se expresa como podría hacerlo una de sus compañeras de jardín de infantes, desnuda el débil andamio que sostiene a la familia.
Una incomodidad angustiante en un ambiente cotidiano, sello de la autora, acompaña su lectura hasta el final con una imagen de desamparo y orfandad absolutos. Partiendo de la sencillez de unas vacaciones familiares Enriquez conjuga supersticiones con lo más ruin de sus mujeres enfermizas para dar con el deterioro mental progresivo que condena a la anteriormente saludable Josefina. La inseguridad de los hombres ante las mujeres queda patente en el viejo celoso y paranoico que intenta someter a su amante antes sumisa en “Otra mujer” de Oliverio Coelho, y en la inversión de los roles de protector e indefenso de los protagonistas de “Un lugar más alejado”, de Alejandro Parisi, donde el narrador separado tambalea ante la firmeza de su nueva pareja para llevar adelante su reciente embarazo.Sigue un bloque de cuentos que, sin ser impecables en contenido y forma como los anteriores, valen por su fuerza interna. “El cavador”, de Samantha Schweblin, es totalmente ambiguo.
El pozo que un misterioso personaje cava trasciende el cuento y, abriéndose a múltiples interpretaciones, no podemos evitar caer en él. A la desolación que acompaña al adolescente que abandona su pueblo tras el nacimiento de su hijo en “Un hombre feliz”, de Federico Falco, le queda corta su extensión y merece desarrollarse por sí misma, sin tantas intervenciones del narrador omnisciente. La morosidad del protagonista argentino acumulando una seguidilla de detalles de su paso por un bar parisino en “El imbécil del Foliz” de Gabriel Vommaro hace desear alguna elipsis para subirlo a la categoría anterior.
“El hipnotizador personal”, de Pedro Mairal, es la historia de una chica rica que busca quien le anule el tiempo muerto vista desde la posición del escritor romántico enamorado; “La intemperie”, de Florencia Abbate, cuyo lenguaje sutil no concuerda con esa historia de patéticos perdedores y “Siesta” de Gisela Antonuccio, donde la presencia inquietante del cadáver de una mujer en una cocina no alcanza a ser potenciada por su autora, entran en la categoría de los cuentos tibios, el limbo de la antología.Y para el final quedan textos que, en algún caso, deberían ser llamados ejercicios de estilo antes que cuentos.
Así “Diez minutos”, de Hernán Arias, pareciera una sinopsis para filmar a un personaje sentado en un banco de plaza; de hecho remata apelando a posibles resoluciones si esa sinopsis fuese filmada.Previo al tándem de los cuentos de Doval y Enriquez están los aportes de la pareja que Clarín elevó hasta las alturas de una Virginia Woolf y un James Joyce porteños y fuera de las leyes del mercado y la academia: Gabriela Bejerman y Washington Cucurto. “¡Chef! ¡Puré chef! ¡Un chef haciendo puré chef!” son las primeras palabras de “Morfan dos”. Sería injusto negar que para el resultado obtenido, Bejerman no podía haber encontrado un mejor comienzo. Agregándole un poco de agua al cuento y calentándolo se obtiene un insulso purecito artificial que no sirve de guarnición para los platos fuertes del libro. La historia del cocinero farsante encumbrado como genio gastronómico por los medios, puede leerse como una proyección de la propia autora.
En “Una mañana con el Hombre del Casco Azul”, Cucurto demuestra que no hay nada consistente tras la cáscara del revolucionario violador de la sintaxis y cultor del disparate como reserva vital para la literatura.Bajo una máscara de ironía en el “Diario de un joven escritor argentino”, Juan Terranova sugiere su imposibilidad de poder decir algo verdadero; cuenta que su elección poco rentable de apuntar a un reducido público académico no fue muy acertada, insinúa desesperar por el reconocimiento masivo y desea cambiar las reglas del juego que decidió desempeñar por no serle muy benévolas. Un cobarde pedido de piedad.En el prefacio, Castillo dice no haber leído ninguno de los cuentos, y aunque en una primera impresión puede parecer chocante, no lo es tanto; dicho prefacio es sólo un acompañamiento a los autores.
Lo que en verdad debe chocar es esa mueca de desdén hacia las intenciones del libro llamada “Recomendaciones de un padre argentino para un cuento español”, de Gonzalo Garcés. Desde el púlpito de sus columnas periodísticas Garcés critica las fallas de la literatura contemporánea argentina, pero al colaborar con esta antología de cuentos sacando de un cajón las líneas argumentales de una historia que quizás tenga en mente escribir algún día demuestra ser parte del mismo sistema contra el que levanta su voz. Las pezuñas más renombradas, sean raza Piglia, Caparrós, Guebel o Aira nunca pudieron más que mellar los cuchillos más filosos. La joven guardia ofrece otros sabores, y establece una cabeza de playa para sacudir un panorama que exige renovación.
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