viernes, 30 de junio de 2006

.la velocidad de las cosas: deja que tu cabeza sea sometida a una radiación.




Sobra decir que los mejores escritores de cuentos se han dado en Argentina. Sobra decir, también, que son los únicos que se han dado el lujo de jugar con la literatura como les ha dado la gana. Borges lo hizo en la estructura de “El Aleph”: una esfera que logre encapsular todos los significados y todas las imágenes del mundo sin que se deforme la dimensión de esta. Escribir bien en Río de la plata es escribir como Borges. Cortázar ha sido el niño de la imaginación inmensa y contagiosa. Una definición más exacta y animada: Cortázar es en la literatura lo que Mike Tison fue en sus tiempos mozos como boxeador: dominaba en el primer asalto a su rival. Ricardo Piglia, un escritor actual, se voló la barda al escribir en su “Tesis sobre el cuento” que todo cuento excepcional, todo cuento que puede llegar a convertirse en clásico, todo cuento que nos recuerde a los mejores cuentistas del mundo, Poe, Chéjov y hasta Henry James, debe estar fraguado por dos historias: la que se narra y la que se entreve. Pero llevando sus propuestas sobre este género aún más arriba, Piglia propone que el cuento contemporáneo es una especie de departamento donde en cada habitación aguardan las historias y el narrador se pasea por el departamento esperando descubrirlas. Los argentinos nos han enseñado un sinfín de artificios sobre como contar un cuento y no se cansa de dar sorpresas. La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán, es un libro de 511 páginas que puede leerse como novela o sus capítulos como cuentos independientes. Y las historias que encontramos en él no son más que una especie de mutación. Sí. Son monstruosas. El arte de contar historias de Fresán radica en intercalar pequeñas historias y personajes y digresiones y más personajes y muertes y amor y más digresiones y teorías sobre la literatura en la misma historia. En esa rareza encuentras todo. Todo. Recetas sobre el suicidio y cómo escribir una carta antes de hacerlo, recetas sobre la lectura, el arte de narrar, la vocación literaria, cómo pasártela bien dentro del corazón de una fiesta y hablar con los muertos, cómo ser un buen hijo de puta, algo sobre escritores mediocres que roban novelas a escritores reconocidos para alcanzar el estrellato, el arte de cazar ballenas y cómo redactar necrologías y cómo coleccionar postales inexistentes. Hasta una tortuga ninja le salva la vida a uno de los personajes de la novela y, por si fuera poco, una extraña droga para perros es el detonante de la euforia de otros. Fresán escribe muy parecido a la crudeza norteamericana como Philp Roth, Paul Auster o Ian MacEwan, en varios de sus artículos publicados en revistas comerciales nos ha mostrado su afición por esa potente literatura. Fresán escribe con la misma soltura que Marcel Proust, pero más acelerado e imaginativo, como un Thomas Mann pero más, un poco más…

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