martes, 29 de mayo de 2007

.125.


.Top 20, los cuentos que me
han mostrado el arte de narrar.



















Antes de dar la lista, quisiera compartir algunos puntos que aclaran mis preferencias. Soy un adorador del cuento y con la teoría que he leído sobre él. mis gustos se han visto motivados por estos intereses: la experimentación con el estilo (las formas de contar una historia) y la estructura narrativa (la construcción del andamiaje que ayude a soportar la historia); y la innovación en cuanto lo que se cuenta (los artificios y registros narrativos que darán vitalidad a la trama). Estas preferencias han sido guiadas por toda crítica impresionista que puede ejercerse por cualquier lector sin un acervo teórico personal, más que el del gusto y la experiencia. Más afondo, me agradan los cuentos que logran los siguientes objetivos: manejar un lenguaje claro, fresco, cuya trama que plantea sea bien desarrollada de principio a fin; historias que trastoquen mi cosmovisión del mundo (el insuperable molde del tema de amor y muerte); que vislumbren de principio a fin; que mezclen la estructura del cuento tradicional con la del cuento actual (una suerte de caja de resonancia que une una o más voces narrativas); y que logre trasmitir la sensación que experimenté la vez primera que leí el cuento que me ancló a la literatura.


Sin más preámbulos, este es mi Top 20 de cuentos. El orden que leerán a continuación no es jerárquico. Los autores no están presentados por el orden que manda la historia del cuento.



01: “La caída de la casa Usher”, Edgar Allan Poe
Cuento que combina el misterio y lo tétrico en una familia que está por desaparecer
por motivos alejados a una explicación médica. Los escenarios y atmósferas de esta narración son muy particulares en cuanto el estilo de Poe: atmósferas opresivas, densas. Y los personajes son herméticos y silenciosos. Es de suponerse que en el escenario del cuento, la casa Usher, habitan todos los personajes que Poe creó con sus cuentos, y que en ella se concentra todo su imaginario. Es un suponer, repito.


02: La nariz, Nicolai Gogol

Cuento cien por ciento humorístico, jocoso, donde imaginación y oficio se funden para darle vida a un objeto aparentemente inanimado, como lo es una nariz, fuera del cuerpo humano. El tema de este cuento no sólo es fantástico, sino una atinada crítica social a las clases sociales de finales del siglo XIX.


03: “La casa de Asterión”, Borges

Es inevitable descartar a Borges de esta lista, pero en mi caso como lector, soy menos ambicioso y me intereso más por este mito configurado a la actualidad; la mejor y más triste representación del Minotauro, dotado de sentimientos humanos y una visión del mundo equiparable a la que tiene el adolescente cuando quiere liberarse de todo lo establecido y termina como víctima por culpa de sus ideales.


04: “Casa tomada”, Julio Cortázar

Si me preguntaran qué cuento he leído más en mi vida, podría colocar esta pieza en la lista y decir que es una de las mejores aportaciones a la tipología de la ambigüedad, como un fractal del género fantástico; es más terrorífico y desconcertante lo que se no se nombra que lo que se nombra. La trama de este relato es: cierto personaje que aterra a todo lo que esta a su paso, cuya identidad nunca es revelada, provoca que los habitantes de una casa la desalojen y se terminen qué los hizo actuar así.

05: “Hazme el favor de callarte, por favor”, Raymond Carver

Uno de los mejores narradores que ha enunciado los conflictos matrimoniales y familiares es Carver, el maestro de los Short Cuts, el que le rindió un homenaje casi único a Chejov con “Tres rosas amarillas”. Este relato muestra cómo una pareja de casados, en una charla después de la cena, llegan a desunirse por culpa de los celos.

06: “Máscaras venecianas”, Bioy Casares
Bioy era un inventor, un maestro de la trama, y yo no supe cuál era el verdadero tema del doble y los clones hasta que no leí este cuento que, más que pertenecer al género fantástico, se configura en la variable de lo extraño. Sus temas, el desamor y lo pesado que se muestra olvidar a una mujer vislumbran en este cuento. Algún día, si llego a ser un buen narrador, debo confesar que le debo tanto a Bioy Casares que no lograría pagarle con nada del mundo. Te extraño tanto, señor Dandi.

07: “Música concreta”, Amparo Dávila

Amparo Dávila es una de las narradoras que tuvieron contacto con la generación de Medio siglo y, por buena suerte, es la menos nombrada. Secretaria de Alfonso Reyes, sus cuentos, al igual que algunos de Cortázar, manejan varios fractales que nacen de lo fantástico: lo extraño, la ambigüedad, y lo sobrenatural. “Música concreta” es una alegoría a lo tortuoso que puede convertirse la infidelidad de un hombre a su pareja y como la inseguridad y los celos pueden acabar con la parte engañada, a esto agréguenle un toque de buena imaginación, como introducir a una mujer que se convierte en sapo a ciertas horas de la noche.

08: “El fluir de la vida”, Ricardo Piglia

Piglia es uno de los precursores del cuento como artefacto; el personaje que traza varias historias y las cruza durante la narración, como si fueran una especie de nodos interconectados. La primera vez que leí esta pieza supe cuál era mi camino como lector; leer cuentos que experimentan con la trama. Piglia es una especie de mago de la trama que nunca deja de sorprender; intercala la experiencia lectora y los artificios narrativos con la manera de contar una historia y, a la vez, las máximas principales de cómo se debe contar una historia, por ejemplo: “Lo importante no es capturar la realidad, sino su sentido”.

09: “Cordero asado”, Roald Dahl

Aparte de su perfil de narrador de historias para niños, Dahl también es un narrador de historias para no tan niños. Este cuento, incluido en sus Relatos de lo inesperado, es una perfecta pieza de cómo se debe contar una trama sin recurrir a ningún artificio más que el del silencio, que sólo deja entrever los detalles que más importancia tendrán al final de la historia.

10: “Ultraje”, Álvaro Enrigue

Muchos conocen a Enrigue por sus novelas, yo sólo por sus cuentos y porque es un maestro del lenguaje. Esta pieza, cuya historia está ensamblada en los suburbios de una ciudad de EU, es una representación de cómo un recolector de basura alcanza la otredad conforme va leyendo un compendio de libros viejos sobre piratas que alguien tiró a la basura.

11: “Una muñeca de carne y hueso”, A.M. Homes
Hace apenas unos años no sabía quién era Homes, hasta que leí una antología de narradores norteamericanos que compilaba esta pieza como una muestra de lo más sobresaliente de la nueva generación de escritores de aquellos rumbos. Este cuento es una historia desorbitada, acida, cuyo amorío del personaje principal con una muñeca Barbie rebasa los limites de la cordura.

12: “Euroescoria”, Irvine Welsh

Un cuento violento, cuyo personaje cínico llega a ser sorprendido por algo que le desgracia la vida.

13: "Una botella de plata", Truman Capote
Talento, una pieza llena de talento narrativo. Su argumento es sencillo: un chico pobre que se gana una buena cantidad de dinero apostando qué cantidad de monedas supone que tiene una botella que reposa encima de la Rockola de un restaurante de pueblo. Lo que conmueve en este cuento, y otros más de Capote, es la manera en cómo se nos cuenta.



14: Carnet de baile, Roberto Bolaño
En esta lista no puede faltar uno de los cuentos más imperfectos y sugestivos como lo es "Carent de baile", historia que trata cuando Bolaño llegó a México después de salir de Chile, tras la muerte de Allende.


15: “Señales captadas en el corazón de una fiesta”, Rodrigo FresánUn cuento mutante, en cuya historia aparece Narco Polo, una tortuga ninja, una mujer que cae accidentalmente a una piscina, un Party-animal y un juego en clave en donde la cocaína es la protagonista y te reta a la siguiente actividad: raya, raya, raya...


16: “La calle Oslo”, Óscar de la Borbolla

¿Alguna vez se han imaginado que en la otra punta de su ciudad vive una persona igualita a ustedes?


17: “La esposa del boticario”, Anton ChéjovUn hombre amargado, una mujer que los soldados rusos desean, un final desconcertante.

18: “Orgasmógrafo”, Enrique Serna
Un cuento futurista cuya dominante es el sexo y cómo es visto por la sociedad. Un cuento que delinea una crítica social acida, mordaz y hasta solemne.


19: “Juanito y las habichuelas mágicas”, Hans Cristian Anderson
El argumento todos lo saben, aunque en las caricatura y en los libros para niños donde el personaje principal es el ratón Miguelito, lo que cuenta para mí en esta pieza es la ternura y la muestra de valentía e ingenio que descubrimos en Juanito, al robar la habichuelas.


20: “La ciudades sutiles”. 5, Italo Calvino

Para Harold Bloom Las ciudades invisibles, de Calvino, es un libro de cuentos, para mí también, de lo contrario, no hubiera aparecido en esta lista. Octavia, personaje del pequeño cuento, es una de las ciudades más sutiles de la imaginación de Marco Polo, y es un orbe soportado por una telaraña en el vacío, entre dos montañas imponentes que crean una alegoría de la creación del cuento soportado por dos delgadas líneas, que podemos llamar, los invito a imaginar un poco: la primera, la imaginación; la segunda, el oficio de saber controlar las palabras.

.124.

.drogas y literatura
no hay tal vocación.


De niño y adolescente, como muchos otros escritores no se fatigan de decirlo, yo no quise dedicar mi vida a la literatura. No nací con la vocación ni el talento necesario para explayar mis ideas o durar horas sentado frente a una computadora o leyendo un libro de cuentos. De niño, al contrario de otros infantes que estaban deseosos de tener un gran despacho como su padre, yo quería ser bombero o piloto aviador. Claro que esto es un lugar común, pero es la mejor referencia que puedo emplear para decir que tenía la cabeza en otra galaxia. Siempre quise oponerme al aire, a las leyes de gravedad, pelear contra el fuego y desafiar, si era posible, a la muerte.

Me gustaba meterme en problemas, enfrentar a las monjas y a su regla de madera cuando cursaba la primaria. Solía engañar a mis padres diciéndoles que iba a clases, para ir a robar juguetes a los supermercados, vaciar el tanque de gasolina del carro del vecino para después orinar dentro de él. Me gustaba matar ratas en las alcantarillas, quemarles el cabello a mis compañeras y proteger mi lonche contra aquellos adversarios que me querían despojar de él a la malagueña.

Yo nunca fui un geek de las computadoras. Nunca tuve una que registrara mis historias ni tampoco un estante de libros que llenara el vacío que me causó no tener padre.

Llegué a la pubertad de manera sarra y mediocremente rebelde. Un parasito. Un triste y melancólico parasito que actuaba de manera anárquica sin saber qué repercusiones podían provocar sus desastres. Fui tager-grafitero, si este término existe, y desgracié mi ciudad por un tiempo. Me corrieron de dos secundarias por emborrachar cada fin de semana a mis condiscípulas con mezcal de baja estofa y aprovecharme de ellas, siempre y cuando se pudiera. Rompí el record de reportes por alterar el orden estudiantil y perdí mi carta de buena conducta, cuyo papel valía como carta de presentación para que me aceptaran en una buena preparatoria, y como no me aceptaron en ninguna buena preparatoria, mi madre no tuvo otra salida que meterme a estudiar a un lugar no muy bueno donde conocí varios tipos de drogas, cómo consumirlas y alterarlas.

Aprendí, también las distintas técnicas de asaltar OXXOS, robar estéreos de coches, romperle la nariz a trompadas a quien se metiera conmigo, tener relaciones sexuales. También fui deportista. Fui fodward y guard en la selección de Basket ball de Zacatecas, a lo que se le conocía como IBOA, según recuerdo, cuyo equipo, al igual que mi deseo deportivo, menguó rápido.

Se preguntarán que a dónde quiero llegar con esta retahíla de recuerdos.
Respuestas abajo.
Hace unos minutos llegó Lalo a mi casa, uno de mis mejores amigos de la preparatoria. Y después de cotorrear sobre lo anterior y lo que habíamos hecho estos años, me habló de que es mesero en el Mesón del Bosque, que estudia contabilidad, que está aferrado a no caer de nuevo en las drogas y a dejar de vivir con sus padres. Aún le tienen resentimiento porque era adicto. Yo le hablé de Fresán, de Cercas, de Beckett, de Lobo Antunez, de Bloom, de Coetzee, del libro de cuentos que estoy escribiendo, de mi morra que se encuentra en Canciones Tristes, de lo cabrón que es no traer un centavo en la cartera y lo desesperante que se torna tu vida cuando estás esperando una beca que costee tu trabajo. Le hablé también de mi licenciatura en Letras suspendida porque tengo un gran problema con la gente que se hace pasar por maestros y se enoja cuando son desenmascarados y, al igual que él, de mi miedo a ahogarme de nueva cuenta en las sustancias.

La historia de Lalo dentro de mi historia es incipiente.
Lalo acude a AA por las noches, después de salir de su trabajo. Viene a visitarme dos o tres veces por mes para pedirme libros prestados y a hablar de literatura. Es un buen lector, mejor que muchos otros. Es la única persona que no protesta cuando le platico sobre literatura y cuando le recomiendo libros. Otros, en cambio, me tiran a loco y fundamentan que no todo en el mundo es pasar la mayor parte de tu tiempo inmerso en los libros. Lalo dice que no está seguro de dejar AA, no está listo, quizá siga yendo toda su vida y no le avergüenza que sus allegados lo sepan. Lalo siempre me cuenta la historia de que lo conmemoraron en AA con la Pluma de Oro; tiene que escribir las historias que narran los adictos en cada sesión, las registra para llevar un control de adictos. A veces asegura sentirse hastiado de escribir la desgracia de los demás, ponerse en el lugar del prójimo, capturar el sentido de su desgracia y el nivel del arrepentimiento.

Lalo siempre ha prometido regalarme la libreta donde tiene todo registrado, para que un día la utilice al hacer una novela o un libro de cuentos. Le sugiero que mejor lo haga él. Pero niega con la cabeza y yo recurro, abusando de mi mala memoria, a un pasaje de La velocidad de la luz de Javier Cercas:

“El escritor no decide refugiarse en la literatura, la literatura llega al escritor para refugiarse en él. Las historias llegan a las personas de manera accidental. Bien pueden aguardar en la calle o cruzarse contigo en cualquier lugar, como si en ellas encontraras una persona”.

La visita de Lalo trajo una historia a mi casa.
Mientras mi amigo revisa los libros que reposan en mi triste estante, dice a bocajarro: el Pachamama se escapó del centro de rehabilitación para drogadictos, en Jesús María, Aguascalientes. Se escapó con la idea visitar a su padre que está internado en un hospital por hipertensión. Lo primero que hizo antes de hacerle la visita fue avisar a sus conocidos que le consiguieran droga y asaltó la botica de su madre. Benzedrex, neurotransmisores, jarabes para la tos. Y los echó al morral que siempre lo acompaña. También vendió su discografía de Metal y algunos muebles de su casa para pagar su viaje al desierto donde conseguiría mezcalina.

Al terminar de decirme lo anterior, Lalo inclina la cabeza, asegura que Pacha pasó a la lista de los amigos que quedaron con las drogas, inmersos.

A Hugo se le puso Pacha por aquella canción de Manuel Chau que comienza: “¿Pachamama por qué estás tan triste?”, el Pacha, cuando no se encontraba rifándosela con nosotros robando casas, asaltando taxis, las tiendas de discos y cintas o a su misma familia para costear la marihuana que nos vendía don Jorge, un viejo de sesenta años que vivía tres cuadras más delante de la casa del Lalo, andaba profundamente hundido en la depresión. Por aquellos años, los años potables en los que conocí al Pachamama, a Lalo y otros buenos amigos que nunca se rajaron cuando consumíamos drogas hasta quedar en huesos, sólo se podían distinguir dos caminos entre la densa neblina que oscurecía el futuro, nuestro futuro.

Primero. Andar con una mujer que te ayudara a controlar tus impulsos rebeldes, dedicarte de lleno a tu escuela, obedecer a tus padres no consumiendo drogas y tener un trabajo que te diera dinero para pasear con tu nena.

Segundo. Andar solo, sin nena y tener muchos amigos y alterar cualquier orden y acostarte con homosexuales y robar y robar hasta sacar para el pase que te haría sentir vivo.

Digamos que yo estuve en un punto medio entre las premisas anteriores.
Una mujer me llevó a encontrar la luz mientras vivía en un mundo opaco, confuso, silencioso, melancólico.

Vladimir Nabokov, al escribir sobre la génesis de la literatura, nos recuerda a Hermes, en la época de los griegos, dándole, además del fuego a Prometeo, el abecedario para que creara con las palabras lo que le hiciera falta. Así llegó a mí la luz. Una mujer llevó la literatura a mi casa, los libros. Fue la primera en hablarme de nombres tan extraños como Cortázar, Borges y Lautrémont. Ella sí escribía. Yo no. Ella escribía cuentos sobre cómo sería mi vida si lograba dejar las drogas. Sobre cómo sería nuestra vida si los dos escribíamos sobre ella hasta convertirla en literatura, en un lugar mejor que éste.

Ella (la mujer que llevó la literatura a mi casa) estudiaba filosofía cuando yo era un mozalbete preparatoriano. Vivía con su madre y sus dos hermanas mientras yo vivía en un cuchitril que ocupamos Lalo, Pacha y yo. Digo ocupamos porque así fue; una tarde, en la que estábamos vagando por Rincón Criminal, vimos una casa deshabitada y nos brincamos por su azotea y comenzamos a vivir ahí sin que los dueños se dieran cuenta. El padre de ella (mi redentora) había muerto de un paro cardiaco cuando ella tenía ocho años, mi padre había abandonado a mi mamá cuando yo nací. Mi redentora iba a talleres literarios mientras yo robaba sopas Maruchan del OXXO. La madre de mi redentora daba clases de literatura en mi preparatoria, mientras yo la escuchaba con flojera en una butaca y a veces, para romper el orden, le aventaba avioncitos de papel.

¿Cómo conocí a mi redentora?
Respuesta en la siguiente línea.
Ya no recuerdo.

Recuerdo con precisión cuando ella dejó de iluminar mi camino; se fue de la ciudad para seguir con sus estudios. Después de esto, me di cuenta que lo único que quedaba de lo que habíamos construido juntos era la literatura, su recuerdo. Refugiarme en los regalos que ella me obsequió al cumplir meses; los cuentos de Poe, Amparo Dávila y Bioy Casares, fue la red que me rescató de una estrepitosa caída emocional.

Me refugié en la escritura pensando en cómo sería mi vida si ella siguiera habitándola. Pero nunca encontré las palabras exactas que me la regresarán en carne propia, para decirle que estoy escribiendo un libro que será un homenaje a estos tres escritores, sus escritores, mis escritores, nuestro pasado, su literatura.

Cuando se esfuma de tu vida aquello que le daba sentido, que le daba batería cuando todo te tenía aletargado, no hay otra escapatoria que traerlo de vuelta a casa con la triste y consoladora energía de las palabras. Lalo se sabe esta historia de principio a fin, otros amigos también. Pero ellos, al igual que yo, tienen una historia que los antecede, un recuerdo que nos tortura, que nos hace depresivos, noctámbulos, que nos asalta entre las sábanas por las noches como alacranes. Y muchas veces no queremos invocarla ni con la memoria, menos con las palabras.

miércoles, 16 de mayo de 2007

.123.





Hace unos días, mientras me despejaba para escribir un ensayo sobre Gogol, encontré un artículo en la web que me motivó a seguir leyendo cuentos y encima de todo a la banda de escritores norteamericanos bajo esta lista que parece de abogados: Hemingway & Fitzgerald & Carver. Y otro, que si seguimos con los símiles, es el mafioso que debe ser capturado por esta barra de defensores del derecho antes de que forme una mafia de escritores jóvenes: Capote. Sus nombres dan miedo, ¿no? Con ellos se puede juagar a hacer una novela judiciaca. ¿Qué más decir? Hablemos del artículo.


El artículo es de Carver, y habla sobre la concisión de las palabras, de su economía, su capacidad de evocación y persuasión. Habla de que entre más corta, ligera y delineada sea la trama de los cuentos, más profundidad y más atención logrará capturar en el lector. Así, también, sobre cómo se debe empezar un cuento y cómo finalizarlo. En este punto, por favor, olvídense de Cortázar.


Hoy por la noche, mientras escribo una introducción para el ejercicio que me invitó a participar Parcialmente nublado sobre top 20 de cuentos, y me pregunto por qué no dejo de alabar la tradición norteamericana del cuento, en el mismo link de líneas atrás hallé la respuesta. Unos sugestionadores consejos de Hemingway sobre el cuento, que abordan puntos clave para alcanzar con rapidez la disciplina en este género, me ayudaron a clarificar más las cosas y a seguir redactando de manera tranquila mi top 20. Les dejo los detalles más abajo y por favor, no se ajuarién con cualquier cosa que parezca innovadora, que luego comienzan los problemas de identidad.








Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.
La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.
Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como "espléndido, grande, magnífico, suntuoso".
Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas.
Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.
Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias...
A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.
Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal.

jueves, 10 de mayo de 2007

.122.

Top 20
las novelas que han marcado mi vida.




















invitación:

Llevando acabo la publicidad blogera, los invito a participar en la convocatoria que abre Parcialmente Nublado. Hagan una lista en su respectivo blog sobre cuáles son las diez mejores novelas, libros de cuentos, películas, escritores, pintores, directores de cine, etc. que han leído en su vida. Esto ayuda a crear un intercambio de lecturas en la red, sin imposición de prejuicios o estándares.


para-rayos:

Soy un lector joven, en realidad. Así que no esperen mucho de mí. Hace unos meses cumplí cinco años en este oficio, y creo, los últimos dos fueron los que más me han fortalecido la médula crítica y creativa. De niño, cuando vivía con mi familia, nunca hubo libros, ni siquiera estantes. Mi padre fue un renegado y machista militar que nunca se interesó por la literatura, cuyo único interés era el dinero y construir aviones y portaviones de juguete. El más presente recuerdo que guardo de él, es el episodio en que descubrí, en uno de los cajones donde guardaba todos los objetos que trajo consigo del ejército, una bolsa con balas para ametralladora y una caja de condones. Fui reprendido semanas siguientes por la cólera más temible de mi padre, porque me encontró en el patio, cerca de los tanques de gas, quitándole el casquillo a las balas con un desarmador para extraer la pólvora. A mi padre le gustaban las matemáticas, la física y escribir cartas larguísimas a mamá, pero nunca la literatura. El primero libro que llegó a mí (a la edad de 16 años) fue de cuentos. Su autor, Edgar Allan Poe. Aún continúa a mi lado, como la luz de mi buró.

Con los años me he preguntado por qué comencé a leer y lo sigo haciendo. La razón capital tiene varias respuestas. La primera, desde niño he querido ser escritor. La segunda, más afortunada y entrañable, porque los libros me salvaron de la muerte, de un suicidio prematuro a las 16 años de edad. Las razones las omitiré. Pero cómo llegué a la actividad de lector, no. El primer libro que leí, su título lo dije líneas atrás, contenía los cuentos más extraordinarios que jamás he vuelto a leer. Me gusta comprar ese episodio con otro (similar si escribimos lectura como una actividad equiparable al amor) al proceso de enamoramiento. Leer a Poe, en la oscuridad de mi habitación, fue como besar por vez primera los labios de una mujer y descubrir que hay un mundo nuevo dentro de ella, un mundo al que te aferras para no abandonarlo nunca. Se trata, con otras palabras, de un desvirgamiento mental, donde los sentidos se elevan a su máxima potencia. Es, a comparación con la música, un erizarse de piel, un estremecimiento. Y se vive sólo para repetir esa experiencia no una, ni dos, sino hasta la muerte. Con el tiempo he encontrado, como dicta el proverbio de todo escritor, otros libros con la ayuda de los mismos libros. Pero siempre, como lo nombró Borges, "en la constante búsqueda de felicidad".

Sin más rodeos, este es mi Top 20 de novelas. En la selección traté de ser lo más honesto conmigo mismo. Se podrán preguntar ¿qué tiene en común estos libros? En realidad no gran cosa. Elegí novelas como Catchen in the ray, porque son de formación, del paso de la niñez a la adolescencia. Algo comparable con Coto vedado, la memorias de Juan Goytisolo y cómo se inicio en la literatura. Lo mismo sucede con el Palacio de la luna, aunque aquí se trata de la historia de Fogg, el joven protagonista que busca la estabilidad en la vida y cae en la desgracia como redención por varios motivos familiares. Algo que quisiera resaltar de esta obra, es su manera tan poética de dimensionar la soledad, y cómo los humanos cometemos tantos errores al igual que actos tan viles. Quizá bajo ese punto se puedan ligarse Plataforma, La invención de Morel, La edad de hierro, La velocidad de la luz, La mancha humana, Dinero, El libro de las ilusiones. Fleur Jaeggy es una anomalía es esta lista, puesto que la fuerza de los Hermosos años de castigos radica en su originalidad, su sensatez, su exactitud en la prosa, y los silencios que ocultan una gran descarga de dulzura amarga. Su lenguaje es tan conciso, tan delgado, que podríamos decir que estamos palpando seda cuando la leemos, pero a la vez espinas, por los conflictos entre sus personajes. Se puede notar que leo bajo la primicia de que los libros son móviles que nos conducen a conocernos como humanos, a trastocar nuestra cosmovisión. ¿Qué función tendría la literatura si no es esa, conmover? El común denominador de estas novelas, sería, sin más preámbulos, que yo las elegí, que son mías. Lamento que algunas novelas hayan quedado en el silencio, pero puedo decírselos sin miedo a detenerme, persisten en mi memoria como el más hermoso rostro de una mujer.


Nota antes de:


El orden de la lista no altera el gusto personal, ni tampo está escrita para alterar el de terceros.




01: El libro de las ilusiones, Paul Auster


















02: La edad de hierro, J.M. Coetzee.
















03: La velocidad de la luz, Javier Cercas















04: Memorias prematuras, Rafael Gumucio
















05: La mancha humana, Philip Roth
















06: El descubrimiento del cielo, Harry Mulish














07: Lodo, Guillermo Fadanelli















08: La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares














09: Los detectives salvajes, Roberto Bolaño














10: Los hermosos años de castigo, Fleur Jaeggy














11: El lobro, el hombre y el bosque nuevo, Senel Paz














12: Dinero, Martin Amis















13: El palacio de la luna, Paul Auster















14: Plataforma, Michel Houellbecq















15: Abril quebrado, Kadaré
















16: Coto vedado, Juan Goytisolo















17: El móvil, Javier Cercas
















18: Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino

















19: Molloy, Saumuel Becket














20: The catcher in the ray, J. D. Salinger











miércoles, 9 de mayo de 2007

.121.


.viaje Oaxaca.







00: La noche del jueves de la semana anterior partimos Pire y yo para el DeFe, en un incómodo camión de la ruta Futura. Después de ocho cansadas horas de viaje, llegamos a nuestro destino por la mañana, a la Central del Norte. A las diez tomamos un autobús de la ADO que nos llevaría a Oaxaca, sitio donde reside uno de los más grandes pintores que tenemos en México, sobra decir, Francisco Toledo. Llegamos a la central de esta ciudad a las cuatro con treinta p.m. Tryno nos recibió con la noticia de que el día anterior había temblado y estaba un poco ofuscado. Después nos dirigimos al hotel en que se hospeda. Dejamos nuestro equipaje allí. Nos dirigimos a comer (un platillo fenomenal llamado tlayuda con tasajo) en el Mercado de las carnes y planeamos el tour-parti que nos aventaríamos las tres noches y cuatro días que estaríamos en Oaxaca.
Para señalar las cosas más importantes de este viaje, enumeraré las más sobresalientes al principio de cada párrafo, para después (si la memoria no me traiciona) narrarlas conforme sucedieron.
01: viernes, día de nuestra llegada. Mercado de las carnes. Charla con el Tryno, llevábamos buen rato sin vernos. Mezcal de Cedrón en la Casa del Mezcal. Hotel en malas condiciones. Banda Italiana Bipolar. Borrachera hasta las cuatro de la madrugada en Central. Chicas Almadía. Al terminar la comida nos dirigimos a la Casa del Mezcal. Tomamos cerveza, comimos chapulines al mojo de ajo, acompañado por mezcal de Cedrón. Luego recogimos por nuestro equipaje y nos hospedamos en un hotel de baja estofa cerca del mercado, en el centro. Caminamos a manera de revisión y deleite. A pesar de que ha pasado algo de tiempo después del conflicto en Oaxaca, parece que no sucedió absolutamente nada. Aunque uno que otro edifico, como el Tribunal de Justicia, muestran grafitis en contra de Ulises Ruiz y nos hacen recordarlo. Conforme marchábamos se nos acercaron vendedores de artesanías oaxaqueñas o niños a ofrecernos algo. Para matar el tiempo fuimos a la presentación de un par de libros donde conocimos algunos amigos del Tryno. Hablaron de uno cedés en los que se fusionaban la música electrónica con algunos poemas de jóvenes escritores. Seguimos bebiendo mezcal, mientras se daba la explicación del material literario. Me desesperé en la presentación, no estoy muy acostumbrado a este tipo de actividades. Decidí entrar a una librería que está justo al lado de donde se daba el evento. Encontré a Capote, la correspondencia, algunos catálogos de pintura de Tamayo y otros pintores y toda la obra de Coetzee. No llevaba mis lentes puestos y me mareé.


Oaxaca de noche

Salí de la presentación junto al Pire para dar una nueva vuelta al centro de Oaxaca y ver si comparábamos otras cervezas. Después de media hora nos vimos con el Tryno, puesto que él se quedó en la presentación planeando con sus amigos qué haríamos por la noche. Caminamos por el centro: tiendas de ropa, bares minimalistas, tiendas de mezcal, Zócalo, San Agustín, plazas de vendedores de artesanías, mercado, cafés. Vimos turistas y más turistas: Inglesas, Italianas, Orientales, Norteamericanas y no puede faltar, a palabras del Pire, “material autóctono”. Por la noche tomamos cerveza en la azotea de un bar de música rockanrolera: covers de Radio Head, Metallica y creo que The Cranberries. Platicamos de Allende y 1973, de las Malvinas, de Argentina y su intervención, de Lobo Antunez y la guerra de Angola, de Martin Amis y Dinero, de McEwan y la historia de su hermano perdido y la demanda por Expiación y de Barcelona y un futuro viaje. Pagamos la cuenta. Nos trasladamos a otro bar llamado Central, donde conocimos a la temible, chisporreante, casi única e inolvidable Baaanda Iiiitaliana Poooopular (si alguien ve a estos compas mándemelos a saludar) y a las chicas del departamento de mercadotecnia de Almadía: Lulú, Ari y Ave. Almadía es una editorial que pinta para tener un futuro más que potable, han publicado a escritores como Guillermo Fadanelli, Leonardo Dajandra, Eusebio Ruvalcaba, y junto a estos, que son creadores con trayectoria, también a han publicado a escritores jóvenes como Miguel Tapia y tienen en la mira a otros más. Sin duda alguna esta editorial podrá alcanzar prestigio como lo ha hecho Sexto Piso, en el DeFe. Seguimos tomando chela y mezcal, trago y trago. Bailamos al ritmo de la música de los italianos hasta que la monotonía de sus trompetas, saxofones y otros instrumentos que no distinguí porque no llevaba lentes, nos dieron un bajón espantoso. Más mezcal. Cambió la música, nos entonamos más con las rolitas de Manu Chao, Café Tacuba y otros. Más mezcal. Me tomé algunas fotos al lado de un cliente que se quedó dormir encima de una mesa, pero no salieron por falta de luz y porque me descubrió. Más mezcal. Bailé como loco y canté y canté. Más mezcal. Al acabarse la pachanga Ari y Lulú nos llevaron al hotel, ebrios, más que ebrios, pero contentos. Nos despedimos. Ya en la habitación, al encender la luz y al alzar las cobijas para meterme a la cama, descubrí un insecto del tamaño de la palma de mi mano. Al intentar matarlo, salió disparado a la coladera del baño. No supe identificar qué demonios era.

02: sábado. “Y cuando desperté, la cucaracha aún estaba allí”. Resaca: dormimos sólo tres horas. Cambio de hotel. MACO: museo de arte contemporáneo. Warhol pintaba pelushes. “Pire, ¿qué harías si te regalarán ese Chillida?”. IAGO: la tarde que conocí la felicidad entre una hermosa constelación de libros. Comida del Itsmo: "otras memelas que no llené". Teoría de los cuentos metatetaintertextualoides y el cine, por Lauro Zavala, en el Pochote. Fiesta de despedida a los editores de Almadía. Jaranas, décimas: el arte de la composición de manera automática, pero armoniosa. Más mezcal porque me siento mal y cántale mi Pire, hasta que la garganta se desgarre, que ya me acordé de Canciones tristes. La persecución de los perros necios (wau-wau). Un extraño cosquilleo en mi nuca me despertó a las diez de la mañana. Sólo había dormido tres horas. Me dolía la cabeza horrible. Revisé la almohada para ver de qué se trataba y descubrí, con la sangre congelada en el estómago, una cucaracha descomunal tirando barra. Estaba patas arriba, perezosa, rascándose la panza. Al ver que la escrutaba con una mirada casi de odio, me saludó: “Good morning, Pelusho”, y siguió descansando. La saqué a patadas de la habitación y desperté al Pire. “Estoy crudo y no pude dormir”. Él tampoco lo había hecho y le dolía la espalda. Salimos del hotel para buscar uno más decente. Después de un peregrinaje por varios de la ciudad, bajo un sol casi intolerable, decidimos alquilar una habitación donde se hospedaba el Tryno, que aún dormía. A las once de la mañana estábamos listos, frescos y bañaditos, para desayunar y seguir con la aventura.


yo junto al pelusho pintado por Warhol


Desayunamos en el Zócalo. Mientras tomábamos café el Tryno nos explicó qué era el zocaleo. Es un verbo equiparable a lo que conocemos en Zacatecas como el chichifeo, pero en Oaxaca es más chichifeadamente y de más prestigio. Lo aplican los autóctonos hacia las turistas. ¿Cómo? Es fácil, los oriundos de Oaxaca, jóvenes alejados de cualquier estereotipo que conocemos como bien parecido, se dedican a rondar por el Zócalo de la ciudad y abordar turistas, conquistarlas con una labia que me es desconocida y hasta envidiada, para después darles sus quiebres. Raro, ¿no?, pues sí. Eso es el zocaleo, que viene del verbo zocalear y se conjuga en la primera persona del singular: “Yo, zocaleo”. Si regreso a Oaxaca, les prometo hacer un texto que se titule: “Bases lógicas y epistemológicas sobre el zocaleo, yo estoy dispuesto a zocalear”.

Fuimos a dos museos de pintores después del desayuno. Según me di cuenta, gracias a nuestros conocidos, en Oaxaca no hay variedad de escritores, sino de pintores. Dijo un amigo de Tryno, el Sabino: “Aquí levantas una piedra y salen pintores, a chorro, en comunas”. En el primer museo se exhibían piezas muy finas de artistas del Istmo. En el MACO tardamos más de una hora viendo cuadros de autores como Eduardo Chillida, Pablo Picaso, Roy Lichtenstein, Mark Rothko, Fernand Lèger, Henry Moore, Willem de Kooning y el terrible, el sensacional, el más querido, el amigo de Truman Capote y Marilyn Monroe, Andy, súper Andy Warhol, con un cuadro bastante colorido que mostraba un perro pelushón de color negro, de lengua roja y nariz verde, que hace contraste con un blanco casi pulcro de fondo. Pire se enamoró de los Chillidas, El Tryno de Tamayo, creo, del cuadro que se llama, “Mujer atacada por peces”. Y yo del cuadro “Warhol, también pintaba pelushitos”.

Después nos dirigimos al IAGO. Espérenme, debo dejar de escribir para limpiarme las lágrimas por lo que me provoca recordar ese episodio. Ya está. No, aún no. El IAGO, el templo de los libros, la constelación más poderosa de los libros, la biblioteca equiparable al desierto y el laberinto en cuanto a la infinidad de sus contenidos y novedades, el aposento de los vampiros enlomados, el sitio donde yo, un pobre mortal, el hombre que pensaba que lo había visto todo, se vio anonadado entre los incontables, espectaculares, increíbles libreros de la biblioteca más surtida de México. El IAGO. Según lo que he leído, es la biblioteca más importante de México, quizá de Latinoamérica. Los catálogos de pintura, de diseño gráfico, de arquitectura, de música, de diseño textil, de decorados interiores de casa y edificios, los estantes llenos de todas las revistas que existen en el mundo, los libros de teoría del arte y lo que es mejor, lo mejor, lo que me hizo llorar, de literatura, todas las antologías de cuento que jamás había visto, de ensayo, de teoría y crítica literaria, las novelas de Salman Rushdie, de Paul Auster, de Vila-Matas, toda la obra de Salinger, de Nataniel Hawthorne, de Hemingway, de Norman Mailer, de John Dos Pasos, de Saramago, los libros de teoría de Paul Rioeur, de Gadamer, las novelas de Gumucio, de Quim Monzó, de Javier Cercas, de Philip Roth, de Henry Miller, de Sebald, de todos los narradores mexicanos, cubanos, brasileños, chilenos, alemanes, todo el siglo de oro, la ilustración y algo de historia de la literatura, sociología, sicología y de teoría literatura, libros y más libros, están el IAGO.
Se sabe que el IAGO era la biblioteca particular de Toledo. La donó al Instituto de cultura de Oaxaca para que se abriera a la comunidad. Algo digno de señalar es que en esta ciudad no hay escuela de humanidades y tienen una biblioteca inmensa, que prepararía a cualquier estudiante, de cualquier disciplina, para tener una capital cultural e intelectual más que digna y respetable. Un punto favorable para esta ciudad. En mi unidad académica, por ejemplo, en mi querida unidad académica de letras, no tiene una biblioteca en este estado y sus alumnos… ¡Bah! Qué me importan sus alumnos. Pire y Tryno se fueron a otro museo, al de la iglesia de San Agustín. Me dejaron cerca de dos horas revisando al más no poder todo lo que había en el IAGO. Sólo leí prólogos de algunos libros que no he conseguido en años. Una, dos, tres veces se me salieron las lágrimas de gusto, de felicidad y me vi vencido por el exceso de información y por el poco tiempo que tenía para estar cerca de ellos. Aquí, de manera abierta lo propongo, si alguien conoce algún Oaxaqueño que esté casado de su ciudad y quiera hacer un intercambio estudiantil o simplemente de aires, avísenme, yo daría lo que fuera por vivir cerca del IAGO, yo le regalo mi ciudad, las malas caras de la gente, la gente que habla mal de mí, los museos zacatecanos, el de Arte Abstracto de Manuel Felguérez, el pésimo sistema académico que manejan en mi unidad académica, el Instituto de Cultura de Zacatecas, los círculos literarios viciados y herméticos y desactualizados, los proyectos artísticos fútiles, esto lo cambio por el IAGO. Avísenme, por favor. Yo les doy todo, todo, pero déjenme vivir cerca del IAGO.




Al encontrar a mis compas a las afueras de la Plaza de Santo Domingo, nos dirigimos a comer memelas, pico de gallo con camarón, empanadas de carne, carne ahumada, en un restaurante pequeño que ofrece la comida tradicional del Itsmo. Al termino visitamos el Pochote (la cineteca de Oaxaca) gracias a la invitación de una amiga del Tryno, la directora de este lugar. Lauro Zavala iba a presentar varios de sus antologías de cuento posmoderno y mini-ficciones (hueva-cuentos) y el número especial de cine de la revista Tierra Adentro. Lauro Zavala es uno de los más importantes investigadores y académicos de la UAM Xochimilco. Dejen los acerco más. Cuando estuve tentado a hacer mi tesis de licenciatura sobre el tema “Metatetaintertextualoides: el cuento contemporáneo como artefacto”, le iba a pedir a este investigador que fuera mi asesor, pero después de un tiempo cambié de tema. Volvamos al Pochote.

El Pochote es un árbol con espinas gruesas, de color gris en su tronco y ramas y de hojas verdes, muy bonitas. Se llama así la cineteca porque afuera de ella hay varios árboles de este tipo. La plática de Zavala duró una hora. Al terminar fuimos por un par de Res-Bulls, como le nombran allá a la bebida más milagrosa del planeta. Durante la bebida charlamos de lo dicho por Zavala. También tomamos café, para espantar el sueño. Más noche, después de un buen baño, nos dirigimos a la Biznaga y tomamos una cervecita muy, pero muy sabrosa, con diez grados de alcohol y bien fría, llamada Gouden Carolus, oriunda de Bélgica. Más tarde pagamos la cuenta, compramos una botella de mezcal del clásico y nos dirigimos a la fiesta de despedida de los editores de Almadía, Héctor y Roberto. Ambos viajarían a España a presentar los libros de la colección. La fiesta fue cerca de la periferia de Oaxaca, sitio que me recordó mucho a la casa de las hermanas Font que se narra en Los detectives salvajes. En la casa había personas de chile, de Bélgica, del Ismo y de España. Bebimos más mezcal conforme rolaban la mari-yane y sacaban las jaranas y cantaban. Alberto platicó con el Pire sobre música celtica, gaitas, España y rock and roll. El Tryno se desapareció en la cocina y lo vi poco en la fiesta. Platiqué con Roberto y Héctor sobre mi proyecto Simulador y apalabramos el negocio, pero eso no importa aquí.

Al seguir detenidamente la música producida por las jaranas y las décimas, comencé a entristecer. Llegaron tantas cosas a mi cabeza. Las sienes me palpitaron y sentí que me alejaba de todo, que tenía una fuga de este mundo y me largaba hasta el mismo universo y más allá del universo. Luego me acordé de la Lita y de Canciones tristes. El Pire, creo que me vio perdido, me dijo que me alivianara. El Tryno apareció de nueva cuenta, me sirvió más chela que combiné con mezcal, y me preguntó cómo andaba. Compuse una que otra décima, mentalmente, con el corazón ardiendo, recordando a la Lita. Venga, acompáñenme con el rasgueo de cuerdas.

Luna, luna, luneta
Si me das un beso
Te compro una camioneta

Triste calle del Corsario
En la que lloré
Con pena y dolor literario



Al término de la fiesta, mientras caminábamos rumbo al hotel, las canté. El Pire me dijo que eso no era una décima y que cantó muy feo. Le respondí que según mi idea de décima sí lo era y que me dejara tranquilo. Caminamos por las calles de Oaxaca, como el día anterior, más que borrachos, felices, componiendo décimas. Sólo faltaron las jaranas y más mezcal. Sólo faltaba la Lita. Por la calle que lleva al Pochote nos topamos con dos chavitas, iban descalzas y por su caminado podía deducirse que medio torcidas por el alcohol. Saludaron al Pire, le dijeron: “Hola, papito”. Ja. No se crean. Pero sí lo saludaron y siguieron caminando para sentarse en una banca e invitarnos a que las acompañáramos. Yo en estos casos soy apático. Tryno es accesible, al Pire no le dicen dos veces. Mi amigo las siguió y al punto de llegar a ellas, corrieron. Se escuchó el ladrido de un par de perros que protegían a un tipo macizo, de piel curtida y cara gruesa, en plena oscuridad. Las chicas gritaron algo que no logramos entender, que el Pire lo interpretó como: “Vengan, acompáñennos”. Pero seguimos caminando para evitar cualquier problema. Los perros nos ladraron y se acercaron a olisquearme. Eran pastores alemanes, de ojos agresivos, celosos. El dueño doblo por donde corrieron las chicas. Parecía el padre de ambas, o el proxeneta. A la siguiente cuadra volvimos a dar con ellas, gritaban, corrían y pedían ayuda. El tipo las había alcanzado y cerrado el paso con los perros por delante, incitándolos a que atacaran. Conforme los animales corrían tras de ellas, iban soltando mordidas a las pantorrillas, pero no lograron derribar a ninguna de las dos. Los tres fuimos a ver qué sucedía y el dueño tranquilizó a sus mascotas y las víctimas corrieron sin darnos las gracias. No voy a negar, fue desconcertante ese episodio. Dos calles más y me di cuenta que estábamos muy cerca del Jardín Botánico, a menos de tres cuadras de nuestro hotel.



03: Volvimos a dormir sólo tres horas. “Quien desayuna tlayuda, Dios lo ayuda”. Monte Albán. Se me olvidó el estuche de los lentes dentro del taxi. No se lleva la cruda con el sol. Un sapo volador me atacó. Santa María del Tule: Pire, ¿me trajiste hasta acá para ver un pinche arbolote?”. Comida: memelas, empanadas de mole amarillo y chelas. Un capuchino moca con frappe, para la digestión. Más tarde, mientras oscurecía, un Martini para celebrar la última noche en Oaxaca en un restaurante de caché. Hamstervania: unas chelas con dos amables oriundas de este lugar. Nosotros también tenemos una historia sobre Toledo. Yo no quería despertarme, pero el ruido que hizo Pire a las ocho de la mañana lo logró. Tomé un baño rápido. Comenzaba acostumbrarme a amanecer con dolor de cabeza. Tryno pasó por nosotros a la habitación y nos invitó a desayunar a un café donde asisten los zocaleros y donde preparan las tlayudas más ricas. Después del desayuno tomamos un taxi para Monte Albán. Los tres nos mantuvimos callados durante el viaje, que duró quince minutos. Comenzábamos a fastidiarnos, admito mi parte, no me gusta el sol, no me gusta caminar, no me gusta el ejercicio, la Lita me cortó por neurótico e impaciente. Dejé que las cosas marcharan y permanecer serio. Al bajar del taxi, en la entrada de Monte Albán, una vendedora de collares se me acercó diciendo: “Llévese el collar para su novia, cómpreselo, ándele”. El Pire y el Tryno no aguantaron la risa, pero fueron comprensivos. Ambos saben las razones de porqué andaba medio awitado en Oaxaca. Subimos las primeras escaleras y me di cuenta que no llevaba el estuche de mis lentes. Mierda. Soy un puto distraído. Bajé corriendo para ver si alcanzaba el taxi. Adiós estuche, te voy a extrañar. Soy un imbécil. Subimos para conocer las reservas arqueológicas, cada quien por su lado, de repente intercambiamos uno que otro comentario, por lo general seguíamos cada quien en lo suyo, hasta que un animal que voló hacía mi rostro con pinta de ser una rana voladora me asustó. Mis amigos se rieron al gritarle al bicho: “Quitate, pinche rana voladora”. Y rompimos el hielo. Tardamos menos de dos horas recorrer los templos. Descubrí que tengo una pésima condición física. Con la ayuda de un bastón de madera pude recorrer Monte Albán.




desafiando el Valle



Llevábamos poco varo y no entramos al museo. Sólo nos bebimos unas cervezas en su restaurante. Media hora más tarde tomamos otro taxi que nos llevó a una central de autobuses donde abordaríamos el transporte para llegar a Santa María del Tule. Yo no sabía que demonios íbamos a ver allí, pero accedí acompañar a mis amigos, puesto que Pire no dejó de pedirle a Tryno que lo llevara al Tule. Durante el viaje, que duró cerca de media hora, me quedé dormido en el camión, Pire también. Teníamos la batería baja, sobra decir. Lo único que deseaba era tomar un baño y dormir un par de horas. Tryno me despertó al llegar a nuestro destino. Caminamos hacia una placita con bancas, un jardín bien cuidado y un arbolote al lado de una iglesia de colores pastel. Me detuve y le pregunté en seco al Pire: “Pire, ¿me sometiste al sol, amargaste mi cruda, hiciste que me durmiera en un camión y me mareara, para venir hasta acá para ver un pinche arbolote?”. Después me tragué mis palabras. El Tule es el árbol más pesado del mundo, el tronco más grueso del mundo, y es espectacular. Imaginé la teoría de que Amparo Dávila tuvo que visitar el Tule, para hacer un pacto con él y después escribir Árboles petrificados, su último libro de cuentos. Es mentira, claro, pero el Tule ofrece una atmósfera algo fantástica e imaginando estar frente a él mientras oscurece, se deduce que es un árbol que impone, da miedo, aterra. No tomamos algunas fotos, compramos una nieve y nos sentamos a comerla en el jardín. Ya con hambre, visitamos un restaurante donde comimos memelas y empanadas.

un lugar no habitable



De regreso a Oaxaca. Pasamos al IAGO y aprendí algo que tanto he leído en mi vida. Las historias están en todas partes, cada persona es una historia. Y todos los habitantes de Oaxaca tienen una historia sobre Francisco Toledo. Nosotros también necesitábamos tener una y contarla. Pire compró un hermoso papalote hecho por este mismo pintor. Y desde que llegamos a esta ciudad insistía en querer conocerlo. Cada vez que lo mencionaba nos parecía algo más lejano, imposible. Esta historia en realidad es de Pire, él la ha contado en su blog de una manera que ni yo, ni Tryno podremos contarla nunca. Al dirigirnos al hotel, como si lo hubiéramos conjurado, nos encontramos con Francisco Toledo, caminando a toda prisa. Tryno lo detuvo, preguntándole si se acordaba de él. El pintor asintió. Todo fue en cuestión de segundos, como si en realidad no hubiera pasado. En cuanto Toledo estaba por seguir su camino y casi ignorarnos, Pire le pidió que le firmara el papalote. Y lo hizo, de manera tan parsimoniosa, que tuve tiempo de ver su rostro, sus ojos, sus facciones. Y se fue. Y nos quedamos parados, impresionados. ¿Qué más podía pasarnos en Oaxaca? Con ver a Toledo ya habías visto todo.

de izquierda a derecha: Lulú, yo, Ari, el Tryno

Por la noche, para festejar, tomamos un Martini. Pire y Tryno me explicaron su preparación. Conversamos de literatura, de vinos, licores, cremas, cervezas, de comida, del DeFe, qué íbamos a hacer el día de mañana, la idea de Tryno de llevarme a la Proveedora a comprar libros mientras el Pire compraría recuerdos oaxaqueños para su familia, me pareció más que potable. Dejaríamos la ciudad a la una de la tarde. Habíamos comprado boletos en ETN para el autobús de las diez p.m. Conversamos de todo. Quizás haya sido una plática que no volvamos a tener. Que será como un pez congelado en el hielo, inmóvil, pero vital en la memoria de los tres. Más tarde salimos con Lulú y Ari, a tomar una cerveza en el Tentación y nos despedimos. Cerca de la una de la mañana, por único día en la bella Oaxaca, regresamos temprano al hotel, para dormir y descansar. El día siguiente, quizá, se acabarían nuestros sueños en esta ciudad.

miércoles, 2 de mayo de 2007

.120.

.Oaxaca.






Este jueves, si no amanezco muerto, viajo junto al Pire a Oaxaca, gracias a la invitación de mi carnalito el Tryno, que se encuentra trabajando allá su próxima novela. No se crean, en realidad lo han secuestrado y el Pire y yo vamos a salvarlo, sin importarnos qué pueda sucedernos. Espero hacer una crónica de toda la aventura, desde nuestra llegada al DeFe, donde planearemos nuestro ataque a la parvada de terrorista que secuestraron a nuestro colega, hasta nuestra partida a Oaxaca, donde nos haremos pasar por traficantes de libros para niños, gracias a unos maravillosos disfraces de botarga que confecioné yo mismo. Llevo una cámara para tomar fotos y tener una evidencia de lo que les cuento y nos pasará, si es que lo logro salir vivo de esta misión. Ehh!, se la creyeron, verdad, jo, jo, jo. En realidad voy a Oaxaca porque me llegó una invitación firmada por la empresa de mezcal Benito Torrentera, para participar en el concurso llamado: “Si está mal, tome mezcal, si está bien, también”, que tiene como objetivo encontrar al más aguantador en esta actividad bohemia y borrachesca. En cuanto regrese les contaré cuántos caballitos de mezcal pudo soportar mi cuerpo y cuántos chapulines con limón y salsa pude comer para curar la resaca. Si gano el concurso, prometo comprarme un papalote diseñado y fabricado por Francisco Toledo y hacer copias de la misma calidad y complejidad de este producto, para venderlas afuera de mi casa. Deséenme suerte, camaradas y si se les ofrece algo échenme un grito.

.119.




Estos días me entregué a la escritura de manera más disciplinada. Simulador cada vez se vuelve más incomprensivo, inseguro, celoso. He reescrito algunas cosas y escrto otras, documentándome con nuevos libros y midiendo fuerzas para saber si el libro va a llegar hasta donde quiero, o mejor me dedico a vender sopes frente a mi casa. Bueno, estos días me la pasé afinando Usher y escribiendo Ego. Del último les dejo un fragmento, para compartirles mis labores. Un saludo a todos.







.uno.
Me siento como una rata desquiciada, confundida, cautiva en su laberinto de tuberías y desagües. No puedo encontrar el camino que logre liberarme. Estoy acostado en una cama vieja dentro de una habitación de un hotel de paso. Las paredes son angustiantes. Exhiben su tapiz como la piel de una res desollada. Me da rabia su tristeza. Un olor a encerrado, a enmohecido pende en la penumbra. Yerto, no hago más que ver el ventilador, el círculo de aíre trazado por las aspas. Veinticinco, cincuenta, cien. He contado una y otra vez los giros durante horas y los días que llevo aquí obligándome a estar lejos de toda la mierda que hay afuera. Se me olvida en qué número voy y vuelvo al principio, como si el tiempo en la vida fuera así, volver al inicio, desprogramarlo, mutilar su concatenación. El sudor hace que mi culo y espalda se estampen en las sábanas. Me crispa. Y las moscas, malditas bestias, tan pequeñas, me enfurecen. Son invencibles. Una ceniza en el aíre. No quiero prender la luz. Algún día compraré unos lentes con mirilla infrarroja para ver todo lo que se me antoje. Así mataré a esas porquerías voladoras. Quiero concentrarme. Y regresa la pesadumbre como las vueltas del ventilador. Las palabras, la voz, el teléfono. No quiero que estén aquí, dentro, retumbando en las paredes de mi cráneo, queriéndolo agrietar:
Escucha, Héctor, eres un maldito puerco. Das lástima. No puedo darte otra oportunidad y seguir negando que seas un depravado. No entiendo cómo pude confiar en un hombre como tú.
¿Por qué me dijo eso Fabiola? No tuvo la suficiente convicción para aceptar que se estaba enamorando de mí y le dio miedo lo que decían de mí todos los maestros, sus alumnos. Por esa razón hice lo que tenía que hacer con ella. Debí obligarla a que se arrepintiera de sus palabras. Yo he actuado bien desde el día que me burlé de ella. Aunque no he podido dejar de imaginar que pude haberme vengado de otra manera. Está sonando el teléfono. El timbre de ese aparato me parece aterrador. Nunca sabes quién te hablará del otro lado de la línea, ni qué querrá. Si es una denuncia o una orden de aprensión. Siempre es así. No sabes qué voz te sorprenderá. Lleva todos estos días sonando. No lo voy atender. ¿Quién demonios querrá hablar conmigo? ¿A quién le urge tanto saber de mí que investigó donde me encuentro? ¡Ya! De nuevo las voz en mi cráneo. ¿A quién le pongo atención? A nadie. El timbre cobra más molestia y no puedo dejar de escucharlo. Alzo el aparato. Del otro lado sólo se oye una respiración agitada, como si fuera la mía, junto al sonido de una habitación vacía.




.118.








Después de una larga temporada, vuelvo al cine solo como quien vuelve al amor, según se canta en aquella rolita porteña. Antes de llegar a la taquilla, casi soy atropellado debajo de un puente de paso peatonal por una camioneta que, igual que yo, desobedeció los señalamientos. Frenó a tiempo y me vi como un estúpido ante la fuerza contenida de una Lobo de color blanco y los insultos del texano que la manejaba. En el cine, más guiado por el morbo y porque me encuentro leyendo la novela Dinero, de Martin Amis, compré un boleto para la película Paranoia (Disturbia), del director D.J. Caruso. En realidad pensaba, sin haber visto la sinopsis, que se trataba de un filme sobre un maldito tipo encerrado en su mundo y que piensa que todos los habitantes de su ciudad están en contra suya y termina por hacer una asesinato masivo. Pero no fue así. El título Paranoia me conectó de inmediato con aquel rodaje llamado Amnesia. Sin embargo, la única relación que podemos encontrarles es que en ambas participa la actriz Carrie-Anne Moss, mejor conocida como Trinity, en la trilogía Matrix. Moss interpreta en este rodaje a la mamá dócil, protectora y a veces incomprensiva de Kale (Shia LaBeouf), el protagonista.

La cinta Paranoia, debo advertir que cumple todos los requisitos que exhiben las películas de baja estofa producidas por Hollywood, tiene un principio que logra enganchar la atención del espectador, si le cortamos aquella escena típica donde padre e hijo se encuentran pescando en un laguito pacifico, familiar, y nos situamos en el raudo accidente automovilístico donde muere el padre Kale, un escritor de alta edad, padre modelo, según los clichés norteamericanos.

Transcurre un año y pasa lo siguiente. Kale es un joven universitario que está por cumplir los diez y ocho años de edad y se ve envuelto en problemas, además de cargar con la resaca de la muerte de su padre que lo ha convertido en un chico silencio e introspectivo, tras golpear a un profesor de lengua española en su propia escuela. Esto lo lleva a ser sometido a un juicio estudiantil, donde el profesor retira los cargos para que su alumno no vaya a la cárcel y prefiere que cumpla un arresto domiciliario.

La trama de la película comienza a desenvolverse después de que Kale, tras intentar adaptarse a su pena impuesta por el Estado, se ve influido por el aburrimiento, el tiempo de sobra y comienza a espiar a sus vecinos, al punto de que llega aprenderse de memoria sus actividades diarias y sus conflictos. En la historia también participa (si no hay vedette en el cine gringo no es cine de Hollywood) una hermosa chica (Sahara Roemen) rubia, delgada y de caireles, que acaba de mudarse al vecindario junto con su familia; una familia disfuncional, donde marido y mujer tienen los fusibles fundidos por culpa de los celos, típico conflicto mal tratado del cine gringo y que con ello se le muestra al espectador lo miserables que son nuestras familias disfuncionales y como nos orillan a los hijos a ser antisociales y solitarios.

Kale invita a uno de sus amigos a espiar a su vecina, Ashley, mientras la misma toma un chapuzón en traje de baño en su alberca particular. Los chicos son descubiertos por Ashley y la joven prefiere entablar una relación con ambos para descubrir de manera amplia si la espiaban o no. Esto conlleva a que en el trío nazca una amistad casi inverosímil y se reúnan, a partir de ese suceso, todas las noches para espiar a su vecino (David Morse), un tipo extraño que poda sus césped dos veces por día y a que Kale y Ashley se enamoren por arte de magia. Pero hay una pequeña vuelta de tuerca mal lograda en esta historia. Kale, con su cámara de video, binoculares, y otros artefactos, descubre que su vecino es un asesino de vedettes y comienzan a espiarlo. Lo cual lo lleva a una retahíla de episodios como búsqueda de datos de las mujeres desaparecidas en internet los últimos años, la revisión de la casa, sus coches y hasta quién entra y sale en su domicilio. Sobra decir que Kale termina por descubrir que su vecino es quien en verdad pensaba (el asesino) y que su madre, además, está enamorada del sujeto y es una de las prospectos para habitar la colección de mujeres cercenadas del vecino.

Al terminar la película salí tan decepcionado de la vida y del cine, que no me quedó de otra que caminar solo de nueva cuenta a casa, a la expectativa de no ser atropellado y terminar de leer Dinero, de Martin Amis.
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